ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 30 Octubre 2007

Hay un tema de conversación común entre nuestros arquitectos: la importancia de tener acceso al Poder. Muchos piensan que si un arquitecto tiene acceso al Poder podría hacer mucho, no sólo por la comprensión de la disciplina sino por darle oportunidades a la arquitectura y a los arquitectos.

Cuando el Arq.  Fernando Belaúnde Terry fue Presidente del Perú, hubo mucha especulación entre colegas acerca de las oportunidades que éste abriría, y no faltaron Congresos de Arquitectos  que le hicieran homenajes (creo recordar que aquí se le hizo uno) y que le echaran alguna jaladita esperando acciones concretas desde su alta investidura.

Pero las expectativas no se cumplieron. Belaúnde privilegió más bien una visión de planificador y, que sepamos, la arquitectura peruana no tiene demasiado que agradecerle.

Pero la conseja nunca ha perdido algún valor. Siempre surge alguien que dice que se dedica a la política desde la arquitectura o que hace de “lugarteniente” de algún político porque desde una posición de Poder podrá impulsar la arquitectura.

Ya desde hace años desconfío de esta postura, que me parece ingenua, un poco tonta incluso, y además justificadora de toda clase de adulaciones y oportunismos, pero eso no quita que muchos sigan esperando mucho de los arquitectos en el Poder.

Como la historia personal nos pertenece y con ella uno puede hacer lo que le parezca bien, no creo que viole ninguna lealtad si digo que cuando a veces Farruco Sesto, en tiempos de nuestra amistad y en tono más bien light, se refería a su pasión por la política con la Causa R, terminábamos bromeando acerca de a quien le daría trabajo o cual travesura podría ser divertido poner en práctica si su partido llegaba a lo más alto.

Pero como el mundo da muchas vueltas y en Venezuela ha dado muchísimas, he aquí que mi ex-compañero de trabajo es nada menos que el arquitecto que más poder político ha tenido en toda la historia republicana venezolana. Algo que, lo digo con toda sinceridad, jamás pude ni siquiera haberme imaginado.

Yo, por mi parte, en lo personal no puedo ya esperar nada de esa figuración porque casi podría decir que “es público y notorio” que nuestra amistad cesó. Si hace poco una oficina bajo su responsabilidad me comisionó un nuevo proyecto para el Teatro del Oeste, proyecto que hicimos juntos hace veinte años y que ahora necesitaba ser revisado; una vez que lo terminé, un funcionario menor, presumo que siguiendo órdenes de Sesto, me dijo con toda claridad que dicho proyecto no les servía, que además era incompleto y que por lo tanto prescindirían de mí.

Pero pudiera esperarse que el actual señor Ministro atendiera a algunas sugerencias para aprovechar su Poder en pro de la Arquitectura, de la ciudad y, evidentemente de los arquitectos. Las hago aquí públicamente.

La primera es que haga buena su intención, manifestada en El Diario de Caracas el 22 de Septiembre de 1991 cuando escribió: “…en vez de un Premio Nacional preferiría el encargo de un proyecto interesante…”. Que encargue pues, proyectos interesantes (su despacho ha contratado muchos) a los Premios Nacionales. A mí por supuesto puede excluirme para seguir la línea que ya ha establecido, pero creo que hay allí una oportunidad que le agradecerá la cultura venezolana. Y, aparte de eso, que su despacho busque realmente a los buenos arquitectos, aunque no sean “revolucionarios”.

La segunda sugerencia es que luche en todos los niveles por institucionalizar el sistema de Concursos de Arquitectura.  De distintos tipos, abiertos, restringidos, por calificación.

La tercera es que abogue porque los planes de vivienda estén directamente vinculados a la calidad de la arquitectura. El sabe de la pobreza de los planes del régimen en esta área.

La cuarta, que defienda activamente allá en las alturas, su vieja tesis, que muchos compartimos, de que las ciudades venezolanas no deben seguirse expandiendo de modo desordenado y arbitrario según planes coyunturales, clientelares, improvisados.

La quinta, que organice, que promueva a través de su subalterno el Director del Museo de Arquitectura, discusiones sobre los grandes temas de la arquitectura nacional cuyas conclusiones tengan cierto “carácter vinculante’’. No simples saludos a la bandera para decir que se discute, pero sin fe alguna en la discusión.

La cuarta que le dé un apoyo claro a las bienales de arquitectura. Son importantes. Y deben ser democráticas por lo cual deberá asumir la posibilidad de que algún discurso de aceptación  de premios tenga tonos de disidencia política.

La quinta que aumente el monto de los Premios Nacionales, tanto de la Arquitectura como de todas las demás artes. Que recuerde cómo se burlaba de lo exiguo de esos premios, equivalentes hoy a tres cestas alimenticias.

La sexta es de detalle, pero qué detalle. Que insista ante el Caudillo para que permita conducir los estudios básicos para La Carlota. O que al menos su voz pueda ser oída entre la multitud militar que hoy toma decisiones.

La séptima que promueva una política de Proyectos Urbanos para todas las ciudades venezolanas mediante un importante fondo financiero rotativo que podría hoy, gracias al petróleo, ser realmente generoso. ¡Esto sería revolucionario!

La octava que influya en la Asamblea Nacional para que el Colegio de Arquitectos sea un Colegio del Estado como el de Ingenieros, guardián de una buena Ley de Ejercicio. Asunto que defendió ardorosamente cuando fue candidato a la Presidencia del Colegio con el apoyo de todos nosotros.

Sé que las altas responsabilidades del Sr. Ministro le impedirán hacer honor a todas estas peticiones. Sabemos además, y lo sabe él, que la incoherencia de este régimen obliga a archivar aspiraciones y “aceptar lo inaceptable”. Pero sabemos algo mucho peor: que el Sr. Ministro ha dejado atrás todo aquello sobre lo que dijo creer. Es ahora un fundamentalista. Nunca llevará a efecto estas peticiones: es ahora un lugarteniente del Gran Conductor. Y a ése ninguna de estas cosas le interesan.

Otra vez la Medusa de Le Corbusier: el lado oscuro y el luminoso de cada ser humano.

Otra vez la Medusa de Le Corbusier: el lado oscuro y el luminoso de cada ser humano.