ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 19 de Marzo 2014

Llegamos por fin a lo más reciente construido en la Ave. Bolívar, y con ello concluimos esta larga cadena de comentarios.
(Completaré las conclusiones continuando la numeración que inicié la semana pasada).

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7) El último capítulo de la colcha de retazos es la construcción de la llamada Plaza del Alba y del Museo de Arquitectura.

Aparte de las consideraciones sobre improvisación y oportunismo políticos y las propiamente arquitectónicas y urbanas, algunas de las cuales he mencionado, no puede dejar de decirse cuan injustificado resulta, cuan propio de un autoritarismo anacrónico y oscuro, que ambos proyectos hayan sido hechos por funcionarios públicos, que si se conocen en el caso del Museo (porque se trata de su Director) en cuanto a la Plaza ni siquiera han sido revelados, dejando en el aire la conjetura de que la autoría corresponde a la misma asociación profesional revolucionaria que actuó en el ya famoso Mausoleo del Libertador, identidad oculta tras el secreto que el Régimen cultiva. Sabemos cómo es el Museo porque ya está listo y puede visitarse, pero de la Plaza nada se sabe salvo que está paralizada esperando financiamiento y se ha hecho conocida sólo la imagen que publiqué aquí.

Por cierto que en relación al Museo, el cual, como hizo notar su proyectista, se basa en la idea de edificar un galpón, me parece interesante traer como referencia el Museo de Arte Parrish, construido por los arquitectos suizos Herzog y DeMeuron en Long Island, Estado de Nueva York, en los Estados Unidos, a poca distancia de la ciudad de Nueva York. Ese Museo es, conceptualmente, un galpón, o mejor dicho dos galpones adyacentes entre sí, de techo metálico, que constituyen un par de naves longitudinales que se integran o no según lo requieran los ambientes que albergan. Es un trabajo interesante y todas las distancias guardadas en cuanto a contexto y recursos, es útil estudiarlo y buscar las cosas comunes, si las hubiere.

8) No creo que se pueda rechazar de plano, como algunos han hecho (y en forma pública el Arq. Fruto Vivas), la idea de construir en las márgenes de la Ave. Bolívar. Ya he explicado suficientemente que la Avenida necesita la construcción de sus márgenes como referencia para el ordenamiento volumétrico de la ciudad a partir de ella, pero también para realizar si bien sólo parcialmente, el concepto avenida-corredor que la inspiró desde sus inicios, lo cual es evidentemente su vocación como eje urbano. Se trataría de un esfuerzo por aproximarse a los supuestos establecidos por el plan Rotival-Domínguez, lo cual creemos deseable y perfectamente posible si se logra que lo que se construya en el vacío de La Hoyada esté en sintonía con ese mismo objetivo.

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Las objeciones que se han conocido parecen haberse centrado en proteger la integridad del Parque Vargas, objeción débil si atendemos a los argumentos que hemos venido exponiendo. Lo cual no implica que deje de haber razones para oponerse al uso de vivienda, tema que suele ser objeto de debate en relación a los Proyectos Urbanos en los centros tradicionales de las ciudades.

Un argumento muy común es que la vivienda favorece una actividad urbana dinámica en las horas nocturnas cuando ha cesado el movimiento del trabajo. Pero en contra hay que tomar en cuenta que la vivienda hace más difícil la sostenibilidad económica requerida por el espacio público en zonas representativas de la ciudad, que actúan como su rostro. En lugares urbanos de este tipo se requieren inversiones recurrentes de mantenimiento que exigen impuestos más altos fuera del alcance del modesto propietario de vivienda de clase media. Surgen entonces dos alternativas: o se subsidia el mantenimiento, o se plantea que la vivienda se destine a niveles económicos más altos, que pueden pagar impuestos mayores, una tendencia que se ha venido haciendo cada vez más fuerte en los centros de las grandes ciudades europeas o norteamericanas, lo que se ha llamado eliminación, o para usar un neologismo –más bien anglicismo– que me parece antipático, la gentrificación de los centros urbanos.

Sin embargo, la validez de esos supuestos pierde peso en el caso venezolano. Aquí los subsidios del mantenimiento rara vez son recurrentes, es decir previstos en los presupuestos anuales. Generalmente están incluidos en las inversiones generales para la ciudad, por lo cual terminan desapareciendo tragados por las urgencias. Un ejemplo puede ser El Silencio, que desde su inauguración en 1944 ha oscilado entre el deterioro y la restauración.

Por otra parte, no tenemos la tradición del impuesto selectivo, establecido para zonas específicas de la ciudad. La vivienda de mayor costo, ubicada en sectores urbanos mejor equipados no paga tributos mayores. Y aparte de ese tipo de limitaciones, que pudieran ser corregidas con una legislación urbana especial (que, dicho sea de paso, jamás ha sido planteada), si se mantienen las condiciones de abandono y de alta criminalidad del casco central de la ciudad, parece poco probable que las familias de mayores ingresos consideren localizar allí sus viviendas.

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A partir de todo lo dicho se puede decir que el Arq. Sesto Novás, propuso, concibió y realizó con las viviendas en la Ave. Bolívar, un proyecto de muy endebles fundamentos profesionales que con seguridad le traerá agudos problemas a la ciudad aún en el caso de que el sistema económico venezolano pase a ser, como parece ser el ideal de Sesto Novás y la camarilla gobernante, una reproducción del totalitarismo cubano. Si pudieran resumirse en una palabra las razones para llevarlo adelante, sería ceguera.

Porque es sorprendente que en su apresuramiento por complacer las exigencias políticas de su superior hoy desaparecido, Sesto no haya hecho el esfuerzo de buscar en las experiencias anteriores a él llevadas adelante también por el Régimen. Por ejemplo un conjunto de vivienda de bastante interés construido en el año 2007, del cual podían haberse derivado ciertas pautas referidas a tipología, servicios y tratamiento de áreas comunes.

Se trata de cerca de 1000 viviendas de clase media incluidas en distintos bloques construidos dentro de los terrenos del desarrollo Juan Pablo II al cual le dedicamos unos comentarios la semana pasada. El proyecto es del Arq. Gustavo Luis Legórguru, quien tuvo la oportunidad de hacerlo gracias a que en ese tiempo aún no se habían impuesto los mecanismos de exclusión que se han convertido hoy en política de Estado. Fue el proyectista no por razones políticas sino por su idoneidad profesional, y la calidad del resultado es evidente. Y se destaca en particular si se establece la inevitable comparación con los bloques adyacentes construidos veinte años atrás.

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Los problemas causados por haber tratado a la Ave. Bolívar como terreno de experimentos derivados del entusiasmo político, usando la necesidad de vivienda como coartada, tendrán que ser resueltos.  Nos quedará a nosotros, a los que sufriremos las consecuencias de la ceguera y la ignorancia sustentada en ideología,  en la medida de cada quien y suponiendo que se den las condiciones para que alguna vez el asunto sea abordado con seriedad (cosa siempre difícil en Venezuela), aportar ideas para solucionarlo.

No creo que es el momento para intentar definir los límites entre los cuales deberían moverse esas ideas, pero es posible decir que el requisito básico sería la modificación del status que se otorga a las familias que habitan los edificios, consistente sólo en el derecho de uso. Habría que entregar la propiedad plena a cada familia, condicionando su venta a terceros a que el Estado tenga la primera opción para la recompra manteniendo los precios del mercado, lo cual favorecería sin duda a cada familia si se les proporcionan opciones de adquisición dentro de los programas regulares de Vivienda de Interés Social. Es un sistema que se ha llevado a cabo con éxito en muchas partes del mundo y permitiría mejorar radicalmente las prestaciones de los edificios para llevarlos a un nivel acorde con su localización urbana. De allí en adelante el Estado estaría obligado a su reventa a precios de mercado, previa la resolución de todas las carencias de servicios.

El mejoramiento de las prestaciones al cual me refiero podría incluir desde los acabados internos y externos, ventanas y equipamiento empotrado, hasta, por ejemplo, provisión de balcones, asunto este último que pese a exigir el uso de técnicas especiales se ha hecho en Europa dentro de los programas de rehabilitación de viviendas de la inmediata posguerra.

CONCLUSIÓN

Culmino así este proceso de análisis crítico de uno de los sectores más significativos de la ciudad de Caracas. No me ha sido fácil, no sólo porque he debido ejercer una paciencia que no está siempre a mi alcance sino porque la información está, como es usual. más o menos dispersa. Y además las circunstancias políticas venezolanas hacen difícil la concentración.

Mi deseo es que este repaso estimule un debate que deberá plantearse una vez que Venezuela recupere su condición democrática. Y si estamos conscientes de que los problemas a resolver serán muchos, creo que la Avenida Bolívar deberá ocupar un sitio prioritario entre las urgencias de una ciudad que desde hace décadas ha exigido sin éxito que sus problemas sean abordados de modo serio y sistemático.

Uno desearía que cese por fin el manejo de Caracas como instrumento político y se transforme en esfuerzo creativo que valore adecuadamente su condición de capital. Y en una perspectiva así la acción sobre la Avenida Bolívar tiene un papel central.

Entretanto me queda agradecer a quienes han seguido este recorrido. Que tiene mucho de lo que los periodistas llaman un ladrillo. Pero un ladrillo necesario, por eso el título que escogí.