ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 31 de Enero 2008

Mucho se ha dicho que tenemos que lograr que nuestros “barrios” se hagan ciudad. Que las aspiraciones de una ciudad moderna con todas sus calidades, más allá de los servicios básicos, penetren la ciudad marginal y corrijan desequilibrios, reestructuren espacios, reordenen, reedifiquen, provean de escuelas dignas, de instituciones para el servicio social. Que se hagan plazas, se creen parques. Se edifiquen centros comunitarios, se controle la contaminación visual, se promueva el intercambio civilizado en el espacio público.

Y que la ciudad que ha sufrido deterioro sea rescatada. Que se abran acciones ambiciosas para devolver vida a sectores urbanos venidos a menos, sumergidos en los problemas estimulados por un crecimiento apoyado en la especulación.

Que se haga realidad el principio de que la vivienda debe construirse para formar ciudad, para ampliar el territorio de una civilización urbana, y no simplemente para alojar familias desvinculadas de un espacio público digno. La vivienda sin su equipamiento es simplemente un intercambio frío entre la familia y la sociedad a partir de una capacidad económica que en países como el nuestro es precaria y que por ello mismo da como resultado una caricatura de vivienda. Y es tiempo ya de que incorporemos a nuestra agenda política el concepto económico aceptado en toda Europa y acuñado en la Francia de posguerra de que “la vivienda se merece y el equipamiento se da”. Dicho en otras palabras, la vivienda compromete una capacidad de ahorro; y es con el equipamiento (las escuelas, los hospitales, los espacios públicos, las sedes institucionales, el espacio público) como se materializa el más importante subsidio social, la donación que hace la sociedad a los más desfavorecidos.

Ese equipamiento es la ciudad. Uno de los campos donde se realiza la distribución de la riqueza es en el mejoramiento de la ciudad. Eso lo olvidó el populismo y lo ha olvidado la boba retórica “revolucionaria” que repite las simplezas del Caudillo mientras ignora que una ciudad mejor, una ciudad que ofrece democráticamente sus espacios institucionales de calidad a sus habitantes, es una forma, tal vez la más significativa, de compensar las dificultades de la familia para obtener una vivienda verdaderamente digna. Pasarán muchos años antes que la mayoría de nuestras familias puedan compensar las carencias de la ciudad dentro de los límites de sus viviendas. Eso es lo que buscan los sectores económicos más favorecidos, hacer de la vivienda “su” ciudad, confinada por una realidad urbana agresiva, llena de problemas. Por eso el caraqueño ignora el espacio público. Y lo agrede. Y en los barrios llamados marginales, en la ciudad informal, lo que predomina es la supervivencia dentro de un convivir siempre precario.

Y lo peor es que los servicios ya instituidos, los que atienden a la ciudad tradicional, los que debían estar garantizados por un proceso que suponemos medianamente ordenado, la recolección de basura, los servicios de salud, el esencial transporte público, las escuelas, han ido deteriorándose hasta niveles inaceptables como parte de un proceso de años que se ha agravado gracias a la ineficacia “revolucionaria”.

El problema es pues doblemente difícil de resolver. Tenemos que comenzar por rescatar del deterioro la ciudad que ya existe… y mantener las demandas para que en la formación de ciudad que va naciendo hoy no se pierda de vista el verdadero sentido de la palabra “urbanizar”, que significa transformar el hombre de la Venezuela de hoy en hombre urbano con todo el significado de la palabra, hombre objeto y sujeto de todos los beneficios culturales que se hacen posibles en la ciudad.

Se impone llenar el inmenso vacío de cuarenta años de una democracia que no entendió ese tipo de responsabilidades y nueve años de una “revolución” de palabras necias.

Hablo de un esfuerzo educativo desde las instituciones públicas y privadas, haciendo uso de los medios masivos, estimulando la discusión, creando referencias, haciendo que la acción del Estado en todos los niveles no pierda de vista ese objetivo central. Es en resumen a partir de la materialización de un proyecto político que tenga claras estas perspectivas, como podremos llevar al nivel que merece la discusión cualitativa sobre la ciudad venezolana. También (y se trata por igual de política) dándole a los planes de obras públicas el objetivo permanente de promover y consolidar la re-valorización de la ciudad.

Ese esfuerzo educativo es de la mayor importancia porque no tenemos en la ciudad heredada suficientes referencias cualitativas. No estamos en la situación europea, ni siquiera en la de otros países de América Latina, donde subsiste una ciudad histórica sembrada de vestigios monumentales que entre otras cosas nos recuerdan el rol cultural del proceso de hacer ciudad. En muchas de nuestras ciudades hemos borrado la ciudad tradicional en provecho de un crecimiento puramente especulativo y con frecuencia creador de fealdad. Y la inmigración europea, aunque logró crear en algunos casos rincones urbanos que emularon su herencia urbana, terminó por olvidar sus referencias. Porque como dice Darcy Ribeiro en un prólogo al fundamental libro de Gilberto Freire sobre la formación del Brasil Casa Grande y Senzala, cuando el europeo se traslada a América su cultura se transforma.”Tendría que viajar con todo lo que lo rodea para que fuese el mismo”, sugiere Ribeiro.

Y seguimos observando tanto en el oficialismo como en la oposición, la ausencia del tema ciudad en la discusión. Lo entendemos en el oficialismo porque allí no hay doctrina sino sujeción. Pero ningún proyecto político comprometido seriamente con la creación de un futuro más lúcido puede prescindir de estas consideraciones. Se designan candidatos y precandidatos a Alcaldías y vemos la misma dinámica de un pasado funesto. No se exige de ellos, sino en contadas excepciones, que hayan demostrado tener conciencia del papel que les corresponde en ese esfuerzo educativo que recién mencionamos. ¿Es eso inevitable?

Esa escuela, empinada en el tope del cerro, fue una oportunidad de mejoramiento

Esa escuela, empinada en el tope del cerro, fue una oportunidad de mejoramiento