ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 4 de Enero de 2014

Richard Neutra vino en efecto a Venezuela, deduzco que a fines de 1959, y dio una charla en la Facultad de Arquitectura a la cual asistí como estudiante. Es probable que ya hubiese estado en Caracas, privadamente, con motivo de su proyecto para la residencia González Gorrondona, que en Enero de 1958, a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, se construía en las faldas del Avila en un lote fuera del límite urbanizado, por encima de los 1000 metros de altura, en el sector Los Palos Grandes. Por violar el lote el límite inferior que se venía estudiando para el Parque Nacional El Avila, el nuevo gobierno democrático detuvo la construcción hasta que en Diciembre de 1958 se decretó el Parque desde la cota mil s.n.m hasta el tope de la montaña, permitiéndose terminarla (1963) y quedando como la única edificación privada dentro de los límites del nuevo Parque.

En cuanto a la charla en cuestión, fue muy poco interesante, con una introducción dedicada a buscar la simpatía de los estudiantes (dijo que la última vez que había estado en Venezuela lo había hecho rodeado de ametralladoras, lo cual parecía ridículo) y luego una muestra fotográfica de algunas de sus numerosas obras (no incluyó el proyecto caraqueño) acompañadas de comentarios de los cuales no conservo recuerdos. Lo que sí me pareció entonces era que Neutra adoptaba la actitud light del norteamericano que visita un país extranjero del cual nada conoce, asunto que para mí contrastaba con la idea que hasta entonces tenía de que se trataba de un europeo con peso cultural propio que había llegado a los Estados Unidos ya maduro (31 años), por lo cual podía esperarse de él un discurso más sustancial. Y no fue así, tal vez porque simplemente era hombre de pocas palabras o que prefería mostrar que explicarse.

Terminada la charla compartió fuera del Auditorio con los estudiantes y estuvo conversando con nuestro Decano de entonces, Julián Ferris (1921- 2009) mostrándole un cuaderno de sus dibujos que cargaba bajo el brazo. Eran en verdad extraordinarios, como pude ver junto a un par de compañeros mientras hacíamos de testigos de la conversación. Deduzco que el croquis de La Hoyada fue hecho en esos días, tal vez a pedido de alguno de los arquitectos que entonces tenían responsabilidades sobre la Ave. Bolívar, Ron Pedrique o José Joaquín Alvarez, este último para entonces Director de Proyectos del Centro Simón Bolívar. Ya corroboraré o no esta suposición cuando me sea posible ir a la fuente: «Richard Neutra 1950-1960» editado por Willy Boesiger. el mismo editor de las Obras Completas de Le Corbusier. Dato que debo a la ya mencionada publicación sobre el Plan Rotival, del Instituto de Urbanismo de la UCV.

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Regresando a lo escrito la semana pasada, me detengo en la perspectiva-montaje del eje de la Ave. Bolívar que apareció en «L’Architecture d’aujourd’hui» que publiqué la semana pasada. La misma imagen pero con un importante cambio que ya comentaré, formaba parte del Informe producido por Rotival como resultado de la contratación (en Junio de 1959) que le permitió constituir la Oficina de Planificación de la Ave. Bolívar, la cual funcionó por lo menos durante 5 meses (hasta Noviembre cuando se presentó el Informe) en la Torre Sur del Centro Simón Bolívar, con Rotival como su Director. El Informe se tituló «Tesis sobre Caracas» (incluido en la bibliografía de la publicación del Instituto de Urbanismo -no he podido consultarlo) y abarcaba dos gruesos tomos con capítulos sobre Demografía, Macroeconomía, Opinión Pública y Tránsito.

Ya mencioné que en esa imagen Rotival arrasa con todo el conjunto de El Silencio de Carlos Raúl Villanueva, lo cual desde luego se debe a que Rotival como ya he dicho nunca estuvo de acuerdo con El Silencio porque contrariaba su propuesta de 1939 sobre usos institucionales en el sector, y porque, particularmente el Bloque Uno del conjunto, era un obstáculo para su idea de que el eje de la Ave. Bolívar en su extremo Oeste culminara con el Santuario de Simón Bolívar en el cerro de El Calvario. Esa antipatía la expresó Rotival en términos diplomáticos o de modo abierto en entrevistas o comentarios.

Pero en la imagen de la revista francesa hay otro asunto de interés que no aparece en la que estaba incluida en la Tesis sobre Caracas: la propuesta de una Universidad en las faldas de las colinas de La Charneca, hacia el Sur de El Conde, con la Autopista de por medio.

Estos dos aspectos del plan permiten conjeturar que Rotival asumió su tarea en 1959-60 con una actitud muy marcada por la imagen que proyectaba en ese momento Venezuela como país de mucho empuje donde se había construido una obra surgida de sus puntos de vista, el Centro Simón Bolívar, de una magnitud inusual en esos tiempos. Aparte de ello, estaba también ya formada como la conocemos hoy, la Ciudad Universitaria, conjunto que suscitaba la admiración internacional tanto por su escala como por su calidad. Todo esto debe haber alimentado en él, por una parte, una cierta arrogancia llevándolo a la poco realista idea de proponer la demolición de El Silencio. Y seguramente atraído por el aura de la Ciudad Universitaria de Villanueva como realización excepcional, establecer que en un sector urbano como La Charneca, de lógico uso como vivienda servida por las facilidades del centro de la Ciudad, esta Universidad que ni existía como institución ni parecía ser necesaria en ese momento.

Pero hay otra cuestión aún más importante: en esa imagen Rotival modifica de manera radical la Ave. Bolívar rompiendo su continuidad espacial al plantear la unión de ésta con la Autopista del Este siguiendo la trayectoria de la quebrada de Catuche. Deja sólo un ramal de la Avenida, el que sigue hacia el Este, y hace que el otro ramal suba hasta la Ave. Mexico, dos cuadras más hacia el Norte, utilizando el mismo distribuidor de tránsito que como todos los de su tipo genera una serie de espacios residuales, verdaderos obstáculos para la conexión Norte Sur de la ciudad (ver foto). En cierta manera, la Av. Bolívar muere allí, al menos en su sentido monumental, y se convierte en una calle que se disuelve en el desarrollo de los terrenos del Oeste (lo que sería el conjunto de El Conde), integrados ahora en un solo lote que aloja un conjunto de tipo gubernamental o corporativo sobre plataformas que borran la retícula vial y rematan en una torre como la de la Plaza de los Tres Poderes de Niemeyer en Brasilia, que seguramente la inspiró.

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Era obvio que Villanueva no podía ignorar la postura de Rotival sobre El Silencio, la cual debía contar con adeptos entre el grupo profesional venezolano. Y reaccionó frente a ella de manera nada defensiva pues llegó a considerar la posibilidad de demolición del Bloque Uno, el cual es en efecto (y de ello debía haber estado consciente) una barrera que impide la visual y la presencia como remate de la Avenida de un hito paisajístico de mucha importancia para la ciudad. Si en 1941 la presión política y social en cierto modo había forzado la solución del bloque como escenario de fondo de la Plaza O’Leary, relegando la falda del cerro a espacio residual, es probable para un hombre de la agudeza de Villanueva que viese en 1959, 15 años después de edificado el Silencio y luego de su giro hacia una visión de la arquitectura mucho más actualizada y madura, la posibilidad de corregir el error.

Francisco Pimentel Malaussena colega y amigo a quien llamé para corroborar lo que recordaba haberle oído hace años, fue testigo excepcional de esa posición de Villanueva.

Como sabemos todos los de mi edad, Malaussena (1900-1963). y Villanueva (1900-1975) eran buenos amigos pese a que sus visiones de la arquitectura fuesen casi antagónicas. Malaussena vino a convertirse en el arquitecto más cercano al Dictador Pérez Jiménez, lo cual le permitió en su oficina privada realizar importantes obras, mientras que Villanueva proyectaba la Ciudad Universitaria en la oficina gubernamental del Instituto de la Ciudad Universitaria (ICU) dirigido muy eficiente y profesionalmente por el Ing. Luis Rafael Damiani Deapelo (1913-2006) organismo que tuvo todo el apoyo económico y político del Régimen, sin que por ello se intentara vulnerar la relativa independencia de Villanueva.

Pues bien, Pimentel trabajaba en su época de estudiante en la oficina de su tío Luis y allí fue testigo de una conversación entre éste y Villanueva en la que se planteó la posibilidad cierta de la demolición. Lo cual, dicho sea al pasar, abre un interesante espacio de debate en cuanto a la diferencia de perspectivas entre el autor de una obra de arquitectura y quienes la usan y terminan convirtiéndola en parte de su memoria.

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Para la Hoyada habrían de sucederse distintas propuestas. Independientemente del esquema de Neutra y las ideas de Ron Pedrique, vendría después un proyecto de Julián Ferris para construir allí la Biblioteca Nacional, la Corte Suprema de Justicia y una torre para los ministerios, todo en una gran Plaza que abarcaba los dos cuadrantes Sur del trébol de distribución, proyecto que trabajó con la participación de Jaime Hoyos Jaramillo, excelente arquitecto colombiano, ya fallecido, que trabajó con él por muchos años; cuya maqueta pude ver fugazmente en la oficina de Ferris en 1963 pero del cual ha resultado imposible conseguir documentación. Así ocurre con la arquitectura en un medio como el nuestro: los esfuerzos no dejan huella. Tal vez haya planos en alguna oficina ministerial, pero en poder de los descendientes de Ferris, por razones diversas, no quedó documentación accesible.

Antes de esta propuesta de Ferris se tomó una decisión para un uso provisional que fijaría una muy poco positiva pauta para los años siguientes por las consecuencias que tuvo como deterioro e improvisación. Un buen día, tal vez en 1961 (no me ha sido posible confirmar la fecha), se anunció que se construiría allí provisionalmente un terminal de autobuses (cercanías y trayectos largos) indispensable en virtud de las dificultades encontradas para usar los sótanos de la Plaza Diego Ibarra para ese servicio. No han sido suficientemente claras las razones por las cuales el terminal original no funcionó. Se mencionó en ese tiempo la contaminación por gases de escape, la congestión y cuestiones vinculadas a su capacidad, pero parecían problemas solucionables técnicamente, por lo cual queda la impresión de que en este caso, tal como lo sería en problemas similares en edificios públicos a lo largo de todo el populismo democrático, faltó continuidad en las decisiones, se apropiaron fondos insuficientes, o faltó voluntad política (era una obra de otro Régimen) todo ello unido a la ineficacia y la improvisación, vicios en la acción pública que en lo sucesivo serían crónicos. Usar esos terrenos con actividades no previstas en la visión general de la Avenida fue el comienzo de un daño que hasta ahora ha probado ser casi irreparable por la insólita sumatoria de decisiones similares a lo largo de décadas. La prueba más evidente es que aún funciona, cuarenta años después, el terminal provisional destinado a rutas de cercanías, que no es más que una simple sumatoria de andenes cubiertos con láminas metálicas que apenas protegen del sol y la lluvia, todo en medio de un desorden de actividades digno del típico cuadro tercermundista. Las otras rutas se trasladaron a dos terminales (el de La Bandera y el de Oriente) más hacia la periferia urbana, ambos de un muy bajo nivel de prestaciones, en una arquitectura que pudiéramos considerar desechable, que dan un servicio de muy baja calidad que contrasta con los niveles que se fijaron sesenta años atrás. Es el camino que han seguido múltiples cosas en Venezuela, el de la involución.

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De la propuesta Ron Pedrique que en fin de cuentas guarda algunos de los principios básicos propuestos por Rotival, se mantuvo vigente por varios años la idea de desarrollar la zona Oeste de la Avenida, la ocupada por lo que fueron terrenos de la Urbanización El Conde, junto a los del lado Norte de la Avenida para un total de cerca de 18 Has. Allí Ron Pedrique se separa de las ideas de Rotival y propone en lugar de oficinas corporativas o institucionales un conjunto de bloques de vivienda de orientación Norte-Sur, para unas 2400 unidades, rodeados de espacios verdes siguiendo pautas claramente corbusianas. A ese conjunto lo separaban del Parque de Los Caobos la extensión de terrenos donde se construyeron después el Teatro Teresa Carreño y el Ateneo de Caracas..

Seguiremos con la Ave. Bolívar.