ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 10 de Julio 2011

El «Northwest Corner Building», edificio para las Ciencias de la Universidad de Columbia, de Rafael Moneo (1937) en los límites del campus y la ciudad, en Broadway con la calle 120 de Nueva York, llamó mi atención luego de verlo en fotos hace unos meses. Los comentarios que las acompañaban me impulsaron a visitarlo hace muy poco. Había leído después una entrevista a Moneo aparecida en El País de Madrid que me atrajo por su sinceridad y una alusión a su posición actual de distancia respecto a los descontroles de la arquitectura de la novedad. Alusión muy prudente como corresponde al carácter de Moneo, que destaca su especificidad en el panorama actual.

No elogiaría los logros de Moneo para llenar un espacio de consenso, porque mi conexión con su obra es distante, pese a la admiración que nos llevó a invitarlo a Caracas hace más de dos décadas. Pero he respetado siempre su discurso como culturalmente muy sólido, ajeno a «tendencias», apoyado en una inteligencia excepcional. Tanto, que Mario Botta (1943) aquí en Caracas, lo calificó en privado como «demasiado inteligente» recalcando tal vez el talante intelectual de Moneo al tiempo que revelaba sus propias carencias.

En todo caso no puede omitirse al hablar de Moneo el hecho de que comenzó a figurar en el panorama de la arquitectura a partir de su densidad como comentarista sobre temas que hace varias décadas interesaban a todos. Recuerdo sus ensayos en la revista Oppositions (1973-84) por ejemplo, como piezas capaces de hacer pensar. Bien fundamentadas, eruditas y un tanto oscuras a la usanza del momento, pero siempre reveladoras de profundidad cultural.

Y sentido de la oportunidad. Porque Moneo sabe atisbar los mecanismos que conducen a encargos de un modo que lo ha hecho tema del anecdotario y lo ha llevado hacia condescendientes gestos de equilibrio de opuestos, difíciles de justificar

Una obra múltiple.

Su Museo de Arte Romano de Mérida-España (1986) es uno de los mejores edificios del siglo veinte, y 25 años después de inaugurado sigue siendo una referencia. Su obra posterior, si no llegó a los niveles que anunciaba el Museo, ha mantenido una calidad que ha justificado los reconocimientos, entre ellos el  Pritzker en 1996. Y cuando digo esto tengo presente por ejemplo su ampliación del Museo del Prado, obra que casi me decepcionó, tal vez porque la juzgo desde los celos pues participé en el Concurso Internacional que lo premió con el Proyecto.

Ese tema de la producción desigual es muy interesante. Lo toqué en la página pasada a propósito de un maestro indiscutible como Luis Kahn. No siempre un «creador» (uso la palabra con resistencia, por eso las comillas) mantiene un nivel parejo en toda su obra. Y no tiene nada de extraordinario que sea así en el caso de Moneo, quien como contrapartida positiva mantiene su apego a valores que se ventilaron, él como voz importante, en tiempos de discusión del legado moderno hace unas décadas y vienen siendo olvidados.

Este edificio afirma con claridad algunos de esos valores.

Para empezar, su estructura es un caso especial que no cedió a la tentación de la acrobacia. El edificio debía «saltar» parcialmente por encima del Gimnasio Dodge, de la misma Universidad de Columbia. Lo hace mediante una gran cercha que sostiene los pórticos de la fachada Este, ayudada por grandes diagonales de casi toda la altura del volumen que se entreven desde fuera. Ese obstáculo se supera de modo quieto y elegante hasta el punto de que sólo se percibe en sucesivas relecturas. Toda una lección de contención.

La eficiencia como origen.

Es un edificio prismático típico que sin embargo se identifica, se singulariza no como producto de una intención premeditada de transgresión formal sino a partir  de una exploración sobre el manejo de la protección solar. Se aleja así de la rutinaria tendencia a confiar en las prestaciones de los vidrios especiales y la simplicidad constructiva y económica del muro-cortina. Acude a la creación de sombra mediante bandas de aluminio que en sucesión crean el clásico recurso de la  persiana  generadora de sombra que se interrumpe a nivel de la ventana, a su vez protegida con una de las bandas, más ancha, que funciona como alero. El recurso también se usa sobre las paredes ciegas para reducir la carga térmica, tal como lo hizo en concreto prefabricado Tomás Sanabria en la Torre del Banco Central aquí en Caracas en 1963. Allí los elementos los orienta en sentido diagonal creando un contraste de «movimiento» puramente visual que es la distinción del volumen prismático. En la fachada Este y hacia el Sur, en la otra cara de los espacios de oficinas, orientadas hacia el campus, saca hacia afuera el plano de fachada para ganar un espacio de circulación  que por su condición utilitaria justifica el muro-cortina tradicional protegido del sol internamente por cortinas arrollables.

El edificio es amable con el contexto urbano, sin ser mimético, afirmando más bien su lenguaje de modo autónomo. No hay en él intentos de responder a ladrillo con ladrillo o a incorporar «señales», cornisas, elementos superpuestos,  en relación a alturas circundantes. Sin ser agresivo al estilo de los cultores de torceduras, tampoco trata de reproducir el tratamiento del contexto inmediato.

Lo demás es predecible: correcto uso de materiales, fineza en el detalle y una calidez en el resultado final que resulta particularmente atractiva en la Biblioteca y se echa de menos en la cafetería, rodeada de mármoles y avivada por una grata y enorme vidriera hacia la calle que se reproduce en el tope del prisma, una parte del edificio que no pudimos visitar.

Es arquitectura de la buena. No me arrepentí de haber invitado a una fotógrafa ocupada a dedicarle  un tiempo libre.

Siguen fotografías de Patricia Burmicky, fotógrafa venezolana residente en NY. Las últimas cuatro son del autor.