ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 25 Septiembre 2007

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Envanecido en su papel de maestro de todos nosotros, el Gran Conductor habla de los pilares del Sistema Educativo Bolivariano: favorecer la creatividad, la participación y la convivencia, aprender a valorar y a reflexionar. ¿Quién puede estar en desacuerdo?

Si desde la perspectiva nuestra, de arquitectos, aplicamos esos principios para examinar lo que el régimen realiza y propone, podemos decir respecto a cada uno de esos “pilares”:

1) Que en la idea de la “ciudad socialista” no hay creatividad sino repetición de errores.

2) Que construir viviendas en La Carlota revela ausencia grave de imaginación (y de conocimiento).

3) Que los despachos públicos que se ocupan de la vivienda y la ciudad evitan la participación y favorecen la exclusión.

4) Que no se valora el talento ni el conocimiento porque se exige sobretodo sumisión política.

5) Que el régimen rechaza la reflexión. Sólo se reflexiona sobre lo que indica el Führer.

La conclusión no puede ser sino la que tantas veces se menciona: toda esta “revolución” no es sino una construcción retórica, un edificio de palabras. Enchufado al dólar petrolero.

El propio Jefe es el mejor ejemplo de actitud excluyente, de desprecio por la participación, de incapacidad para valorar lo que aquí existe y ha existido. Es ejemplo de ausencia de reflexión sobre la complejidad de un país que encasilla dentro de los límites de una caracterización de socialismo, revanchista y atrasada. Y su creatividad es la del político que maneja los resortes del poder; o la del actor que luce sus dotes ante un micrófono y una cámara de televisión.

Habría pues que poner al Líder de nuevo a cursar primaria en una Escuela de las de ahora. Para que aprenda a crear, compartir, convivir y reflexionar.

2

Lo hemos dicho muchas veces: no hay mejor educación sin mejores escuelas.

La cadena del Lunes pasado mostró al Líder en una escuela que se supone ejemplifica lo que el régimen quiere para las escuelas bolivarianas. Pero en la parte del programa que yo ví no se mostró el edificio, todo el tiempo se le dedicó al Jefe con los niños, derrochando simpatía y dotes de maestro.

Hubiera sido interesante ver cómo concibe la revolución las nuevas escuelas. Sabemos que FEDE, esa institución fundada durante la Cuarta para encargarse de la construcción y refacción de las escuelas del gobierno central, siempre tuvo dificultades financieras y su desempeño tuvo altibajos. ¿Qué papel le ha asignado el actual régimen? ¿Ha lanzado un programa agresivo de adquisición de terrenos en una época en la cual el Estado ha tenido dinero a manos llenas? ¿O depende todavía de que los gobiernos regionales y municipios “encuentren” terrenos? Si es cierto que con la descentralización los gobiernos regionales y alcaldías han asumido el papel de construir las escuelas necesarias ¿cuál ha sido el papel de FEDE en el aspecto normativo?

Son preguntas que, si tienen contestación, ésta no se ha hecho pública. Pero tienen la máxima importancia. Las escuelas bolivarianas exigen espacios físicos acordes con los objetivos que se les han fijado. Y en las trasmisiones en cadena nacional poco se ha dicho sobre un plan nacional de construcción de escuelas, o, en su defecto, sobre el financiamiento de los planes de gobernaciones y alcaldías. Nada de eso figuró en la puesta en escena del pasado Lunes.

Con lo cual llegamos al mismo punto: la incoherencia de las políticas del régimen. Hablar de mejorar la educación sin hacer mención de la crítica situación de la planta física de la mayor parte de las escuelas y liceos del país o a la urgencia de nuevos planteles, es un silencio calculado. No es “revolución”, es ineficacia e incoherencia.

3

Fui muy crítico del status político de los tiempos de la Cuarta, particularmente desde los tempranos años noventa. En esa actitud me acompañó un grupo de colegas que, en distinto tipo de foros o haciendo uso de las oportunidades de discusión en medios universitarios, se sumaba al desasosiego que nos producía el estancamiento de la democracia venezolana y, consecuentemente, el de la arquitectura de las instituciones, convencido como estaba en esos tiempos y aún lo estoy, de que ésta depende de que avancemos hacia una democracia mejor. Un perfeccionamiento que permita que el talento de nuestros arquitectos sea la más importante credencial para participar en la construcción de la ciudad en los diferentes niveles de poder, por encima del tráfico de influencias o la sumisión política.

No creí en las promesas del actual Jefe cuando era candidato, pero entendí a algunos de mis compañeros de entonces que se pronunciaron a su favor, puesto que les concedía la sinceridad de sus expectativas por construir una mejor democracia.

Pero ya ha pasado suficiente tiempo para que uno pueda exigirle a esos compañeros, hoy inmersos en el Poder y sus privilegios, que vayan a las mismas aulas universitarias donde revelaban sus inquietudes a explicarnos las razones para que hayan decidido silenciar toda crítica. Hablo por supuesto de razones éticas. Puedo entender el silencio porque se es preso de alguna circunstancia, pero no puedo entender la pérdida total (hasta en privado) de la capacidad crítica. Ni la renuncia a la democracia.

Lo que está pasando en Venezuela con las escuelas y liceos, así como con las cárceles y hospitales, con la ciudad en su conjunto luego de nueve años de Poder, tendría que ser motivo suficiente para que todos los no oportunistas se sinceren consigo mismos y con los que una vez fuimos sus compañeros, o colegas merecedores de respeto: que justifiquen su silencio. Pero que lo hagan con razonamientos que estén fuera de la simpleza política o la afiliación a la “revolución”. Con los argumentos que usarían en un aula universitaria, en un foro profesional, ante unos jóvenes deseosos de conocer una disciplina. Que nos expliquen si se puede ser arquitecto renunciando a la creatividad, al deseo de inclusión y convivencia, al reconocimiento de los valores éticos, o a la reflexión. Que nos digan si los cuatro “pilares” no se aplican sino a un programa de televisión donde se exhibe, una vez más, el ego inflado de un hombre.

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Esto publicó Farruco Sesto, actual Ministro del Poder Popular para la Cultura, en El Diario de Caracas, el 8 de Enero de 1991:

Partamos de un axioma: nuestro país no ha conocido hasta ahora una situación de plenitud democrática en la vida de sus instituciones. Es difícil que en ellas tenga prioridad el análisis despierto de los problemas y la libre discusión de las soluciones. Falta democracia, creo yo. Pero también se puede decir que falta nobleza. Siempre algún rasgo autocrático del funcionario de turno, en cualquier instancia, sobrenada sobre los intereses profundos y los objetivos de la institución. Como decía un amigo, la idea de la autoridad se impone sobre la autoridad de la idea.

La intuición y el contacto amplio con la vida ciudadana, nos hace pensar que ello es así en todas las instituciones. Pero es nuestra condición activa de arquitectos la que nos dice que, al menos en lo que respecta a las obras públicas, no hay lugar a dudas. Aquí la autocracia, barata autocracia, inculta autocracia, de los funcionarios, se impone sobre cualquier idea que roce de lejos un planteamiento cultural. Que en las obras públicas no sólo no ha entrado en la cabeza de los funcionarios. Que hay algo más. Que la arquitectura es cultura y que la ciudad es el más importante objetivo cultural de la sociedad, todavía no ha podido ser entendido, ni mucho menos asumido, por los funcionarios de Obras Públicas.

No importa que incluso a veces tales funcionarios sean arquitectos. No hay manera. Es algo que, definitivamente, parece responder a la desviación populista, partidista y autoritaria, de las instituciones.

De tal manera que, a mi juicio, la dramática necesidad de nuevas políticas en materia de obras públicas es un elemento más del grave problema democrático.

Farruco Sesto

¿Es posible pedirle a Farruco que vaya a la Universidad que respetó y lo acogió, en nombre de la docencia a la cual dedicó parte de su vida, a explicarnos si sigue pensando lo mismo?

Revolucionarios que creen subir, avanzar...y están de regreso. Fragmento de una litografía de Maurits Escher, suizo (1898-1972), fechada en 1960 y titulada “Escaleras arriba, escaleras abajo”.