ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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El tema del genio pareciera muy propio de la cultura occidental y sobre todo de los últimos tres siglos, cuando fue generalizándose la idea de que el artista es un personaje que vive en un mundo distinto desde el cual las Musas lo transportan al Olimpo de la creación.

Sobre todo en el siglo 19, con el Romanticismo por una parte y con los grandes descubrimientos científicos por la otra, la tendencia a llamar genio a todo aquel con logros excepcionales o provisto de un talento considerado desbordante, se hizo bastante común. Y en lo que respecta al Arte ha crecido mucho la suposición de que los más grandes han sido personas que en cierto modo flotan sobre todas las demás o que están en una permanente actitud de invención, encerrados en un mundo íntimo, excluyente, visitado de cuando en cuando por impulsos de inspiración venidos desde lo más alto.

Esa visión es, aparte de inexacta, siempre un poco ridícula. Ridiculez que ha llevado al extremo el cine de Hollywood cada vez que escoge como tema la vida de un gran compositor, pintor, científico o lo que sea, haciendo de él una caricatura imposible de digerir. No vale la pena entrar en detalles pero, a propósito de Miguel Ángel recuerdo lo artificial que parecía Charlton Heston como el artista o Rex Harrison como Julio II, uno con su personalidad de gringo partidario de las armas de fuego transformado por las sandalias y el atavío en tela cruda en una especie de santo del arte y el otro con capa roja, ribetes de armiño y modales de Lord Inglés, enfrentados a causa de la Capilla Sixtina tal como si estuvieran discutiendo sobre un juego de fútbol americano. Nada más inapropiado, como en general son inapropiadas esas biografías cinematográficas, las cuales evito por principio.

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El estilo,  talante y discurso de los “geniales” de la arquitectura actual se aproxima a ese estereotipo del cine americano. Poco interés ponen, ellos, dueños de un don divino, en trasmitir a los demás mortales una pizca de conocimiento para enriquecernos o abrirnos algún espacio de reflexión sobre la disciplina. Y es lógico que así sea, porque su supuesta condición excepcional se desmoronaría si dejan paso a la sinceridad y al deseo de comunicarse y trasmitir conocimiento. Sus arquitecturas dependen de esa pose de elegidos que se encuentran muy arriba y obliga al ejercicio de una especie de torneo gestual destinado a impresionar; atienden especialmente a los efectos. Su papel principal es ser proveedores de una “firma” que funciona como “aggiornamento” de quien les hace los encargos, sea quien sea, desde un dictador o un régimen corrupto (como es el caso nuestro) hasta una pujante casa de artículos de moda de alto nivel económico. Desaparece el escenario ético del artista por completo y es sustituido por la auto-celebración.

Por eso resulta tan conveniente pasearse, gracias a un buen escritor e investigador, por los accidentes de la tarea de ser hombre de un verdadero gran artista como Miguel Ángel. Nos regresa a la vida, nos reconcilia con la capacidad que el genio tiene para acercarnos a las grandes verdades nuestras, las de todo ser humano.

 EL GENIO

Oscar Tenreiro

(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 21 de Marzo de 2015)

Leo en este momento un libro que recomiendo con entusiasmo, publicado recientemente en España por Taurus: Miguel Ángel, una vida épica, de Martin Gayford, inglés, crítico de arte e historiador. Me ha abierto muchas puertas hacia la enorme complejidad de los aspectos que influyen en la vida y la obra de un artista excepcional. Y también hacia una mejor comprensión de una persona que ha pasado a la historia como figura central de ese momento histórico de expansión de las fronteras del arte que fue el Renacimiento.

Gayford se coloca ante  Miguel Ángel como observador atento de un hombre que no es un ser especial que se nos aleja en un universo ajeno, sino alguien como cualquiera de nosotros, que hace todos los esfuerzos por ubicarse en el mundo en el que vive, aceptando y conviviendo con las contradicciones y los vaivenes de su época. Alguien que se ve obligado a aceptar imposiciones y a cambiar la dirección de sus esfuerzos sin que sus logros, que fueron tempranos y de mucha repercusión, los viviera colocándose a sí  mismo en un nivel superior. Antes bien, su espacio lo compartía con los demás artistas de su tiempo (Leonardo, por ejemplo 25 años mayor, o Tiziano 10 más joven), uno entre tantos, pese a que su arte lo hizo conocido por los confines del mundo de entonces.

Saber de sus preocupaciones familiares, de su lucha con la subsistencia económica, de sus encuentros y desencuentros con el Poder representado por dignatarios civiles, militares y eclesiásticos, entre estos últimos Papas y Príncipes de la Iglesia, todo asumido como un ciudadano más, sin privilegios especiales, que luchaba con el día a día, nos lleva a establecer comparaciones con la artificialidad actual, que convierte al exitoso en un ser inalcanzable rodeado de todos los privilegios.

II

Si hay alguien que ha sido con toda justeza calificado de genial ha sido precisamente Miguel Ángel, lo cual me lleva a recordar lo que escribí en semanas anteriores cuando a propósito de Jørn Utzon mencioné a Robert Graves y su caracterización del genio como la capacidad de saltar por encima de los límites.

Respecto a lo cual mi hija Victoria, lectora de estos textos semanales, desde su mundo, el de la filosofía, me hace notar que tal capacidad, según Kant, no es producto de la casualidad, no es una originalidad sino que surge de una búsqueda dirigida a algo, a un fin. Es una búsqueda que en el campo del arte, como en cualquier actividad humana, se desarrolla sujeta a unas reglas pre-establecidas; y el genio, a diferencia del imitador, o del continuador de lo heredado, es capaz de crear reglas desde su talento natural. Le son insuficientes los conceptos establecidos, y a partir de las herramientas que le facilita su imaginación, los amplía, los expande y crea nuevos conceptos, establece nuevas reglas.

Para Kant, me recuerda Victoria, esa búsqueda de nuevas reglas es lo fundamental y pretender la falta de ellas es dejar el mérito a la casualidad, lo cual le resulta (a Kant) inadmisible. En definitiva, según él, no hay arte bello donde no haya algo mecánico que pueda ser aprendido y ejecutado según reglas, y que provea de fin a la obra alejándola de la pura casualidad.

El genio no es pues una condición que hace a la persona un ser excepcional, sino alguien que en su campo específico ha tenido la posibilidad, usando su talento, de crear nuevas reglas.  El genio deja un legado preciso, inteligible, accesible a todos los demás, expresado en nuevas formas de actuación en una determinada disciplina que son susceptibles de ser comunicadas. Al menos parcialmente por la palabra y sobretodo por lo que la obra muestra.

III

El actuar genial podemos decir, nada tiene que ver con ceder a impulsos desordenados o arbitrarios o dejar actuar a la casualidad. Es más bien una instancia de ampliación del campo de conocimiento de una disciplina, que se expresa en el descubrimiento (ocasionalmente la invención o la creación) de nuevas reglas.

Una perspectiva que esclarece lo que Le Corbusier escribió en el texto póstumo que ha sido considerado como su testamento: nada es trasmisible sino el pensamiento: Lo que recibimos de las personas excepcionales es expresable en términos de conocimiento. Conocimiento que se muestra en la obra misma y se formula como reglas propias de la disciplina.

Con lo cual aterrizamos en los exitosos geniales de hoy, del mundo de la arquitectura, algunos de los cuales (el que responde con gestos preguntas que no puede contestar, la que come demasiado o el que se viste de negro) he mencionado aquí. Seres especiales que andan por el mundo derrochando genialidad en edificios inundados de casualidades o arbitrariedades, rodeados de periodistas y diferenciándose de los demás mortales. Modos de ser que mixtifican el papel que en la sociedad cumple el arquitecto, convertidos en unas vedettes en compañía de ricos y famosos. Y cuando tratan de trasmitir ideas, como es el caso de Rem Koolhaas, le hablan solo al Primer Mundo y además con hipocresía.

Y culmino citando casi textualmente lo que me indica mi hija:

Yo creo que (el genio) es como un juego entre conceptos, razón e imaginación. Mientras la razón trabaja primeramente con ideas intelectuales que se apoyan en conceptos, la imaginación produce pensamiento que desborda los conceptos…la razón se expande con la ayuda de recursos estéticos…que luego redundan en «nuevas» ideas intelectuales. Es  como la metáfora de una explosión que ocurre impulsada por el juego entre la razón y la imaginación…pero lo mejor es que la razón vuelve, no se pierde…resulta hermosamente expandida por esa explosión.

Una demostración que agradezco, ésta que en la confianza familiar recibo, donde la filosofía aparece con su misión esclarecedora.

Fragmento del Juicio Final

Fragmento del Juicio Final