ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro/14 Noviembre 2010

La protesta humorística de Gregorio Salazar sobre el caraqueño Cementerio General del Sur, de hace dos Domingos, me anima a tocar el tema de los cementerios. Porque  es notorio el desprecio de la Venezuela petrolera por los camposantos, ilustrada en ese paisaje de ranchería y marginalidad de esos lugares que en todas las sociedades urbanas del mundo son de respeto e invitación a la contemplación. Salvo en los Andes, región protegida por la persistente cultura de montaña, o en pueblos apartados donde no ha llegado la inundación rentista, en todas partes de la Venezuela «moderna», la norma es el abandono.

Conservo una foto del entierro de mi abuelo materno en Valencia cuando mi madre era una niña. Está uno de mis tíos, y dos de mis tías a quienes reconozco difícilmente, veladas de negro sus caras llorosas. De un lado oficia Monseñor Adam y detrás el sepulturero observa. La imagen me lleva al entierro de mi abuela, en ese mismo sitio treinta años después, yo niño, impresionado por la modesta dignidad del lugar, solemne a pesar de esa tierra roja de Valencia, recién excavada de la fosa. Impresión que también guardo del cementerio de Maracay, y en él el mausoleo del General Gómez, construido para sugerir grandeza. Lugares a los que no regresé más como adulto y que padecen hoy la misma suerte de todo lo público venezolano: deterioro, desprecio.

Y es que no hay interacción de individualidades ni acuerdos naturales de convivencia (como gustan de invocar los partidarios de minimizar el Estado) que sean suficientes para asegurar la preservación de la memoria en la «ciudad de los muertos» como hito urbano. El camposanto es un ámbito de vocación pública. Olvidado por las autoridades de esta ciudad nuestra hasta dar origen a dos extremos que retratan nuestra crisis:  por un lado el cementerio de todos, heredero histórico, abandonado y sometido a toda clase de abusos, y por el otro un negocio privado próspero pero de mínima historia, anónimo casi.

Tema de la Arquitectura.

Construir arquitectura como memoria de los muertos es actividad humana desde los tiempos más remotos. Y cuando empieza a afirmarse el principio, en tiempos de la Revolución Francesa, del arquitecto como promotor de la «idea» arquitectónica, la grandilocuencia del monumento mortuorio junto a las posibilidades expresivas que el tema exige, lo convierten en tema señalado en el mundo académico. El mausoleo de Newton imaginado por Boullée (1728-1799) se multiplicó en los años de Beaux Arts llegando hasta el siglo veinte en innumerables experiencias estudiantiles.

Y la modernidad no se quedó atrás. El mausoleo para Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, de Mies Van der Rohe (1886-1969) en 1926, impresionó en su rotundidad escultórica abstracta a generaciones enteras en los años treinta del siglo pasado.

Una de las obras más importantes del arquitecto sueco Sigurd Lewerentz (1885-1975) es la capilla del Cementerio del Sur (Woodland) en Estocolmo, siendo socio de Gunnar Asplund (1885-1940). El cementerio Brion-Vega cerca de Treviso, en el Véneto italiano, es de los mejores trabajos de Carlo Scarpa (1906-1978) ese gran Maestro. Aldo Rossi (1931-1997) hizo famosas hace treinta años sus imágenes para el cementerio de San Cataldo en Módena, construido parcialmente en 1971, que junto a sus reflexiones sobre la «casa de los muertos» ocupó un inusitado espacio en el debate arquitectónico de los primeros ochenta. El cementerio de Igualada cerca de Barcelona en España de Carme Pinós (1954) y Enric Miralles (1955-2000) fue muy publicitado. Y podríamos seguir nombrando ejemplos de todo tipo sin olvidar los esquemas de Le Corbusier para la tumba de Carlos Delgado Chalbaud, publicados recientemente, que suponemos sería construido en ese horror que es hoy el Cementerio General de Sur.

Desprecio.

El desprecio de nuestra autoridad pública hacia esta institución urbana primigenia, no  es más que otro aspecto de la erosión institucional que ha acompañado al populismo venezolano. Es Incomprensión de la ciudad. El discurso plano y lineal sobre la igualación social y sobre las necesidades vs. las obligaciones deja en segundo plano todo lo no inmediato y como parte de ello lo ritual. Una actitud que a lo largo de varias décadas se ha ido convirtiendo en obstáculo que frena la construcción de una cultura cívica. Porque el aumento de las cifras de urbanización venezolanas no indica crecimiento cualitativo, es solo cantidad, es aluvión, es apropiación indiscriminada y marginal que exige un enorme esfuerzo para convertirla en crecimiento ciudadano. Forma parte de una cuestión más amplia que he mencionado muchas veces: el desconocimiento de la importancia del espacio público y de lo público en general. Como muestra reciente cito la ampliación del cementerio de El Hatillo, un minúsculo lugar en un sitio privilegiado que mira al pueblito, que hoy está siendo ampliado en la misma tónica de «ranchificación» y ordinariez que ha germinado en la dirigencia de la Venezuela rural que vive en ciudades.

Irónicamente, el discurso que acompaña y motiva «doctrinariamente» al régimen militar que nos gobierna, si bien por hablar de lo que pertenece a todos debería rectificar esa inmensa falla, la ha acentuado en forma dramática. La hemorragia de palabras adoctrinadoras emitida por el Caudillo señala hacia lo colectivo exclusivamente en términos políticos. Subrayan sobre todo su condición de Jefe rural, rústico y ajeno a toda idea de convivencia democrática, requisito esencial de la vida en ciudad. Porque la ciudad moderna, tal como se recuerda siempre con insistencia, exige la tolerancia. Y los cementerios son, o deben ser, reflejo privilegiado de la actitud de aceptación del otro.

Cenotafio de Newton, propuesta imaginaria del Arquitecto Etienne Louis Boullée (1728-1799)

Un típico cementerio venezolano (este en el Tuy no muy lejos de Caracas: desorden, suciedad,descuido…