ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 30 de Octubre 2008

Nuestra sociedad sigue sin entender que las tragedias personales y colectivas que viven los internos en las cárceles venezolanas son un síntoma y una causa del aterrador ambiente de violencia criminal que se vive en el país. Porque cuando se habla de atacar este problema, predomina lo policial, lo represivo y poco lugar se deja para lo preventivo y uno de sus ingredientes principales, el mejoramiento de las cárceles.

En días pasados veia en la televisión un interesante foro en el cual un grupo de abogados y profesionales del tema penitenciario exponían sus puntos de vista sobre lo que podría ser un plan de mejoramiento carcelario, y entre sus múltiples argumentos ocupaba poco espacio el de la cárcel como edificio, como ámbito físico, como lo que se llama en términos jurídicos “lugar de reclusión”. Casi toda la argumentación giraba sobre métodos, disciplinas y procedimientos, todos por cierto muy importantes, pero me pareció que se daba por sentado que el espacio físico era hasta cierto punto una “añadidura”.

Pero en el tema carcelario el “lugar de reclusión” tiene una importancia primordial.

Luis Kahn (1901-1974), el gran arquitecto estonio-americano, hizo aportes claves a la arquitectura, que entre otros aspectos, replantearon el modo de organizar el edificio. Kahn insistía en que la primera pregunta que el arquitecto debía hacerse cuando una institución pedía de él un edificio era sobre los orígenes de esa institución. Hablaba por ejemplo de la escuela y recordaba cómo la Academia había surgido del concepto del maestro reunido con sus discípulos a la sombra de un árbol. Sócrates y sus discípulos en torno a él eran el origen de toda institución de enseñanza.

En el caso de la cárcel la respuesta es más compleja. En la antigüedad se prescribían castigos físicos para el criminal y la reclusión era una consecuencia que tenía que ser en sí misma un castigo. Por muchos siglos esa concepción permaneció inalterada, la cárcel como lugar de degradación física y moral, como prefiguración de un infierno merecido.

Aún así, ya en el siglo 18, el filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832), tuvo el papel pionero de integrar su concepción “moderna” (y totalitaria según Michel Foucault) de la reclusión, con un modelo arquitectónico que bautizó como “panopticon” (observar a todos). Un modelo que fue revisando a lo largo de su vida y produjo ejemplos construidos en muchos países del mundo. En América se construyeron en Argentina, Estados Unidos y Cuba. Y aparentemente “La Rotunda” venezolana seguía también el mismo principio.

Pero en tiempos más recientes se acentúa la idea del rescate del delincuente como ser humano, como individuo capaz de rectificar y se aleja la de la vigilancia opresiva. Por otro lado el delito se ha diversificado de tal manera que se ha hecho necesaria, progresivamente, la “clasificación” del delincuente. Ya no se habla sólo de celda sino de “régimen carcelario”. Se ha superado la idea del calabozo como instrumento de horror para ir hacia el confinamiento como castigo pero también como espacio psicológico para la rectificación. Son principios que resumo muy esquemáticamente pero que figuran hoy como tema esencial de los estudios penitenciarios.

Lo que resulta de todo ello, apunta directamente hacia el edificio carcelario. La cárcel como modelo de infierno en la tierra sólo debe caracterizar a las sociedades más atrasadas. Y lo triste, lo muy triste, es que entre ellas hoy en día, están muchas de las latinoamericanas. Y por supuesto la venezolana; prueba clave, además, de que aquí no ha habido “revolución”. No sólo porque el tema nunca ha figurado como prioridad, como una rectificación de la tradición inmediata (que eso es revolución, entre otras cosas), sino porque hoy, luego de once años de palabras sobre el “hombre nuevo” la situación es peor. Lo dicen fríamente las estadísticas.

Se habla por ejemplo de la cárcel de Coro que en este momento se termina de construir, como un modelo, pero de la poca información disponible sobre ella, sorprende negativamente (lo he escrito otras veces) que ese proyecto haya sido simplemente un acuerdo “llave en mano” con España, con participación venezolana sólo de funcionarios, y sin ninguna clase de discusión pública previa, amplia, sobre el tema carcelario. Y también puede decirse que una sola cárcel “nueva” con todos los ingresos que ha tenido el país y ante la emergencia carcelaria que vivimos, es un logro demasiado modesto.

La cárcel como edificio, como espacio físico, debe ser un tema clave en la discusión sobre la inseguridad, tal como la escuela en la discusión sobre educación. El fallecido psiquiatra José Luis Vethencourt, hombre ilustre que se ocupó del tema penitenciario, lo sabía e hizo de ello su preocupación. Pero todavía hay mucho trecho que recorrer. Lo demuestra el debate actual.

Poco sabemos hoy de las prisiones cubanas, pero en Cuba, en Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, se construyó este “panopticon” en tiempos del dictador Gerardo Machado (1871-1939), hoy un Museo. Allí estuvo preso Fidel Castro.

Desde un punto de observación interno se vigilan todas las celdas.