ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Antes de continuar con estos textos siento el deber de decir algo sobre la situación que estamos viviendo los venezolanos, la cual no puede ser llamada sino catastrófica. Pero quiero hacerlo como un alegato contra los fantasmas ideológicos que han hecho presa del debate latinoamericano durante muchos años, fantasmas que curiosamente vemos de cuando en cuando reproducirse en contextos del mundo supercivilizado. Y no me estoy refiriendo a los que han poblado las posiciones de la extrema derecha porque estos son denunciados con vigor en el mundo mediático apenas asoman su cara, como ocurre por ejemplo con los exabruptos de Donald Trump, Marine Le Pen y demás representantes del extremismo de esos lados del escenario político. No, me refiero a los fantasmas de la extrema izquierda. E insisto en referirme a ellos porque en general parecen ser aceptados con mucha mayor tolerancia por el mundo periodístico y de opinión, poniéndose en juego un irritante doble discurso que es imprescindible denunciar.

Todo esto tiene que ver con el hecho de que lo que estamos viviendo en Venezuela no haya sido identificado como uno de los mayores absurdos políticos de la historia universal reciente, y que continúe siendo noticia de segundo nivel. La comunidad democrática parece ignorar las múltiples señales que diariamente definen al gobierno venezolano como una dictadura e igualmente le da poca importancia al hecho sin precedentes de que un país al que ingresaron a lo largo de dieciséis años más dólares que en casi toda América Latina, al final de ese lapso  esté sufriendo una insólita falta de suministros entre los cuales el de medicinas llegó al nivel de crisis humanitaria; que se haya destruido el aparato productivo; que las principales universidades estén semiparalizadas por falta de presupuesto; que la pobreza general se haya disparado hasta límites impensables a la par de la hiperinflación; que la criminalidad sea, casi, la mayor del mundo; y que en el seno de la “revolución bolivariana” se haya promovido un festival de corrupción que deja empequeñecidos todos los episodios anteriores de la región, incluyendo el que actualmente se ventila en Brasil. Y esto último, junto con la infinidad de atropellos a los derechos humanos entre los cuales los que se ejercen contra los presos políticos, ha sido posible por la confiscación de todos los poderes del Estado (con afortunada excepción de la actual Asamblea Nacional, que se instaló a comienzos de este año y está siendo atacada con toda clase de fraudes jurídicos) siguiendo el guión de una estrategia trazada según los más obvios cánones del totalitarismo marxista, con especial mención de su versión cubana. Y parece ser precisamente esto último, el manto protector que proporciona la condición “revolucionaria” bendecida por el Poder cubano, lo que termina siendo el disfraz más efectivo, el que oculta con mayor eficacia ante la opinión internacional la gravedad de la situación venezolana; es ese el principal motivo de la indiferencia.

Y se hace entonces imprescindible insistir ante quienes siguen creyendo que el Régimen venezolano tiene algún contenido moralmente legítimo porque lo ven respaldado por esos “fantasmas”, para que despierten, instarlos a que dejen de lado los sistemas de ideas convertidos en prejuicios y denuncien con fuerza lo que está ocurriendo aquí. Es grave, es extremadamente grave. No se ha producido aquí una explosión social porque el control del Poder y la capacidad de intimidar superan todos los precedentes nuestros y seguramente los que se han dado en cualquier otra parte de nuestra región.

Pero si aspiramos a que el desenlace final, la superación de este estrangulamiento feroz, se resuelva en paz y por las vías democráticas, que es lo que todos queremos, necesitamos el apoyo y la mediación del mundo que más allá de nuestras fronteras profesa los valores democráticos. Que presionen desde sus respectivas posiciones para que la voz del pueblo expresada democráticamente sea respetada. A que cesen las triquiñuelas. A que renuncie a la constante manipulación del Poder la oligarquía indigna responsable de este inmenso desastre. A que hagan realidad moral, guía para la acción, los lemas que hasta ahora sólo usan para aparentar una legitimidad que han perdido. ¡Ya basta!

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La mención que hice la semana pasada de la maestra de mi hermano Jesús, la extraordinaria Sra. Peña, es un ejemplo más a favor de la idea de que el acceso al conocimiento y la formación moral en sentido general y personal, uno de los principales objetivos de todo esfuerzo educativo, depende sobre todo de las personas, del ambiente por supuesto, y mucho menos de los recursos disponibles o de ese ídolo en que se ha convertido a la tecnología. Porque creo haber dejado bien claro que Maracay en esos años cuarenta de la posguerra y el posgomecismo cuando parecía iniciarse el difícil trayecto hacia la conquista de la democracia que todavía hoy, tres cuartos de siglo después, está por consumarse, era apenas un pueblo de muy lento ritmo vital, muy distante de los bienes que la civilización urbana ofrece, en cierto modo desconectado del mundo, provinciano, de horizontes restringidos para quien tuviera ambiciones de expansión, de fisonomía marcada por una herencia monumental gomecista mal asimilada; atrasado en suma. Y sin embargo, en él florecieron las expectativas de muchos, se abrieron al mundo de la cultura varias generaciones, tomaron forma personalidades autónomas con capacidad de conexión con lo más universal, de espíritu crítico, que se han perfilado como referencia para muchos más. El escenario que he calificado varias veces como amodorrado, ocultaba una particular riqueza humana, expresada en gentes como la Sra. Peña y muchos más, maestros y maestras que fueron más allá de lo que la rutina dictaba y se convirtieron en guías hacia el mundo del conocimiento y la cultura.

Una situación que no se reduce, y eso es lo que vale la pena retener, a lo que fue esa ciudad, Maracay, en un tiempo y condiciones específicas, sino que se da en cualquier lugar donde, pese a las limitaciones más aparentes, y sobre todo las de índole económica e incluso social, quede espacio para el desarrollo personal, para el encuentro entre quien desea aprender y quien desea enseñar. Y eso nos lleva directamente al concepto, que con frecuencia se olvida cuando se discute sobre los problemas educativos, de que es en la díada maestro-alumno por encima de cualquier otra cosa, donde se resuelve el acto de educar y educarse.

Así ha sido a través de los tiempos, cuando educar no era visto desde la perspectiva de un sistema educativo, de una estructura creada con el fin de educar, estructura que siempre corre el riesgo de ocultar el valor de lo personal. Verdad que la oscurecen los métodos, los programas, también los bienes tecnológicos, la informática por ejemplo, que parecen ocupar todo el espacio de reflexión por parte de los educadores de hoy, dejando en segundo lugar la capacidad de señalar, de recordar, de asociar, de establecer referencias, de exponer con convicción, de decir la palabra justa o hacer lo que conviene, todos asuntos que dependen exclusivamente de las personas.

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Y recordar las cosas vividas, que es lo que vengo haciendo, nos puede permitir reafirmar esas verdades a partir de la experiencia personal. Que nos lleva al tema que completa lo que recién he dicho respecto a la importancia de las personas: me refiero a lo que el medio nos ofrece y especialmente el que se configura en una esfera más íntima como lo es el mundo familiar. El cual, a pesar de todas las dificultades, que en el caso de mi familia nunca faltaron, termina abriendo espacios para descubrir, para iniciar caminos, para comenzar el proceso de entender. Razón adicional para decir con énfasis lo que siempre se dice y por sabido se deja de mencionar, que es en el seno de la familia donde está lo más esencial, lo más originario, de la larga lucha a favor de lo que Jung llamaba la individuación y que tal vez podríamos sustituir con la palabra madurez.

Y reflexionar sobre eso me deja espacio adicional para mencionar aquí nuevos aspectos del anecdotario personal.

Ir por ejemplo hacia el origen de lo que en mi hermano Jesús fue su profunda y fundamental pasión por la música, parte inseparable de su vida. Y lo hago porque él no sólo tuvo un papel muy importante al interior de nuestra familia sino porque, dejando aparte la idea que alguien pueda tener de que estas reflexiones son como una revancha, es indiscutible que en el mundo de la arquitectura y por extensión entre lo que podríamos llamar la intelligentsia venezolana, Jesús tuvo un papel relevante. Poco reconocido y para muchos desconocido porque aquí sólo parece conocerse lo que viene asociado a mundillos de poder. A eso nos tiene ya acostumbrados Venezuela, a convertir la opinión y con ella los prestigios en un juego de intereses de allegados y amigos que en cierto modo se pagan y se dan el vuelto.

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Nuestros bisabuelos maternos eran alemanes. Por el lado de mi abuelo materno, su padre era nacido en lo que fue la Prusia Oriental, hoy Rusia y Lituania. Y por el lado de mi abuela, se trataba de unos alemanes de Silesia, hoy en gran parte Polonia. Lo que terminó arrojándolos en dirección de este país tropical es, como todas esas vueltas del destino personal, un poco indeterminado. Es posible que en 1860, que fue cuando el bisabuelo prusiano, por ejemplo, llegó a Venezuela, esa región de lo que era Alemania estuviese pasando por un período difícil, pero lo que si es seguro es que distantes países como Venezuela ofrecían opciones de avance y de posible riqueza. Y así fue, porque si Hermann, que era su nombre, pudo haber tenido las dificultades de todo inmigrante, Guillermo su hijo, el padre de mi madre (fueron nueve hermanos) se convirtió en persona acomodada y vino a ser uno de los pioneros del desarrollo industrial de Valencia.

O sea que la industriosidad alemana abrió espacios. Industriosidad que venía desde luego acompañada de una cultura. Expresada por ejemplo en lo religioso porque Hermann era luterano y practicante, como lo atestigua un documento que suscribió cuando se casó, en forma de contrato porque el matrimonio en la Venezuela de entonces tenía que ser católico. Y en el contrato dejaba claro que su religión era luterana la cual hemos profesado y profesaremos fieles hasta la muerte. Muy alemán pues, como también lo fue su hijo, quien junto con la religión (su esposa Elizabeth Aigster, sin embargo, se hizo católica a instancia de sus hijos) tenía, era lógico para un alemán, la música en la sangre.

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Ya Guillermo había muerto muchos años atrás, cuando mi madre tenía 12 años, en Abril de 1922. Pero quedaba en la casa de mi abuela, ya apolillado por los años, con mínimo uso, un tocadiscos y una bien extensa colección de discos en 78 rpm, álbumes completos de ópera y música sinfónica, a nuestra disposición (sólo quedaba en la casa con mi abuela una de mis tías, Alesia) de niños curiosos cuando desde Maracay íbamos de visita en fin de semana, o a veces como en Semana Santa por períodos más prolongados. Las imágenes que recuerdo deben ser de los años 46 o 47, antes de la muerte de mi abuela en Febrero de 1949. Me veo examinando las agujas metálicas del tocadiscos, que se cambiaban tanto que había que tener un puñito en un recipiente cercano, y también los álbumes con los enormes y pesados discos que se quebraban fácilmente; además de algunos libros acomodados en la parte baja del mueble, entre los cuales una Enciclopedia de la Ópera. Hurgar en esas cosas, algo así como la historia de la casa, era la distracción entre juego y juego. Nos familiarizamos así con los nombres de las óperas y sus intérpretes pero nos cansábamos rápido e íbamos a jugar, mientras que Jesús se quedaba escuchando con atención.

Nace allí sin duda, en ese lugar familiar y con las cosas que allí había, lo que sería una pasión, con lugar especial para la tradición alemana con Wagner a la cabeza. Si todos, cada uno a su manera, deambulamos en torno a ellas, sólo fue para uno de nosotros para quien se transformaron en alimento espiritual de primera mano. Era sin duda un niño de inteligencia muy precoz, que le indujo a explorar intereses que estaban más allá de los típicos de su edad y su contexto, pero de todos modos surgen muchas preguntas sobre los mecanismos que dispararon lo que vendría después. Nadie lo instruyó especialmente. Las cosas que allí había simplemente se le mostraron a sí mismas, combinadas por supuesto con las anécdotas que podían correr en la familia asociadas a esas cosas.

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Nada de eso tenía conexiones específicas con Valencia o Maracay, ciudades pequeñas cubiertas por la bruma de un país de mínima importancia, modestas, fuera de todo circuito de interés universal. Fue allí sin embargo, por razones que, repito, parecen no tener explicación, donde empezaron a germinar semillas que habrían de florecer años después en una personalidad fuerte, ávida de explorar el mundo cultural, entregada en cuerpo y alma a la disciplina que definió su vida, la Arquitectura. Y sobre todo a una incansable capacidad para pensar sobre lo que lo rodeaba, intensamente unido al país donde nació, por encima de todo folclorismo o costumbrismo, haciendo siempre por reconocer en este medio difícil y hasta primitivo, señales, acontecimientos, circunstancias orientadas hacia lo universal. Crítico duro, penetrante, acucioso, a ratos rígido e intransigente, pero un ejemplo viviente de todo eso que la retórica sobre la educación propone para que sea estimulado pero que generalmente termina siendo incómodo y visto con un recelo que puede invitar a ejercer la represión.

Y sobre todo ser humano capaz de hacernos dirigir la mirada más allá de lo inmediato. Hacia lo trascendente.

Jesús Tenreiro Degwitz con sus padres

Jesús Tenreiro Degwitz con sus padres