ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Antes de continuar con lo que venía diciendo la semana pasada, que comenzó mencionando a la arquitecta chilena Glenda Kapstein (1939-2008) incluyo las fotos de su proyecto de la Casa de Retiro que me envió el colega brasileño Hugo Segawa. Segawa ha ejercido en su país la crítica de arquitectura afirmándose en su mundo, precisamente lo que defiendo. Le solicité las fotos y al mandármelas comenta que hacerlas conocer es como un homenaje a Glenda, lo cual en efecto es el sentido final de lo que he dicho sobre ella, siendo las fotos además un instrumento útil para ampliar nuestro conocimiento disciplinario, para entender mejor nuestra tarea, a partir de lo que nos dice con su obra y su palabra escrita, que quedó para hacernos pensar.

Van pues las fotos, todas de Hugo Segawa, a quien le agradezco que me permita hablar de Glenda mientras vemos los méritos indiscutibles de su obra.

Conocí a Glenda (aquí en la foto) en Santiago, años atrás, en una Bienal de la cual poco quiero acordarme. Luego de terminar conferencias y las demás cosas pude disfrutar de su compañia junto a un par de amigos, de su conversación pausada, de su modestia y de una cierta timidez que podía tal vez parecer desapego. Y era vida interior,  su obra lo muestra.

 

 

DIGRESIONES (36)

Oscar Tenreiro

El patio adquiere su pleno valor como recurso de control climático si su presencia en el edificio es parte esencial de la concepción arquitectónica. En otras palabras, el patio sólo es útil en términos medio-ambientales si a partir de él se definen las características del edificio. Porque como ocurre con todo elemento arquitectónico, con todo componente del edificio susceptible de ser aislado del conjunto (como sería el caso de la ventana, de la cubierta o de la estructura portante) hay muchos tipos de patio distintos del que hemos llamado recurso de control climático; existen tipos de patio que tienen sólo un carácter funcional, como los patios de servicio, los de ventilación, de expansión, de uso técnico, de separación, de captación de luz. Son patios funcionales que poco influyen en la fisonomía del edificio. Argumentos y consideraciones que nos llevan a concluir que el patio que nos interesa a propósito de este discurso es, por igual, recurso climático y componente tipológico.

Es evidente que hoy –a diferencia de los siglos anteriores desde el primer tercio del siglo veinte– utilizamos la tipología del patio con mucho menos frecuencia de lo que sería natural en atención a nuestra herencia cultural. Una de las razones para ello es la mínima importancia, si alguna, que el patio tiene en la arquitectura de los países templados, lo cual como hemos venido comentando, moldea fuertemente nuestras preferencias. Y ha tenido  una responsabilidad definitiva en ese olvido el rechazo a lo tipológico que fue característico del Movimiento Moderno, porque el uso de los tipos como génesis del edificio se asociaba– con mucha razón si bien una razón superficial– a una tradición Beaux Arts que debía ser superada y que, ya lo hemos dicho, fue rescatada desde los setenta del siglo veinte por el debate posmodernista.

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Ese rechazo a la tradición convertido en desdén al pasado echó raíces fuertes en la muy frágil Venezuela (también por supuesto en el resto del mundo pero matizada y controlada en los países de más fuertes tradiciones), lo cual ha sido señalado una y otra vez por nuestros más importantes arquitectos. Villanueva, por ejemplo, lo dice así en su prólogo a la re-edición de su libro (de 1960) Caracas en Tres Tiempos, publicado originalmente en 1950: En principio, esta obra es un testimonio de reconocimiento de la permanencia de los principios y normas que prevalecieron en las edificaciones Coloniales; un Mea Culpa colectivo de haber menospreciado el legado de nuestros antepasados, puesto que voluntaria o involuntariamente por nuestro descuido y abandono, se ha consumado la destrucción de la mayoría de esas edificaciones, pocas las que nos quedan y raras las que han sido restauradas o conservadas debidamente. Queja que Villanueva orienta hacia la conservación y la restauración del patrimonio pero que también podemos vincularlo con la ausencia de reinterpretaciones de los recursos utilizados en la arquitectura histórica. Recursos que el mismo Villanueva identificó en su bien conocido dibujo –que aquí reproducimos–  incluido en la edición original de Caracas en Tres Tiempos e insertado por él de nuevo en el libro sobre su obra con texto de Sibyl Moholy- Nagy que publicó en 1964 de donde lo tomé para mostrarlo aquí:

En su dibujo, incluido por Marjorie Suárez en su trabajo que comenté la semana pasada, sencillo y muy expresivo –Villanueva se expresaba dibujando con gran soltura– señala varios elementos protectores de la incidencia solar (el alero, la celosía y la romanilla) y tres tipos de espacios-lugares de sombra (el balcón, el corredor-patio y el corredor abierto) que son en realidad, como bien lo señala Suárez, espacios intermedios, distinción que él no hace porque en ese momento, como hemos dicho, el concepto no se había formulado. Sin embargo, Villanueva identifica los rasgos de una fisonomía que se muestra con claridad en la arquitectura que heredamos y seguirán presentes en múltiples formas en la arquitectura de hoy y de siempre (porque los rasgos son propiedades distintivas de tipo general que se manifiestan en formas que son de carácter individual), diseñados en cada caso con arreglo a decisiones del arquitecto o del constructor. Y Villanueva iba a interpretar entonces esos rasgos, tal como lo harían otros arquitectos de su generación y la que siguió, proponiendo formas propias de su arquitectura que son para nosotros referencias que se suman a tantas otras, resultado del esfuerzo de construir aquí, en esta tierra, en estas circunstancias.

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El espacio intermedio entre muchas de sus funciones tiene la de aportar sombra, y la sombra es una respuesta directa a la agresión solar, término que me lleva a pensar de inmediato en el epígrafe del capítulo acerca de la luz natural que incluí en la publicación que salió en 1985 sobre nuestro proyecto para la Galería de Arte Nacional de Caracas (GAN Proyecto Nueva Sede Galería de Arte Nacional Caracas, Pág 44).

Publicación de nuestro proyecto para la Galería de Arte Nacional de Caracas

Sol, ¿qué quieres de mí? –es éste el epígrafenos narra Le Corbusier que se dijo a sí mismo cuando llegó a La India con el encargo de realizar Chandigarh. Responder al sol hiriente y reinante propio del clima de extremos de esa parte del mundo le pareció la clave de la tarea que tenía frente a él, lo cual deja clara cual era su actitud: no pretendía dejar la huella de su arte, de su estilo personal, su marca de fábrica, tal como proceden hoy buena parte de los arquitectos-estrella, lo que le importaba por sobre todo era responder a la llamada de un medio natural formada a partir de su escritura y gramática personales pero dirigida de modo muy importante a darle respuesta como arquitecto a esa presencia solar difícil, proponer una arquitectura consciente de ese diálogo problemático. Y lo logró. Los edificios del Capitolio de Chandigarh son vistos hoy como nacidos de ese lugar del mundo, y por extensión –esa es la virtud de la gran arquitectura– también se han convertido en parte del patrimonio cultural de La India.

De esa respetuosa relación con lo natural Corbusier dejó múltiples testimonios escritos similares a éste que tomo del trabajo Le Corbusier en Ahmedabad de Luis Guillermo Hernández Vásquez, tesis doctoral presentada en 2015 en la ETSAB de Barcelona (figura en la pág. 13 de la edición en pdf, obtenida de Internet) y es del libro de 1946 Manière de penser l’urbanisme  (Editions de la’Architecture d’Aujourd’hui 1946-85). Dice así:

«Un sitio o un paisaje están hechos de vegetación inmediata, de extensiones lisas y rugosas, de horizontes lejanos y cercanos. El clima deja ahí su huella y dicta lo que será apto para subsistir y desarrollarse. Su presencia se sentirá tanto en lo que rodea el volumen construido, como en las razones que en buena parte determinaron su forma. Como siempre, bajo las órdenes del sol (subrayado nuestro) reinará la unidad entre las leyes naturales y el espíritu de las empresas humanas»

Su marcada conciencia acerca de la importancia esencial del control solar, ese hablar poético con el sol, alimentan el vocabulario formal de Corbu, enseñanza esencial que contrasta con la búsqueda formal artística que propone la arbitrariedad como tentación que ha puesto de moda hoy la búsqueda de la novedad. Nos enseña mucho que con esa idea fija de responder al medio unida a su constante exploración –técnica– de las posibilidades del concreto armado, Corbu haya llegado de una manera casi natural a la invención del brisse soleil o quiebrasol, recurso que, a partir de sus experiencias pioneras, produjo infinidad de versiones que marcaron buena parte de la arquitectura de la segunda mitad del siglo veinte. Y el quiebrasol no es más que una evolución del alero tradicional al cual se integra la protección vertical, indispensable en ciertas latitudes para lograr sombra total en la ventana, combinación que se independiza del edificio como un entramado que se hace fachada arrojando sombra sobre las superficies de ventanas, paredes y aberturas al exterior. Viene a ser un antecesor claro –genealogía que se desconoce, oculta en la maraña de la teoría– con lo que hoy llamamos piel protectora, recurso técnico y formal  que ha llegado a convertirse en característico de la obra de muchos de los arquitectos del éxito gracias a los nuevos materiales metálicos y a los cristales de alta tecnología.

Corbusier pues, partiendo de una necesidad, creó un recurso con importantes repercusiones formales de especial importancia –eso se ha hecho notar con frecuencia– no solo en los países de estaciones sino en nuestro mundo del calor. Sin que dejemos de hacer notar aquí algo que mencionó el Arq. indio Charles Correa (interpretaciones del patio hay en su obra) en una entrevista de hace algunos años al decir que el problema principal del quiebrasol de concreto era que al cumplir el papel de parasol también se calienta, y debido a su masa al ocultarse el sol se enfría lentamente, pudiendo convertirse en fuente indeseable de calor por radiación en las tardes y primeras horas de la noche. Condición que abre la puerta a la invención de nuevas propuestas que sustituyan al concreto por componentes metálicos.

Casa de los Hilanderos en Ahmedabad, India, 1954

Casa Shodhan de Le Corbusier, 1956, La sombra y el vacío-ventilación son los protagonistas: necesidad y forma. Fotografía tomada del libro de Yukio Futagawa.

Le Corbusier, la Asamblea de Chandigarh. 1953-54, Fotografía tomada del libro de Yukio Futagawa.

Le Corbusier, el Carpenter Center de Harvard , de 1963. Foto personal.

El patio en Charles Correa-Museo Nacional de Artesanía (1975-1990).

Fumihiko Maki, Laboratorio de Medios de MIT (2009), a unas pocas cuadras del Carpenter Center. La piel metálica como protección. Aceros de alta tecnología (la tendencia actual en los países ricos). Foto personal.

Fumihiko Maki, laboratorio de Medios de MIT (2009). La piel protectora desde el interior. Foto personal.

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De mis tiempos de estudiante conservo dos frases constantemente utilizadas por nuestros profesores cuando, durante lo que llamábamos correcciones, nos hacían comentarios sobre lo que habíamos hecho; una de ellas es ¿Donde está el Norte? la otra ¿Hay ventilación cruzada? preguntas que se  hicieron típicas de cualquier crítica a nuestro trabajo o el de otros (observábamos siempre las sesiones finales de los cursos superiores) sobre todo cuando el que tomaba la palabra era Carlos Raúl Villanueva, porque en él ambas cuestiones, la orientación y la ventilación eran preocupaciones permanentes. Y sin duda el alma intelectual de esa Escuela de mi tiempo era Villanueva; sus certidumbres y convicciones dictaban las pautas de lo que se exigía, situación que cambió cuando la Escuela creció y quiso hacerse más actualizada. En él y los demás profesores esas preguntas revelaban una preocupación esencial por responder a nuestro medio natural, parte importante, es preciso recordarlo para superar prejuicios artificiales, de los postulados característicos de la modernidad (de los CIAM por ejemplo, derivaciones clarísimas de las obsesiones de Le Corbusier con el sol) marca indeleble en las características de la arquitectura de entonces. Una preocupación que de ningún modo ha desaparecido pero que se maneja con menos preocupación en los países templados donde prevalecen recursos tecnológicos que permiten ver la orientación de modo menos apremiante. Despreocupación que no debía ser la nuestra pero que adoptamos olvidando asuntos esenciales a consecuencia de la permanente actitud imitatoria seguidora de pautas –o la ausencia de ellas– que no nos conciernen.

En un país cuyo territorio está entre los 0 y los 12 grados de latitud Norte (la de Caracas es 10, 2 grados) plena zona tropical, la ubicación respecto al norte revela de modo inmediato las condiciones de insolación: el Oeste expone al muy agresivo sol de la tarde, el Este un poco más llevadero pero también problemático en las horas tempranas, el Norte muy protegido del sol directo y el Sur un tanto menos favorable. Condiciones que en ese contexto (plenamente moderno, insistimos) que ponía la cuestión climática en primer plano, la orientación debía ser un punto de partida, que hoy, cuando lo evocamos y reconocemos, por formar parte tan insistente de lo que se nos decía, hasta cierto punto lo llevamos grabado en la conciencia al contrario de lo que ocurre hoy cuando las técnicas informáticas modelan los afanes estudiantiles y buena parte de los profesorales.

La segunda pregunta era también consecuencia de la constante presencia de lo climático en la visión de la arquitectura que se quería estimular entre quienes comenzábamos. Una preocupación que también podía verse, en la Venezuela de mediados de los cincuenta del siglo pasado, como un deseo por parte de los arquitectos como profesión nueva en el país (he dicho otras veces que en esos años en Venezuela había escasamente medio centenar de arquitectos activos, dos o tres docenas salidos de nuestra Escuela) por hacer notar que tomaban en cuenta asuntos que para nada interesaban a los ingenieros/constructores de entonces, dueños y señores de la industria de esos tiempos y aún hoy dominadores –demasiado codiciosos a  costa de cosas esenciales entre las cuales el confort térmico– de la actividad constructiva de nuestro país, y entre ellos uno como el de la ventilación, esencial requisito de una arquitectura que responde a nuestro medio natural. Pero exigir la ventilación cruzada también puede verse como resultado de una actitud típicamente moderna, hoy relegada por la extensión del uso de aire acondicionado (si quiero ventilar y a la vez debo poder cerrar herméticamente, necesito conexiones con el exterior controlables –puertas ventanas, ventanas– que son costosas) el cual se convierte en un recurso para superar las fallas de la arquitectura a costa del uso excesivo de energía demasiado barata, un pecado mortal típicamente venezolano. Pecado que de tanto cometerse ha terminado por crear tradiciones y hábitos que permiten la construcción de una arquitectura energéticamente irresponsable que en una ciudad como Caracas se ha hecho habitual, para no hablar del resto del país. Situación agravada por el afán imitatorio que prescribe el uso de un muro cortina aparentemente similar al de los países industrializados pero de prestaciones mucho menos exigentes, sin ninguna cualidad reguladora.