ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Todos los que disentimos del Poder Público establecido en la Venezuela de hoy somos objeto de escarnio desde todos los ángulos por parte de cualquier alto o mediano funcionario del régimen y con seguridad por todos aquellos que aspiran hacer carrera política en el partido único de gobierno. Y se hace con una violencia verbal que parece no tener límites. Se sigue el ejemplo del Caudillo, quien ha hecho de esa violencia un escudo protector. Y todos sabemos por simple sentido común o por recurrir a pensadores que se han ocupado del tema, que la violencia verbal engendra violencia física. Y si hablamos de pensadores podría bastarnos con la siguiente aseveración de Ludwig Wittgenstein que otras veces he mencionado: «Las palabras son hechos».

También sabemos que hay gente en el Poder, o que camina con él, que está consciente de que el esfuerzo por reducirnos a una masa informe merecedora de las peores descalificaciones no es más que un recurso político-ideológico. Y no se sienten cómodos con el uso grueso de la ideología porque atenta contra su visión ética de las relaciones humanas. Pero ellos, como digo en la nota de hoy «actúan del modo en que creen que se espera que actúen». Son sujetos de un «marco de referencia».
Estimular la violencia saben ellos que no conduce sino a más violencia o, como en el caso de los episodios de violencia urbana a los que aludo en la nota, cuando se dan condiciones extremas en ambientes marcados por la tensión social y los resentimientos que proliferan en la despiadada dinámica de una ciudad como la nuestra, terminan generando terribles tragedias producto del escape incontrolado del odio social y personal.

Por otra parte, como gente que ha reflexionado sobre la ciudad, tienen que saber que la tarea de alcanzar una calidad de vida aceptable en las zonas marginales de Caracas y sus alrededores para contribuir a vencer la violencia en sus múltiples expresiones, no se logra con la exclusión sistemática como práctica política. Porque aleja la posibilidad de actuar con profundidad y continuidad. Y eso los obligaría a disentir o pedir rectificaciones.

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Cualquiera me podría decir, desde su confianza revolucionaria, que hay mucha distancia entre las convicciones y procederes nacional-socialistas alemanes de hace tres cuartos de siglo y las de un buen soldado de la revolución marxista que se ha dicho que cursa en Venezuela. Y respondo que la fabricación ideológica de un enemigo hacia el cual se practica la violencia es exactamente la misma, que no hay ninguna diferencia de corte moral. Se lo hago notar a aquellos con quienes compartí en el pasado ciertos principios éticos: son cómplices y pueden incluso ser verdugos, eso se puede «esperar de ellos».

Hasta en los modos de proceder frente a la «opinión internacional» hay una semejanza sorprendente. El oficial alemán Rothkirch en una conversación de prisión a fines de la Segunda Guerra, dice según el libro que describo en la nota: «Ahora hay que trabajar en eso, en que la gente nos tenga confianza y evitar todo lo que pueda irritar a la gente otra vez, porque primero les tenemos que mostrar: Niños, queremos colaborar para un mundo razonable» ¿No está allí presente una hipocresía análoga a la que desde aquí se maneja para granjearse las simpatías extranjeras, aderezada con el dinero petrolero, la apariencia de legalidad y, por supuesto, la ausencia de una situación de guerra? Respondida además con la misma hipocresía por todos (¡!) los mandatarios de América del Sur. Varios presidentes latinoamericanos acuden solícitos a La Habana a enterarse de lo que se le niega a todos los venezolanos: el estado de salud de su Presidente. Secreto que demuestra más que cualquier cosa la índole del régimen que aquí actúa. Más aún, el asesor especial internacional de la Presidenta Roussef, Marco Aurelio García, marxista militante, acude también a La Habana para presentar sus respetos una vez más a la dictadura más longeva del mundo occidental, contradiciendo los valores democráticos que su país favorece. Y Chile, país que recibió de la Venezuela democrática un apoyo explícito frente a la dictadura de Pinochet, no muestra ningún asomo de reciprocidad. Nadie en resumen se atreve a denunciar la clara violación constitucional que aquí ha tenido lugar, y menos aún el personaje que dirige la OEA, chileno supuestamente democrático.

Dice el Coronel Hittel en el libro ya comentado:…»la buena clase de criminales que todo Estado necesita está ahora entremezclada…somos 50% de gente decente y 50% de criminales». Lapidaria confesión que nos lleva a la contradicción permanente en todo régimen totalitario o con pretensiones de serlo que privilegia la lealtad política sobre la integridad moral. Y si nos quedan dudas vale recordar la reciente polémica en la cual el admirador externo de la «revolución», el sociólogo alemán Heinz Dieterich (1943), residente en México, cuestionó inequívocamente la honestidad de uno de los altos personajes que esperan aquí, como herederos potenciales, la recuperación del Caudillo.

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La pérdida sistemática de calidad de vida urbana y la lucha por la supervivencia en nuestras áreas marginales crean el mejor escenario para el avance implacable de la violencia criminal en Venezuela. Y las reflexiones que uno orienta hacia la política tienen un obvio correlato en los grandes errores y omisiones del modo en que el régimen actúa en la ciudad.

Ocupa lugar destacado en este cuadro la Misión Vivienda que se lanzó con recursos tan grandes como su improvisación.
Ya comienzan a percibirse en Caracas sus efectos. Surgen en distintos puntos de la ciudad edificios aislados decorados con color rojo. Son volúmenes prismáticos horadados por ventanas cuadradas deslizantes (la misma en todos los ambientes) que dejan sólo para ventilación la mitad de su superficie; en algunos casos sus pisos superiores los cubren techos inclinados livianos con voladizos que no se sabe bien la tarea que cumplen, aparte de simular una señora de cuerpo feo con busto y cabeza extravagantes. En los que se han terminado y ocupado, sus habitantes conviven ya en medio de tensiones donde según la prensa se incluye el crimen. Y en varios casos reportados ha habido enfrentamientos violentos con los vecinos inmediatos.

Resalta ahora la total ausencia de vínculos del programa con una idea de ciudad, de espacio público o de servicios de apoyo recreacionales o educativos. Una demostración por el absurdo de que vivienda y ciudad no pueden disociarse. Y no sólo es absurdo sino inexplicable que la invasión de la Torre Confinanzas, caso explotado cínica y hábilmente por una oficina de arquitectura que consiguió el apoyo de los miembros del Jurado hasta lograr un premio en la Bienal de Venecia 2012, no haya sido visto por la Misión como problema a resolver. Tal vez porque no se deseaba molestar a la estructura mafiosa y criptocriminal que soporta este monumental desafío a la lógica, o se considera demasiado complicado para un programa que rinde culto a lo expeditivo.
Se va configurando una demostración más de que actuar con Poder total respondiendo sobre todo a la presión política a partir de una visión profesional autocomplaciente, no lleva a buen puerto. El deseo de halagar al Jefe y actuar según el «marco de referencia» conformado por fantasías revolucionarias, distorsiona todo propósito, por positivo que sea.

VIOLENCIA EN LA CIUDAD Y EN EL ALMA
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 26 de Enero de 2013)
Oscar Tenreiro

La escalofriante noticia del Martes pasado acerca del linchamiento en un barrio de Ocumare del Tuy, aquí mismo en las afueras de Caracas, con indecible bestialidad, de un funcionario de la policía científica que había participado en una redada, sumada a la de que en Caracas, en la urbanización 23 de Enero, miembros de un colectivo revolucionario ejecutaron a tres jóvenes, uno de ellos lanzado por una ventana, mientras cómplices de la ejecución impedían (¿?) la entrada de la policía, también revolucionaria, a la zona, nos afecta enormemente y nos plantea una acuciante pregunta: ¿si cosas como éstas no mueven a reconsiderar posiciones sobre lo que está pasando en Venezuela, qué otros horrores se están esperando para hacerlo?

Leo en estos momentos «Soldados del Tercer Reich» de Sönke Neitzel y Harald Welzer, un libro que examina las actitudes de los soldados alemanes ante los espantosos crímenes en los que participaron, incluyendo los relativos al exterminio judío. Es un libro estremecedor porque revela de qué manera el ejecutor del crimen, el participante activo, adelanta su tarea sin hacerse ninguna pregunta sobre el sentido de lo que hace. Formula eventuales críticas a los procedimientos y la agitación mental y física que la acompaña pero hasta allí; lo demás no lo cuestiona. Los autores plantean que estos hombres basan su juicio en un marco de referencia, categoría sociológica definida originalmente por el sociólogo austríaco Alfred Schütz (1899-1959), marco que configura sus juicios, en este caso el que deben a la ideología del nacionalsocialismo nazi y su expresión militar, con lo cual sus conductas son en realidad lo que se espera de ellos sin que interfiera ningún tipo de cuestionamiento moral. Insisten los autores en que «en realidad el ser humano actúa del modo en que cree que se espera que actúe».

II
Y ante estos terribles acontecimientos que se suman a muchos similares en estos años recientes, cabe preguntarse dos cosas principales: una, si es posible aceptar que la propaganda del régimen hable con orgullo de haber «reducido la pobreza» cuando persisten y han aumentado a la vista de todos, las miserables condiciones de vida en las zonas marginales de todas nuestras ciudades, espacios en los cuales se convive con el asesino, con el traficante que extorsiona, con el malandro cruel que sale a matar gente y da título al libro de Alejandro Moreno, convivencia que obliga a las familias a hacer constante equilibrio, precario y erosionador de la psique personal, entre lo normal y lo anormal, lo doméstico-pacífico y lo público-violento, haciéndose sujeto, precisamente, de un marco de referencia según el cual a la violencia se responde siempre con la violencia o se convive con ella, con todas las consecuencias psicológicas que ello produce. Y lo segundo, de una importancia decisiva, si la prédica excluyente que desde lo más alto del Poder ha dividido a los venezolanos entre buenos y malos según estén o no con el Caudillo, recurriendo además a los calificativos más violentos, discurso que en múltiples versiones se trasmite y disemina por una red de medios que cubre todo el país, no es en fin de cuentas sino una analogía clara de lo que el nazismo hizo para cumplir sus fines de predominio y exterminio racial y político.

III
Por un lado, pues, se nos presentan con toda su crudeza las consecuencias de la promiscuidad social del mundo marginal, encarnada en fragmentos de ciudad degradados a los cuales, dicho sea de paso, la llamada «Misión Vivienda» que adelanta el régimen ni siquiera ha dirigido una mirada ( y tampoco, por cierto a la internacionalmente famosa «Torre de David»). En uno de esos fragmentos ubicado en El Tuy, una zona donde como lo hemos dicho muchas veces no existe la ley, fue el escenario donde se produjo el salvaje linchamiento del funcionario policial.

Y el otro lado habla de las impredecibles consecuencias de la pedagogía negativa que se maneja desde el Poder, claramente antidemocrática y caracterizada por la promoción de una exclusión drástica, insultante, ajena a toda práctica democrática. Violencia verbal cuyo correlato inevitable es la violencia física. Ya hoy comienza a ser imposible pasar por alto el papel destructivo de esa permanente agresión hacia los otros que impulsa a la exclusión de modo sistemático y en clave ideológica.

Son dos caras de la realidad actual que conducen a la definición de ese marco de referencia en el cual la violencia contra el otro está justificada o promovida. Caracterizado por la legitimación de la violencia física que arranca en el mundo de la vida de las extensísimas zonas marginales del país y se suma a la que está implícita en el fondo y la forma del discurso desde el Poder. Es así como se favorecen y podría decirse que se estimulan los dos infortunados eventos que mencionamos al principio. Se trata de un escenario social que nos amenaza a todos, y lo que es peor, puede salirse de control y llevarnos a tragedias aún más notorias.

Y de ello parecen no percatarse los altos funcionarios del Régimen. En la manifestación oficialista del pasado 23 abundaron de nuevo las descalificaciones, acusaciones, inventos sobre supuestos atentados para atizar el odio indiferenciado contra la oposición, tal como si ese fuese el único medio de afirmar la lealtad hacia el Líder ausente. Conductas irresponsables que no puede aceptar quien aspire que seamos algo más que un laboratorio para someter a prueba un modo de ejercer el Poder.

Lo dos episodios que motivan estas líneas nos hablan de un país presa de una crisis social de enormes proporciones. Son tragedias que llaman a la rectificación desde el dolor de quienes las han sufrido. No podemos dejar de oírlas.

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