ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Me refiero de pasada en la nota de hoy a la exagerada presencia de las modas en el medio norteamericano. Es sorprendente como en ese país «lo que está de moda» se instala y se convierte en tópico en los medios culturales. La «intelligentsia» lo adopta con una sorprendente facilidad. La moda posmodernista, ver todo cumpliendo el requisito de revisar  y distanciarse de la moda anterior, la modernidad, se hizo tan común, se adoptó de tan buena gana, que particularmente en los medios académicos (en 1985 estuve de profesor invitado en EUA) no era posible evadirse de los «mots d’ordre» dictados por los santones de ese movimiento.

Pero así como se imponen, así mismo desaparecen dejando paso a la siguiente. Lo cual puede verse como una gran ventaja si no indicara la liviandad de una opinión pública demasiado asociada a la novedad.

Y el ritmo de las sustituciones se ha hecho cada vez más rápido. El posmodernismo y sus simplezas duró relativamente poco (¿década y media?) y lo suplantó el «deconstructivismo» que apenas despuntó recibió honores de parte del MOMA neoyorquino a fines de los noventa. De las torceduras y la parafernalia ideológica que las soportaban surgieron buena parte de los prestigios del «espectáculo» que podría verse como la última moda, cuyo fin no decretado podría ser el de la crisis económica del 2008, también una década. No calificó como «ismo». No mereció un nombre porque se funda en individualidades que no se conectan entre sí; cada cual autónoma. Es el triunfo de la arbitrariedad justificada por el talento, el «impulso artístico», con mucho dinero asiático y del boom petrolero para atraer la atención.

Sabemos además que lo que se impone en Estados Unidos se impone en el mundo, actuando el Reino Unido como caja de resonancia (también ocurre al revés) convirtiendo al mundo anglo-parlante en rector de las preferencias universales. Con la salvedad, que es lo que me interesa destacar, que Europa actúa en muchos sentidos de contrapeso. No siempre con la convicción necesaria, o mejor, no siempre con una intensidad equivalente a la de lo que se recibe desde el otro lado, pero aún así con suficiente respaldo como para no quedar avasallada y oculta 

Un ejemplo podría ser que mientras, como se menciona en la nota, la capilla de Mies van der Rohe en el IIT, era vista con desprecio por los cultores del pensamiento posmo, en Barcelona en 1983-86, se reconstruía con especial tino y como homenaje necesario uno de los edificios de mayor significación de la modernidad, el Pabellón de Barcelona, obra maestra. Y a los españoles jóvenes de hoy se les escapa el hecho cierto de que la arquitectura española que empezó a florecer después del advenimiento de la democracia en la península a finales de los setenta, fue vista por muchos como de resistencia respecto a las reducciones del posmodernismo, al igual que lo fue un poco después la arquitectura portuguesa. En lo personal, recuerdo con claridad a Kenneth Frampton señalándome, durante una conversación en los primeros años ochenta, los nombres de un puñado de arquitectos españoles de distintas generaciones, como referencias que ilustraban un desarrollo del legado de la modernidad despojado de los prejuicios reinantes en el mundo anglosajón. Para no hablar de lo que me hacía notar en esos mismos años el peruano-francés Henri Ciriani, sobre la joven arquitectura de España, para él una referencia sólida,

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 La anécdota personal que menciono en la nota acerca de mi encuentro con la obra de Mies a partir de las páginas de Life en español. es una vertiente de lo que digo más arriba. En efecto, en el año 56, que es cuando salió publicado en esa revista el reportaje fotográfico sobre el maestro alemán (muestro aquí las fotos que lo acompañaban, tomadas de Internet) lo «moderno» estaba de moda en los Estados Unidos y Mies era una figura central. Era suficiente para que una revista de actualidad se ocupara de este arquitecto que en cierto modo estaba en el tope de su influencia en ese país. Y como la revista se publicaba también en español, llegó a mis manos muy jóvenes, no como resultado de mi seriedad de estudiante sino como una noticia de lo que interesaba en el mundo norteamericano.

La fotos, ese era el gran mérito de esa revista, eran extraordinarias, y allí junto a Lake Shore Drive y el Seagram en construcción estaba la capilla, que por cierto llevaba el nombre de Robert Carr, presidente fallecido de una gran empresa química que la financió para la Diócesis Episcopal de Chicago.

Así fue como tuve la primera noticia de la Caja de Dios.

LA CAJA DE DIOS

Oscar Tenreiro

Me entero gracias a un sobrino, que hace dos semanas, en el diario Chicago Tribune de esa ciudad americana, apareció la noticia de que se había vuelto a poner en servicio, luego de una cuidadosa restauración, la capilla del IIT (Illinois Institute of Technology), diseñada y construida por Mies van der Rohe en los primeros años cincuenta del siglo pasado (1952). El periodista que firma el reportaje la llama «La Caja de Dios». Desde afuera, en efecto, como ocurre con todos los edificios de Mies, la capilla puede ser llamada una «caja», un volumen prismático que revela que su estructura de soporte es el acero, y cuyas superficies externas son relleno entre vigas y columnas, en este caso el ladrillo.

En mi única visita al Campus de esa Institución, predominantemente formado por edificios de Mies, no tuve oportunidad de visitar esta verdadera toma de posición de Mies. Pero siempre me llamó la atención desde la primera imagen que retuve, publicada en 1956 en la revista Life en español (que aquí reproduzco). Tenía yo apenas un año de haber comenzado mis estudios de arquitectura y me produjo una impresión ambivalente. Por una parte me interesaba en la obra de Mies, pero por otro lado ya circulaba entre nosotros ese otro extraordinario ejemplo de arquitectura religiosa que es Ronchamp de Le Corbusier, terminada en 1954. Me producía perplejidad ver dos aproximaciones tan opuestas al templo cristiano. Algo que ya con una pequeña historia personal como arquitecto, entiendo mejor.

II

Porque la idea de lo sagrado puede expresarse de muchos modos aparentemente antitéticos, tanto en arquitectura como en cualquier arte; la profusión o la desnudez, la hipérbole o la contención, lo elaborado o lo sencillo, lo expansivo y lo concentrado. En definitiva, en términos filosóficos, lo sagrado en sí mismo es multifacético.

Lo mismo que ocurre respecto a cualquiera de las instituciones humanas: la tradición de lo construido pone a nuestro alcance como referencia, como precedente, como modelo, muchas opciones, y será nuestra formación, el sedimento que ha dejado en nosotros la tarea de construir, lo que nos impulsará a seguir la estela de cualquiera de ellas.

Volviendo a la caja, sabemos que es el resultado directo del sistema constructivo en acero que Mies utilizaba en clave casi dogmática, asociada al deseo de hacer de la combinación de perfiles metálicos de diferentes tamaños, calibres y diseños (contando con el «estado del arte» de la industria del acero desarrollada), un sistema universal con el cual era posible responder a todos los temas de la arquitectura. Y Mies, alemán, nórdico, marcado, tal como decía Walter Schubart (1897-1942), por el sentimiento de punto, que hace de los principios fines, no habría de cambiar su perspectiva en cierto modo reductora. Su idea del espacio universal se expresa aquí no sólo en la concepción del edificio sino en que la capilla misma fuese multi-denominacional, no afiliada a una visión específica de la tradición cristiana sino abierta a todas ellas. Para lograr la atmósfera de recogimiento y reflexión se apoya en el tratamiento de las aberturas  y en la inserción de elementos de carácter abstracto. Expande el espacio hacia el exterior con la gran vidriera del lado del acceso, seccionada según las dimensiones de la puerta. Plano que se enfrenta, en el lado opuesto, con los objetos de culto. Esa oposición entre los dos planos principales crea la necesaria tensión visual. Son complementarios: uno abierto al ambiente inmediato, transparente, que busca la relación con el parque-campus; otro que confronta al visitante con los símbolos cristianos, el altar y la cruz. En ese lugar, esencial en el espacio, la opacidad de un material natural como el ladrillo es domesticada por una cortina del mismo color del altar de travertino sobre el cual se posa la cruz de acero inoxidable. Nada más.

III

Desde mis tiempos de estudiante he leído unas cuantas cosas que ayudan a definir el modo de ser, carácter y peculiaridades del maestro alemán, pero Mies permanece siendo enigmático, muy escasos son sus testimonios acerca de lo que quería hacer y hacía. Sus razones se muestran en su arquitectura; y muy poco, si algo, en sus palabras, filtradas por sus colaboradores, expresadas en ocasionales y escuetas entrevistas. Es lo que ocurre en este caso, pese a que algo dijo sobre esta experiencia, como lo recoge el prestigioso crítico del Chicago Tribune, Blair Kamin, ganador de un premio Pulitzer a la crítica (1999).

Y precisamente su texto me lleva no sólo a regresar a este edificio sino a lamentar que el medio norteamericano sea tan vulnerable al impacto de las modas, porque bien claras tengo en la memoria las críticas que la moda devaluadora del posmodernismo hizo a este edificio hace treinta años, asunto que Kamin hace notar al tiempo que nos ayuda a reconstruir el respeto y la admiración por esta obra seminal de un arquitecto y un modo de ver la arquitectura. He aquí un fragmento: «…en los ochenta, tiempo de marea alta para el Posmodernismo y baja para Mies, el lugar común era que la capilla parecía una fábrica. Allí sentado el otro día, me daba cuenta cuan mal dirigida estaba esa crítica. El alto techo de la capilla acoge delicadamente al visitante entre lo espiritual y lo natural, uno representado por la cruz de acero inoxidable, el otro por un hermoso árbol visible a través de las enormes ventanas. La ausencia de decoración obliga a la contemplación y a mirarnos hacia adentro. Uno puede perderse en la inmensa grandeza de una catedral gótica, pero este ambiente llevado a nuestra escala con modestia, da al visitante «la esperanza de encontrarse consigo mismo» tal como lo expresó Mies.»