ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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El tema de los pensadores supuestamente ilustres y sus simpatías con la injusticia cuando ésta se enmascara con la ideología es viejo y hasta trillado. Pero cuando se sufre en carne propia se hace insoportable porque descubre abruptamente la vanidad de los prestigios y el poco valor que en definitiva tiene ser acucioso, estudioso, tenaz e incluso abnegado, si se evita responder al llamado a hacerle frente a una situación de abuso y de presión contra el más débil ante la cual no puede aceptarse la tibieza.

He mencionado varias veces este pasaje del Apocalipsis (3,16): «Yo sé lo que vales: no eres ni frío ni caliente; ojalá fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio, ni frío ni caliente, y por eso voy a vomitarte de mi boca.» Aparte del contenido estrictamente religioso, es un pasaje estremecedor porque toca uno de los temas esenciales en todo ser humano, el de la obligación de responder ante los hechos, a detener por ejemplo la mano del que abusa o sojuzga. Asunto este último que es sencillo cuando se trata de lo evidente, de lo cruento, del abuso directo usando las innumerables formas de la sevicia humana, pero se torna mucho más difícil cuando las apariencias ocultan la verdad.

¿Y es posible admitir que al académico, al ilustrado, al profesor prestigioso lo convenzan las simples apariencias? Sí, es la decepcionante respuesta, porque la acuciosidad, la pasión por el estudio, la tenacidad e incluso la abnegación pueden estar disociadas de una ética fundada en los derechos de la persona, concepto que en los medios académicos pugna por no ser oscurecida por la primacía de lo colectivo, por el culto a la impersonalidad de los «procesos sociales», por una visión de la cultura y del conocimiento simplemente erudita.

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Ya no del Académico o del estudioso, sino del artista, ha habido a través de la historia innumerables ejemplos de sujeción al Poder, al poderoso o al que lo representa. Si en el pasado la principal razón de esa adhesión se justificaba por la organización social que colocaba al artista, siempre, al servicio del Poder Institucional; en los tiempos actuales, dejando de lado la situación que se vive bajo autoritarismos o totalitarismos, cuando el artista se suma al Poder o al poderoso lo hace movido por otros impulsos, entre los cuales son sin duda los de carácter ideológico los más notorios. Eso explica que Pablo Neruda, miembro en un tiempo y luego simpatizante activo del Partido Comunista, haya incurrido en el detestable error de escribir una Oda a Stalin, acto que junto a otras veleidades polémicas echan sombra sobre su comprensión del mundo, porque señala no ya una preferencia ideológica sino pura y simple ceguera frente a la verdadera naturaleza de uno de los más grandes genocidas de la historia. Pero hay muchos otros casos igualmente notorios entre grandes artistas. Richard Strauss (1864-1949), fue nombrado presidente en 1933 de la Cámara de Música del III Reich la cual fue responsable nada menos que de la prohibición de tocar públicamente música de compositores judíos. Su defensa de Stefan Zweig, judío, como libretista de su ópera «La Mujer Silenciosa» se dice que ocasionó su dimisión a esa Cámara e inició relaciones tensas con el Régimen, lo cual no impidió que participara como Director de la orquesta en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1936 que interpretó ese día su Himno Olímpico en presencia de Adolf Hitler. Desarrolló después una relación entre aquiescencia y rebeldía con el Poder dictatorial hasta llegar a describir en su diario al nazismo como «bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura». Alejo Carpentier (1904-1980), lo he escrito otras veces, eligió sumarse a la Revolución Cubana como funcionario dócil y hasta propagandista; y el hecho de que se resignara a ese papel mientras vivía fuera del desastre de la isla gracias a su refugio en la Embajada de Cuba en Francia entregado a sus gustos y placeres afrancesados, puede ser la razón de que haya decaído de manera tan violenta su calidad como escritor, porque si bien conservó un estilo atractivo y sugerente regado siempre con chispas de penetrante erudición, nunca regresó a los niveles de novelas como «El Reino de este mundo» escrita en 1949.

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Y podríamos seguir en la enumeración, aunque prefiero detenerme en un par de personajes nuestros: José Antonio Abreu, creador del Sistema de Orquestas venezolano y Gustavo Dudamel, director de orquesta, ambos muy celebrados, habiéndose convertido Dudamel en una especie de descubrimiento como portador de una frescura y un ímpetu en la interpretación digno de innumerables elogios, mientras que Abreu ha recibido premios internacionales que deben superar la decena y cuenta con un prestigio que le ha permitido obtener financiamientos externos muy importantes, aparte de la generosísima subvención que la Dictadura Constitucional venezolana le ha garantizado. Esta última no sin exigencias por supuesto, entre ellas la de sumarse a la propaganda oficialista y en algunos casos ser el protagonista. Con lo cual el valor del Maestro como dedicado impulsador de un movimiento que tiene varias décadas y que de ninguna manera es mérito exclusivo de la Dictadura actual lo oscurece su disposición a ser utilizado. Y en cuanto a Dudamel es digno de asombro y suscita un rechazo tajante el que desde su nuevo papel de estrella internacional no tenga reparo a figurar en situaciones que recuerdan lo de Ricardo Strauss, aunque estemos conscientes de las inmensas diferencias de valor artístico, que tal vez por lo inmensas convierten su actitud y la del Maestro Abreu en lamentables caricaturas. Que contrastan con la digna posición de una pianista interesante y también conocida internacionalmente como Gabriela Montero, quien no ha despreciado ninguna ocasión de hacerse vocera de las aspiraciones democráticas de nuestro pueblo.

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Lo que hemos vivido aquí en las últimas semanas en Venezuela es de una importancia decisiva para América Latina y me atrevo a decir para el mundo en general. Por una parte se quita definitivamente la careta la Dictadura Constitucional que nos rige, empezándose a configurar de modo más decisivo su vocación totalitaria, y se derrumba todo el edificio presumiblemente ideológico que la soportaba. Y también se perfila con mucha fuerza una oposición política pacífica y de enorme raigambre popular que decide resistir y se enfrenta a un aparato de presión y de manipulación del ciudadano de dimensiones tan grandes como el río de dinero con sus ramificaciones de todo orden sobre el cual ha basado su poder. Un Poder fundamentalmente corrompido y penetrado por intereses cruzados y contradictorios entre los cuales uno de la mayor importancia es el de la Dictadura cubana que ve en el estado de cosas venezolano una forma esencial de subsistencia.

Para darse cuenta del punto de extrema gravedad en el cual estamos, basta observar los alcances de la perversa e ilegítima campaña de descrédito que desde los más altos niveles del Poder se emprende en contra del candidato opositor, ya para nosotros y para millones de venezolanos el verdadero ganador de unas elecciones que han sido objeto del fraude continuado más escandaloso de la historia de este continente; y además de ello la postura contraria a las leyes de los más altos personeros del Estado desatando la persecución política contra todo beneficiario de los programas de asistencia social públicos «sospechoso» de haber votado por la oposición. Todo ello utilizando la mentira como arma fundamental.

Ante una situación así estamos necesitados, ahora más que nunca, de la solidaridad internacional.

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Y concluyo con la definición de Dictadura Constitucional en Wikipedia:
«La dictadura constitucional es la forma de gobierno en la que, aunque aparentemente se respeta la Constitución, en realidad el poder se concentra de manera absoluta en las manos de un dictador (y en ocasiones en las manos de sus cómplices), controlando éste, directa o indirectamente, los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. El mecanismo mediante el cual se mantiene el aparente respeto a la Constitución se denomina fraude constitucional: un ejemplo es el fraude electoral.»

Exacta descripción del Régimen actual venezolano.

CEGUERA ACADÉMICA
Oscar Tenreiro
(Publicado en le diario TalCual de Caracas el 27 de Abril de 2013)

Hace ya un buen número de años, atraído por algunas lecturas que lo mencionaban (Lezama Lima el cubano, por ejemplo) me acerqué a la obra de Gianbattista Vico (1668-1744) filósofo italiano que para muchos fue el fundador de la filosofía de la Historia. Tuve oportunidad de leer «La Ciencia Nueva», su obra más importante, y un poco después su Autobiografía. Quedaron en mí de esas lecturas unas cuantas cosas que después me han servido de soporte invalorable. Cosas expresadas de manera sencilla como siempre ocurre con el pensamiento de mayor abolengo. Entre las cuales destaco la diferencia que establece entre lo Cierto y lo Verdadero, enfoque que me hizo bautizar con ese nombre al blog en el que aparecen estos escritos semanales; su convicción de que existe un plan superior que rige los procesos históricos, lo que él llama la marcha general de las cosas; y muy especialmente su desconfianza del mundo académico. Porque allí en ese mundo, donde debe reinar el pensar, a menudo prosperan en ciertas condiciones y respondiendo a particularidades del momento histórico, puntos de vista que por lo elaborado de su disfraz, construido con retazos de hechos ciertos alejados sin embargo de la búsqueda honesta de lo verdadero, se convierten en esquemas de opinión que limitan y desorientan. A eso deseaba enfrentarse Vico con sus reflexiones; y de modo audaz y mucho coraje para su tiempo bautizó como la confabulación de los doctos a esa especie de asociación inerte de lugares comunes que se dan por verdaderos sin serlo gracias al prestigio que les confiere la simpatía de los Académicos.

El concepto de confabulación de los doctos fue para mí referencia central en un texto escrito hace ya demasiado tiempo donde abordaba el tema de las debilidades de la crítica de arquitectura, que se mostraban en la irrupción escandalosa de medias verdades que caracterizó los tiempos del post-modernismo.

Una de las razones de esa suerte de rigidez en torno a asuntos que se dan por sentados sin examinarlos con mínima profundidad, está sin duda en la cuestión ideológica, la cual planea siempre como tentación en el ámbito de las ciencias sociales puesto que en el dominio de la ciencia natural lo ideológico es irrelevante. El marco ideológico puede determinar los puntos de partida, las referencias intermedias y hasta los objetivos de cualquier estudio breve o ambicioso, transformándose con más frecuencia de lo deseable en un marco rígido. No importa cuan erudito, sistemático e ilustrado pueda ser el Académico, el profesor, el investigador, el scholar (como se dice en inglés), siempre lo acecha la tentación de reducir sus conclusiones para calzar en el marco ideológico con el cual se identifica.

II
Es la situación que vivimos los venezolanos lo que me impulsa a hablar de este tema, a partir de mis experiencias recientes frente a Académicos de quienes esperaba solidaridad.

Regidos como estamos por una Dictadura Constitucional que se viene construyendo por más de una década no entendemos la simpatía hacia el creador original de nuestro estado de cosas, hoy el Ausente. Representantes del mundo académico, algunos apreciados con justeza, otros menos, se explayaban ocasionalmente en demostraciones públicas de simpatía. Como fue el caso de Noam Chomsky, a quien por lo visto le bastó que el Ausente le dijera que lo había leído (¿cierto?) para que no ejerciera prudencia alguna en la expresión de sus simpatías hacia él, reviviendo en nosotros la imagen histórica de Martín Heidegger como seguidor del nazismo, punto de referencia permanente que señala el drama del pensador que suspende el pensar sacrificándola a sus debilidades personales.

Y es que no deja de sorprenderme que la misma coincidencia en los lugares comunes del momento que caracterizaban a la crítica arquitectónica postmodernista de rango académico prevalezca en forma análoga en el plano político a propósito de los atributos de fenómenos políticos que ocurren en países distantes cuyo carácter positivo es igualmente un lugar común. Sociedades que se ven a lo lejos desde la tranquilidad de una posición académica confortable, lugares de los que se dice que el Poder lo manejan los buenos o donde, como en el caso venezolano, se habla de una revolución esclarecida. El marco ideológico se convierte en filtro para el juicio de valor, sin cuestionar o indagar más allá, de pasar por encima de lo aparente, de conocer, virtudes que se suponen comunes en la vida académica. Se llega incluso a desdeñar el valor de los derechos democráticos suponiéndolos secundarios en una sociedad que suponen en trance de liberación. Una premisa que se presume cierta porque se ajusta al marco ideológico afín, aquel en el cual ha afirmado sus puntos de vista respecto a lo contingente, al devenir más inmediato, alejándose conscientemente de lo que es verdad. Sucumbe al temor de romper el cerco de la confabulación, de manifestarse libremente sin miedo a ser etiquetado como simpatizante de oscuros motivos. El académico se convierte así en uno de tantos, sustituye su persona, la máscara del rigor y el razonamiento, por la de la camaradería ideológica. A su pesar se descubre en él lo vano de las jerarquías adquiridas en esa especie de burocracia de las solemnidades que puede ser el mundo académico.

Eso he aprendido ahora, o mejor dicho, he vuelto a aprender porque ingenuamente lo había olvidado, cuando me dirigí a un par de colegas extranjeros esperando de ellos solidaridad con los demócratas venezolanos. Olvidaron la frase de Desmond Tutu el Arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo, Suráfrica que circula mucho en estos días venezolanos: «Si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor»

Martín Heidegger (1889-1976), simpatizante del nazismo y filósofo de alcurnia: contradicción insalvable.

Martín Heidegger (1889-1976), simpatizante del nazismo y filósofo de alcurnia: contradicción insalvable.