ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 4 de Mayo 2009

En el Colegio de Arquitectos se realizó el Martes pasado un foro sobre el “Proyecto Leander”, actualmente en construcción en nuestro Parque del Este, ese estupendo espacio verde de nuestra capital que, tal como se dijo ese día, es una de las más importantes obras de Roberto Burle Marx, el gran arquitecto paisajista brasileño. En el foro intervino el arquitecto responsable del proyecto, Franco Micucci, y las colegas Cristina Pardo, ex funcionaria de Inparques, y Marianella Genatios, Presidenta de la Sociedad Venezolana de Arquitectos Paisajistas.

Luego de una explicación del proyecto por parte de Micucci, Pardo hizo un recuento de la historia del Parque mencionando la decisión de 1971 de ubicar en uno de sus lagos una réplica de la Nave Santa María de Cristóbal Colón, y la consiguiente molestia de Burle Marx ante esa decisión, expresada en una entrevista que se le hizo con motivo de los veinte años del Parque. Molestia que compartimos muchos en Venezuela en aquel momento y que hicieron pública los colaboradores del brasileño, Fernando Tábora y John Stoddard, residentes en nuestro país. Es allí, en ese mismo lago, donde quiere ahora ubicarse, si nos atenemos a la explicación de Micucci, no ya una réplica sino una imitación (es de armazón metálica recubierta de madera) del bergantín Leander en el cual viajó desde Nueva York nuestro prócer Francisco de Miranda en 1806, en su pionera expedición independentista.

Si ya, como queda dicho, era arbitrario traer una réplica de una embarcación marina hasta Caracas y asentarla en un parque urbano que no es de “diversiones” o como se dice ahora “temático”, sino un sitio de disfrute de la naturaleza vinculada visualmente a la serranía del Avila, es aún más arbitrario fabricar una imitación (al menos la réplica tiene el valor de lo constructivo original) dándole precedencia al entretenimiento temático, a la vulgarización escenográfica a lo disneyworld basada en lo falso, y colocarla como recurso central de un Museo, olvidando que los museos nacen de lo auténtico. Y eso se hace alterando de manera radical el perfil natural de las masas vegetales y su relación con nuestro cerro tutelar, el mérito principal del Parque del Este. Los “rendering” mostrados por Micucci, con el barco “fake” con velas de plástico o de aluminio, recortado por encima de los bosques del parque (tiene 43 metros de altura, cuatro veces más alta que la réplica de la Santa María) y teniendo como fondo la montaña, derribaron esa tarde, sin apelación, la validez de la idea.

Y allí está el núcleo de la cuestión. Es la misma idea del barco artificial en ese sitio lo que resulta fuera de lugar y carente de otro sustento distinto a la decisión desenfocada. Vemos en ella como el espíritu del régimen se manifiesta de nuevo. En lugar de corregir el error de tiempos de la Cuarta, se reedita y se amplía hasta el grado del exceso de dólares y de la fiebre “nacionalista y revolucionaria” sin contenido. Miranda sustituye a Colón el imperialista pero la imagen que lo caracteriza, apabullante, es un barco “fake” originalmente americano. Una decisión, estoy seguro de ello, tomada prescindiendo de la opinión de las personas que dentro del gobierno tienen conciencia cultural y sentido del ridículo. Pienso por ejemplo en el Instituto de Patrimonio, que si tuvo el extremo celo de declarar patrimonio “el sitio” o “el uso” del viejo Mercado de Chacao, no dudará en proteger no sólo la vista de nuestra montaña-monumento sino al Parque, que se reduce a pedestal o antesala de la enorme caricatura marina, comprometiéndose, como lo recordó Genatios, su opción de ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Visto así el asunto, pasan a un segundo plano los valores mayores o menores del proyecto de Micucci, quien viene a ser ejecutor de una iniciativa equivocada. Elogio su disposición a la discusión pero se le hace cuesta arriba justificar la idea. Y supongo a la vez que podrá entender que remover tres mil o más metros cúbicos de tierra en un parque, debe afectar los recursos botánicos adyacentes. Un movimiento de tierras que descubro hoy con desaliento (no se dijo en el foro) que ya fue ejecutado.

Y cabe cerrar este comentario con un asunto que es muy sensible en la Venezuela actual polarizada políticamente por obra y gracia de las características dictatoriales de las diarias decisiones que se toman hoy desde el Poder Público.

Me refiero al peso muerto que esa polarización impone en los espíritus e impide la discusión con ánimo de encuentro. Ni se trata de apabullar al arquitecto y someterlo a la vindicta pública ni de defender a capa y espada una decisión de un despacho gubernamental susceptible de ser revisada para, por ejemplo, reorientar los recursos hacia el proyecto de la futura conexión del Parque con La Carlota y las obras preparatorias correspondientes, emprendiendo además el urgente mantenimiento a fondo del Parque. Eso se dijo en el Foro.

Aclaro finalmente que no soy de los que pienso que una obra patrimonial no puede ser intervenida con arquitecturas del presente. Puede serlo y ello pone a prueba la capacidad de la intervención de no alterar el espíritu original de lo patrimonial e incluso reforzarlo. Hay abundantes ejemplos de ello en la pequeña y grande historia de la arquitectura. Lo que considero un grave error en este caso no es insertar allí un espacio con fines divulgativos sino que el pretexto para hacerlo sea la imitación de un objeto del pasado que no tuvo ningún valor simbólico en la gesta de nuestro prócer y se constituye en una masa inerte que arremete contra los valores espaciales de la obra patrimonial.

El gran acierto de Burle Marx: la integración visual con nuestra serranía tutelar.