ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 25 de Mayo 2009

Hacer de la arquitectura un instrumento fundamental en la construcción de la ciudad ha sido lo más significativo de la evolución del pensamiento urbano de las dos últimas décadas.

Pero llegar a ese punto no fue fácil. Si bien es verdad que en el debate sobre la ciudad de los primeros años del siglo veinte esa noción parecía ser un argumento prioritario de quienes luchaban a favor de una nueva forma de ver la arquitectura, ello era no tanto parte del avance del conocimiento sino más bien un resultado de la forma de actuar en la ciudad heredada de los siglos anteriores.

Por esa razón fue natural en los arquitectos pioneros de los primeros 1900, que expresaran su pensamiento sobre la ciudad con imágenes de arquitectura. Pero en esos mismos años iba naciendo la moderna “ciencia” del urbanismo, un modo de ver la ciudad que puede describirse como una sumatoria de aplicaciones técnicas que se fueron asociando progresivamente a la herencia anterior. Y poco a poco, esa “visión técnica” fue haciéndose fuerte porque era objetiva, basada en la ciencia, y recuérdese que la búsqueda de “objetividad” fue asunto clave en el debate político-social de entonces hasta que después de la Segunda Guerra tomó el mando. La ciudad bidimensional, expresada en ocupación ordenada del terreno y eficiencia de las redes, fue oponiéndose a cualquier visión arquitectónica. La idea del “Diseño Urbano” nacida en los cincuenta y hecha madura unas dos décadas después con la proliferación de estudios de postgrado, no pudo complementar la visión bidimensional sino muy lentamente.

A este proceso que he descrito rápidamente se debe el descrédito de la visión arquitectónica de la ciudad que habían manejado los pioneros. Le Corbusier fue tomado como el principal chivo expiatorio pero en realidad se quiso despreciar casi todo lo que se manejó en las cuatro primeras décadas del veinte. Yo, joven estudiante a fines de los cincuenta, fui testigo de ese descrédito. Las primeras imágenes de Chandigarh en La India, encargadas al maestro suizo-francés, eran criticadas y hasta ridiculizadas, como lo fueron una década después las de Luis Kahn sobre Filadelfia o como se veía con sorna y sospecha que hoy todavía tiene adeptos, la experiencia de Brasilia.

Y sin embargo, Chandigarh se ha convertido en patrimonio cultural de un país milenario. El conjunto de la Asamblea Nacional y los Ministerios de Dacca en Bangladesh, ha hecho del proyecto del extranjero Luis Kahn parte del orgullo nacional, Y la Brasilia monumental está no sólo viva y bien, sino que sigue siendo motivo de admiración asociado al espíritu de grandeza de un país. Tres pruebas de que la identidad de una ciudad está en su arquitectura y el espacio público y no en las redes. Porque tanto en Chandigarh como en Brasilia (Dacca no es una ciudad nueva) la concepción de la red produjo problemas de escala, de interrelaciones urbanas, de vida en grano fino que deberán irse corrigiendo. Pero la arquitectura fijó los atributos de una identidad.

Nuestra Ciudad Guayana surgió un poco después de la experiencia de Brasilia. Y nació marcada por la visión tecnológica, muy asociada al modo anglosajón de ver la planificación urbana que reinaba en ese momento en el mundo. Y sostenía yo en una conversación reciente con los colegas Víctor Artís y Gustavo Ferrero Tamayo, el primero urbanista reconocido y el segundo pionero de esa actividad aquí, lúcido a sus ochenta y seis años, que me parecía que el principal problema de nuestra nueva ciudad de los años sesenta, había sido la falta de confianza en la arquitectura. Tuvimos un intercambio de ideas muy interesante, en presencia de una arquitecta holandesa, Simone Rots, que está entre nosotros documentándose precisamente sobre la que ha sido la más importante experiencia urbana de Venezuela.

Desde que visité por primera vez Brasil en 1958 me quedó la impresión de una sociedad con extraordinaria fe en sí misma, y si bien abierta al mundo, muy orgullosa de su capacidad de aporte en términos de invención y reflexión propias. Esa confianza ofrece una clave en relación a Brasilia porque Lucio Costa (1902-1998), además de ser un hombre de pensamiento universal era un brasileño seguro de sí mismo y de las capacidades de su país. Y si pudiera reprochársele que prácticamente entregó en manos de un sólo arquitecto (Oscar Niemeyer) la “forma” inicial de una gran ciudad, en los años que siguieron a los sesenta se fueron multiplicando los aportes de otras figuras que, si bien, no con la energía de los tiempos de Kubitschek (1902-1976) el Presidente que hizo Brasilia, han ido sumándose a la arquitectura monumental de la ciudad. Y cabe decir además que esa fe en la indudable grandeza de Niemeyer es a su vez una muestra de grandeza y de la madurez cultural de una sociedad. Ejemplos sobran en la historia.

Y eso no sucedió aquí. Estaba vivo Villanueva y no construyó una sola obra en ese territorio que se hacía ciudad. Uno busca en vano ejemplos de aportes de los contemporáneos de los planificadores. Y de los más jóvenes, hoy setentones, además de la excelente escuela de Borges y Pimentel para los Jesuitas sólo encuentra, figura piramidal arquetipal, único y aislado símbolo en un mundo urbano nacido de las más actualizadas técnicas, la Sede de Edelca en Alta Vista, proyecto fundamental de Jesús Tenreiro.

Por eso, por esa carencia de arquitectura en esa ciudad nuestra, recojo lo dicho por Artís en la conversación que menciono: aún falta mucho para darle forma a Ciudad Guayana. Confiemos en que habrá menos sospecha en el futuro. Porque la arquitectura no puede separarse de cualquier intento de hacer ciudad.

Hace veinte años, Jesús Tenreiro (1936-2007) camina frente a la Plaza de Edelca en Ciudad Guayana