ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Por Oscar Tenreiro

Desde las perspectivas abiertas por las ciencias sociales se viene discutiendo por medio siglo lo que la palabra cultura significa. Ya no se quiere ver como un valor superior accesible a unos pocos, sino como un telón de fondo de múltiples caras sobre el cual dejan su huella todas las actividades humanas. Se buscó “democratizar” la palabra adscribiéndola a la actividad, y se comenzó a hablar de cultura del comportamiento, cultura verbal, cultura de la comida, cultura deportiva, cultura pesquera; y etc. porque la lista es larga. Se sienten mejor los sociólogos o los comentaristas si se habla en esos términos.

Vistas las cosas así cualquier actividad podría ser vista como cultura, pero eso mueve a desacuerdos. ¿Podría por ejemplo hablarse de “cultura criminal’? Tal vez sí, tratándose de subrayar ciertos puntos de vista como parte de un discurso sociológico, pero hasta allí. Esa es la razón de que haya surgido el concepto de la cultura como “lo que permanece” como lo que a la larga se convierte en patrimonio de una sociedad cualquiera. Y ciertos patrones de comportamiento, giros de lenguaje, símbolos, usos, del mundo criminal pueden llegar a permanecer y establecerse como parte de ese “telón de fondo” que es la cultura.

Una conclusión provisional de este hilo de razonamientos podría ser que ni toda cultura de lo cotidiano e inmediato, de la actividad, tiene vocación de cultura patrimonial, ni toda cultura patrimonial parte de lo cotidiano e inmediato. Adquiere así todo su sentido la tradicional concepción de las Bellas Artes, porque desde ellas el artista busca siempre que su obra se inserte en lo patrimonial. El ejercicio de las Bellas Artes busca lo universal desde la visión personal, local. Quiere dialogar con el mundo, una dimensión de la cuestión cultural que no se puede soslayar: “lo que permanece” habla a lo íntimo de cada persona esté donde esté, no a un grupo de cofrades unidos en la práctica de una actividad sino a todos. Cuando eso ocurre, “lo que permanece” es de la humanidad, es nuestro. Al avanzar hacia lo que es de todos, tanto las bellas Artes como las otras formas de cultura se convierten en Cultura sin calificaciones.

El populismo y la Cultura

Nuestro régimen militar, como todo populismo (y su autoritarismo lo acentúa) le gusta calificar la cultura. Adoptó la idea marxista de la cultura “burguesa” como “otra” cultura que es necesario superar y sustituir por “la verdadera” la que “emana del pueblo”. Son los “buenos salvajes” de Rousseau en el siglo 21, el sector social que produce la cultura que “debe ser” ¿Cómo se reconoce ese sector? Pregúntele a un marxista duro y lo verá enredarse.

En el Régimen prospera también la idea marxista (asimilada por el populismo), de que el Estado tiene en sus manos todos los mecanismos para promover el nacimiento de la Buena Cultura. Se han reorganizado museos, destituido directores, recanalizado subsidios y siguen sin verse señales del ansiado renacimiento que acompañará al nuevo socialismo. Lo que hace tambalear la idea de que los Ministerios de Cultura son útiles. Cuando Malraux apoyado por De Gaulle asumió el de Francia debió resonar en él su juvenil perspectiva marxista asociado al centralismo absolutista francés. Pero décadas después que nuestro populismo imitador creó el de aquí, cabe debatir su utilidad. Cuando regrese la democracia.

La arquitectura tendría que figurar en el espacio de acción de esa burocracia cultural. Pero la cosa se sale de los esquemas ideológicos simplistas porque no puede hablarse de una arquitectura “emanada del pueblo”, pues éste no tiene los medios para construir. En Venezuela siempre ha sido el Estado el impulsor de una arquitectura con vocación de trascendencia. Lo ha sido a medias, de modo defectuoso, incoherente y hasta irresponsable, pero lo ha sido, mientras nuestro sector privado se revela incapaz de promover una arquitectura que vea más allá del beneficio económico. No fue así hace medio siglo, es verdad, pero era otro país.

La arquitectura en la Cultura

A la burocracia cultural socialista y revolucionaria lo que le correspondería hacer, además de impulsar la divulgación de los valores de la arquitectura y su influencia en el mejoramiento de la ciudad, es luchar para que el Estado que defiende y elogia lance una política de promoción de la buena arquitectura. Y eso depende de algo muy simple: la selección de buenos arquitectos. Pero la política de construcción del Régimen no busca los mejores sino los amigos; como lo hizo siempre, con ilustres excepciones, el Estado populista del pasado. Ante eso el Ministerio de la Cultura ha guardado silencio y más bien sus personeros se han pronunciado a favor de la discriminación. Una contradicción más.

Y en términos de transición hacia una sociedad democrática y consciente de lo importante, un Ministerio de la Cultura debe dejar atrás silencios y discriminaciones, sentar precedentes para que las instituciones del Estado adopten criterios cualitativos para sus encargos, un cambio de enorme trascendencia en la gestión pública de nuestro país. Una revolución de modos de actuar, no de palabras.

Y no puede dejarse de decir que los arquitectos venezolanos tenemos todavía que lograr mayor respeto hacia lo que hacemos y queremos hacer. Con el apoyo activo de las instituciones públicas o privadas. Si es cierto lo que hemos dicho muchas veces de que la búsqueda de una mejor calidad urbana exige un tratamiento prioritario, promover una arquitectura de calidad comprometida con el mejoramiento de la ciudad tendría que ser tarea colectiva. Las instituciones que dicen representarnos, las facultades y escuelas, tienen esa tarea ante sí. No lo han hecho hasta ahora sino de modo muy modesto, una carencia que exige autocrítica, rectificación.

Auditorio Kresge

El Auditorio Kresge de MIT en Boston, de Eero Saarinen (1910-1961), construido en 1957, es una muestra de apoyo privado a la arquitectura.