ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Khizr Khan, musulmán americano, pronunció unas palabras ante la reciente Convención del Partido Demócrata de los Estados Unidos, que contienen algunos de los más definitivos argumentos en contra de los simplismos de Donald Trump. Y entre ellos destaco su convicción de que una persona no calificada nunca podrá llegar a la Presidencia de su país. Y lo hago porque en esa sencilla afirmación, cuya validez en la práctica interesa mucho menos que su dimensión ética, se resume una de las más notorias razones para explicar el drama político que vivimos los venezolanos. Porque una de las peores herencias que nos ha dejado el desenfrenado populismo que ha regido nuestra política es la idea de que para ser Presidente de la República lo único requerido es ganarse las simpatías generales, o de las mayorías más bulliciosas, sin que importen, precisamente, las calificaciones. Un dejar pasar que ha permitido que la demagogia, decir lo que la gente quiere oir, simplificar realidades complejas, halagar al elector común, mentir a conveniencia, representar un papel y hacerlo máscara, la insinceridad y la hipocresía en resumen, se hayan convertido en credencial suficiente para regir los destinos de nuestro país. Porque es un hecho que aquellos que integran la banda, la camarilla, que controla hoy el Poder venezolano carecen de las mínimas calificaciones, comenzando por quien la preside (en apariencia) desde la supuestamente más alta magistratura de nuestra sociedad.

Pero si eso es un hecho, el que gentes de alta formación académica o profesional acepten de buena gana que ese alto cargo, o los de un nivel similar, sean ocupados por improvisados, no es porque sean incapaces de identificar las perversidades del populismo basándose en razones análogas a las que manejan habitualmente en su rol social, sino porque se está respondiendo, lo he comentado en algunos escritos anteriores, a una racionalidad alterada, a una construcción ideológica. La ideología se ha hecho para ellos, como puede llegar a serlo para toda persona, en una sumatoria de ideas que se estructuraron como un código moral y fundamenta sus preferencias, lealtades y convicciones y muy especialmente el posicionamiento político.

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Menos claro es el por qué la ideología pareciera escaparse o hacerse extraña a la racionalidad. Por qué lo ideológico impulsa conductas inexplicables, en cierto modo irracionales o moralmente cuestionables en personas dadas al pensamiento que tienen a la mano en su historia personal y en el conocimiento que han adquirido de otros, capacidad de sobra para descubrir esa irracionalidad.

Es la muy trillada historia del intelectual o académico que abraza causas injustas, que perdona perversidades, que justifica lo injustificable. Que vi reaparecer luego de leer Adiós a la Verdad un libro de Gianni Vattimo (1936) que en líneas generales me interesó (sobre todo sus argumentos en relación a lo religioso) hasta que la lectura se vió ensombrecida por su posicionamiento político, que se caracterizó en un tiempo, no sé si ahora con la misma intensidad (el libro es del 2009), por su admiración a la llamada revolución bolivariana. Simpatía sobre la cual me llamó la atención mi hija Victoria, quien pernocta en el mundo de la filosofía, haciéndome saber algo que me interesó mucho: la posible comparación que puede existir entre filósofos de la estirpe de Vattimo y los que yo he llamado en muchas oportunidades arquitectos del espectáculo. Gentes en definitiva que hacen lo que hacen interesados sobre todo en recibir el aplauso de los cultores de la actualidad, y que en el caso de los arquitectos se transforma en un pasaporte seguro para la más floreciente prosperidad personal. Es el mundo del éxito, ni más ni menos, con sus exigencias y sus chantajes. A Vattimo le venía bien para ganarse partidarios, sobre todo entre las izquierdas dispuestas a aplaudir todos los exotismos que parecen subvertir lo establecido, decir bien de nuestro Ausente pasando por alto sus malevolencias y arbitrariedades, los atropellos a la democracia y las manipulaciones a favor de su ambición de Poder que prepararon el terreno para la catástrofe actual.

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En fin de cuentas, esta ceguera por parte de importantes intelectuales ante la realidad política y sobre todo la catadura moral de los regímenes con los cuales simpatizan, ha sido casi un tópico, un tema recurrente. Trillado, tal como decía más arriba.

Pero además de la poca confianza que merece el olfato político de Vattimo y con ello las dudas que se despiertan sobre su coherencia intelectual, hay en su toma de posición respecto a un Régimen injusto, condición probada en todos los terrenos y a la vista de quien tenga un mínimo de agudeza, una alta dosis de irresponsabilidad, algo imperdonable en un filósofo.

Y es igualmente irresponsable a nivel local que Luis Britto García, sedicente escritor e intelectual venezolano quien dicho sea de paso se sitúa en un nivel bastante menor del de Vattimo (pese a los premios que le ha concedido el brazo cultural de la Dictadura cubana que es La Casa de las Américas), tenga la audacia de grabar un mensaje de apoyo a la revolución que se emite por las centenares de estaciones de radio al servicio de la hegemonía comunicacional del Régimen. Lo oí hace poco y me escandalizó que Britto sea capaz de ese gesto meloso y mediocre de apoyo a un Régimen que aparte de su giro hacia un autoritarismo dictatorial sigue empeñado en sostener una disparatada política económica que ha propiciado cuadros de precariedad y crisis generalizada de alimentación, salud y bienestar. Momentos en que el pueblo venezolano sufre como nunca en su historia.

Y lo de Britto García lo reproducen en el mundo de la arquitectura personas como el colega Fruto Vivas con su silencio calculado ante el drama político actual, ciego deliberado hacia la obscena corrupción presente en todas partes a niveles que parecen increíbles (como por ejemplo con el mercado negro del cemento, que él debe conocer como constructor, manejado por el generalato pública y desvergonzadamente) mientras sigue prodigando palabras y haciendo dibujos en un par de canales de televisión del Estado repitiendo una y otra vez el catecismo sobre arquitectura y saber constructivo popular que le han convertido en un autorizado exponente del folclore venezolano, mientras goza de la simpatía de la camarilla y los privilegios que concede. Yo no soy chavista, dijo una vez; los chavistas son frutistas. ¡Así se está por encima del bien y del mal!

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Pero volvamos a la cuestión ideológica.

Ya hemos esbozado explicaciones en escritos anteriores acerca de la incapacidad deliberada de estos hombres de pensamiento para ver las claras, en muchos casos clarísimas, manifestaciones del mal en los diferentes contextos. Es imposible que Neruda, por ejemplo, no tuviera noticias del genocidio promovido por el estalinismo, que Sartre a su vez ignorara el sufrimiento colectivo en los países sojuzgados por la Unión Soviética. Que Heidegger no intuyera el Holocausto. Que Alejo Carpentier no viese las iniquidades que se sucedieron en los años cubanos en los cuales disfrutó de su cargo diplomático y las comodidades y privilegios parisienses. Y podríamos citar muchos más ejemplos de gente del más alto nivel intelectual, de fama universal, que decidieron cerrar los ojos en nombre de una ideología (o de sus rencores personales) ante la cara terrible de la maldad.

Pero aquí entre nosotros, la deliberada ignorancia parece excesiva. Que se nieguen a ver que lo que ellos llaman revolución, hoy es sobre todo una asociación oligárquica que ampara gentes que cuando no han robado sin escrúpulos, o ignorado las bandas criminales que actúan impunemente, han disfrutado de los más obscenos privilegios para ellos, sus familias y allegados. Y aparte de eso ¿Cómo no darse por enterados del escandaloso fracaso económico, de las miles de obras anunciadas y no ejecutadas, comenzadas y abandonadas, realizadas inadecuadamente, del abandono de la infraestructura de servicios, electricidad, agua, vialidad, del aumento de las áreas marginales, del deterioro urbano generalizado; todo ello con el trasfondo de un saqueo de los recursos a manos de los revolucionarios que sin exagerar, lo he dicho una y otra vez, carece de precedentes en la historia universal de los últimos dos siglos? Porque Venezuela se ha convertido en un caso único de cómo se destruye a un pais a base de dinero, esa paradoja que no tiene otra explicación que el desbordamiento del absurdo político cuyo origen moral indiscutible reside en la falta de contrapesos ante la maldad como arma política, una de cuyas caras es la mentira, otra el cinismo, otra la hipocresía…. ¿Cómo no ver, no querer ver, tan drástico cuadro?

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Y aquí interviene una lectura adicional sobre la cuestión ideológica que nos permite responder a la pregunta inicial. La ideología suspende la racionalidad cuando se toma como fundamento esencial de una conducta, como código moral religioso o no religioso. Se convierte en pensamiento congelado, unitario, cristalizado, sin grietas ya que cualquiera que se acepte sería el origen de su derrumbe. La ideología se diferencia de la disposición a pensar, del pensamiento, del filosofar, porque es en definitiva un sistema estático, nada dispuesto al cambio. La ideología actúa como sustituto, como engañoso espejismo que obstaculiza a la racionalidad porque invade como una especie de cáncer el espacio intelectual de quien se deja capturar por ella.

Y no es que eso le ocurra solamente a los de aquel lado, es decir, a los que generalmente prescinden de todo fundamento religioso, a los intelectuales laicos, a los liberales como gustan decir en los Estados Unidos pretendiendo agrupar en una categoría excluyente a quienes se alejan de una fundamentación religiosa; no, también afecta a los de este lado a quienes apoyándose en su manera de vivir la Fe en la trascendencia, en cierto modo la alteran, la transforman, se alejan de sus principios…y a partir de esa alteración fabrican ideología.

Quien juzga que el origen religioso de sus puntos de vista sobre las cosas del mundo lo salva de congelarse en el sentido ideológico, pasa por alto la tendencia natural de esos esquemas a preservar a toda costa su condición unitaria. De tal modo que el deseo de darle legitimidad superior a los posicionamientos políticos (o de cualquier otro orden) justificándolos por su origen religioso no es sino una ilusión. Pueden ser tan sesgados como el más sesgado de los puntos de vista afirmados en una moral no religiosa. Importa mucho entonces reconocer que lo verdaderamente religioso si hablamos desde la tradición evangélica, deja fuera la construcción ideológica (A Dios lo que es de Dios….). A eso se debe que tantos movimientos que se denominan a sí mismos como cristianos hayan cometido tan evidentes equivocaciones políticas.

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Que a partir de los argumentos de Vattimo en el libro que mencioné se abra este espacio adicional de reflexión sobre lo ideológico, es lo que me interesó más de su lectura, fuera de su posicionamiento. Y una cosa que me llamó poderosamente la atención porque me despertó asociaciones que estaban queriendo aflorar como conciencia, es su idea de que el mensaje cristiano propone en definitiva la secularización de la sociedad, es decir, la Caridad como regla de conducta, la búsqueda del otro más allá de las diferencias, el Amor al Prójimo como convicción, todo lo cual apunta a la tolerancia, a la aceptación de la diversidad incluyendo la diversidad religiosa. Llega a decir Vattimo y lo suscribo enteramente, que Voltaire el laico, el anticlerical, en su prédica a favor de la tolerancia estaba siendo profundamente cristiano. ¿Y cómo negar que la Declaración de los Derechos del Hombre como aceptación del valor de la persona humana, es el más importante aporte de la Revolución Francesa a la Humanidad más allá de sus numerosos errores, y su consecuencia posterior los Derechos Humanos como los conocemos hoy, insurgen en la conciencia colectiva venidos directamente del mensaje evangélico? ¿Y que en virtud de esa misma constatación, es indudable que la democracia moderna, si avanzamos más allá de las estructuras de Poder que propone y nos centramos en su respeto integral al ser humano, está enraizada en lo más esencial del mensaje de Cristo?

Es por eso que no puede existir, desde el punto de vista cristiano, ya lo dijo con claridad en el siglo veinte Jacques Maritain, un Estado confesional. El Estado visto desde la perspectiva evangélica estaría abierto a toda diversidad incluyendo la religiosa, sería necesariamente laico, un asunto que muchas veces olvidan los mismos cristianos y parece estar en oportunidades fuera del alcance intelectual de la cleresía.

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