ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Pretender que la etiqueta de revolucionario es suficiente para proteger de toda responsabilidad moral es un mal del siglo veinte que en el veintiuno va perdiendo validez. Pero todavía hay demasiados, sobre todo en el campo de la “intelligentsia”, que cuando se les pide rendir cuentas sobre su conducta, despliegan la bandera revolucionaria, para esconderse tras ella y evadir toda explicación. Y por otro lado, quienes en algún momento de sus vidas practicaron ese mismo ritual y lo abandonaron al constatar su falsedad, ceden a un tipo de mala conciencia que los sumerge en el relativismo o los obliga a ser cautelosos ante sus antiguos compañeros de ruta.

De esas dos actitudes hemos visto demasiados ejemplos los venezolanos a lo largo de los últimos dieciséis años. En lo personal he visto desvanecerse el respeto que le tenía a personas que, tal vez muy ingenuamente, pensaba incapaces de asociarse por acción u omisión a los desatinos del Régimen. Y en lo más general, lo que nos afecta a todos, hemos sufrido asombrados el silencio cómplice ante los más escandalosos abusos y atropellos, de los liderazgos “de izquierda” de todo nuestro continente. Es una de las consecuencias de la ceguera selectiva y el auto engaño, el tema de la nota de hoy.

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Escogí deliberadamente la máscara conocida como de “Anonimous” para acompañar la nota de hoy porque el problema de apegarse a una imagen de sí mismo y dejar, en términos psicológicos derivados de la concepción de Jung, que la imagen externa nos posea, engañe a los demás y nos engañe a nosotros, lo tenemos todos, no sólo los del “otro lado”.

Veo mucho, y no soy el único, esa amenaza en la figura de “los indignados” que ha sido regada por el mundo como una imagen del rechazo de los sectores considerados más desinteresados, más “puros” podríamos decir, al privilegio de “los otros”, que por supuesto son los políticos establecidos, los banqueros, los líderes corporativos etc. etc.

Pero la cosa no es tan sencilla. En las denuncias de los “indignados” muy poco figuran las plagas políticas heredadas del siglo veinte, una de cuyas manifestaciones hemos sufrido con amplitud y profundidad los venezolanos. Todo parece centrarse en los mismos lugares comunes de una izquierda radical que ha practicado intensamente la ambigüedad ante los reclamos sobre derechos democráticos. Si Sartre, Heidegger o Neruda, asumiendo sus máscaras protectoras, se comprometieron con genocidios y atropellos a la persona humana sin precedentes en la historia, del mismo modo las consignas de los “indignados” omiten cualquier referencia a la dictadura más larga del mundo occidental, la cubana; o a los múltiples caminos políticos (regímenes, personalidades) que favorecen el avance de las nuevas formas de terrorismo. La máscara de “anonimous” no basta pues para ocultar la ambigüedad de sus posiciones, en cierto modo se vuelve contra esta nueva forma de evadir responsabilidades morales que vayan al fondo, más allá de lemas políticos vacíos de contenido y poses insustanciales.

Y una muestra de lo que digo es que “caimanes del mismo caño” ocupado por los enmascarados de Venezuela como los dirigentes de Podemos, el partido español, “pasan agachados” cuando se revelan sus incoherencias, escudados detrás de su supuesta imagen de salvadores de España. Los conocemos bien por aquí, tanto al que tiene nombre asociado al dinero como a los “juristas” que asesoraban a ese prodigio de agresión al Estado de Derecho y de atropellos de toda laya que ha sido el Régimen nuestro.

Nosotros, poco a poco y con grandes dificultades hemos comenzado a ver detrás de las máscaras. Espero que los españoles, con larguísima historia y experiencias de todo tipo, lo hagan con las de allá.

 

MASCARADA

Oscar Tenreiro

(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 28 de Febrero de 2015)

Cuando el pasado fin de semana leía TalCual no me gustó ver mi artículo, dedicado a un detalle arquitectónico, rodeado de comentarios motivados por la última locura del Régimen: la prisión de Antonio Ledezma. Y lo digo porque desde la primera de éstas páginas, hace más de 353 semanas, escribí que la estrecha vinculación entre la arquitectura y el Poder me llevaría a temas políticos; tomando en cuenta además que el Poder en un petro-estado como el nuestro es sobretodo Poder Político.

Sin embargo, desde hace algún tiempo había decidido hacer más escasos mis comentarios políticos al ver más claro el consenso hacia el voto como instrumento para que la fuerza de la mayoría se manifieste. Pronto saldremos de esta opereta política, pacíficamente, sin responder a provocaciones como la de este arresto absurdo. O a otro tipo de provocación que me decidió a escribir lo que sigue: el haber visto un documento respaldando al Régimen firmado por un grupo autocalificado de intelectuales, entre los cuales figuran dos o tres conocidos escritores, un cineasta…y un par de arquitectos.

Son dos colegas que en el pasado proclamaban con énfasis estar a favor de las mayorías populares dando por entendido, porque los conocimos bien, su respeto a la democracia y los derechos humanos. Me he ocupado de ellos directa o indirectamente pero hoy lo hago separándome un tanto de su individualidad y aludiendo más bien al significado, a la razón de ser de su conducta.

II

Y es que ver a alguien de cierto nivel cultural y probada inteligencia, en momentos en que las cosas van llegando a los extremos de encarcelar a quien decida una camarilla o asesinar a mansalva como el pasado martes a un niño indefenso, proclamar su adhesión al máximo responsable de este proceso de disolución, resulta demasiado. Se podría entender discreción y asentimiento en privado ¿pero salir a proclamarlo con arrogancia?

Surge entonces en casos así la pregunta sobre lo qué irán a decir al cesar esta pesadilla. No podrán hacer como los habitantes de Weimar que en 1945, recién descubierto el vecino campo de concentración de Buchenwald, decían no saber de su existencia.  Porque aquí a cualquiera le resulta evidente el grado de disolución del país y el abuso permanente de las altas autoridades. Pero se desentienden de ello y adoptan esa postura desafiante (¡que se sepa bien donde estamos!) orgullosos de estar junto al Poder sin parar en mientes sobre el valor de los hechos concretos que se han desencadenado.

Y como en otras oportunidades, vuelve a inquietarme el por qué de esa conducta.

No cabe duda de que en primer lugar está la inconciencia respecto a su verdad personal. Los domina, lo he dicho antes, la persona en el sentido de Jung, es decir la máscara con la cual engañan a los demás y a menudo se engañan a sí mismos. Presionados por su adhesión ideológica se han identificado con su máscara, participando así, sin hacerlo conciente, de la mascarada general que es este Régimen. Fieles a su auto engaño se identifican con esa imagen falsa de lo que son y en cierto modo se elevan por encima del bien y del mal. Dejan de ver lo que todo el mundo ve: la escandalosa corrupción moral, en todos los sentidos que le corresponden a la palabra, de un sistema político representado por un personaje (el documento respalda al máximo responsable) que es el más rotundo ejemplo de una máscara patética e inverosímil.

III

Si este par de colegas se detiene algún momento a pensar que este padecimiento político venezolano cesará pronto (aunque les parezca improbable) habrán imaginado, supongo, lo difícil que les será soportar la pesada carga moral de haber apoyado públicamente (al menos uno de ellos lo hizo ejerciendo autoridad) la forma de ejercer el Poder Público de los últimos dieciséis años. Deberán enfrentarse a sus contradicciones y reconocer su error, si es que para ese momento han dejado de engañarse.

Porque allí está el núcleo de la cuestión. Durante buena parte del siglo veinte se fue construyendo un marco ideológico que ha sido el fundamento de las innumerables mascaradas políticas de la historia reciente, creando, también lo he mencionado, utopías reaccionarias que han embotado la capacidad de discernimiento de millones de personas. Pero la humanidad avanza, sigo en ello las muy olvidadas tesis de Teilhard de Chardin, y se desplaza en una continua ascensión hacia la lucidez. Ya ese marco revela sus enormes debilidades, ya no puede ser escudo, ya la charlatanería sobre la redención del pueblo no da el mismo resultado aunque haya regresiones como la sufrida por nosotros o la que asoma su máscara en España, que confunden y despiertan esquemas de pensamiento superados. Y personajes como los que menciono deberán rendir cuentas e identificarse, reconociendo que muy pocas cosas los separan de aquellos que justificaban Buchenwald o cualquiera de las otras muestras de desprecio por el ser humano que caracterizan a las dictaduras.

No son distintos de aquellos a los que denunciaban. Lo he recordado aquí una y otra vez. Han renunciado a la soberanía sobre sí mismos en nombre de la ideología y por eso la ceguera, por eso la máscara. Eso deberá pesar en sus conciencias, para bien y para mal.

Concluyo haciendo notar que lo anecdótico encierra como siempre una enseñanza importante. Por más obvio que parezca, cuando vemos a personas concretas, conocidas e incluso cercanas, entregarse ciegamente al Poder en nombre de esquemas ideológicos o solidaridades de secta, recibimos una dolorosa y directa advertencia acerca del enorme riesgo de la proximidad al Poder. Puede ser y lo es con frecuencia  la invitación a engañar y a ser engañado. Lo he recordado (y me lo recuerdo) muchas veces: la máscara siempre está al acecho.

La máscara

La máscara