ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

El recorrido por lo que una vez fue el centro de Maracay y hoy es una sucesión desigual de edificios a lo largo de las calles de un damero del cual sólo se salvó la geometría, nos llevó a Lopez Aveledo Sur No. 1. Ya he dicho que allí quedaba la casa donde pasé mi infancia y no esperaba nada distinto a lo que es hoy la cuadra entre la Ave, Bolívar y la Miranda, el espacio que tantas veces recorrí. La fealdad y el abandono junto a cosas nuevas totalmente ajenas a lo que ese pedazo de ciudad fue, resultado de un sistema de regulaciones urbanas (usos, densidades, vialidad mejorada) sin compromiso alguno con lo que la ciudad debería ser. En la esquina, donde estaba la Escuela de Arte y Oficios, casona republicana con alguna dignidad, se alza uno de los edificios–tipo de la compañia de teléfonos. Y entre éste y el lote que ocupaba nuestra casa, un edificio de apartamentos con ese horrible volumen inferior  que llega hasta la acera desde la torre de apartamentos, destinado a comercio,  de altura y media para facilitar las mezzaninas, horrible por la desproporción respecto a la torre y la falta de compromiso con un posible contexto, producto de una norma  que, como hemos dicho se generalizó desde Caracas hacia todo el país. Ese ha sido el destino de las casas que para mí tuvieron un nombre (los Flores, los Ontiveros), destino tal vez más propicio que el de nuestra propia casa, ocupada por una desvencijada Optica que debe tener muy mala situación contable a juzgar por su deterioro.

Lopez Aveledo Sur No.1

Lopez Aveledo Sur No.1

Y aquí vuelvo de nuevo a la misma prédica que sé que no es personal, que la comparten muchos colegas y que la gente sufre sin saber exactamente por qué las cosas han sido así, la de resaltar la ineficacia de las normas vigentes en términos de calidad urbana.

Aquellos que se identifican como urbanistas porque a eso han dedicado su vida profesional y los que lo son por haber recibido un título, harían bien, insisto en ello, en ocuparse de modificar a fondo esa normativa, de estudiarla con ojos comprometidos con la forma de la ciudad, con ojos de arquitectura urbana, para utilizar un término de moda hace treinta años, en vez de seguir empleando energías en planes de pura regulación.

Sé que lo digo sin aspirar a repercusión alguna. Podría ser, debería ser, parte de las discusiones que ahora se emprenden, en esta etapa trabajosa en la que renace la democracia.

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La Plaza Bolívar está bien mantenida, sus zonas ajardinadas cuidadas y hay vigilancia por parte de un cuerpo policial que según parece se ocupa del resguardo de las edificaciones patrimoniales (¡bien!). No soy capaz de decir si los cuarteles que la rodean del lado opuesto del Hotel Jardín (uno de ellos, creo que el Bolívar, destinado a una Escuela de formación militar o algo parecido según nos informó una atenta mujer policía) han sido restaurados. Da la impresión de que es así, al menos en sus fachadas, las cuales han sido pintadas en un color básico fuerte, con las molduras y otros detalles en blanco, lo cual, si bien pudo haber sido la idea original recién terminados los edificios (cosa que dudo porque en mis recuerdos, no tan lejanos a los tiempos de su esplendor, eran de un ocre claro) habría sido con tonos mucho más apagados. Y lo que vemos hoy es estridente y hasta desagradable, llegando al borde de la caricatura porque esa explosión pictórica destaca sin necesidad el abigarramiento decorativo y atenta contra la severidad original. Un asunto que nos recuerda que el restaurador (repito que no sé si allí hubo restauración) tiene también entre sus obligaciones el evitar la acentuación de los errores originarios, aplicando criterios de equilibrio propios, personales, que son los que en definitiva hacen de esta actividad un arte creativo. El arquitecto restaurador no sólo trabaja con lo que viene del pasado sino que utiliza puntos de vista del presente a la medida de sus convicciones personales como diseñador.

Del lado Oeste de la Plaza Bolívar lo que se llamaba el Hospital Civil, hoy Carlos Guinand Sandoz (su arquitecto)

Del lado Oeste de la Plaza Bolívar lo que se llamaba el Hospital Civil, hoy Carlos Guinand Sandoz (su arquitecto)

 

La que llamábamos Fuente Luminosa hoy funciona

La que llamábamos Fuente Luminosa hoy funciona

 

En la Plaza Bolívar las rotondas de las retretas.

En la Plaza Bolívar las rotondas de las retretas

El viejo Cuartel Bolívar

El viejo Cuartel Bolívar

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Es lo que en su tiempo convirtió en un verdadero aporte arquitectónico a la recuperación de la Gliptoteca de Munich (construida entre1816 y 34), de Leo von Klenze (1784-1864) edificio que fue muy afectado por la Segunda Guerra y que luego de haber sido restaurado en su exterior con el criterio de reproducir fielmente lo que había sido, fue sin embargo reconstruido en su interior, etapa a cargo de Josef Wiedemann (1919-2000), aplicando el principio de combinar la restauración fiel en ciertas áreas conservadas, con la refacción libre en las partes destruidas (casi todas), basada en criterios que buscaban eliminar superposiciones y refinamientos, yendo hacia lo simple y despojado según una visión muy personal. Se convirtió en tema central de la intervención la aplicación de los mismos principios constructivos originales haciendo uso de los materiales de modo radicalmente moderno, muy propio de los años de la posguerra. cuando la escasez de dinero valorizó la simplicidad, la rusticidad, la búsqueda de lo esencial. Obtuvo un resultado de gran belleza y sobre todo de pureza espacial sorprendente, un trabajo que se me antoja convertir en referencia para lo que David Chipperfield hizo recientemente en su excelente proyecto de restauración y rehabilitación del Bode Museum de Berlín. Wiedemann es considerado discípulo de Hans Döllgast (1891-1974) quien fue el encargado de la restauración de la Pinacoteca de Munich, trabajo de 1957 que puede ser considerado un trabajo seminal respecto a los nuevos modos de ver la restauración. Allí Döllgast, un gran arquitecto sin duda alguna, restauró cuidadosamente lo que no había sido afectado por las bombas, combinándolo con una especie de evocación de lo que había sido, lograda al mantener, como haría Wiedemann en la Gliptoteca, los principios constructivos ejecutados solo hasta el nivel básico, dejando el material en bruto, lo uno al lado de lo otro. Obtuvo así un maravilloso contraste que también estimula la imaginación en dirección a la génesis arquitectónica del edificio recién nacido.

En ambos casos hay una mirada creativa de lo heredado del pasado y de su difícil permanencia a través de los accidentes de la historia, algunos especialmente duros como el de la guerra. Mirada que tuvo un cierto carácter revolucionario y por ello sufrió rechazo y aún hoy es vista con recelo. Y que uno quisiera que fuese mejor asimilada y valorizada por parte de quienes hoy se ocupan de la restauración olvidando un poco, como si fuese una tentación a rechazar, su propia capacidad de aporte.

Gliptoteca de Munich de Leo von Klenze, exterior restaurado entre 1947 y 57

Gliptoteca de Munich de Leo von Klenze, exterior restaurado entre 1947 y 57

Gliptoteca de Munich, interior restaurado y remodelado por Joseph Wiedemann

Gliptoteca de Munich, interior restaurado y remodelado por Joseph Wiedemann

Fauno Barberini, escultura griega, en la Gliptoteca

Fauno Barberini, escultura griega, en la Gliptoteca

Detalle de fachada de la Pinacoteca de Munich. Restaurada por Hans Döllgast en 1957

Detalle de fachada de la Pinacoteca de Munich. Restaurada por Hans Döllgast en 1957

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Y todo lo anterior viene a cuento a propósito del Hotel Jardín. Creí siempre que alojar en él la Gobernación fue una buena idea, salvo que estuvo asociada a lo que ha sido tradición aquí y de lo cual nos quejamos como plañideras permanentemente sin que por ello parecieran cambiar las cosas: la improvisación. La idea de cerrar las arcadas con bloques ornamentales, decisión tomada, suponemos, por miedo al espacio intermedio público adyacente a la fachada, es una muy mala idea; y es de suponer que los años de trajín de oficinas públicas como las nuestras deben haber tenido un efecto deteriorante. Situación que imaginamos habrá ido agravándose gracias a la manía de las remodelaciones urgentes que todo alto funcionario público venezolano que se respete ordena ejecutar. Así que el edificio habrá sido sometido a agresión sistemática impulsando, seguimos suponiendo, a la mudanza de la Gobernación hacia el edificio construido hará unos 30 años, que en un tiempo ocupó Corpoindustria, obra prescindible de un arquitecto celebrado: Jorge Castillo.

Quedó el Hotel Jardín pues vacío y en su parte posterior funciona la Contraloría del Estado, no sé si en espacios restaurados. Suposición que hago porque da la impresion de que el cuerpo central del Hotel, correspondiente a la entrada desde la Plaza Bolívar, ha sido recientemente restaurado.

Sin embargo, parece perfectamente lógico que dada la posición predominante y monumental que el Hotel tiene respecto a la Plaza, y el papel que cumple en relación a la ciudad, la Gobernación regrese a él previa una restauración y readaptación seria, meditada, sin tacañerías, con aportes de diseño destinados a resolver los problemas funcionales más actuales. Puede ser incluso concebido como un edificio que pueda ser visitado en ciertas áreas con finalidades turísticas o educacionales. Se trata de un trabajo complejo y costoso que exigirá un arquitecto sólido, escogido en el ámbito nacional y no sólo local. Por la calidad de su trabajo y no por razones de amistad o de vínculos políticos.

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Tal vez, lo reconozco, es mucho pedir. La primera reacción que cualquier venezolano tiene ante la perspectiva de poner allí oficinas públicas es la de que se reiniciará la destrucción. Volverán los muebles metálicos, los archivos destartalados, los aparatos de aire acondicionado incrustados en muros y ventanas, la pintura abundante para tapar errores que de cuando en cuando mancha lo que no debe ser pintado…y todas las demás cosas que comprende el imaginario de nuestra mediocridad burocrática pública.

Pero me resisto a aceptar eso como inevitable. Las cosas tienen que cambiar, se deben sentar precedentes, es necesario dar definitivamente el salto a una modernidad mínimamente lúcida. Y así el Hotel Jardín permanecerá, digno, obra de un Villanueva joven y aún buscando un lenguaje dentro de sus reminiscencias europeas y su apenas iniciada vivencia en la tierra a la que pertenecía, con sus valores más esenciales rescatados, con su talante de edificio europeo que quiere ser tropical, como una lección cultural que es en definitiva el papel de la arquitectura patrimonial. Como orgullo de una ciudad que busca su identidad.

(Hacer los comentarios a través de la dirección otenreiroblog@gmail.com)