ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 13 de Febrero 2011

Hay algo de irónico en que las primeras líneas de la página Web de la Ciudad de la Cultura de Galicia se refieran a los «New York Five», ese grupo de arquitectos que promovidos por Philip Johnson y su amigo del Moma, Arthur Drexler, ganaron extrema notoriedad a fines de los sesenta y primeros setenta del pasado siglo. Graves, Hejduk, Gwathmey, Meier y Eisenmann difrutaron entonces de los diez minutos de éxito que mencionaba Andy Warhol y prosiguieron sus carreras rodeados del halo de actualidad que garantiza encargos. Y digo que es irónico porque ¿quien seguirá hoy pensando que esos arquitectos son en realidad tan importantes? Un evento promocional de inteligente corte propagandístico y promotor, impulsado por una institución de alcance universal como el Moma, termina, pese a lo poco fundamentado que pueda ser, en asunto mencionado por todos. Y no es que uno trate de negarlos sin distinguir, porque talento tenían y su obra ha dejado aportes que sería ciego dejar de lado, sino que no era, como dijo Rafael Moneo aquí en nuestra Facultad ante una pregunta sobre la arquitectura española, «para echar las campanas al vuelo».

Pero se echaron. Se impuso de nuevo la ley del Centro y las Periferias, la historia narrada por los ganadores o poderosos, o en último caso la eterna trampa de la moda, dictada por el Centro. Se pusieron de moda en esos tiempos los New York Five. Y su nombre sigue sonando. Hasta hacer que el deseo póstumo de John Hejduk (1929-2000), expresado a su amigo Peter Eisenman, de que se construyeran en la Ciudad de la Cultura las «torres¨ que incluyó en uno de sus proyectos no realizados, se cumpliera. Y allí están, generosidad sin par, muy bien construidas, no en el espacio intelectual y geográfico de su autor, la ciudad del poder financiero, sino en sus antípodas simbólicas, las laderas que abrigan al punto final de los míticos caminos de Santiago. Sería conmovedor si no fuese extraño.

Estos lodos

Desde esos tiempos del Moma y en paralelo con el éxito de Instituciones que contribuyó a fundar, como el IAUS de Nueva York, Peter Eisenmann destacó mucho como un hombre de ideas, interesado en un discurso sobre arquitectura que quiere expresarse en términos filosóficos pretendidamente vinculados a sus búsquedas como arquitecto, Búsquedas gráficas a propósito de la Arquitectura, como las que publicó en el libro House X (1982) de mucho éxito, análogas por cierto a las de Hejduk, parte de la explosión de lo que se llamó «la arquitectura de papel», un esfuerzo de revalorización, siguiendo la huella de Beaux-Arts y sus puntos de vista, de las imágenes de arquitectura no comprometidas con necesidades o recursos de construcción. «De esos polvos salieron estos lodos¨, cabe decir.

He dicho «pretendidamente» porque Eisenman se convirtió en el portavoz de la falsa premisa de que un discurso filosófico, que prefiero llamar filosofante, es origen necesario para la proposición de una arquitectura válida, intérprete del resbalosísimo concepto de que el filosofar provee instrumentos claros para las decisiones del arquitecto
Con ello Eisenmann no sólo se entrega al «embrujo del lenguaje» sino que adopta una postura análoga a la del romanticismo decimonónico refutada convincentemente por la renovación filosófica de comienzos del siglo veinte. Postura que poco garantiza como lo demuestra, precisamente, la arquitectura de Eisenman.
Su discurso llega a ser arrogante, al punto de que despacha a arquitectos de los que han ganado lugar indiscutible en la historia, como Frank lloyd Wright por ejemplo (a quien acusa de copiarse a sí mismo) con un muy neoyorkino «I am not interested».

Tautologías

Como observador desde un país del Tercer Mundo, ví siempre a Eisenman con reticencia. Habla y escribe a base de tautologías (frases que nada dicen según definición de Wittgenstein) hiladas con inteligencia. Sus diálogos con Jacques Derrida los veo como pirotecnia retórica. En su Memoria de la propuesta para los Castillos de Romeo y Julieta, concurso con premios pre-asignados convocado por Aldo Rossi para la Bienal de Venecia de 1985, hace gala de ese rasgo. Manejaba allí el tema de la «topografìa artificial» que circuló mucho en el mundo arquitectónico, como lo ha hecho después en forma recurrente (copiándose a sí mismo ¡so what!) hasta llegar a la apoteosis de la Ciudad de la Cultura. Pero él lo revistió del ropaje filosófico que ya le había dado fama, ropaje que «suena» a pensamiento trascendente. Tomé y conservo notas de las mas notorias tautologías de esa Memoria. Una de ellas aludía a lo que él ha repetido mucho a propósito de la Ciudad de la Cultura. Veamos: «Tratando el sitio no como una presencia sino como un palimsesto que contiene trazas de memoria e inmanencia y trabajando con la técnica de la «escalación» (sic), la presunción de que el sitio origina valores puede desestabilizarse. Visto así, el sitio puede pensarse como no estático». Frase que más allá de su presuntuosidad dice, simplemente, que el sitio no importa mucho, que se inventa, sobre todo porque la palabra «inmanencia» tiene múltiples significados y la «escalación» no es ninguna técnica sino un juego gráfico que inspiró tanto lo de la Bienal como la Ciudad de la Cultura. Esto último puede ser comprobado en tamaño natural y alto costo.

¿Que porqué todo este castillo de naipes-palabras terminó seduciendo a conspicuos personajes del mundo arquitectónico de España? Tengo una respuesta de testigo distante: a muchos de ellos les termina interesando más la acogida que pudieran tener en los círculos intelectuales de Nueva York (que deriva hacia todo el mundo anglosajón: dinero y poder) que valorar lo culturalmente significativo del mundo que los hizo notorios.