ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro /(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 1o. de Febrero de 2014)

Los acontecimientos políticos recientes que afectaron a la alta burocracia del Régimen impulsan muchas reflexiones, y en lo que concierne al mundo de los arquitectos, algunas que vale la pena destacar.

Hay una de particular importancia porque atañe a esa difícil e indisoluble relación entre la arquitectura y el poder. Que ha estado siempre presente a lo largo de la historia motivando mucha literatura e infinidad de comentarios desde los más disímiles ángulos y que flota siempre en la intimidad de todo arquitecto: disponer del poder necesario para hacer realidad las imágenes que desde su disciplina ha imaginado.

Y en los años recientes hemos tenido que explicarnos las conductas de personas que parecían transitar con todos nosotros a pesar de las diferencias ideológicas o del enfrentamiento de puntos de vista y se transformaron en actores que adoptaban un nuevo rol. Y creo que algunos de ellos lo hicieron porque vieron abierta la posibilidad de realizar sueños. Lo creo pese al típico razonamiento venezolano (un cargo público es para robar) de que están allí para llenarse. En algunos de ellos, insisto, los sueños tuvieron un papel.

Pero en un contexto no democrático como el venezolano, autoritario y con aspiraciones de revolución, para llegar y permanecer en el Poder se exigen renuncias que disminuyen. Una de ellas, la fundamental, es consecuencia del lema que el Gran Conductor Revolucionario convirtió en asunto central del Régimen: quien no está conmigo está contra mí. Aspirar a las alturas del Poder Revolucionario exige renunciar a cualquier vínculo con la más mínima forma de disidencia. Y eso compromete el alma. El Ausente imponía sus manos sólo al que estaba con él de cuerpo y alma. Se trataba (y se trata porque la tradición siguió después de su muerte) de hacer votos análogos a los votos religiosos. Así tienen que ser las revoluciones, aunque sólo sean de utilería.

II
Es como una especie de voto de castidad política que coloca al aspirante en una situación psicológica peculiar: se le pide casarse con el Régimen, de un modo análogo al del religioso o religiosa que debe casarse con su Iglesia. Por eso una amiga mía, que ha sufrido las consecuencias familiares de estas renuncias, me hablaba de secta. Se abraza en efecto una secta. Y tal como ocurre después de la ceremonia ritual cuando al pronunciar los votos se abre un nuevo capítulo en la vida del aspirante, así mismo se transforma la vida de quien va a formar parte del Poder Revolucionario. Todo cambia para él, ahora se debe a la voluntad de su Benefactor. Y se le exige rendir cuentas de ello, ser radical en su lealtad, hablar de una cierta manera, defender los intereses de Aquel. Así debió proceder en su momento Albert Speer, para convertirse en prolongación de la voluntad del Führer. Así han procedido muchos de los del alto gobierno, con el problema adicional (que no lo tuvo Speer) de que deben suponer lo que el Ausente hubiera querido de ellos. Se les pide ser fieles a lo que ellos imaginan que pensaba el difunto. Difícil tarea.

Ya no puede hablarse entonces de sueños personales, o profesionales, porque lo que más importa son los sueños del Jefe, del Único, del Eterno como lo han bautizado. Los sueños personales dejan de ser imágenes surgidas de una reflexión íntima y se convierten en emanaciones del Poder, sufren metamorfosis, se contaminan. Y dos de los peores contaminantes son la ambición y la arrogancia. De allí el estupor que se siente al oír declaraciones, leer justificaciones, observar como estos personajes (cualquiera que sea el nivel en el que están) luchan por presentarse como si estuvieran realizando aquellos sueños y razonan con una retórica destinada a conservar esa fachada. Se engañan a sí mismos y quieren engañar a los demás. Lo anotó Jung y lo recordé aquí hace unas semanas.

En su discurso queda en segundo término la racionalidad disciplinaria, el instrumento que permitía darle forma a lo que habían imaginado, abriendo ese espacio para los lugares comunes de una ideología revolucionaria que habla de cualquier cosa menos de lo que se les pide que hablen.

III
Es todo un drama con muchos rasgos patéticos que muestran que se vive una especie de infierno personal. ¿Para qué se buscó el Poder si los sueños dejaron de serlo? ¿Qué sentido tuvo renunciar (lo escribí aquí una vez), a la soberanía sobre sí mismo? ¿Para qué dejar atrás, inerte, lo que se había conocido y además relegar el espíritu crítico, asuntos fundamentales para el crecimiento de todo arquitecto? ¿Valió la pena aceptar lo que se rechazaba, hacerse igual a los advenedizos que se denunciaban?

Resalta entonces la diferencia entre ser parte de un Poder democrático y serlo de uno autoritario centrado en un Caudillo y su catecismo. En las democracias mas auténticas el funcionario poderoso que ha concluido su labor razona sobre ella desde su disciplina, lo que hizo está allí para ser analizado sin que se le exijan argumentaciones infladas de ideología. Y si lo hace queda muy mal. Aquí el destituido se transforma en defensor que repite los lemas que usó mientras estaba en las alturas. Debe aparentar que sigue siendo el soldado del autoritarismo duro que abrazó. Aparentar, lo mismo que hacía y era más fácil desde el Poder. Si antes había perdido humanidad, se había hecho máscara, ahora lo ratifica.

Ya no es capaz de ver las realidades a la vista de todos luego de quince años de voluntarismo. Distantes de aquellos sueños. Si se comparan medios y logros, muy poco de lo hecho se acerca a las imágenes que una vez acarició. Quedan evidentes sin embargo los restos de una batalla consigo mismo que erosionó sus mejores rasgos, sus valores más profundos. Por eso ahora recordar los sueños puede ser pesadilla.

"La Pesadilla" de Johann Heinrich Füssli (o Fuseli) de 1781

«La Pesadilla» de Johann Heinrich Füssli (o Fuseli) de 1781