ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

oscar-tenreiro-Mano-abierta

He tratado en este espacio, una y otra vez, de comunicarle a los no venezolanos que leen estas líneas, hasta qué punto se han sobrepasado aquí todos los límites. He hecho un esfuerzo por comparar el grado de absurdo de situaciones como la de los Emiratos del Medio Oriente, la de Kazajistán, o la de Arabia Saudita, países en los cuales la riqueza petrolera ha servido para hacer escenografía, con el absurdo nuestro, un país de agresivo capitalismo sub-desarrollado disfrazado de revolucionario. Si los países nombrados se empeñan en edificar ficciones a base de escenarios urbanos radicalmente ajenos a las culturas que los soportan, en el nuestro se inventó un escenario virtual a base de esquemas jurídicos sin contenido apoyados con dinero para burocracias, discursos que sustituyen realidades, subsidios multimillonarios para todos los gustos que suplen al trabajo estable y crean empresas muertas al nacer, sistemas educativos inflados a la fuerza y de ínfima calidad, y un festival de corrupción, democrático porque es para todos los amigos, como pocos se han conocido en cualquier historia nacional. La economía del país se ha destruido hasta el punto de que lo que más ha abundado, las divisas extranjeras, ahora escasean, tenemos la inflación más alta del mundo, no hay papel higiénico (un detalle revelador), no hay automóviles para comprar y los que hay cuestan fortunas, se importa el 80 % de nuestros alimentos, se regala la gasolina mientras hay que comprar parte de ella a precios internacionales, y nos abruma el crimen.

Porque la delincuencia ha llegado a unas cotas realmente espeluznantes estimuladas por los muchos años de impunidad e incluso de estímulo desde las fracturas corruptas de un Régimen que, aparte de haber ideologizado el uso de la violencia, ha estimulado la impunidad y la ausencia de límites legales. Compruebe usted la gravedad de lo que ocurre haciendo contacto con cualquiera de estos dos links: el de Radio Netherland donde entrevistan a una periodista venezolana secuestrada o el de su blog (su nombre es María Gabriela Ibáñez) donde podrá leer el artículo » Venezuela: ¿Tenemos Patria o un País en guerra declarada? «.

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Dentro de este panorama destaca de modo radical la historia que ocupa la nota de hoy y sobre la cual me he ocupado en otras oportunidades: la Misión Vivienda en Caracas, operación formulada en términos tales que resulta difícil darles credibilidad, a menos que sea la que le otorga la voluntad política apoyada con la disponibilidad obscena de dinero, rasgo de cualquier petroestado.

Pero lo que me parece más relevante para comentarlo es el silencio de la comunidad profesional ante lo que significó esa operación. Hasta qué punto se toleró calladamente lo que era un error de bulto, demasiado evidente para pasarlo por alto. Se revelan en ese silencio las múltiples caras de la fragilidad de una sociedad como la nuestra, en la cual pareciera posible que se haga real cualquier capricho, cualquier estridencia, sin que nadie se asombre demasiado.

Por una parte, lo he destacado anteriormente, está el estupor de quienes han discurrido durante décadas sobre los programas venezolanos de vivienda, los «viviendistas» podría decirse, gentes que se ocupan de lo que debe hacerse, han discutido lo hecho y han propuesto modos de hacer; dejando de lado por desgracia cualquier consideración arquitectónica. A este tipo de expertos se debe, si hablamos del pasado anterior a los quince años bolivarianos, el que desde la etapa del Taller del Banco Obrero creado en 1946 y dirigido por Carlos Raúl Villanueva durante un tiempo que terminó a mediados de los años cincuenta, el que desde ese momento, repito, hasta ahora, no haya sido posible abrir a la participación de los arquitectos el inmenso y necesitado territorio de la llamada «vivienda de interés social». En efecto nunca se instrumentaron adecuadamente mecanismos dirigidos a abrir espacio de participación dentro de los programas públicos para los arquitectos, quedando las responsabilidades siempre en oficinas gubernamentales que se limitaban a insertar edificios-tipo sin consideración ninguna hacia proyectos urbanos específicos o a merced de los vendedores de sistemas constructivos ávidos de contratos que proponían conjuntos de «parcelamientos» en los que se lanzaban las unidades por ellos concebidas rodeadas de espacios yermos sin propuesta alguna de espacio público y por consiguiente de forma urbana. Esos viviendistas, decía, se vieron ante la Misión Vivienda asediados de estupor porque carecían de argumentos para discutirla. Había uno, el más elemental, que estaba ciertamente a la mano, me refiero al de los servicios, o mejor dicho, la ausencia de los servicios urbanos como componente del plan; pero ante eso no podían sino regresar a tiempos anteriores para darse cuenta de que nunca, jamás en el interregno entre el TABO y el advenimiento del «bolivarianismo» ese aspecto había sido tomado en cuenta con seriedad y de modo sistemático. Y como en esa época no habían dicho mayor cosa, muy poco se habían hecho sentir en el sentido crítico (¡consideremos que es un período nada menos que de cuatro décadas!) decidieron callar también, por el momento, ante lo que se hacía evidente en los planes para Caracas. Y lo demás, la organización de la vivienda, la necesidad o no de balcones, la importancia de la Planta Baja, la protección del sol mediante una orientación preferencial, la ventilación cruzada tan esencial en el trópico, los registros visuales entre unidades, el aislamiento acústico, la separación de accesos para evitar exceso de densidad servida, el uso de materiales durables, la selección de tipos de ventanas, etc. etc., todos ellos elementos arquitectónicos, nada de eso consideraron porque nunca fueron temas a los que asignaron peso. ¿Cómo podían entonces hacer críticas fundadas a la Misión Vivienda si en el rubro del número, de la cantidad de viviendas que iban a construir, la Misión rebasaba todo lo que se había hecho anteriormente, en cierto modo apabullaba?

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Y es necesario preguntarse ¿cómo es posible que exigencias arquitectónicas mínimas en relación a la vivienda, que estuvieron permanentemente presentes en el discurso y la acción, lo recuerdo con insistencia, en tiempos del TABO, que además vienen de una inmensa tradición de experimentación y prueba en realizaciones de vivienda en todo el mundo occidental, hayan venido siendo ignoradas o soslayadas a lo largo de décadas (con las debidas y honrosas excepciones) hasta llegar a ser olvidadas definitivamente como materia de discusión o de valoración de un programa de vivienda? ¿Y que sea sólo ahora cuando, tímidamente, se alzan críticas centradas en lo más evidente, la carencia de servicios, dejando todo lo demás, de nuevo, en suspenso?

Me parece evidente que la respuesta está en la debilidad de las tradiciones arquitectónicas venezolanas, debilidad asociada a la entronización, casi idolización de los antivalores del populismo.
Porque si nos centramos en esto último veremos que el tema que se coloca en primera plana, siempre, en la discusión pública venezolana es el de la cantidad. De la calidad sólo se habla para denunciar paredes que se descascaran o grietas en las edificaciones cuando son evidentes vicios constructivos, pero para nada más.

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Esa situación tiene que cambiar. Tal vez ha llegado el tiempo en el que madure una concepción de la vivienda que le de el valor indispensable a los temas arquitectónicos mientras se ocupa en forma seria y sistemática de los distintos aspectos de la conformación del espacio público, tema este último en el que tampoco los viviendistas se han interesado más allá de mencionar que se necesitan espacios de juego para las comunidades. Porque es mucho más que espacios de disfrute pasivo, de juego o de deporte, es también y sobre todo la necesidad de formar ciudad, de ayudar a la ciudad, de construir ciudad, algo que ha ignorado de modo impúdico la Misión Vivienda en Caracas.


OPORTUNIDAD -OPORTUNISMO
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 3 de Agosto de 2013)

Una de las cosas que se dice acompaña la virtud de la prudencia es la de tener sentido de la oportunidad, cualidad que lleva a hacer observaciones buscando el momento más propicio para que sean escuchadas. Pero a veces la espera de la oportunidad se convierte en oportunismo, el que impulsa a actuar cuando hay cierta confusión, cuando lo que se dice se confunde con otras voces y se atenúa la responsabilidad personal, se corre menos peligro si la observación es políticamente incorrecta.

Es fácil pensar estas cosas a propósito de la controversia que entre un puñado de amigos de la revolución, puñado sin embargo altamente significativo en términos de prestigio profesional y por supuesto de adhesión a las causas redentoras del pueblo, se ha desatado respecto a la Misión Vivienda y sus alcances específicos en Caracas. Una voz ciertamente inesperada porque hasta el momento había estado muy silente ante los desmanes gubernamentales, se ha alzado con críticas duras, algunas sobre lo más obvio, otras más bien gruesas, que recalcan lo que ya todos sabíamos, aunque pocos lo hayan dicho públicamente: que lo que hace la Misión Vivienda en Caracas es malo. Así de simple.

Y los altos funcionarios aludidos respondieron con tal pobreza de argumentos y tan en clave defensivo-dogmática que volvió a reproducirse lo que ha sido característico de la defensa de la acción del Estado venezolano en estos larguísimos quince años: se acusa al oponente de coincidir con lo más oscuro, se hacen protestas de apego a los más puros credos revolucionarios…y se esquiva el núcleo de la cuestión a base de retórica vacía. Puro y negro dogmatismo, al estilo de las facciones más reaccionarias de la historia.

II
¿Porque quien podría dudar que hacer lo que se hizo, es decir y resumiendo, hacer un censo de todos los terrenos sub-utilizados en un sector de la capital de un país, seleccionado sólo porque es dominado políticamente por el gobierno sin importar su nivel económico o su contexto, confiscarlos o expropiarlos (nunca se ha aclarado) y hacer sobre ellos edificios de alta densidad, sin espacios libres en planta baja, sin estacionamientos, de viviendas mínimas con un sólo tipo de ventanas para gentes de los más bajos niveles de ingresos (y en muchos casos sin ingresos), prescindiendo de una visión de conjunto, sin previsión de servicios en el sector, es un plan herido de improvisación y arbitrariedad, es un mal plan? ¿Que se reconoce públicamente que no fue planificado porque había premura (elecciones) con lo cual se siguió el ejemplo del inversionista privado? ¿Y todo ello además hecho con absoluto secretismo, ocultamiento de cifras, de procedimientos, sin rendimiento de cuentas?

Más bien es el momento para preguntarse cómo es posible que no haya habido anteriormente una masiva protesta de las gentes ligadas al mundo de la arquitectura y la ciudad exigiendo explicaciones. Porque viene a confirmarse con ese programa lo que ha pasado en Venezuela en muchos otros aspectos de la gestión bolivariana: se han rebasado todos los límites, se ha procedido con una arbitrariedad incluso desconocida en las dictaduras de derecha más notorias de la historia reciente, como que si el dominio de todos los poderes públicos unido a las simpatías de la izquierda reaccionaria internacional, fuese licencia suficiente para actuar con total desparpajo. Para, como lo reconoce hasta el venezolano más sencillo, hacer lo que les da la gana.

Y hablo del momento porque es necesario reconocer que durante por lo menos dos años, hubo una impresionante escasez de razones críticas desde el mundo institucional (sean asociaciones profesionales, institutos universitarios, organizaciones no gubernamentales) respecto a la Misión Vivienda en Caracas, registrándose sólo tomas de posición personales siempre atacadas y devaluadas por los grandes jefes que hoy se defienden de sus compañeros de ruta.

III
La ausencia de crítica formal en el momento en el que se lanzó la Misión no es distinta de la anomia generalizada que ha hecho presa de la opinión venezolana en estos tiempos, pero de todos modos abre mucho espacio para preguntarse acerca del punto en el que se encuentra el pensamiento sobre la ciudad y la vivienda en la comunidad profesional venezolana. Porque no es éste el único tema en el cual las cosas han sido llevadas sin debate y manejadas de manera unilateral. Hay otros y no necesariamente vinculados a los planes del Régimen. Parece imponerse con demasiada facilidad un patrón de comportamiento que busca devaluar en lo posible cualquier opción que difiera de lo que piensan quienes asumen el rol de promotores. El debate deja así de tener sentido porque se convierte en oposición de opciones en lugar de búsqueda de un tipo de síntesis.

Ya habrá tiempo para que, retomado el camino democrático, se trabaje en un esfuerzo de superación de este hábito tan característico de una Venezuela crepuscular que parece negada a la apertura de modos realmente dinámicos, transparentes y nutridos de pensamiento. Pero por lo pronto regresemos a la polémica intramuros.

No dudo en calificarla de irrelevante e insincera y por supuesto oportunista. Me pregunto si se hubiese planteado así en tiempos de vida del Gran Conductor, cuando el más alto representante de la Misión Vivienda en Caracas presumía de ser su Ungido Mayor. No lo creo. Hubo por parte de los que ahora se pronuncian demasiadas protestas de fidelidad a esa figura máxima como para que atacar a uno de sus preferidos no hubiese sido peligroso. Por eso, en todo este asunto hay algo que no convence. Y para no decir que algo está podrido, no en Dinamarca sino aquí, digamos al menos que hay gato encerrado.