ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Cuando uno está en edad temprana iniciando su formación, los profesores adquieren una importante estatura, su figura parece ocupar buena parte de nuestro espacio psíquico. En tiempos de la infancia el asunto puede llegar tan lejos como para sorprendernos como padres al ver que nuestros hijos le dan todo el crédito a un maestro o una maestra mientras nuestra palabra es puesta en duda. Y durante esa adolescencia que va siendo sustituida por la adultez en los tiempos universitarios la huella que deja un profesor que ha disfrutado de nuestras simpatías suele ser permanente.

Ese fue mi caso con Martín Vegas cuando fue mi profesor a comienzos de esa etapa que parecía nueva y prometía lo que nunca fue, la Venezuela recién salida de la dictadura de Pérez Jiménez. Vegas era un representante de la generación de arquitectos que se formó en los Estados Unidos y regresó a trabajar aquí en tiempos de mucha actividad para después, justo a la caída del Régimen Militar, enriquecer el panorama docente de nuestra Facultad de Arquitectura de la Universidad Central.

Cursaba yo tercer año y recuerdo que uno de los trabajos que fueron guiados por el joven profesor era unas viviendas para estudiantes dentro de una «Colonia de Reeducación» para niños con problemas que se suponía sería construida en algún sitio cercano a Caracas.

Recuerdo que me pasé más de la mitad del semestre inventando nada menos que el proyecto educativo de la Colonia, con lo cual me perfilaba como ejemplo de una distorsión que acompañó la experiencia docente de nuestra Facultad en ese tiempo: hacer de cada trabajo un pretencioso aporte a los problemas sociales de Venezuela. Se nos pasaba el tiempo fantaseando sobre fundamentos teóricos que pertenecían a otras disciplinas porque eso parecía lo pertinente, mientras se dejaba poco espacio para el ejercicio dentro de los límites de la nuestra. Una distorsión, por cierto, que no es nueva en las facultades de Arquitectura; antes bien, es extremadamente frecuente.

Y Martín, con la capacidad para pesar lo típico del momento que le era característica, nos dejó hacer…para después lograr que, por fin, entráramos en materia. Recuerdo algo de lo que hice, unas casas de dos pisos con techo de dos aguas invertido, es decir con perfil de mariposa, un recurso que estaba bastante en boga en esos tiempos como lo demuestran algunas obras de Oscar Niemeyer.

Ya después no fue más mi profesor, pero volvimos a vernos cuando regresé del extranjero y me inicié como su ayudante docente en la Facultad, a petición de él, lo cual me honraba, en el Taller a su cargo, en 1962.

En los años anteriores, creo que en 1956, había Martín construido su casa familiar en la Urbanización Chuao de Caracas. Como es costumbre en esta ciudad, tenía nombre y se llamaba Ladrillal. Era un ejercicio muy depurado de lo que hoy alguien podría llamar minimalismo, bien conectado con el legado de Mies. No era sin embargo de estructura de acero sino de concreto, material cuya superficie estaba intervenida a golpes de bujarda (aquí lo llamamos martillado) y tratado con algún tipo de barniz. Pórticos muy próximos, de dos pisos, que se sucedían en una planta estrictamente rectangular, con el ladrillo sólido como material de relleno y detalles de protección solar hacia la calle (el temido Oeste del trópico) en aluminio de color natural. No exagero si digo que profesaba yo una admiración incondicional por esa casa, que se me antojaba modélica y sólo pude conocer en una visita muy breve cuando fuimos varios a ofrecerle a su dueño (¿en 1963?) la candidatura a la presidencia de la Sociedad Venezolana de Arquitectos que finalmente ganó. Nos mostró un techo que le había agregado lateralmente, de pequeñas bovedillas sobre madera, decisión que acusaba lo que también pude comprobar yo en mi propia casa unos años después: que la insistencia moderna en los volúmenes exentos (en este caso el prisma de la casa de dos pisos) deja fuera la noción de espacios intermedios (el corredor, la terraza cubierta) asuntos esenciales para el vivir tropical. Y había que agregárselos.

Siempre pensé que esa casa debía conservarse como monumento arquitectónico al igual que la de Graziano Gasparini, casi frente a ella. Pero la de Gasparini fue irrespetada de modo tal que poco queda de lo original; y recientemente Ladrillal cayó en manos de algún arquitecto que literalmente acabó con ella. Todo sin que surgiera ni una tímida voz para evitar el atropello. Arquitectos contra arquitectos.

Hacia 1967, Martín se mudó a una casa muy cercana a donde yo vivía y vivo hoy. Era menos interesante. En ella se había despojado el arquitecto de la impronta miesiana que lo marcó en sus años primeros, al tenor según creo de la decisión de ser menos riguroso con sus visiones juveniles, decisión que se hizo clara en otras casas, pocas, que construyó después, como la de la familia Sucre-Brigé, un par de años después Eso debe haberlo hecho sentir más libre pero le restó el atractivo de la exploración de un lenguaje, rasgo esencial de Ladrillal o de la casa para su hermano Pedro Miguel, de 1963.

En los años siguientes tuvimos ya mucho menos contacto. Poco a poco mi admiración fue cediendo espacio a una cierta distancia que veo hoy explicada por modos de ser muy parecidos. En efecto, Martín, como también su hermano Juan Andrés, arquitecto y urbanista que falleció muy joven, así como otros en su familia, tenía la tendencia a ser tajante, definitivo. Podía cortarle las alas a cualquier asunto que no fuese de su simpatía de modo inmediato sin mediar demasiada cortesía. Y esos son rasgos que también están en mi carácter. Con lo cual la convivencia entre nosotros, como ocurrió durante esos años iniciales míos como su ayudante, se hizo dificultosa. Tal como fue dificultosa la relación que tuvimos cuando formamos parte de la Directiva de la Sociedad Venezolana de Arquitectos. Allí teníamos posiciones que a ratos parecían irreconciliables. La mía era más cercana a una supuesta izquierda (de la cual hoy desconfío enormemente, por cierto) en temas políticos que eran en ese momento particularmente candentes, y en ocasión de una Asamblea muy tumultuosa con motivo de no sé cual debate, llegué a enfrentarme a él públicamente y hasta, en un arranque, renunciar a viva voz a mi cargo.

Esas y otras cosas un tanto más complejas terminaron pues separándonos o mejor dicho, alejándonos, pero nunca dejé de valorar lo que él significaba en el panorama de nuestra profesión. Hasta el punto de poder decir ahora, tantos años después, que gentes como él nos hacen sentir bien con nuestro acontecer venezolano porque conservaron siempre una autenticidad perfectamente alejada de cualquier oportunismo, convirtiéndose en contrafiguras bien señaladas de los momentos de decadencia que vive hoy nuestro país.

MARTÍN VEGAS PACHECO
Oscar Tenreiro

I
Falleció hace muy poco el Arq. Martín Vegas Pacheco (1926-2012), importante personaje de la Arquitectura venezolana, autor junto con José Miguel Galia (1919-2009) de algunos de los edificios más emblemáticos de los tiempos iniciales de la segunda modernidad venezolana.

Pero quiero hablar de él, no desde una visión académica sino de una personal. Porque fue un docente que tuvo mucho que decir en años importantes para nuestra formación y porque tiene sentido conectar a la gente en general con el legado de personas que no son parte del circuito usual de lo que se podría llamar la comunidad de la cultura. Con frecuencia asociada a una cierta actualidad vinculada a una visión restrictiva de la cultura, acaso trivial como ha escrito Vargas Llosa; que se identifica con los relacionados y amigos de los medios. Estos últimos por lo general poco atentos a quienes, inmersos en la actividad que pudiéramos llamar profesional, son en realidad el soporte real del proceso de civilización que fundamenta toda cultura. Noción que no se agota en galerías, novedades literarias o en los reflejos de lo que se lleva en el extranjero.

Y Martín Vegas Pacheco fue uno de los muchos que le han dado espesor, profundidad, al acontecer cultural de nuestro país. Sobre todo por su dedicación a un saber que lo haría participar en la edificación de arquitecturas que, pese al maltrato que se ha convertido en distintivo del modo como se vive entre nosotros la ciudad, quedarán como testimonios de una época brillante sobre la cual tenemos mucho que aprender todavía.

Apenas llegó a ser nuestro profesor en la UCV en 1958, lo empezamos a llamar Martín, porque era fácil verlo como el representante de una Venezuela renovada, conectada activamente con el mundo, muy joven pero dueña de un cierto tipo de mundanidad muy atractivo para un estudiante de arquitectura.

II
Lo acompañaba además su experiencia de alumno en el Instituto Tecnológico de Illinois con el mítico Mies Van der Rohe, arquitecto que suscitaba en muchos de nosotros una gran admiración. De sus tiempos de estudio nos trajo una vez un grupo de dibujos a lápiz de partes de edificios, isometrías, donde se mostraban las distintas capas de materiales, los elementos metálicos, paredes dibujadas ladrillo por ladrillo, todo hecho con una pulcritud y dominio técnico que nos hacían sentir algo inadecuados a causa de nuestra forma más bien espontánea, sin detalles, a base de gestos, de expresar nuestras ideas. Se veía en esos documentos con claridad que se nos escapaba, la filosofía docente de Mies, basada sobre todo en el dominio técnico del acero y el adiestramiento en el uso de los materiales de relleno del esqueleto metálico.

También insistía Martín en algo que nos confundía un poco. Decía que nuestro trabajo debía estar respaldado siempre por una muy prolija Memoria Descriptiva, lo que después entendí mejor como una llamada a fundamentar intelectualmente lo que queríamos hacer. Ir hacia las raíces de nuestras decisiones era su mensaje.

He mencionado otras veces que, sabiéndolo co-autor junto con Galia del Edificio Polar al cual yo visitaba observando las policromías de la parte inferior de los elementos metálicos de la fachada o recorriendo las livianas escaleras de la circulación vertical frente a unos ascensores de última generación; le pregunté cual era la mejor experiencia que había sacado de la construcción de ese edificio. Me respondió que los problemas por las distintas tolerancias dimensionales entre el concreto y el acero del muro cortina. Algo que entiendo mucho mejor ahora. Un problema técnico pero de gran importancia en el diseño. Porque la arquitectura se fundamenta en el dominio técnico, si no, es sólo vestidura.

III
Podría decir muchas cosas sobre esos tiempos, pero me remito a lo que aludía al principio de esta nota, a la significación cultural de gentes como él. Porque junto a otros, fue para mi generación una referencia clara como arquitecto, con todo lo que eso significa. Y también fue hombre arraigado en su medio. Como cuando aceptó ser Presidente de la Sociedad Venezolana de Arquitectos siendo yo el Secretario y nos tocó un tiempo políticamente muy duro, bajo fuego marxista. O cuando él y el Arq. Oscar González fundaron un Museo de Materiales en Chacaíto que permitió sostener la Sede de esa Sociedad que hoy se llama Colegio. Un beneficio que duró varios años y proporcionó un espacio de discusión excepcional. Ya por esos tiempos nos habíamos separado un poco, las preferencias de ambos se orientaban en sentidos un tanto diferentes. Pero siempre, lo digo como vocero de ese grupo inicial de sus alumnos, le guardamos un afecto que se mantiene activo.

En Venezuela tenemos el problema de que los altibajos de un país que pareciera nunca encontrarse consigo mismo alejan a la gente. Siempre ha pasado, es mi experiencia de vida, lo que hoy se ha exacerbado: se construyen distancias que apagan un poco las virtudes íntimas que están en el origen de las afinidades. Las de Martín eran notorias y hace podo intenté sugerírselo junto a mi agradecido recuerdo de un pasado personal pero ya su conciencia había empezado a evadirse. Supe de una exposición reciente de sus dibujos a la cual no pude asistir entre otras cosas a causa de mi auto-reclusión, efecto de un intento de secuestro, que me hace difícil vivir la ciudad. Oí entusiasmados elogios a unas acuarelas que fueron publicadas en un libro. Aquí muestro una de ellas.

Concluyo con lo que he dicho otras veces: para toda sociedad es esencial abrir espacios para el hacer. Y es el saber hacer lo que le dará consistencia a su cultura. Martín Vegas Pacheco fue un ejemplo de ese atributo. Ese es el principal legado que nos dejó a los que fuimos sus alumnos.

En las fotografías inferiores:
El Edificio Polar y el Teatro del Este, de Vegas y Galia en 1955, Caracas

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