ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

(Imagen destacada (Internet): la oficina de Hitler en torno a 1937-38. Hitler, no hay duda, fue un «líder carismático»…)

El haber concluido mi tiempo de escritura pública, la que practiqué en la prensa, me abre una nueva etapa que comienza hoy en el espacio electrónico. Y mi deseo es que estas líneas sean el germen de un libro de tinta sobre papel, como me lo sugirió un lector. Compuesto a base de fragmentos que podrían llamarse aforísticos. Ya veremos hacia donde nos orienta la realidad.

Me ayuda la libertad que me da dirigirme sólo a los que quieren leerme, sin el pudor que afecta la escritura en un medio público, pudor que obliga a una cierta medida, o cautela, para no ir más allá de un espacio ético, difícil de delimitar y siempre bastante personal, que pese a lo que mucha gente cree está muy presente en todo aquel que escribe para la prensa.

Y lo haré entremezclando memorias personales, cosas vividas, relatos mas o menos íntimos, con ocasionales inmersiones en el mundo de la arquitectura y la ciudad,

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Encuentro a mi regreso un país sumido en una crisis de características insólitas. Era igual a mi partida pero los viajes ayudan a ver y valorar. Ya lo había dado a entender cuando la relataba lo de la cola para comprar papel higiénico al bajarme del avión.

Y siempre resulta asombroso constatar que en medio de tamaña asociación de absurdos todavía haya gente que apoya a un Régimen que patrocina las cosas más irracionales y especialmente una política económica que promueve la destrucción y la disgregación social. Siempre gravita sobre esta realidad la idea de que se trata de una estrategia pensada y dirigida fríamente, pero la incoherencia general es tan grande que inmediatamente regreso a la conclusión más triste: se ha entronizado la obcecación ideológica, la mediocridad intelectual, la pobreza espiritual; y apoyada en un control absoluto del Poder que en definitiva les fue concedido por los mismos venezolanos, ella domina todos los espíritus de quienes toman decisiones. Y lo hacen cada uno por su cuenta, cada cual más radical que el otro, entregándose a una confusión cuyo trasfondo, lo revolucionario vago y sólo ejemplificado por la arbitrariedad, justifica cualquier cosa.

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Siempre recuerdo, cuando voy hacia el por qué se ha dado aquí esta locura, la escena de esa buena película alemana titulada “La Caída”, en la cual una enfermera que se cruza en uno de los pasillos del bunker berlinés de Hitler, pocos días antes de que el führer se suicidara, estalla en sollozos de alegría y se arrodilla frente al gran hombre llevada por la emoción de verlo de cerca. Y eso sucede en medio de la casi destrucción de todo un país, de la cual la enfermera tenía que haber estado consciente.

Es evidente que el Poder confiere un carisma que hace especial a quien lo detenta. Y cuando ese Poder es absoluto, cuando se reconoce que su única limitación es la voluntad de esa persona, su intensidad aumenta hasta alcanzar un carácter que podría llamarse sobrenatural. Para esa enfermera Hitler era un semidiós así como lo era para miles y hasta millones de venezolanos eL personaje que rigió recientemente a Venezuela hasta su muerte.

Max Weber (lo leo a propósito de estas líneas) dice lo siguiente respecto al carisma: “es…la cualidad que pasa por extraordinaria …de una personalidad por cuya virtud se considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas ….o como enviados de dios, o como ejemplar, y en consecuencia como jefe, caudillo, o líder” Y no es posible dejar de reconocer que el verdadero edificador del castillo de inconsecuencias que reina en el Poder venezolano estaba en posesión de esa cualidad.

Si eso fue posible en un país de la consistencia cultural de Alemania ¿no es casi comprensible que ocurra en una sociedad tan frágil como la nuestra? ¿Y el culto a Perón y Evita en la muy culta sociedad argentina que ha durado tantísimos años, no nos dice algo? ¿Y la aún más inexplicable veneración por ese personajillo patético y kitsch cuyo principal mérito es haber sido un hábil futbolista?

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Por supuesto que los que han quedado como herederos de ese carisma son unos simples imitadores que repiten la conducta soberbia e impulsiva de su mentor. Pero de todos modos disponen de un Estado armado para dominar todos los aspectos del Poder, lo cual les proporciona, como decía, ese trasfondo, ese escenario, que los ayuda aunque sea con poca fortuna a ejercer desde el carisma heredado.

Y así lo hacen para desgracia de un país que junto a la riqueza petrolera ha sido castigado con eso que llamo una y otra vez (lo tomo de un amigo fallecido a quién se lo oí) fragilidad. Que se puede leer como la cualidad de darle apoyo y sustento a cualquier cosa por absurda que sea, sin tener conciencia clara de consecuencias y antecedentes.

Porque, en estos días por ejemplo, cuando oía al Ministro de Educación venezolano (un mozalbete sacado de las filas radicales, con mínima educación él mismo) hablar respecto a las Universidades autónomas que se resisten a aceptar las malignas imposiciones de su despacho en términos de jefe de una banda de barrio, me preguntaba cómo podía una sociedad en la cual poseyó ese mismo cargo no hace tres cuartos de siglo un hombre como Arturo Uslar Pietri, cómo podía, repito, esa sociedad, entregarle la misma responsabilidad a quien ni siquiera está consciente de eso que se llama majestad del cargo, que no es otra cosa que conciencia cultural, la noción de que se recibe con él una tradición con carga simbólica que exige respeto y contención.

Pero estos revolucionarios de cartón la única tradición que respetan parece ser la del guerrillero que desde un escritorio improvisado en algún corredor cubano, da órdenes de fusilar a alguien mientras se fuma un tabaco. Sienten que están repitiendo unos eventos que los emocionaron en su muy próxima adolescencia, recuerdo que les permite comportarse así, con desfachatez, con ordinariez, ante lo más grave, lo que exigiría reflexión y cuidado.

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Todo lo cual nos lleva hacia algunas de las personas que he conocido en mis tiempos universitarios y con quienes quise construir algo así como una manera de ver el mundo y las cosas, incluyendo por supuesto la arquitectura, y que cuando llegó este vendaval de absurdos decidieron sumarse a los vencedores olvidando todo lo que una vez dijeron y defendieron.

La verdad es que se han comportado de modo que no dudo en calificar de despreciable.

Y lo digo por una razón que prevalece sobre las otras: porque lo han hecho asumiendo ventajas y privilegios, porque han sucumbido al halago de las conveniencias dentro de las cuales está sin duda la económica. Hicieron lo que siempre criticaron con las más duras palabras pero ahora lo disfrazan con la maléfica coartada de la revolución. Todo ello forma un sustrato, sobre el cual han construido su nueva ideología revolucionaria o por lo menos el conjunto de razones para sentirse bien donde están.

O sea que han edificado sobre barro.