ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Paso por alto los aspectos políticos de los atentados de París para referirme a sus vínculos culturales-religiosos, en lo cual los latinoamericanos tenemos una palabra que decir.

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La inmigración desde tierras culturalmente diferentes (que son «todas las demás», podría decirse) se ha convertido para los europeos en preocupación principal. Es un problema también asociado al colonialismo y por eso mismo cada país, dependiendo de las características de su pasado imperial-colonial lo experimenta de modo diferente. Pero donde ha adquirido un sesgo especialmente agudo es en Francia porque la permeabilidad francesa ante la inmigración venida del norte de Africa es mucho mayor gracias a que los intereses coloniales del país en esa zona son de muy cercana data. En Francia, se ha dicho en estos días, casi el 10% de la población es musulmana, venida inicialmente y de modo principal de los países del Norte de Africa. Más aún, no se ha insistido debidamente en que el atentado es en realidad un atentado interno, entre nacionales, aunque haya sido apoyado desde fuera.

¿Qué hace que un nacido en Francia, sus padres inmigrantes (como es característico aquí), hombres ya hechos, de algo más de treinta años de edad, asesinen a sus compatriotas invocando una visión excluyente y agresiva de su Dios? ¿Por qué no ven a sus víctimas como compatriotas, como su misma gente? ¿Por qué la enorme distancia? ¿No tuvo ninguna repercusión en ellos durante todos sus años de formación en el mismo país de sus víctimas la noción de coexistencia de credos, de respeto a los valores religiosos de cada quien que debería ser parte del proceso educativo de cualquier democracia avanzada? . 

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En la tarea de ir hacia el otro y aceptar lo que viene con él, sus herencias, su modo de ver el mundo, juega un papel esencial lo religioso. Y cabe preguntarse si las sociedades europeas dejan realmente espacio para que ese sentimiento se exprese con libertad hasta convertirse en parte de una totalidad nueva, híbrida, mestiza. O si se exige más bien que se esconda bajo una especie de versión oficial de lo nacional, un estereotipo que prescribe cómo debe ser «lo francés», » lo alemán», o «lo británico», prescripciones que, precisamente niegan la vida y se refugian en una visión estrecha y restrictiva. Superficial. Excluyente.

Hasta se ha llegado a decir que al inmigrante se le debe exigir la aceptación del conjunto de valores nacionales. ¿Y quien define esos valores, quien los enumera, quien los clasifica? ¿Son valores eternos, o están sujetos al cambio? O más bien ¿Son en realidad valores o simples rasgos de un estereotipo?

El mestizaje como futuro de la humanidad preocupa a quienes se apegan a los estereotipos. Da la impresión de que la globalización se acepta solamente en su dimensión económica y no en toda su amplitud, la cual incluye por supuesto la aceleración de los procesos de mestizaje. Es en eso donde los latinoamericanos tenemos una palabra importante que decir. Para no hablar de América en general, porque a pesar de las resistencias que siguen vigentes allí con mucha fuerza, ya en los Estados Unidos se va haciendo manifiesta la hibridación racial y cultural.

Y de todo esto surge una pregunta muy importante ¿Están dispuestas las democracias occidentales a incluir el mestizaje como un valor cultural constitutivo?

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 Y una palabra sobre la autocensura.

Respecto a ella mucho tenemos que decir los venezolanos, porque en nuestra situación política se ha ido imponiendo.  El Estado no sólo se ha apropiado de todos los medios de expresión sino que amenaza a los que actúan con independencia (como lo es el diario TalCual en el que escribo) limitando su acción. Es autocensura inspirada en la amenaza, del mismo tipo que la que promueve el Islam violento. De ella es indispensable cuidarse, debe erradicarse de toda sociedad democrática, es inaceptable.

Pero hay una autocensura que se ejerce desde la responsabilidad. No se escribe en un medio público teniendo sólo como guía las «ganas» de decir algo. Se escribe sopesando los términos en los que se exponen las ideas, corrigiendo constantemente, teniendo presente la eficacia de los argumentos, su pertinencia, la forma de exponerlos. Todo lo que se escribe para los demás e incluso lo que se escribe para sí mismo, pasa por la criba de una personal medida de los recursos expresivos. En ese sentido nunca se deja de ejercer la autocensura.

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En el esfuerzo por resistirse a la banalización, tenemos que incluir la libertad de expresión. Usarla de modo irresponsable es banalizarla. En las circunstancias actuales, cuando las sociedades democráticas se abren a la necesidad de reconocer al «otro» porque ello es parte, precisamente, de las garantías democráticas, se impone hacerla instrumento para ese fin.

¿SOMMES NOUS CHARLIE HEBDO?

(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 17 de Enero de 2015)

Oscar Tenreiro

El atentado terrorista de París ha hecho ver mejor todas las múltiples caras del enfrentamiento entre el Islam radical y las grandes potencias occidentales, entre ellas los aspectos humanos y culturales. Porque hay muchas preguntas que hacer sobre las razones que pueden llevar a una persona a abrazar un camino de violencia ciega que en este caso va dirigida a sus connacionales: los terroristas eran nacidos en Francia.

Lo primero que destaco es que, más allá de lo político global, lo que se discute allá por estos días parece ajeno a nosotros, acosados como estamos por otro tipo de urgencias y tensiones internas, de desencuentros entre nosotros mismos; tensiones y desencuentros afectados sólo de modo parcial por cuestiones raciales o religiosas.

Y pese a todo lo que podría decirse vinculando esa distancia al provincianismo, pienso también que de lo que se ha dicho destacan confrontaciones muy distantes de las de nuestro medio, haciéndonos ver hasta qué punto diverge, para bien y para mal, la marcha general de las cosas de los países centrales, de la de este lado del continente. Haciéndonos ver más claro hasta qué punto el activísimo y siempre en curso mestizaje latinoamericano, causa de contradicciones y dificultades y también fuente de enriquecimiento cultural y social, no es del mismo modo una condición que coloca en segundo plano hasta desaparecerlas en algunos casos, los antagonismos que se vienen presentando de modo cada vez más agudo en el mundo europeo. La Europa milenaria es también producto del mestizaje ¿Pero están dispuestas a aceptar las nuevas formas de la síntesis mestiza de hoy, los ciudadanos y las instituciones del Estado de Derecho de las grandes repúblicas democráticas que hoy la representan?

Nuestro mestizaje se realiza ante nuestros ojos, y se profundiza constantemente suavizando las diferencias. Es sin duda la razón principal de la manera abierta como tendemos a ver a los otros. Se ha hecho rasgo constitutivo, es singular, es propia, es en muchos sentidos única en el mundo. Si bien en general tenemos una cierta conciencia de su valor, nuestra ansiedad, también típica del mestizo, por mirar hacia afuera, nos ha hecho más difícil darle el sitio que le corresponde en el debate universal. Contribuyendo además a desestimarla nuestra inestabilidad política y el atraso económico que hacen difícil apostar a un futuro más activo en la marcha general de las cosas.

Los otros, aquí, no amenazan nuestro modo de ser porque ese modo de ser es multiforme. Nos causan incomodidad, pero ésta dura tanto como su rápida integración a un ámbito social dispuesto al encuentro.

II

Y también acentúa esa distancia ante aspectos concretos de lo sucedido en París el que no exista a lo largo de nuestra corta historia la noción de guerra religiosa. Sólo en Argentina, el país más europeo de América, el menos racial y culturalmente mestizo, ha habido atentados (el de 1994 en Buenos Aires) por razones religioso-políticas.

Ni siquiera en Cuba, la lucha revolucionaria (con todo lo que la palabra implica) adquirió ese carácter. Nuestro espacio religioso, enraizado en la condición mestiza, incluye un múltiple sincretismo de tan diversas formas que desdibuja el repertorio simbólico y hace escurridiza cualquier alusión directa a él. Nuestros conflictos nacionales violentos, pese a haber incluido en muchos casos el enfrentamiento con la Iglesia Católica por sus vínculos con el Poder establecido, nunca tuvieron carácter de guerra ni hicieron de la clerecía un enemigo principal. Algo muy distinto a lo ocurrido en momentos de la historia europea, o más recientemente por ejemplo en la península, cuando la Iglesia se identificó como uno de los bandos a derrotar, lucha que afectó los espíritus de un modo tan radical como para instalar la blasfemia en el lenguaje coloquial. Una manera sorprendente, por cierto, de alterar su eficacia, de devaluarla.

III

Por eso puede decirse que usar la blasfemia como un medio para provocar y hacer arrojadizo el laicismo y lo que implica como forma de vida, es algo muy alejado de nosotros. El laicismo aquí es una opción, un modo de ver el mundo, pero no nos constituye. Nos sorprende más bien que de la experiencia histórica europea en torno al laicismo no surja la necesidad del diálogo, por ejemplo con los sectores clericales del Islam para rechazar el uso de la violencia, y se adopte más bien el talante triunfante que hace de la burla emblema. Emblema del derecho democrático a expresarse, es verdad. También del rechazo a la autocensura por temor a la violencia. ¿Pero no es acaso el respeto al otro un emblema democrático superior?

Se ha llegado incluso por estos días, sin hacer distinción entre medios y circunstancias, a decir que blasfemar forma parte del derecho a la libre expresión. Con lo cual se exhibe una inexplicable ignorancia ante la repercusión que tiene en la conducta humana lo religioso. La tragedia ocurrida llama tanto al rechazo de las amenazas para corregir lo que se juzga ofensivo, como a debatir sobre el sentido último de la libertad de expresión. De eso se trata, de entender que el momento plantea exigencias que rebasan el derecho a expresarse de cualquier manera. Y la masacre de París precisamente nos sacude, aparte de su insensata crueldad y futilidad, porque hace evidente, de nuevo, la magnitud del odio entre culturas y modos de ver el mundo.

Ese es un aspecto que no admite banalización. Porque banalizar lo importante, se ha dicho demasiado, es la gran tentación de esta etapa de la historia. La banalización es parte de la cultura de masas. Gana aplausos, adhesiones. Y además vende, asunto central en el mundo actual. No por ello estamos obligados a aceptarla.

Santa Sofía, hoy Hagiasofia en Estambul (año 562, versión actual). Arquitectura milenaria que habla de conflictos religiosos y secularización.

Santa Sofía, hoy Hagiasofia en Estambul (año 562, versión actual). Arquitectura milenaria que habla de conflictos religiosos y secularización.