ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 26 de Octubre 2009

A propósito de una visita a Finlandia escribí que el Museo de Arte Contemporáneo de Steven Holl, proyecto de 1993 terminado en 1998, en un importante sector de Helsinki, es sin duda un accidente digno de olvidar en la trayectoria de arquitecto tan nombrado. No pude visitarlo o tal vez no lo quise hacer, tanto fue mi rechazo a su presencia en la ciudad, a pesar de que Juhani Pallasmaa insistía en hacerme notar ciertos méritos internos.

Esa insistencia me descubre algo que vale la pena comentar. Es la patente de corso, por así decirlo, que el consumo y el marketing extiende a las estrellas del llamado «Star System» arquitectónico, consistente en la seguridad de que cualquiera sea la pertinencia y calidad de sus propuestas, siempre recibirán si no el aplauso, al menos la aquiescencia del mundo de la crítica, además de la reserva y pasiva aceptación, si no la aprobación o el entusiasmo, del ejército inmenso de colegas que no somos miembros de ese olimpo de nueva generación.

La situación se plantea en términos de cuasi ideología, siendo el punto central de ésta el que no somos quienes para aventurar una objeción hacia personaje tan consagrado. Personaje que además tiene una buena parcela del poder constituido porque sus preferencias y antipatías se reseñan en las primeras páginas del mundo.

Nos enfrentamos pues, y lo he dicho otras veces, a una nueva versión de la Academia, con la diferencia de que a la institución del siglo 19 con raíces en el 18, era de buen tono vapulearla, ridiculizarla y disminuirla en tiempos de la vanguardia, puesto que tales ataques ponían a quien los profería, del lado de «los buenos» de «los avanzados», de «los progresistas» y eso es siempre un aval positivo. ¿Pero quien se atreve a atacar a esta nueva versión de la Academia configurada con el globalizado e impresionante apoyo de una industria editorial universal que ha llegado incluso a hacer de la arquitectura un tópico de la sección de crítica literaria del Financial Times de Londres?

Discreción portuguesa.

Pallasmaa, al contenerse cautelosamente ante mi pregunta sobre la pertinencia (o la coherencia) de la admiración de Gehry por Aalto, expuesta además en un programa de televisión finlandés en el que ambos conversaron largamente sobre el maestro finlandés y universal, me parecía que cedía a la tentación de no decir lo que realmente pensaba.

Le narré entonces mi experiencia, que he mencionado aquí y ahora conecto con esta reflexión sobre el poder académico, con Fernando Távora (1923-2005), el gran arquitecto portugués mentor de muchos y señaladamente de Álvaro Siza y Eduardo Souto de Moura, con quien coincidimos hace más de diez años, en una visita al Guggenheim de Bilbao.

Luego que todos recorriéramos el edificio, me acerqué al entrañable portugués y traté de sacarle algunas impresiones esclarecedoras sobre una arquitectura ajena a sus enseñanzas. Pero Távora se expresó muy cauteloso. No sólo era la diplomacia y buenas maneras de la alta cultura portuguesa lo que me parecía dictaba su reserva, sino su resistencia a tomar posición. Mencionó una cena reciente con Gehry, lo simpático que le pareció… Era obvio que no deseaba hablar sobre valores o puntos de vista.

Usé esta anécdota para trasmitirle a Pallasmaa, un hombre de pensamiento con peso propio, la impresión de que entre notorios (Távora, modesto y muy accesible, era un arquitecto notorio) predomina la contención que opera entre los poderosos: los une el disfrute del Poder. Pallasmaa es ya muy conocido (es miembro del jurado del Premio Pritzker y debía viajar a Bangladesh para las deliberaciones), y de algún modo es parte del olimpo. Me respondió con una sonrisa.

Cortesía diplomática en las alturas.

He visto conductas análogas a éstas en mucha gente del mundo de la notoriedad arquitectónica, y ella es casi obligatoria en el de los críticos más establecidos y especialmente entre los que buscan establecerse, que a pesar de todas sus objeciones personales se van siempre por las ramas cuando de arquitectos notorios se trata. Los habituales críticos en Babelia, el suplemento de El País de Madrid, la ilustran muy bien. Entre decir que Zaha Hadid ha producido unos cuantos mediocres edificios o que Jean Nouvel hace gala de un mal gusto tecnológico, cosa que es bastante evidente, prefieren hablar mal de Le Corbusier, quien por cierto carecía de habilidades diplomáticas  porque era un hombre veraz. Se omite la controversia porque una actitud más transparente, como de aguafiestas, perturbaría las buenos modales del mundo del privilegio y pone obstáculos en las vías de acceso al Poder. Y todos tenemos un corazoncito, como decimos por aquí.

Y volviendo a Steven Holl es más que posible decir que el museo de Helsinki es mediocre y de dudosa urbanidad. Y si sumo a ello la desagradable impresión que causa su edificio en el campus de MIT, en Boston, del 2002, cuya antojadiza distorsión de escala a la manera de una ilustración de Gulliver (cada piso quiere parecer como si fueran tres) pude apreciar desde lejos junto a mi esposa y el colega y amigo Manuel Delgado, quien nos guiaba hace poco en la visita, hay bastante espacio para el escepticismo sobre los prestigios creados por el marketing de la arquitectura.

No todo sale bien en todo momento. En las mejores familias se ven torpezas. Lo ilustra muy bien el gran Luis Buñuel en sus memorias al dejar claro que él y sus amigos, singulares protagonistas de un momento muy alto de la cultura de España, se hablaban con toda crudeza. Hasta recuerdo vagamente que uno de ellos le dijo a García Lorca en relación a un poema que acababa de leer:  ¡Federico eso es una mierda! con toda la tranquilidad del mundo. Tranquilidad que no tenemos ni nosotros ni la crítica en relación a Steven Holl.