ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Sí, uno se cansa, el ánimo baja, el escepticismo aflora, la indiferencia se presenta como una salida para sobrevivir. Ver que sin importar lo que nos esté ocurriendo a todos (cada quien en su nivel, en su mundillo, en su pedazo de país arruinado y estancado), la camarilla se atrinchera en sus manipulaciones, en su asombroso cinismo (hasta marchas a favor de la paz organizan mientras llaman a sus incondicionales a la guerra y la violencia, mientras financian a sus pandillas armadas), su uso descarado de la mentira, mostrando la cara funesta de sus ideales de totalitarismo, de dominio a toda costa, ahogada en sus efluvios ideológicos; esa especie de imperturbabilidad ciega, castiga. Y cansa.

Este último fin de semana me visita mi hijo médico, Oscar Rafael, ya cincuentón, experto en radiología intervencionista, junto con su esposa Marlenne, pediatra. En la conversación surge el estado de la salud en Venezuela y nos exponen un panorama difícil de creer por lo devastador. La falta de medicinas (no hay retrovirales para los enfermos de Sida por ejemplo); los equipos descompuestos en todos los hospitales (menciona los de hemodinamia, necesarios para la terapia intensiva de los enfermos cardíacos); los problemas debidos al control de divisas que le impiden por ejemplo a él en su práctica diaria tratar aneurismas cerebrales via cateterismo obligándolo a confiarlos a cirugía abierta con tasas muy altas de mortalidad; la falta de drogas para quimoterapia; la de incubadoras para neonatales…y una larguísima lista que lleva a los médicos a pensar que al gobierno no le importa esta situación porque los enfermos son apenas el 8% de la población.

Hasta ese nivel ha llegado la revolución bonita.

¿Son los que apoyan este estado de cosas los mismos que atacaban al liberalismo económico? ¿No es peor que cualquier capitalismo salvaje la persistencia en aplicar regulaciones que han llevado a sufrir a un pueblo como nunca en su historia mientras lo controlan con una feroz represión refinada y enmascarada con ideología?

Esa estridente contradicción entre discursos y hechos, apariencias y realidades, no sólo cansa sino que irrita, nos produce rabia. Pero seguimos, debemos persistir sin ceder al cansancio para tratar de ver la otra cara de la realidad. Una más estimulante.

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Regreso así a mis relatos personales, testimonios de cómo lo vivido de una manera u otra terminó llevándome la mirada hacia el casi-espejismo de la Arquitectura, de mi modo de verla y tratar de llegar a ella. Sin perder la conciencia de que en una realidad como la nuestra y sobre todo en los tiempos que corren, el desarrollo de una arquitectura institucional con raíces firmes exige un contexto político democrático. Y confiando en que aquí se impondrá la verdad.

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Me detengo entonces, a propósito de los comentarios que he venido haciendo sobre nuestro espacio costero, en un punto fundamental del sistema insular frente a nuestras costas. Sistema que comienza en los islotes de Los Monjes al Norte del Lago de Maracaibo; sigue hacia el Este con Aruba, Curazao y Bonaire, (que han podido perfectamente ser islas nuestras si los rumbos colonizadores europeos no hubieran entorpecido lo que era lógico y natural); continúa con Las Aves de Sotavento, las de Barlovento, Los Roques (archipiélagos que son atolones coralinos en formación); luego La Orchila, La Tortuga, Margarita-Coche-Cubagua, La Blanquilla y los islotes de Los Hermanos al norte; Los Frailes más al Este, también islotes deshabitados; y termina en Los Testigos, un par de islas muy hermosas antes del salto un poco más largo que lleva hasta Granada, la primera de las Indias Occidentales británicas al norte de Trinidad-Tobago.

Y llamo punto fundamental al archipiélago de Los Roques, verdadero paraíso marino tropical, a 70 millas náuticas al Norte de La Guaira, lugar con el cual me obsesioné durante un tiempo, llevado por el entusiasmo (la fiebre como decimos los venezolanos) por el mundo submarino.

Los Roques por satélite. Arriba a la derecha el Gran Roque, Desde allí desciende el canal que termina abajo en Sebastopol.

Los Roques por satélite. Arriba a la derecha el Gran Roque, Desde allí desciende el canal que termina abajo en Sebastopol.

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A esa pasión por lo submarino quise, junto a mi compañero de buceo Pedro Glücksmann, darle un carácter más formal, lo que nos llevó a hacer contacto con el Hermano Ginés (Pablo Mandazén Soto, 1912-2011), español-navarro llegado a Venezuela en 1939, a quien conocía desde mis tiempos de primaria en Valencia y de secundaria en el Colegio La Salle de Caracas. Ginés, como lo llamábamos ya adultos, era fundador de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, la cual transformó en 1957 en Fundación La Salle y fue gestor de su expansión hasta convertirla en una institución muy importante en nuestro país apoyada por todos los gobiernos democráticos. Queríamos interesarlo en la exploración submarina y le propusimos la realización de un viaje a Los Roques con el patrocinio de la Sociedad, para realizar recolecciones de muestras que podían tener interés para ellos, viaje que se realizaría en una embarcación propiedad de la familia de la mayor de las hermanas de mi madre, Elizabeth. Se trataba de un moto-velero de madera de sesenta pies (el King Fisher), muy marinero y rústico, que nos fue cedido con su tripulación para un primer viaje a Los Roques que se realizó en una fecha cuya precisión se me escapa y que ubico a comienzos de 1956.

Ginés estuvo de acuerdo en que la Sociedad nos cediera algún equipo (incluyendo una buena cantidad de botellas de aire comprimido que se sumaron a las nuestras para suplir la falta de un compresor) y propuso que nos acompañara un investigador extranjero que trabajaba con ellos como residente, herpetólogo que ya había participado en viajes de investigación a Los Roques de los cuales resultó un Estudio (que Ginés nos prestó), publicado por la Sociedad en 1954, que incluía también la isla de la Orchila cuarenta millas al Este de Los Roques. Se trataba de Janis Roze (Letonia 1926) un científico serio y circunspecto de pocas palabras, quien sería en 1962 Premio Nacional de Investigación Científica, hoy en día profesor de Biología Emérito del City College de Nueva York. Puede llamar la atención de que se tratara de un herpetólogo, pero uno de los capítulos del estudio estaba dedicado a un reptil típico de Los Roques, una lagartija de color negro que, por lo visto, lo digo hoy desde el recuerdo, era una rareza.

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Una de las imágenes que conservo del viaje es la de la cubierta del viejo motovelero llena de las botellas de aire comprimido y recipientes grandes de los que se usan para leche semillenos de formol (donde debíamos depositar las muestras), junto a las de las inmersiones en el canal que comienza en el extremo sureste del Archipiélago (conocido como Sebastopol, donde fondeamos los dos primeros días) y el Gran Roque, la isla mas grande al Noreste y la única habitada. Lo llamo canal porque es un espacio de aguas tranquilas de paisaje submarino más bien monótono y relativamente poca fauna, su profundidad máxima unos treinta metros, delimitado por la barrera coralina que separa del mar abierto y una serie de islas arenosas pobladas de manglares que rodean la gran laguna central del archipiélago.

Cayo Madrizky en primer plano. luego se ve el canal tras la barrera coralina que se pierde hacia la derecha, el Sur

Cayo Madrizky en primer plano. luego se ve el canal tras la barrera coralina que se pierde hacia la derecha, el Sur

Sebastopol. A la derecha la laguna central.

Sebastopol. A la derecha la laguna central. En primer plano a la derecha el canal.

El Gran Roque visto desde la salida del Canal que viene desde Sebastopol

El Gran Roque visto desde la salida del Canal que viene desde Sebastopol

Tampoco olvido el mal humor de los tripulantes que veían invadida la embarcación por una muchachera (Pedro Glücksmann y mi hermano Jesús de veinte años y yo de dieciséis y medio) cargada de artefactos completamente extraños a los hábitos de sus patrones que se sumaba a la relativa incomodidad del Dr. Roze con ese grupo de compañeros demasiado jóvenes. Pero todo eso terminó cediendo y el viaje, que fue muy corto (unos cuatro días en total) cumplió sus objetivos. Navegamos el último día por el canal hacia el Gran Roque, donde pasamos un día y una noche y tuvimos un primer contacto con el pueblito y su gente que produjo en nosotros un fuerte impacto que nos llevó a regresar varias veces en los años sucesivos y a tratar de integrar de algún modo ese interés con nuestra naciente relación con la arquitectura.

Y como anécdota de esos días me quedó una muestra de la forma como Roze nos veía que aún hoy me hace sonreír. En la primera salida en el bote auxiliar, él debía encargarse de ir recibiendo lo que nosotros extrajésemos durante la inmersión, así que mientras me ponía el equipo, fiel a mi lado alemán, lo abrumé con toda clase de instrucciones, al final de lo cual me dijo con toda seriedad: sí, papá.

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A quienes conocieron mi hermano Jesús como arquitecto, profesor, hombre de pensamiento y figura clave para la arquitectura venezolana que será reconocida mejor cuando se despeje un poco más el panorama nuestro, puede costarle imaginárselo formando parte de estas andanzas. Porque Jesús siempre se destacó por su independencia de criterio respecto a la constitución de grupos, por su rechazo a ser identificado como parte de algún consenso organizado en asociación, partido o lo que fuese, rasgo evidente para quienes lo conocieron y que mueve a la duda ante lo que narro. Y Pedro y yo, con ingenuidad adolescente, habíamos asumido este tipo de cosas como si se tratase de una militancia. Y precisamente se nos ocurrió formar un grupo (sus miembros: nosotros) bajo la influencia del muy famoso libro de Jacques Cousteau El Mundo del Silencio (el cual se convirtió en un clásico para quienes en esos tiempos se interesaban por el mundo submarino) que bautizamos como Grupo Deportivo Submarino apuntando a institucionalizarlo de algún modo indefinido. Hasta una camiseta llegamos a imprimir, con las siglas GDS y la silueta de una manta-raya que saqué de una foto de Life en Español.

Mi hermano Edgardo a la derecha y yo con sendas camisetas del GDS.

Mi hermano Edgardo a la derecha y yo con sendas camisetas del GDS.

Pedro Glücksmann en un selfie de la época.

Pedro Glücksmann en un selfie de la época.

Era en mi caso el resultado de una verdadera pasión por estas cosas, aparte de que no había germinado en mi espíritu de novel estudiante, todavía,  la semilla arquitectónica que podía sustituirla o complementarla. A Pedro lo dominaba un fuerte deseo de disfrute simple de nuestro mundo natural combinado con una cierta inclinación por la aventura, mientras que Jesús ya se movía en torno a intereses de corte intelectual mucho más maduros, lo cual lo llevaba a ver nuestras inquietudes con distancia. Pero participaba de estas iniciativas y se dejaba llevar, aunque ocasionalmente hacía notar su disidencia en alguna observación irónica, en su renuencia a seguirnos la corriente. Así y todo participó en este y en el siguiente viaje que con barniz de expedición organizamos. Jesús estaba y no estaba podría decirse, rasgo que le fue muy propio a lo largo de su vida adulta.

 

(Hacer los comentarios a través de la dirección otenreiroblog@gmail.com)