ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

oscar-tenreiro-Mano-abierta

Oscar Tenreiro /(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 5 de Julio de 2014)

Cuando escribía los textos de las últimas dos semanas, no me abandonaba la trajinadísima cuestión de cómo las preferencias de los países centrales y todo lo que las acompaña, incluyendo por supuesto la propaganda y la divulgación del éxito, terminan siendo parte inevitable del mundo cultural nuestro, actuando a favor de la mil veces denunciada dificultad para conectarnos con lo que nos pertenece, lo que nos identifica, con lo más auténtico y valioso, original, de nuestro acontecer cultural. Vulnerando además nuestra capacidad crítica y con ella la posibilidad de discernir entre lo falso y lo real, entre lo cierto y lo verdadero.

Y uno termina refiriéndose al poder mediático, sabiendo que es un concepto sobre el cual se debate sobre todo desde la perspectiva política y económica, por razones ideológicas, de un modo tan insistente, sesgado y manipulador, que terminan ocultándose sus efectos más nocivos, que no son precisamente los político-económicos sino los culturales. De tanto manejar el concepto como arma polémica y arrojadiza para construir coartadas alimentadas por la ideología, como ha ocurrido entre nosotros, se ha transformado en fastidioso lugar común que sirve para justificar conductas y sobre todo conductas políticas antidemocráticas. Y sin embargo no puede negarse que, si nos referimos, como he hecho en estas semanas anteriores, a esa arquitectura vacía de responsabilidad, falsa, novedosa y kitsch, es obvio que su relevancia ha sido alimentada por los sistemas globales de información: por el fulano poder mediático, que ha globalizado por ejemplo la idea de que lo culturalmente válido, para serlo, tiene que ser exitoso.

Y lo que ha facilitado la diseminación por todo el mundo de falsos profetas de la cultura (y de la arquitectura, claro está) es la predominancia de los aspectos políticos en la denuncia del poder mediático.

II

Me explico mejor: si en cuanto al intercambio económico la globalización de la información ha permitido una discusión en la cual visiones a lo Paul Krugman o Josef Stiglitz, Premios Nobel que cuestionan los dogmas de lo económicamente correcto, no ha pasado algo equivalente en el terreno cultural. La voz por ejemplo de un Mario Vargas Llosa en su libro «La Civilización del espectáculo», que cuestiona muchas de las prácticas y conceptos que en el campo de la Arquitectura llevan a darle desproporcionado valor a la mediocridad oportunista y hábil, ha sido vista por parte de la crítica como nostalgia un tanto retrógrada que trata de apegarse a una visión atrasada de la cultura. Lo cual parece una muestra de que, precisamente, la noción de espectáculo se ha convertido en cierto modo en constitutiva de la innovación artística, es decir del componente más importante de lo que damos en llamar cultura en el sentido sociológico.

Vargas Llosa por ejemplo cuestiona el valor de un artista como Damien Hirst con tanto o mayor énfasis como el que hemos puesto aquí respecto a los reposteros de la arquitectura. Y en clave muy ilustrativa de lo que vengo sosteniendo, hubo quien pensara que el valor de Hirst era un asunto que no podía cuestionarse sólo desde el ángulo abordado por Vargas Llosa, que consideraba excluyente o (dicho entre líneas) poco actual.

Ese es el problema de ir en contra el espíritu de los tiempos (el Zeitgeist). Lo hacía notar Carl Gustav Jung, años atrás, en los años cincuenta del siglo pasado, cuando insistía en lo difícil que era hacerle oposición porque se corría el riesgo de no ser escuchado. Me he referido a ello otras veces aquí.

III

Por esto último, la disidencia respecto al valor atribuido a algunos de los arquitectos exitosos de hoy, puede ser vista como intempestiva. Y si se expresa desde un país ahogado, periferia atrasada en la cual la arquitectura está asediada por muchos males, el asunto es aún más problemático. Pero sigo adelante tratando de hacer notar que el éxito de hoy poco tiene que ver con el valor artístico con vocación de permanencia. Siendo cierto que antes de los reposteros hubo otros que puede decirse les abrieron el territorio donde juegan.

Esos otros, por ejemplo Niemeyer, tuvieron como respaldo su compromiso humanístico, y yendo más allá su condición de artistas cuya capacidad para aportar la gota de perfume es incuestionable, aunque nos separe de ellos la manera de aproximarse a la arquitectura y pensemos, como pienso, que parte importante de su obra más reciente, y sobre todo su discurso, tenga bastante menos valor del que se le atribuye.

Y vale la pena proponer respecto a eso del territorio otra referencia muy útil, la de Luis Kahn. Maestro indiscutible, gran artista, cuyos edificios son patrimonio cultural de la humanidad. Tal como lo dije aquí hace unos meses, Kahn en su obra tardía, fascinado por un repertorio formal nacido parcialmente de su imaginería personal, de lo que podría llamarse relectura de los elementos básicos de la arquitectura (el arco, la bóveda, el dintel), y de una indagación sobre la naturaleza de los materiales, todo asociado a sus experiencias con el uso del concreto armado, produjo síntesis formales inéditas, aparentemente alejadas de los marcos racionalistas que habían imperado antes de él.

Me refiero especialmente a su arquitectura de Dacca, actual capital de Bangladesh y en particular a la Asamblea Nacional y el resto de edificios que formaban parte del corazón simbólico de la ciudad. Edificios que, si se ven con superficialidad, sin penetrar en sus antecedentes y sin conectarse con el mundo de convicciones que los produjo, pueden verse como una autorización para el juego indulgente, puramente formal, atento sólo a la apariencia.

Y la superficialidad abunda.

La extraordinaria presencia de la Asamblea Nacional de Dacca, Bangladesh (1962-74 y más), de Luis Kahn

La extraordinaria presencia de la Asamblea Nacional de Dacca, Bangladesh (1962-74 y más), de Luis Kahn