ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Ahora veo más claro que en mi experiencia juvenil en San Basilio y Novodevichy confluían dos cosas que constituían un obstáculo para mi comprensión. Por una parte estaba el esfuerzo del régimen político soviético por convertir la tradición religiosa del pueblo ruso en una especie de estorbo que se relegaba ante lo que se deseaba mostrar tanto a propios como extraños, lo cual se manifestaba por ejemplo en San Basilio con su defectuoso mantenimiento y torpe restauración, y en Novodevichy en abandono. Se sobrevaloraba lo más inmediato, muestra de poder, éxitos militares y ganancias territoriales por encima de las particularidades de una evolución cultural menos hiperbólica que discurrió por caminos completamente distintos a los del resto de Europa reveladores de una personalidad extraordinariamente fuerte y persistente, expresada en la tradición eslava. Por otra parte para los ideólogos del comunismo burocrático era fundamental centrarse en la grandilocuencia zarista de los dos siglos anteriores presentándola como una etapa en la cual predominaba el exhibicionismo de la realeza y su modo de vida radicalmente opuesto a la miseria generalizada del pueblo, por lo cual se insistía en exhibir todas las muestras de esa vanidad afirmada en el exceso y la superficialidad lujosa. Según esa visión, la historia rusa parece agotarse en la lucha contra un zarismo decadente y abusivo, dejando en segundo plano la amplitud y complejidad del proceso cultural de siglos atrás. Simplificación que se manifestaba en los esfuerzos de los guías de nuestro tour, que en todas las visitas insistían en mostrar tesoros, recintos palaciegos u objetos pertenecientes al patrimonio de la realeza o a las iglesias desacralizadas convertidas en museo.

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La segunda cosa no sólo podía influir mis apreciaciones adolescentes sino las que tenemos en general los occidentales respecto a la Rusia de siempre: ignorancia de su mundo espiritual y cultural, del cual forma parte esencial como en toda sociedad – y el voluntarismo político lo oculta– lo religioso: se nos hace lejana la tradición religiosa Ortodoxa-Rusa. Si hablamos desde la visión del arquitecto más específicamente, del deseo de conectarnos con la cultura a través de la arquitectura, se nos escapa el sentido o la razón de las particularidades del templo ortodoxo respecto a las del templo cristiano católico o reformado. Hay una de ellas muy característica: el papel que cumplen las cúpulas con perfil de cebolla y su particular relación con el espacio interno, precisamente lo que más me intrigó en la visita a San Basilio; y también otra que me da la impresión de ser muy personal –no he leído hasta ahora nada que la sugiera– y ha probado ser difícil de responder: su pequeño tamaño, la casi imposibilidad de reunir grupos numerosos de fieles en los templos construidos en tiempos anteriores a los siglos de la occidentalización.

Las cúpulas tienen a la vez un carácter ornamental distintivo y simbólico-religioso. Se llaman técnicamente cúpulas bulbosas, lo cual aprendo ahora. Sus antecedentes están en la tradición bizantina que marcó a la iglesia cismática oriental (nacida a mediados del siglo once con el llamado Cisma de Oriente) que separó de Roma a la Iglesia Oriental) de la cual surge la Ortodoxa-Rusa, y también presentes en la arquitectura islámica y en templos católicos o luteranos del norte de Europa. Están recubiertas, las más antiguas, de tejas de madera (como se ve en la maqueta que fotografié en el museo de Historia de Leningrado) y también por láminas metálicas, o madera pintada preferentemente con color dorado, y las soporta un entramado de madera apoyado en un tambor cilíndrico también de madera recubierta.

En el Museo Ruso de Leningrado (1959), una cúpula bulbosa de tejas de madera. Las maquetas son de iglesias de madera del siglo XVIII posteriormente reconstruidas en la Reserva Arquitectónica de Kohklohva.

La cúpula más alta corona los límites del espacio central en torno al altar –el presbiterio (que en el rito ortodoxo está parcialmente separado de los fieles– y en ciertos casos es sustituida por una aguja (San Basilio). Las demás emergen de los demás recintos del templo adyacentes al presbiterio. Todas tienen un carácter en parte simbólico (Cristo, La Trinidad, o Cristo y los evangelistas, en el caso de una, tres o cinco cúpulas; en algunos casos muchas más) y en parte ornamental como solución natural (desde el punto de vista de diseño y construcción) del problema de coronar un cilindro con una sección de esfera. Su función puede compararse con la de las linternas de las cúpulas renacentistas pues se trata de puntos de captación de luz natural (como cañones de luz, para usar terminología corbusiana), no recursos constructivos para techar espacios mayores y se capta la luz a través de hendijas verticales en el tambor –a veces con vitrales– el cual puede ser particularmente alto hasta emerger del volumen del templo. Muestro aquí unas fotos tomadas de Internet de la Catedral de N. Señora de Smolensk en Novodevichy –la que estaba cerrada cuando nuestra visita– en las cuales se hace evidente esa función.

Novodevichy -Interior de la Catedral de Nuestra Señora de Smolensk. Obsérvese cómo la luz inunda los tambores de las cúpulas (Internet).jpg

Novodevichy-Interior de la Catedral de Nuestra Señora de Smolensk. El iconostasio dorado es del siglo XVI (Internet).jpg

La forma de la cúpula no se percibe en el interior sino externamente, tal como ocurre con las agujas del gótico alemán o nórdico que están construidas con estructuras internas de madera que se ocultan con el tejado. En cuanto al por qué del perfil de cebolla o de bulbo, podría ser consecuencia del proceso puramente geométrico de coronar un cilindro con una semiesfera, con la terminación superior en punta debida al deseo de convertirla en una suerte de peana que visualmente se funde con el cuerpo de la cruz que siempre las corona. Pero si pudiera decirse que así se sigue una lógica –que hoy llamamos de diseño– no es sin embargo explicación suficiente del por qué se adoptó y se hizo distintiva hasta convertirse en parte de una identidad, así que se impone por sí sola su condición de símbolo cultural-religioso que establece una diferencia. Sin que deje de ser cierto que su condición ornamental la sustenta el hecho de que en muchos casos, como precisamente en la Catedral de San Basilio o en la de la Sangre Derramada de San Petersburgo, las cúpulas están profusamente decoradas con dibujos geométricos en relieve, aunque este último templo (construído entre 1883 y1907) sea más bien, a tono con los afanes representativos del zarismo, un templo occidental vestido a la manera rusa.

Las cúpulas como peanas de la Cruz Ortodoxa en San Basilio (Internet)

Cúpulas de la Catedral de San Basilio (Internet)

Catedral de la Sangre Derramada en San Petersburgo (1907) (Internet)

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Por qué los templos anteriores a lo que he llamado el zarismo occidentalizado (siglos XVIII y XIX), son de muy pequeño tamaño, tal como si hubiesen sido concebidos fuera de cualquier idea de reunión numerosa de fieles, es la segunda cosa que intriga en la tradición del templo ortodoxo-ruso. El templo antiguo es sobretodo un ámbito que alberga lo más sagrado (en la ortodoxia rusa el presbiterio, de acceso restringido, y otros espacios rituales adyacentes) y provee escaso cobijo para una feligresía numerosa en contraste con lo que ocurre en las muchas iglesias cristianas de tiempos del medioevo, hasta el punto de que en tiempos posteriores al Renacimiento cuando los arquitectos quisieron regresar a la planta de cruz griega (que como su nombre indica es de procedencia griega-bizantina) terminó imponiéndose la de cruz latina –como fue el caso del San Pedro renacentista y hemos comentado aquí– con la obvia finalidad de buscar mayor espacio para los fieles. No me ha sido posible encontrar referencias sobre esta particularidad (presente incluso en las catedrales del Kremlin entre las cuales la mayor, la de la Asunción, cuya foto muestro de nuevo, es relativamente pequeña). Una primera explicación puede ser que, pura y simplemente, no existían los medios para ello. Por una parte tendría que considerarse la disponibilidad de materiales como la piedra e incluso el ladrillo, porque era la madera el material de construcción más común, como es típico de toda la arquitectura nórdica (en Suecia se construyó arquitectura palladiana en madera, y de ese material es la cúpula del Monticello dieciochesco de Jefferson en Virginia, Estados Unidos) material que hace problemático el aumento de tamaño de la edificación. Ahora con la búsqueda de información respecto a las cosas que el hurgar en el pasado personal me ha ido planteando, me encuentro con que efectivamente, en las épocas anteriores al poderío imperial de la Rusia unificada, los templos eran sobre todo de madera. Y ya en años de la Unión Soviética muy cercanos a mi viaje (en los primeros sesenta) se trató de preservar lo que aún existía e incluso se creó un Museo al aire libre que se llamó Reserva Arquitectónica de Kohklohva, http://fotablon.blogspot.com.es/2013/06/museo-reserva-arquitectonica-de-la-isla.html ubicado en Khizi, isla del gran Lago Onega, en Carelia, a más de 1000 Km al este de San Petersburgo https://es.wikipedia.org/wiki/Kizhi_Pogost, donde entiendo (la información consultada ha sido un tanto contradictoria e inexacta) que se reconstruyeron (o se preservaron, no he podido aclararlo) varias iglesias originales de comienzos del siglo XVIII, enteramente de madera –de troncos los cuerpos principales– muy hermosas síntesis entre ornamento simbólico y construcción puramente funcional, que demuestran los niveles a los cuales llegó la artesanía, previsiblemente como herencia de antiguas tradiciones locales https://es.wikipedia.org/wiki/Kondopoga. que eventualmente se extendieron a otras regiones de Rusia.

Catedral de la Dormición de la Virgen o de La Asunción, en el Kremlin (1479) foto de 1959.

Iglesia de la Transfiguración del Señor (1714) en Khizi, Lago Onega, Rusia (Internet)

La extraordinaria asociación de cúpulas bulbosas en la Iglesia de la Transfiguración del Señor (1714). Obsérvese como el perfil «de cebolla» se dibuja (puro ornamento) sobre el cuerpo central (Internet)

Iglesia de la Transfiguración del Señor (1714) en el Pogost de Khizi (Internet)

Iglesia de la Resurrección de Lázaro en la Reserva Arquitectónica de Khokhlova (Internet)

En Kondopoga, ciudad en la orilla Norte del Lago Onega, está la Iglesia de la Dormición de 1774. Obsérvese el perfil «de cebolla» extruído en el ábside, además de la particular terminación de la aguja en una cupulilla bulbosa (Internet)

Pero también debe considerarse la cuestión económico-social, es decir, en primer lugar si existía una organización social que permitiera asumir obras de consideración, lo cual era posible en el Medioevo europeo con los gremios de artesanos y la estrecha relación entre el poder feudal y la burguesía en formación; y en segundo lugar si se dominaba la artesanía y la técnica de construcción como tanto se desarrolló en el Medioevo europeo heredero del legado técnico del Imperio Romano, legado que no alcanzó sino indirectamente a tierras del Norte y en todo caso llegó a ellas siglos después. Impedimentos que precisamente pudieron superarse en un caso característico sobre el cual he obtenido alguna información, el de la Catedral de Santa Sofía en Novgorod, https://es.wikipedia.org/wiki/Catedral_de_Santa_Sofía_de_Nóvgorod ciudad que fue cabeza de la República Medieval del mismo nombre ubicada en el centro-norte del territorio ruso, limitando con el Mar Báltico y los Montes Urales, entre cuyos límites está justamente el Lago Onega. Es ella la única iglesia rusa de tiempos medievales comparable en tamaño, por ejemplo a una iglesia románica como Vezelay. Fue comenzada a construir en el Siglo XI, pero cabe advertir que la edificación exigió traer mano de obra traída de otras partes, muy lejanas, porque se quiso construir en piedra, artesanía desconocida entonces en Novgorod. Ello fue posible gracias al ilimitado poder de los soberanos, tal como ocurrió siglos después con la construcción de San Petersburgo por Pedro El Grande a comienzos del siglo XVIII, proceso sobre el cual hay descripciones que aluden a verdaderos ejércitos cautivos de siervos venidos de lejos, que ocupaban los caminos en dirección a la ciudad que nacía.

Catedral de Santa Sofía en Novgorod, junto a las murallas de la ciudad (Internet)

Catedral de Santa Sofía de Novgorod (Internet)

Planta de Santa Sofía de Novgorod (internet)

15. Catedral de Santa Sofìa en Novgorod, fachada Norte (Internet)

Catedral de Santa Sofía en Novgorod Fachada Oeste

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Mientras pienso sobre lo que dejó en mí este lejano viaje y ordeno lecturas viejas y actuales me he planteado una pregunta cuya respuesta me ha sido completamente esquiva: la de si lo único realmente auténtico de la gran cultura rusa –la completa, la que se compromete con todo el pasado– que puede abordarse usando la arquitectura como herramienta está concentrado, como si se tratara de un resumen simbólico, en el conjunto alrededor de la Plaza Roja, en el cual se encuentran testimonios construidos de muy diversos momentos de la historia de esa cultura. Es una muestra selecta de las corrientes espirituales, las mejores y las peores, de una sociedad tan contradictoria como importante ha sido el impacto de sus tensiones internas en la humanidad entera; en resumen un especialísimo encuentro de opuestos. No parece existir en ninguna otra parte de la Gran Rusia ningún otro ejemplo que pudiera hablarnos del mismo modo coral, porque si uno piensa que San Petersburgo pudiera tener en cierta medida esa cualidad, al afinar la mirada crítica es difícil dejar de lado su carácter marcadamente artificial, de superposición cultural, al cual me he referido muchas veces. Debemos suponer entonces que los ejemplos construidos que tendrían la capacidad de ser reflejo de los distintos procesos que fueron dándole forma a la cultura rusa están esparcidos por un territorio cuya inmensidad crea un velo que dificulta una mirada clara sobre lo que una vez fue. Es como si la madrecita Rusia (como la llamaban los eslavófilos y los intelectuales que desconfiaban de la occidentalización) quisiera permanecer oculta en la extensión geográfica y las heladas lejanías.

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La experiencia de la visita a Novodevichy me enfrenta hoy con las graves consecuencias que tiene el intentar sepultar a base de ideología el sistema arterial que nutre la cultura de una sociedad, y sobre todo de las que cuentan con siglos de evolución en las cuales la savia religiosa ha jugado un papel fundamental. El deliberado intento de la Revolución, congelada en Régimen y burocracia, por ocultar o distorsionar el componente religioso en la evolución cultural rusa, componente que además sabemos (si nos hemos acercado un poco, a través de la literatura por ejemplo, a la dinámica espiritual de ese país) que ha estado presente de modo muy importante en momentos claves de la historia rusa, terminó convirtiéndose en una especie de manto opaco que impedía ir hacia las raíces de una cultura a partir de, entre muchas otras cosas, los vestigios físicos de tiempos anteriores. Y precisamente puedo decir que no visité en 1959 el Museo de Historia Rusa no sólo porque intuí que se trataba de un edificio sin interés –o al menos de mi interés– sino porque no deseaba reencontrarme con la propaganda que todo lo marcaba en el que habíamos visitado en Leningrado-San Petersburgo y además deseaba asomarme en alguna medida a un pasado que me señalara los valores más permanentes de la sociedad rusa sin la contaminación de la cháchara comunista, la cual no por ser comunista –se le podría decir a quien le molestara el menosprecio expresado en la palabra– deja de ser cháchara. Y no es que uno busque sólo en el pasado más remoto, sino que lo más cercano en el tiempo puede estar demasiado marcado por las dinámicas políticas y sociales que aún nos agobian y que por eso mismo se alejan de lo permanente, de lo genuino. El diecinueve fue además un siglo emblemático no sólo en cuanto cierre de ciclos políticos y culturales que dieron lugar a las tragedias más recientes, sino tiempo en el cual el voluntarismo de los poderosos parecía haber triunfado. Y la arquitectura que tomó forma a su abrigo, muestra bastante bien ese lado oscuro.

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Al percibir desde lejos el perfil vetusto de Novodevichy desde el autobús de nuestro Tour se despertó en mi la intuición, ese modo de conocer distinto a la razón que siempre ayuda al más joven y que con frecuencia mueve las mejores cosas: pensé que allí podría abrirse una ventana para ver hacia un pasado que como he dicho, se negaba a mostrarse. Y la ventana no se abrió entonces sino muy parcialmente porque yo carecía de las herramientas para ir más allá de lo inmediato, lo cual, si es verdad que me dejó una cierta frustración, me dejó también una semilla que ha terminado por germinar cincuenta años después gracias a la intención de comunicar que me mueve hoy a escribir. Porque es sólo ahora, paradójicamente, que Novodevichy me ha hablado. La arquitectura ruinosa, abandonada, de entonces, reapareció en la imagen de las viejas fotografías y terminó moviéndome a buscarle respuestas a preguntas que apenas había esbozado y que sólo ahora terminaron por aparecer junto a impresiones casi olvidadas. En aquel entonces quería que me hablara una arquitectura marcada por el paso del tiempo y encontré solo un silencio deliberado, inducido por circunstancias que se quieren reproducir caricaturescamente y con especial torpeza en un país como Venezuela. Pienso hoy que fue percibir ese silencio, y estar durante todo el resto de mi vida buscando romperlo, lo más valioso que dejó en mí esa ya lejanísima visita.