ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 30 de Agosto 2014

Soy uno de tantos que por muchos años se ha sentido insatisfecho con el rumbo de las cosas aquí. Algo que por supuesto no sólo es común entre nosotros sino universal, cada quien con su punto de vista. Y puede extenderse al mundo en general porque la insatisfacción y lo que resulta de ella es uno de los motores de la vida, como lo expresa la pregunta del filósofo: «¿cabe vivir de un modo tal que la vida deje de ser problemática? …»

Así que nuestra vida ha sido sin duda problemática y ello no es sino la confirmación de nuestra existencia. Pero que esa condición sea agravada por circunstancias externas que son producto de un proceso que ha erosionado las mejores virtudes de una sociedad envileciéndola, agrega mucho peso a esa complejidad con la que luchamos («la vida es lucha» decía ese psiquiatra sabio que fue José Luis Vethencourt). Y eso es lo que ha afectado también a muchos entre nosotros. Y lo que me obliga a tomar hoy el tema de lo que ocurre en Venezuela pese a mi intención de alejarme un poco de ello para lograr pensar con más libertad.

Porque pensar con más libertad es lo que parece excesivamente problemático en la Venezuela de hoy (sin que dejemos de tener en cuenta situaciones nacionales en el mundo donde lo problemático ha devenido en tragedia cruenta). El Régimen actual ha logrado irrumpir de modo tan agresivo en nuestras vidas, irrespetuoso e irresponsable, que se nos hace imperativo dedicarle un espacio, con frecuencia cargado de enfático y hasta iracundo rechazo que nos arrebata la tranquilidad que es síntoma, precisamente, de libertad.

II
Si no bastara con las historias de crimen despiadado, muchas de ellas afectando a personas cercanas, que se repiten con una frecuencia escalofriante, está la cotidiana avalancha de insultos y calificativos contra la disidencia usando todos los medios de comunicación de un país literalmente encadenado por los medios de comunicación controlados por el Régimen. Y hace poco el último exabrupto, el de las máquinas capta-huellas como requisito para comprar, asunto que es en realidad el que motiva que la página de hoy se ocupe de estos temas yendo contra el deseo de muchos de los lectores del blog donde estos escritos aparecen, que en cierto modo agradecen que la ansiedad política venezolana pase a un segundo plano.

Pero es que esto de las capta-huellas para comprar, llamado pomposamente control biométrico es uno de los mayores absurdos a los que se ha pretendido someter a nuestros ciudadanos. No voy a enumerar razones para ello, sino citar una anécdota que demuestra el grado de distorsión respecto a los valores democráticos que existe aquí, incluso en personas de un cierto nivel cultural. En días pasados una periodista radial le re-preguntó a una colega si la libertad de comprar que la entrevistada consideraba una limitación inaceptable de la libertad, era un asunto relevante, como queriendo dar a entender, supongo, que es de importancia relativa. ¿No es eso una muestra del nivel de inconciencia que nos acosa? ¿Que se relativice la importancia de la libertad de compra de alimentos en un país en el cual el Estado ha administrado la obscena cifra de algo menos de un billón de dólares en quince años y que ha hecho de la compra de toda clase de asuntos, chequera en mano por el mundo, su más significativa pasión? ¿No es eso ceguera aceptada y racionalizada a cambio de ser considerado de corazón revolucionario?

III
Porque incluso los que han avanzado críticas al Régimen desde dentro, como es el caso de esa periodista, ceden al chantaje (les duele ser considerados parte de la contra-revolución) y no logran situarse en una posición crítica auténtica y sobre todo libre. Síntoma adicional de que vivimos bajo un sistema dictatorial que presiona en todos los niveles y ha convertido en objetivo prioritario el dominio de las conciencias.

Y por esa razón me pareció que ese último suspiro político criminalizando la compra de alimentos sobrepasaba el límite de lo aceptable. Comentaba en la intimidad familiar que jamás me prestaría a lo que consideraba la más aguda muestra de torpeza y desprecio a la sociedad en general por parte de la alta dirigencia del Régimen. Y llegué hasta pensar en los mecanismos que utilizaría para expresarme. Múltiples y poco civilizados, por supuesto.

Y vuelvo al tema que otras veces he planteado aquí: ¿Cómo continuar aparentando normalidad? ¿Cómo seguir intentando hilar ideas sin gritar la indignación?
Lo confieso de nuevo, es ese un asunto que me acosa. No puedo ser lo suficientemente indiferente como para pretender que no está pasando nada. No tengo razones familiares (algún hermano, hijo, sobrino o primo afecto al Régimen) para ver hacia otro lado, para minimizar las responsabilidades, para ejercitar la comprensión hacia los cómplices: los considero despreciables sin atenuantes. Despreciables por encima de cualquier excusa, de cualquier razonamiento porque en definitiva están rindiendo culto a la estupidez. Eso es lo peor, ver gente que se ha creído dueña de un mínimo de lucidez cumpliendo un papel tan degradante: adorar a la torpeza. Eso agrava mi problema. Pone el absurdo permanentemente a mi alcance. Me toca, me afecta, no me deja tranquilo.

Y me hace cuesta arriba hablar de arquitectura, de diseño, de tendencias, de la ciudad, temas que han ocupado muchas veces este espacio pero que ocasionalmente, como hoy, en sintonía con lo que nos rodea, se me hacen extraños, distantes, como si nada tuvieran que ver con lo que nos mueve.

Si queridos lectores que me soportan todas las semanas. Me hago mayor y quiero saltar por encima de lo inmediato. Pero hoy no pude. Por lo pronto aquí me hago acompañar por los excelsos símbolos de nuestra militancia revolucionaria.

Símbolos del nivel político de la revolución venezolana

Símbolos del nivel político de la revolución venezolana