ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 2 de Agosto 2007

La arquitectura padece de una especie de condena arquetipal que la une estrechamente al Poder. Si la arquitectura es el edificio, no hay duda que se tiene que recurrir al Poder para construirla.

Sin embargo, en la historia han ido produciéndose cambios en esta difícil relación entre Arquitectura y Poder. El Movimiento Moderno a comienzos del siglo veinte hizo un aporte fundamental cuando convirtió a la racionalidad derivada de la técnica en sustento esencial de la forma arquitectónica y rechazó la decoración (el “vestuario” de la arquitectura), arbitrada por la idea de “estilo”, como parte esencial del lenguaje arquitectónico. Ese enorme y difícil paso hacia la comprensión de nuestra disciplina, permitió a “los modernos” actuar como si prescindieran de la sujeción al Poder. Pudieron así darle la mayor publicidad posible a sus utopías urbanas, modelos arquitectónicos, búsquedas renovadoras de mejores condiciones de vida, en las que la nueva arquitectura llevaba la batuta, y los arquitectos actuaban como “descubridores” que por ello mismo debían merecer la atención del Poder.

Pero a pesar de que se multiplicaron los alardes propagandísticos que buscaban imponerse como la única opción posible, en virtud de lo cual cualquier avance político estaría obligado a construir esos modelos, la búsqueda del apoyo del Poder siguió siendo un asunto esencial. Le Corbusier llegó a estar ansioso por obtener el apoyo para algunas de sus ideas por parte del gobierno colaboracionista francés bajo la ocupación nazi. Tal como hizo otro grande de la arquitectura, Mies Van der Rohe, al hacerle antesala a Alfred Rosemberg, jerarca de la ideología nacional-socialista, para lograr que se permitiera el funcionamiento de la escuela Bauhaus en Berlín, ya con los nazis en el poder. Y uno menor, como Albert Speer, sobre quien ya he hablado en esta página, logró sin embargo la gloria, si bien algo efímera, convirtiéndose en intérprete de los deseos del Führer-arquitecto.

Esta imagen de artistas buscando los favores del Poder Político, que viene desde muy lejos, tiene también ejemplos entre nosotros.

Villanueva por ejemplo, tuvo grandes obras durante el gomecismo, entre ellas una enorme: el Hotel Jardín de Maracay, que, por cierto, todavía espera su restauración y su declaratoria como monumento nacional. Y durante la dictadura de Pérez Jiménez mantuvo una relación discreta con los factores de poder: no se le conoce ninguna discrepancia, ninguna polémica importante que manifestara incomodidad o disidencia. Se dejó estar, por así decirlo. Al igual que algunos de los arquitectos jóvenes de esos años, que tampoco parecieron molestos ante la dictadura y tuvieron acceso a encargos importantes. Conocieron momentos incómodos a la caída de la dictadura (no Villanueva, quien muy poco fue criticado) pero se recuperaron rápidamente…y lo más importante: lograron construir obras valiosas.

Hoy muchos arquitectos pueden tener en su imaginación la posibilidad de hacer su gran obra si se mantienen de bajo perfil tascón. Podrían ascender al olimpo de aló presidente. Si no llegan a tanto, tal vez puedan vender una idea para Caracas, o cualquier otra ciudad. O diseñar una ciudad socialista de las que se regarán por el suelo patrio. Tal vez puedan ser factor de poder en alguna alcaldía o gobernación. O formar un Taller de Arquitectura Socialista que les permita ejercer sus destrezas haciendo anteproyectos.

Y nada de eso puede ser criticable. Me parece legítimo que un arquitecto quiera que su saber profesional pueda ser usado por el Estado venezolano. Es más, el Estado está, podríamos decir, obligado, sea cual sea su signo, a utilizar el talento disponible.

Sin embargo, lo que no está claro en ese tipo de cálculos ideales es la verdadera naturaleza de lo que está ocurriendo en Venezuela.

Quien escribe, junto a un nutrido grupo de arquitectos, tuvo una experiencia que ilustra la realidad política que estamos viviendo, en ocasión de los Juegos Deportivos Nacionales del 2003. Fuimos llamados por un arquitecto afecto al régimen, serio, honesto, consecuente, quien nos contrató en un momento lleno de expectativas. Pudimos ejercer sin interferencias e incluso decir lo que pensábamos con toda claridad política durante una gran parte de los procesos de diseño y construcción. Pero llegado el momento crítico, fuimos dejados de lado y los profesionales oportunistas de siempre modificaron proyectos, interrumpieron procesos, dejaron estructuras importantes a medio hacer y defenestraron al arquitecto serio y honesto que nos había llamado. Y sufrimos poco después los efectos (eran tiempos del Revocatorio) de la discriminación política que hoy se ha convertido en la regla del rojo-rojito.

Desde esos tiempos a esta parte, el régimen ha convertido la discriminación política en regla a seguir. Y cuando eso ocurre se abren las puertas al oportunismo, que es el sello esencial de esta “revolución”. El oportunismo es el obstáculo más grande para que el régimen pueda llevar adelante una obra de gobierno. Entraba todo lo que se desea hacer, aún con las mejores intenciones.

Pero además está la idoneidad profesional o la lucidez de quienes toman las decisiones. Si uno puede confiar en que en algunos despachos oficiales la dirección está en manos de gente seria; otros, y entre ellos algunos muy importantes, está dirigidos por personas cuyo principal mérito es que son bien vistos por el Gran Conductor. Militares o ex-militares cuyo currículo no permite esperar que manejen bien la materia que se les encomienda. Lo del Ministerio de Vivienda y Habitat es realmente descorazonador. Una muestra: la Ciudad Camino de los Indios. Y ya veremos adonde va este asunto de las casas de PVC, cuál es realmente la calidad del producto, quienes las personas que impulsaron la idea y canalizaron las inversiones. Habrá que esperar un poco.

Podríamos decir muchas otras cosas que ilustran la pobreza de miras, la escasez de propuestas y la falta de coherencia de lo que está ocurriendo pero prefiero apuntar al asunto esencial: el modo de ver la acción del Estado que tiene el Jefe máximo.

Pérez Jiménez, siendo un hombre limitado en ideas, era respetuoso del saber ajeno. Por eso, no sólo permitió a Villanueva construir, sino que no lo importunó pidiéndole lealtad. No tenía que desfilar en la Semana de la Patria. Era respetado y apoyado. Villanueva ejemplificaba la modernización de este país. Y ese era el paradigma de entonces. No palabras sobre palabras, como hoy.

Los arquitectos que genuinamente aspiran a hacer obra al amparo del régimen que nos rige podrían preguntarse si hoy en Venezuela, el Gran Conductor o los que le adulan se han planteado seriamente la pregunta sobre qué hacer con la Venezuela urbana que es el 80% del país, fuera de las típicas iniciativas industriales, de infraestructura, o de repartición de dinero que en el fondo son claramente análogas a las que se motorizaban en la Cuarta al calor de los dólares petroleros. Como en CAP primera parte.

El liderazgo actual sólo piensa en el cómo, y ese cómo es simplista, está lleno de medias verdades como el socialismo del siglo 21, cargado de retórica “revolucionaria”, más bien populista. Va de contradicción en contradicción. Tiene una idea de asociarse a un “modo cubano” de hacer las cosas, pero ese modo cubano en fin de cuentas es un plan masivo de asistencia social y económica a ese país que no tiene como objetivo nada claro para Venezuela, ni para sus profesionales, ni para su pueblo.

Con un liderazgo así ¿puede ser posible realizar algún sueño? Tal vez, pero sería algo excepcional que no justificaría aceptar la dictadura.

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