ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Guardo entre mis papeles varias carpetas de cartas que pertenece a una época temprana de mi vida entre los 19 y 21 años. Son las que intercambiaba con Delia Picón Cento, chilena y venezolana, a quien había conocido en Brasil, Noviembre de 1958, cuando regresaba acompañado del compañero de estudios Gonzalo Castellanos, de un Congreso de Estudiantes de Arquitectura celebrado en Septiembre en Santiago de Chile. Ese viaje fue para mí memorable. Por una parte me abrió en el alma algo así como una comprensión del ser latinoamericano que nunca me ha abandonado (estuvimos también en Perú, Argentina y Uruguay), y en el terreno más íntimo convirtió al encuentro con Delia (Pascualita le decían en la casa por haber nacido el 24 de Diciembre) en comienzo de una historia común que nos llevó a dar al mundo cuatro hijos (Oscar, Daniel, Paula, Esteban) nacidos de un matrimonio que, iniciado en 1960, duraría hasta 1971.

Compartimos al conocernos algo más de dos semanas de un verano de 42 grados a la sombra en Río de Janeiro (su papá, Mariano Picón Salas, era allí Embajador de Venezuela) y desde entonces se abrió espacio para un noviazgo mayoritariamente por carta (nos vimos sólo después en dos oportunidades más o menos largas antes de casarnos) que selló mi ritmo e intenciones de vida en los años inmediatos. Y a mi regreso a Caracas comenzó una intensa actividad epistolar que se prolongó hasta mi llegada a Chile (ella vivía en Chile con su madre, Isabel Cento) el 13 de Agosto de 1960 para casarme el 6 de Noviembre, seis días antes de yo cumplir los 21 años.

Las cartas (las mías y las de ella) están allí en una estantería de mi archivo, envejeciendo. A veces releo alguna para encontrar demasiadas cosas propias del lenguaje adolescente de dos novios, que ya me avergüenzan un poco. Pero también contienen otras cosas referidas a lo que acontecía a mi alrededor porque me empeñaba en hacerle a ella un recuento de todo, o casi todo, lo que me ocurría.

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Y hace unos días, como digo en la nota de hoy, mientras ordenaba los planos de un viejo proyecto (me empeño ahora en digitalizar todo mi trabajo anterior) distraídamente tomé una de las carpetas y tropecé en una carta con un recuento de los primeros días de Enero del 59 que incluyen el episodio de nuestro viejo profesor Willy Ossott.

Willy, sus nombres lo delatan, era descendiente de alemanes y su padre Eugen Ossott (Her Ossott para sus alumnos), casado con Maria Luisa Machado, del Pao, Edo. Cojedes, Venezuela, fundó y dirigió durante muchos años en Caracas el Colegio Froebel o Instituto Católico Alemán, que luego se trasladó a Valencia, cuya enseñanza se basaba en el método froebeliano.

Willy tenía sin duda rastros en su carácter que lo vinculaban a su sangre (disciplinado, riguroso, honesto, de palabra) sin que pueda dejarse de decir que su relación con Venezuela era profunda y total, hasta llegar a convertirlo en un cultor de nuestra arquitectura colonial, culto que lo llevó a incorporar a nuestra Facultad a ese sabio de nuestro pasado construido que fue Carlos Manuel Möller, también de origen alemán. Su casa (la de Willy), que visité una vez muy de pasada, era una buena muestra ecléctica con destacada presencia de la huella arquitectónica de nuestros tiempos anteriores.

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Por razones muy particulares, mi compañero de estudios, amigo de ese entonces y hoy colega que veo con la frecuencia con que nos vemos los de más edad, Pedro Sosa Franco, tiene un autorretrato de Willy Ossott, porque Willy era pintor de técnica depurada y muy especial interés, sobre todo porque sin tener pretensiones de mucho alcance cultivó ese medio expresivo con asiduidad mientras su salud y su lucha con la subsistencia se lo permitió. Está pintado a la manera surrealista y siempre me atrajo. Lo recordé al escribir lo de hoy y le pedí a Pedro, como favor de amigo, que lo trajese a casa durante unos pocos minutos para tomarle la fotografía que ilustraría estas líneas. Lo hizo, y mientras tomaba la foto me contó detalles de mucho interés que ayudan a definir la personalidad de Ossott y sobre todo su rigor, que para nosotros como estudiantes quedaba claro en la forma precisa, ordenada, ayudada con estupendos dibujos en el pizarrón, como enseñaba la Geometría Descriptiva, que era la materia problemática con la que nos encontrábamos durante los dos primeros años de carrera.

Ossott le hizo notar por ejemplo que el cuadro había sido pintado con óleo preparado por él mismo con pigmentos «a la manera de Memling», que había fabricado los pinceles y que el bigote por ejemplo lo había pintado con pelo de caballo, pelo por pelo, en la tradición flamenca. Incluso el marco, una versión muy personal en tallado rústico de los elaborados marcos renacentistas, lo había hecho con sus manos. Que había usado los tonos de color de Héctor Poleo (1918-1989) pintor nuestro que tuvo una época dorada en los cincuenta y sesenta del siglo pasado, de técnica figurativa muy cuidada. Y que se había dibujado con la cabeza rapada porque quería parecer alemán, para delatar su herencia.

No se trata, me parece, de detalles sin importancia. Apuntan hacia la complejidad de motivos y estímulos de la gente de nuestra parte del mundo. Tal vez hacia la superposición de la herencia con lo contingente, con lo que termina dejando un sello directo en lo que somos, lo que hacía decir al sociólogo brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) que bastaba con que un europeo cruzara el Atlántico y tocara tierra aquí para que empezara a pensar de modo diferente, como uno de aquí. Posibilidad aumentada y estimulada por el hecho de que somos en realidad, con todas nuestras mezclas, con todo nuestro mestizaje, prolongación, desarrollo, evolución y transformación de la mirada europea.

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Y me referí al principio a las cartas. Lo que inmediatamente me hizo pensar en la importancia de la escritura, del esfuerzo de comunicación. Y cambié de idea respecto a ellas, ya no las destruiré. Sé que a nadie le interesarán, como a mí en muchos sentidos tampoco ya me interesan, pero contienen algo que en definitiva me parece invalorable: son como una crónica de los tiempos vividos en el fin de la adolescencia. Tiempos tan particulares, singulares y en cierto modo fundacionales como cualquier tiempo adolescente, en los cuales ciertos sentimientos personales, entre ellos el religioso, eran muy fuertes en mí. Ahora veo que me sirven para situarme en una etapa en la que se fueron afirmando puntos de vista que irían ocupando mi escena personal.

Y la reflexión que inevitablemente debía acompañar, o ser origen, de esa crónica fue probablemente la base de algo que se ha convertido para mí en asunto esencial que es el escribir. Ejercicio útil, casi fundamental, para afinar las ideas, tal vez para darles forma, o en todo caso para tratar de saber de donde vienen y hacia donde quieren conducirme. Escribir, eso sí, no para llenar o construir una apariencia, sino para comunicar. O comunicarme.

Se lo he recomendado mucho a mis hijos, a los más jóvenes, tan atrapados como están por sólo la imagen, sólo lo inmediato, el SMS y tantas cosas. Y poco caso me hacen ,como tiene que ser. Mientras que yo agradezco que eso «se me haya dado». Me permitió por ejemplo, pensar unas horas en mi viejo profesor, también en lo que trató de dejarnos.

A PROPÓSITO DE WILLY OSSOTT
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 24 de Agosto de 2013)

El que decida hoy hablar de Willy Ossott (1913-1975) tiene directa relación con la situación actual venezolana, porque recordándolo a él, fundador de la Facultad de Arquitectura de nuestra Universidad Central de Venezuela y su primer Decano en 1953, podemos aprender sobre la diferencia que existe entre asumir nuestros actos desde los límites del discernimiento moral personal o, por el contrario usar la ideología como escudo, como parapeto que oculta la responsabilidad de cada quien. Porque el Dr. Ossott, como lo llamábamos, sin ser un rutinario ejemplarizante (era conocida su dipsomanía, que sin embargo nunca le impidió atender las obligaciones de su cargo) era un profesional de sólida formación y un hombre de amplia cultura. De allí su interés por ampliar los contenidos humanísticos de su profesión de ingeniero, interés que lo llevó a seguir la carrera de Arquitectura, nueva aquí, en la institución que precedió a la fundación de la Facultad, primero un Departamento de la Facultad de Ingeniería (1943) y luego (1946) Escuela.

Pero no es tanto de la trayectoria profesional del Dr. Ossott de lo que quiero ocuparme sino de una anécdota en relación con él que es demostrativa de lo que acabo de decir más arriba en relación al tema de la integridad personal. La impresión que era común sobre su desempeño era que se trataba de un ser humano cuyos principios éticos, su rectitud y su calidad humana estaba por encima del rol político que eventualmente podía asignársele a su cargo, particularmente el de Vicerector de la UCV, el cual ejercía conjuntamente con el Decanato.

Para nosotros era por sobre todo el muy exigente profesor de Geometría Descriptiva y una especie de figura paterna que manejaba con maneras suaves, de refinada educación y sobre todo de extrema decencia, incapaz de expresarse en términos autoritarios derivados del contexto político de entonces, a una Facultad de menos de 400 estudiantes de atmósfera particularmente dinámica.

II
Pero, como ya he narrado otras veces, había un río subterráneo ya en 1957 de suficiente caudal como para que culminara en las protestas estudiantiles de Noviembre. Durante esos meses difíciles no se conoció de parte del Dr. Ossott ninguna iniciativa, disposición o acto menor que lo ubicara entre quienes soportaban al sistema dictatorial. Pero lógicamente, la dinámica política lo exigía, después de Enero del 58 el Dr. Ossott fue separado de la Universidad.

Luego, en Noviembre de 1958, lo nombró el Ing. Luis Báez Díaz, Ministro de Obras Públicas del Gobierno Provisional, como su Director de Edificios, nombramiento que originó un documento publicado con la firma de un grupo de ingenieros y algunos arquitectos al servicio de ese Ministerio que repudiaban el nombramiento dando razones que tanto para mí (que en ese momento era Presidente del Centro de Estudiantes de Arquitectura) como para muchos de mis compañeros, era un pronunciamiento de baja ralea política que al poco tiempo fue seguido de noticias de prensa vejatorias para nuestro viejo profesor que culminaron en una desatinada y alevosa publicación en un diario de ínfimo nivel (el periodismo oportunista siempre al acecho) que había surgido en esos tiempos y se llamaba (¿?) La Razón.

Y lo que interesa señalar es la actitud que tomamos los estudiantes de arquitectura.

III
Redactamos un comunicado que publicamos y además leímos el 11 de Enero de 1959 en nuestro programa de radio dominical (Arquitectura y Humanismo por Radio Continente) donde rechazábamos la campaña de descrédito contra el Dr. Ossott en términos como los que siguen: «…a nadie se le escapa el hecho de la preocupación del Dr. Ossott por mejorar la Escuela de Arquitectura y sus sanas intenciones para con el fututo de ella…la comprensión que mostró repetidas veces para con nosotros sus alumnos …condenamos enérgicamente la publicación del comunicado al que aludimos (el de los profesionales empleados del Ministerio), lo consideramos un atentado contra la ética universitaria…»

El lenguaje era simple, nada versado en jerga política. Quería señalar hacia la persona de nuestro profesor, rescatarlo de la calificación exclusivamente política, un pecado para el marxismo radical que dominaba todas las Facultades menos la nuestra e Ingeniería (nos llamaban despectivamente Guantánamo). Su estilo y contenido fue criticado e incluso ridiculizado, escenificando lo que hoy sabemos: la permanente confusión de las izquierdas reaccionarias, al hacer juicios gruesos alentados por la manipulación ideológica. La imposibilidad de discernir entre los contenidos éticos que alimentan la moral personal y los postulados político-ideológicos convertidos en ídolos.

Tropecé con el texto de este comunicado y con una carta donde explicaba lo que nos sucedía, hace dos días. No pude dejar de comparar lo de entonces con lo que hoy acontece aquí. Con la erosión conformista, precisamente, de la moral personal de gente formada en el mundo universitario de aquellos tiempos, que presumía de espíritu crítico y abundaba en palabras deseosas de lapidar a quien no estuviera con ellos, hasta llegar a apoyar hoy en silencio todas las triquiñuelas perversas que se desarrollan ante sus ojos. Silencio culpable que creen ocultar, como digo más arriba, con el biombo de la ideología. No les vendría mal, esta nota lo explicita, tener en cuenta que lo que perdura, lo que recordamos medio siglo después y define la figura de cada quien en el escenario ético que a todos nos atañe, es la conducta personal, la capacidad de ser testimonio de humanidad, superando el peso de las circunstancias que a veces nos superan. Y manteniendo la dignidad, como ocurrió con Willy Ossott.

Autorretrato de Willy Ossott, pintado en 1953, de la colección del Arq. Pedro Sosa Franco.

Autorretrato de Willy Ossott, pintado en 1953, de la colección del Arq. Pedro Sosa Franco.