ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Cuando yo era adolescente, en 1956, ocurrió la llamada «Revolución Húngara», el levantamiento del pueblo húngaro ante la represión soviética. Todavía guardo en mi memoria la imagen de una foto que salió en «Life» esa extraordinaria revista construida a base de fotografías y textos muy cortos, publicada por los editores del «Time» de toda la vida y que aparecía en español en esos años. Mostraba a una mujer de cierta edad que escupía el cadáver colgado por los pies de un soldado que había sido linchado por las turbas. Me impresionó tanto que aún conservo la imagen.

Poco después, conocía aquí en Caracas a una joven húngara llegada a Venezuela a raíz de esos dramáticos eventos. Tenía el tentador nombre de Eva y era un buen ejemplo de la tradición que dice que Hungría tiene muy bellas mujeres. Salimos una vez, mi amigo Pedro y yo, a «echar un pie» en una de las discotecas de entonces. Ella hablaba un inglés tan básico como el mío y nada de español, aunque a los pocos meses ya lo había aprendido, confirmando la otra tradición de los húngaros, ser políglotas natos.

Lo cierto es que mis expectativas fueron superadas por la realidad y finalmente mi amigo Pedro, tiempo después, se casó con ella. Pero lo que quiero hacer notar es que yo, tan joven como era y tan, se supone, desprovisto de prejuicios políticos, veía, pese a la atracción hacia esa linda joven, con cierta desconfianza a quienes venían emigrados desde la presión del comunismo estalinista. Tanto se arraigan los prejuicios que el marxismo ha venido regando por el mundo que no sólo veía yo así a los emigrados húngaros sino que hasta la historia del Cardenal Mindszenty refugiado durante más de diez años en la Embajada Americana a raíz de los acontecimientos de esa revolución, me parecía indicar una debilidad de esta gran figura de la Iglesia Católica hacia intereses que no me simpatizaban. Era yo, me parece, una muestra fresca y joven, del modo como los prejuicios izquierda-derecha marcan a las personas, prejuicios que de algún modo (y tengo un mínimo orgullo de que no crecieron demasiado en mí) marcaron siempre mi modo de ver las cosas.

Habiendo conocido muy bien Chile recién terminados mis estudios de arquitectura, pues allí viví y me casé con una chileno-venezolana, guardé distancia, tuve poca simpatía, con todo aquel que sostuviera que el desempeño de Salvador Allende y su gobierno fue un aliciente para el surgimiento de Pinochet, algo que veo ahora más claramente, sin que por supuesto justifique ni de lejos los crímenes y los abusos de Poder de esa dictadura, mancha definitiva en la historia chilena. Porque entiendo ahora mejor, que en política toda acción generalmente desencadena una reacción y que «la humanidad no se divide entre buenos y malos sino en la literatura mediocre» como decía Boris Pasternak y lo he recordado muchas veces. Si bien como todo el mundo estoy marcado por ciertas construcciones ideológicas personales, no se me ocurre ahora entregarme a ellas de buenas a primeras. Consecuencia positiva de la edad, podría decirse.

El punto es que los venezolanos hemos sufrido en carne propia estos últimos catorce años lo que significa estar a merced de un régimen político que escuda todas sus arbitrariedades en los lemas políticos de la izquierda, aunque sean trillados. Con el malvado imperialismo americano en primer puesto, nos han atosigado a los opositores de epítetos como decirle fascista a quien dice no y se opone a sus conductas, esas sí, claramente fascistas; como hablar de los ricos como eternos malvados siendo ellos ricos y realmente malvados; como ser calificados de oligarquía pitiyanqui mientras ellos dominan todo el Poder y envían a sus hijos a pasear a Miami surtidos de dólares. Y además la «nomenklatura» que han creado hace y deshace con los recursos públicos, el Poder Judicial obedece a lo que dispone el Caudillo y la Asamblea Nacional existe para decir sí a todo lo que viene desde arriba.

Hemos visto además a algunas personas que fueron nuestros cercanos y ahora actúan atrapados por la ideología y ciegos frente a los hechos, seducidos por el Poder, empeñados en hacer frente a la crítica a base de colocarse a mayor altura, disminuir, atacar al que disiente y en ultima instancia esquivar el asunto que deberían someter a debate. Apelando además de un modo cómico si no fuesen la justificación de cosas que nos afectan a todos, a argumentos vacíos como que defienden una revolución del amor a los desposeídos mientras están rodeados por todas partes de la corrupción y la arbitrariedad.
Hemos conocido al cinismo como actitud permanente frente a «los otros», los que rechazan el estado de cosas que ellos sostienen; y nos ha golpeado a fondo el uso sistemático de la mentira, todo ejercido desde el manejo total del Poder, sin contrapesos, ejerciendo presión sobre cada nivel de una burocracia que se han empeñado en hacer gigante.
Y finalmente hemos tenido que soportar la ordinariez, la agresividad, la falta de escrúpulos, la ausencia de medida en lo que se dice, el desprecio al adversario, el insulto, la repetición incesante de lugares comunes, por parte de la figura máxima de esta sedicente «revolución bolivariana» en «cadenas nacionales» de radio y televisión que se suceden diariamente.
Y así nos hemos dado cuenta, en carne propia como fue el caso de todas las ex-repúblicas de la Unión Soviética, del alcance destructivo del autoritarismo marxista cuando domina todos los recursos del Estado, algo que aquí no ha llegado hasta ser totalitarismo, como en Cuba, pero que tiene muchos de sus rasgos.
Por todo ello dedico la reflexión de esta semana a instar a quienes se colocan en la izquierda movidos por deseos legítimos y necesarios de cambiar un cierto estado de cosas, a que confronten lo que ven desde fuera inspirados en esas sospechas a las que aludí hace un rato, con la realidad, con lo que sucede. Ya está bien de medias tintas es el alegato nuestro. Basta ya de aceptar lo inaceptable en nombre de la ideología. Porque lo que ocurre en Venezuela no tiene precedentes. Nos hemos convertido en un «caso» que necesariamente deberá marcar la reflexión política en el medio latinoamericano. Y. por qué no, las del otro lado del océano.

IZQUIERDAS Y DESATINOS
Oscar Tenreiro/ 7 de Julio 2012

Norberto Bobbio (1909-2004) se ocupó del tema de las izquierdas y derechas del mundo político para hilvanar razonamientos que hablan de lo relativo de esa división y de su estrecha vinculación con el contexto en el cual se aplica. Atribuye sin embargo a la izquierda, tanto a la extrema como a la centro-izquierda, la búsqueda de la igualdad. Pero distingue diciendo que esa búsqueda es Autoritaria en aquella y Libertaria en ésta.

El cabo que deja suelto Bobbio estaría en lo que entendemos por autoritario. Porque con frecuencia el autoritarismo excluye la igualdad. Y de allí la importancia del contexto como criterio de juicio. Un ejemplo de ello es lo que ocurre hoy en Venezuela: la noción de igualdad que maneja el Supremo Conductor de la «revolución» se refiere sólo a los que están con él. Su noción de igualdad se origina en una desigualdad, muy bien explicada cuando dijo hace pocos días que quien no está con él «no es venezolano».
Este punto específico ya implicaría un conflicto para quien quisiera tomar posición frente a lo que ocurre en Venezuela. Pero hay otros no menos importantes derivados de ese personalismo hecho criterio ético supremo: la escandalosa corrupción, la supresión del debate, la ineficacia en el manejo de los recursos públicos y lo que se ha llamado la «desprofesionalización» de la acción pública, vicios que se encubren con la adhesión al Caudillo. Un contexto tan lleno de contradicciones que poco tiene que ver con las aspiraciones de la izquierda vistas desde la teoría política. Decir que lo que aquí ocurre se hace «desde la izquierda» es un claro error de juicio.

Desviación.
Lo que ocurre es que, como se ha dicho bastante, se sobrevalora lo ideológico por encima de los hechos. Esa parece ser la explicación para ciertos alineamientos de «la izquierda» con regímenes como el de Irán, por ejemplo, con el de Siria (¿?) o, no faltaba más, con la «dignidad cubana».
Vayamos a uno de esos hechos, que tocan nuestro mundo de arquitectos. La llamada «Misión Vivienda» en Caracas, lanzada hace poco por el Régimen.
Se confiscan terrenos desperdigados por distintas zonas de Caracas sin justiprecio o juicio de expropiación. Se ocupan militarmente (¡!) y se contratan arquitectos amigos para hacer proyectos adaptados a cada terreno, siguiendo, suponemos, algunas normas sobre áreas construidas y número de viviendas por edificio. Ninguna previsión sobre espacio público o servicios que vincule esas inserciones a alguna visión de conjunto. Cero consideraciones sobre el riesgo de crear «ghettos» verticales al ubicar familias de bajos recursos en zonas urbanas que exigen prestaciones por encima de su nivel económico. Adicionalmente, se asalta Fuerte Tiuna con torres de vivienda sin que medie un concepto general de uso y destino de ese espacio esencial para los accesos a la capital desde el centro del país. Y en el Tuy se lanzan por todas partes conjuntos de vivienda sin planes de transporte público, de vialidad, de servicios educacionales o institucionales, de espacio público. La «Misión» es una respuesta afiebrada a la presión acumulada por una década de ausencia de una política coherente sobre vivienda y ciudad. Que se quiere enjugar por razones electorales urgentes haciendo que los arquitectos-servidores-incondicionales archiven todo esfuerzo por pensar la ciudad, siquiera acercándose a la idea de Proyecto Urbano.

Petroestado.
En fin de cuentas se pasa por encima del conocimiento. Afuera queda la intención de actuar «científicamente» como se insistía en el discurso marxista. Se siguen las reglas típicas de todo Petroestado: junto al deseo de conservar el Poder, la disponibilidad de dólares indica el camino a seguir. Se comienza importando grúas pesadas, camiones de premezclado, plantas de concreto, cemento, cabillas. No se rinde cuenta a nadie, no se explica si el enorme costo en divisas de este equipamiento se incluirá en el de las viviendas, o en manos de quién quedará cuando termine la «Misión».

No hay una persona en la comunidad profesional con conocimiento sobre el tema, con preocupación sobre la ciudad, que defienda lo que se está haciendo, por otra parte rodeado del secreto que se ha hecho corriente en todo plan del Régimen. Sólo lo hacen los asalariados o contratistas beneficiados.
Hace poco estuve precisamente en el Tuy, esa extraordinaria reserva de espacio para Caracas y debí regresarme luego de un atasco de más de dos horas en una red vial semidestruida, que sirve a centros urbanos deteriorados unidos por invasiones sin orden alguno, zonas industriales derruidas, además tierra sin ley donde merodea el crimen. Había visto al pasar algunos de los conjuntos de vivienda que son parte de la «Misión». Y oía por radio que el día anterior el Gran Jefe había destinado 140 millones de dólares para comprar un satélite, noticia que se agregaba a una reciente sobre compra de armamentos a Rusia y la «construcción» de aviones no tripulados. Delirio militarista destinado probablemente a «salvar al mundo» como dice uno de los puntos del Programa de Gobierno del Jefe.

¿Es que estas cosas no le dicen nada a quienes desde la «izquierda» promueven un modo de proceder opuesto a este panorama decadente? Porque no todo se puede ocultar detrás de una visión maniquea de la política. Los «malos» no están sólo en «la derecha» como se piensa al usar el término «derechista» como un insulto. Tal como lo recuerda Bobbio, izquierda y derecha forman una díada, una no puede existir sin la otra. Por eso es obligatorio como muestra de honestidad intelectual, examinar el contexto.
Ojalá lo hayan hecho quienes en días pasados escenificaron en Caracas otra sesión del «Foro de Sao Paulo¨. Que no todo haya sido propaganda de nuestra Dictadura disfrazada.

En la Ave. Libertador de Caracas asoma, violando retiros, una "inserción" de la Misión Vivienda

En la Ave. Libertador de Caracas asoma, violando retiros, una «inserción» de la Misión Vivienda