ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Tuve buenos profesores en el Colegio Valles de Aragua. Entre ellos, el que recuerdo con más claridad, en Sexto Grado, era un español de unos 45 años, circunspecto, de facciones duras, rostro de arrugas profundas a lo Abraham Lincoln y barba negra muy cerrada, cortante acento peninsular, con el brazo izquierdo tieso por una herida de guerra (la civil española por supuesto), emigrado de quién podía suponerse inmediatamente filiación republicana. Dictaba no recuerdo qué materias y fumaba incansablemente con una fruición que hacía pensar en que fumar valía la pena…y así lo entendí rápidamente junto a cosas mucho más edificantes. Se llamaba José Abellana y Dios debe tenerlo en la gloria de los hombres rigurosos y maestros excepcionales. Levantaba su brazo rígido con la caja de fósforos ya con el cigarrillo Cavet en la boca, prendía el fósforo y encendía con particular placer su cigarrillo, uno tras otro como lo mandaba el vicio en aquellos tiempos. Y adelante con la clase, a la cual nunca faltaba. Y como he dicho, de allí a comprar tres Cavets –del tipo mentolado que me gustaba– por un bolívar en uno de los recorridos en bicicleta en cualquier pulpería del lado de Las Delicias y junto con Pedro Pablo (no sé si Edgardo participaba) ponernos a fumar debajo de un árbol sin aspirar porque aún no sabía hacerlo, pasó muy poco tiempo. Me convertí en fumador a los diez años –hace cincuenta abandoné el hábito– hasta que mamá me sintió el olor y me hizo jurarle que nunca más fumaría…tal como si fuera un pecado mortal. No cumplí el juramento y espero no merecer por ello el fuego eterno.

Esto es lo único que conservo del gran José Abellana

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Debo hablar también de dos profesores anónimos a quienes debo mucho y llamo así porque no logro recordar sus nombres y no tengo forma de saberlo. Fueron importantes junto con Abellana y el de inglés, Francisco Pividal. Me dieron tanto y de modo tan completo que junto a mi inclinación normal al estudio tuve a la mano las herramientas para superar en rendimiento en mi Tercer Año a los caraqueños del Colegio La Salle. Me refiero a los profesores de Castellano y Literatura en Primer año y Educación Artística en Segundo, ambos venezolanos. El de Castellano era muy hablachento, un poco presumido, de contextura delgada, siempre con su paltó[1] y camisa de corbata sin corbata, y tenía la virtud de ser un buen lector y de hacer muchos esfuerzos por interesar a sus estudiantes en la lectura. El punto alto de mis relaciones con él fue a raíz de un trabajo de análisis literario (fondo y forma y distintos temas de lo que se llamaba Preceptiva Literaria) que hicimos en grupo y que pese a la manifiesta ingenuidad de nuestra forma de exponer, muy directa y espontánea, celebró con simpatía y le otorgó la segunda mejor nota. Y en cuanto a Educación Artística, llama la atención hoy cuando lo recuerdo que sin tener ningún proyector de láminas, libros de referencia, sin siquiera tener biblioteca, en resumen sin ningún apoyo aparte de su relativa elocuencia –porque era más bien callado– le fue posible hacernos interesar en los asuntos básicos de la Historia del Arte que después me sirvieron de rudimentos para la Escuela de Arquitectura. Y nunca me sentí superado por lo que habían recibido mis compañeros caraqueños.

Algo parecido podría decir de Francisco Pividal (1916-1997), cubano, quien fue nuestro profesor de inglés en Primero y Segundo años y había sido el de Jesús y Pedro Pablo en el Liceo Agustín Codazzi, dirigido por el profesor Semidey, donde Jesús tuvo el privilegio de tener también de profesora a la jovencísima entonces Edina Barradas. No sólo dominaba Pividal a la perfección ese idioma, sino que era un gran profesor y pude decir en los años que siguieron que lo que me enseñó en Primero y Segundo Años fue todo lo que necesité, (más las lecturas a pie forzado, unos viajes en los cuales practiqué mucho, esfuerzos por escribir y mucha curiosidad por el idioma), para convertir al inglés en mi segunda lengua.

Pividal era un tipo alto y flaco, de treinta y tantos años, hombre culto que evidentemente había vivido en los Estados Unidos porque nos explicaba con dibujos en la pizarra, con cierto detalle, cómo era Nueva York. Desconozco cómo llegó a Maracay. Supe que en los años posteriores fundó allí el Colegio Panamericano, de su propiedad. Tampoco puedo decir nada de sus antecedentes, pero me detengo en él porque cuando triunfó en Enero de 1959 la Revolución Cubana, fue nombrado Embajador de Cuba en Venezuela. Ante mi total estupor porque nunca este hombre dejó ver en algún momento que tuviese alguna conexión con la lucha contra la Dictadura de Batista en Cuba, o que expresase incomodidad ante la Dictadura venezolana que estaba en ese momento en el poder. Y menos aún que tuviese un interés especial por la historia como se dijo cuando veinticinco años después de haber sido mi profesor –1976– publicó un trabajo sobre el antiimperialismo de Simón Bolívar que siempre me pareció una muestra más del oportunismo de los sectores intelectuales en relación a la tragedia cubana.

En enero de 1959, Fidel Castro conversa con el presidente electo de Venezuela, Romulo Betancourt, probablemente en la Embajada de Cuba, Caracas. Junto a ellos Francisco Pividal, mi profesor, recién nombrado embajador de Cuba en Venezuela.

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Y hay otros ejemplos en el mundo maracayero que prueban que el conocimiento se abre paso por múltiples caminos. Uno de ellos bastante significativo pasaba por el cine Roxy de Maracay donde vimos, como ya he dicho, unas cuantas películas que aparte de hacernos reflexionar estimularon experiencias de conocimiento. Ya narré en Ver la Vida (8) cómo nos interesó la versión de Renato Castellani de Romeo y Julieta de Shakespeare que vimos en el Cine Broadway recién llegados a Caracas. Tuvo una importancia análoga que se mantiene muy fresca en la memoria la magistral versión de Orson Welles del Otelo Shakesperiano que habíamos visto en Maracay el año anterior (1952) a nuestra mudanza. Tuvieron parecida repercusión Fantasía de Walt Disney de la cual Jesús se mantuvo a prudente distancia pero a mí me permitió conocer una obra esencial de Igor Stravinsky como la Consagración de la Primavera https://www.youtube.com/watch?v=PLzKx6R75IA la cual oiré siempre –a pesar mío– acompañada de dinosaurios y volcanes en erupción.

Un fotograma de Fantasía (Consagración de la Primavera de Stravinsky) de Walt Disney, de 1940-50

Pasaron en el Roxy también El Gran Dictador de Chaplin obra maestra del cine en la cual el magnífico discurso final sobre la democracia habrá dejado su huella https://www.youtube.com/watch?v=vJGg5qk9Yz0

En El Gran Dictador hay secuencias memorables. Aparte del discurso sobre la democracia está por ejemplo la «danza con el mundo» del Dictador (analogía evidente con Hitler) una de las mejores del film.

Y disfrutamos del humor inteligente y crítico post-Chaplin de Stan Laurel y Oliver Hardy (El Gordo y el Flaco) de quienes me convertí en fanático.

El Gordo y el Flaco-Laurel and Hardy (1927-1955)

Y unas cuantas más como por ejemplo las muy concurridas de Cantinflas (Ahí está el detalle, de 1940, tan exitosa como para proyectarse continuamente) que me causaban explosiones de risa,

Cantinflas en Ahí está el Detalle de 1940

junto a las que se confunden en la memoria hasta llegar a un caso que me parece ejemplar y que he comentado varias veces, que fue el de la película Uno contra todos (The Fountainhead – El Manantial, fue su título americano) basada en la novela de Ayn Rand (1905-1982) https://es.wikipedia.org/wiki/Ayn_Rand del mismo nombre, a la cual le dediqué entradas en este mismo Blog el 3-9-2011 y el 19-10-2013, tanto me impresionó su impacto en nosotros, particularmente en Jesús y yo, si bien Pedro Pablo también fue sensible a él. El alto nivel de ese puñado de películas no sólo lleva a reflexionar sobre el papel instrumental en la construcción de una cultura que el cine puede tener cuando deja de ser simple entretenimiento y aspira a ser portador de un mensaje, sino la posibilidad de que, gracias a su capacidad para penetrar todos los ambientes por cerrados que puedan ser, llegue hasta un receptor ávido de estímulos creando lo que hoy llamamos realidades virtuales que ayudan a moverse por encima de las limitaciones del ambiente inmediato. Se convierte así en un instrumento educativo extraordinario hoy amplificado exponencialmente por la penetración generalizada de Internet.

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Vimos en el Roxy Uno Contra Todos https://vimeo.com/129783975, en 1951 cuando yo cursaba Primer Año. Se filmó en 1949 y Los principales actores eran Gary Cooper, Patricia Neal y Raymond Massey como actor secundario; el Director King Vidor. Cooper era Howard Roark https://es.wikipedia.org/wiki/The_Fountainhead_(película) quien es presentado como un arquitecto afiliado a la modernidad de un modo estricto que debe enfrentarse a la generalizada incomprensión del medio y de los sectores adinerados, expresados por el director de un periódico que prácticamente hace campaña contra él. Pero a pesar de todo Roark se encuentra con una especie de mecenas que le da encargos, un poderoso millonario interpretado por Massey. Al final, Roark llega al extremo de dinamitar un edificio que había sido construido alterando su proyecto.  Es obvio, si se atiende al título original de la película y así fue señalado por la crítica, que Roark era una especie de sucedáneo de Frank Lloyd Wright, lo cual podía encontrar comprobación en algunos de los proyectos que se muestran, algunos muy wrightianos. Pero me interesa destacar sobre todo el impacto que tuvo en nosotros el idealismo del protagonista, un arquitecto que defiende sus convicciones con entereza y que en cierto modo encarna los ideales de renovación social y cultural frente al conservadurismo que rechaza los nuevos lenguajes de la arquitectura, los cuales se presentan como el lado luminoso que lucha por imponerse ante la oscuridad. Todo presentado de un modo muy simplista pero atractivo: lo bueno que quiere surgir frente a lo malo establecido. Y tal vez lo más interesante es que los ejemplos de arquitectura que se muestran, tomados sin duda de la iconografía arquitectónica moderna en boga en esos años, son particularmente atractivos y aún con los estándares de hoy estéticamente seductores. Todo un panorama para apasionar a jóvenes que comienzan a abrirse al mundo y que tienen que tomar decisiones en relación al camino a seguir. La arquitectura apareció pues en ese momento en el panorama nuestro, sin duda impulsado por esta película de no muy alto nivel, pero interesante y de impacto.

Gary Cooper-Roark observa uno de sus edificios, despojado y vítreo como la Lever House en Park Avenue, todavía no construida.


La Lever House, en Park Avenue, Nueva York, diseñada por Gordon Bunshaft para la oficina de Skidmore Owings y Merrill (1951-52)

Esta casa, uno de los proyectos de Cooper-Roark sin duda recuerda a la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright

La Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright (1939). Es obvia la alusión a esta casa del dibujo anterior. .

Un rascacielos de Cooper-Roark tal como aparece en la película. Cualquier semejanza con el edificio Time-Warner de Columbus Circle, de Moshe Safdie, es casual pero revela la actualización de la película.

La Casa Enright, un modernísimo edificio de apartamentos junto al Central Park, tiene un papel importante en la película. Aquí en construcción.

La Casa Enright terminada. La observa Roark-Gary Cooper

La Casa Enright de noche

Patricia Neal desciende por la hermosa –con criterios actuales– escalera del Pent House de la Casa Enright

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Asumo que dos amigos cercanos de Jesús, Gustavo Niño y Moisés (Mory) Krasner, vieron también Uno Contra Todos. Eran sus compañeros habituales de los quince años (Mory también musical pero en grado menor que el de Jesús) e incluso compañeros de viaje cuando cursaron juntos el Quinto Año en el Liceo Pedro Gual de Valencia, a donde iban diariamente en carrito [2]. Porque recuerdo haber sido testigo un poco lejano en los tiempos posteriores a la exhibición de la película, de conversaciones entre ellos donde salían a relucir dibujos de arquitecturas inventadas entre los cuales se destacaban los de Mory, uno de los cuales he conservado en la memoria, muy afín a los de los constructivistas rusos que tal vez él había visto en alguna revista. Era Mory un extraordinario dibujante capaz de hacer a esas alturas de su educación un capitel corintio a lápiz sobre cartulina que me dejó con la boca abierta cuando me lo mostró. Y tanto Mory[3]como Gustavo se hicieron arquitectos, Mory a edad un poco mayor después de estar en Brasil un tiempo. Y nos hicimos arquitectos Jesús y yo.

En todo caso, no pretendo considerar esa película como origen de la vocación de ellos o de la mía, pero sin duda fue una ventana hacia una actividad, una profesión, que por esos años –inmediatos a la guerra– adquirió una particular relevancia por su capacidad de producir señales en el espacio urbano hasta cierto punto simbólicas de nuevos tiempos que comenzaban con una paz ganada con sangre y sufrimiento, de la cual se esperaba la superación de las rémoras del pasado.

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A riesgo de ser repetitivo, volvemos aquí al tema que ya he tocado, el cual puede ser moraleja de este texto. Es una –entre otras– de las moralejas derivadas de estas notas que hablan de ver la vida: la que ya he mencionado a raíz de mis comentarios sobre la educación que recibimos, la formal de escuelas, colegios y tutela de profesores, y otra que pudiera hasta cierto punto llamarse informal cuyos vehículos son los medios que la civilización pone al alcance las personas, como fue, y es, el caso del cine que ha penetrado todos los mundos. Y la resumo de nuevo así: las personas, los seres humanos, son insustituibles, aunque se hable siempre de artificios que los suplantarán con éxito. Su presencia, su capacidad de asimilación y de creación de los fundamentos culturales, es esencial en el proceso educativo como palanca para superar las limitaciones estructurales: económicas, geográficas, económicas, políticas, culturales, de un medio dado.  En segundo término –insisto en hablar de segundo término– están los recursos que se ponen a disposición de la gente, accesibles y comunes, que permiten comunicarse vívidamente con el mundo más amplio que ayuda a saltar por encima de los obstáculos que la condición periférica y el atraso cultural y económico ejercen en cada quien.

Agrego ahora que no dudo en sostener, lo he dicho y lo vuelvo a decir desde un punto de vista personal y hasta íntimo, cuando confronto mis experiencias con lo que he visto en el ámbito educativo en muchas partes del mundo más allá de un conocimiento superficial, que lo recibido por mí y mis hermanos en los años de formación, gracias a la presencia de profesores, hombres y mujeres, comprometidos con su tarea de educadores, en ese pequeño lugar del mundo que era Maracay, no tuvo nada que envidiarle a lo que recibe el educando de edad y aptitudes similares en los centros culturales y económicos más importantes del mundo entero. Y en cuanto a los medios que la civilización pone en nuestras manos, en aquella época fue el cine el instrumento que se filtró en todos los ambientes pese a las resistencias de los regímenes dictatoriales y especialmente durante los años en los cuales fue considerado un vehículo de comunicación por encima del simple negocio (de lo cual Chaplin y el Gran Dictador son un ejemplo):  hoy en día es Internet, medio que también deberá –lo esperamos– ir mucho más allá de la insistente trivialización expandida por las llamadas redes sociales. En ambos casos son instrumentos que acercan los bienes culturales independientemente de donde se produzcan, lo cual viene a ser una compensación efectiva de las carencias que las distancias geográficas y económicas imponen a los países periféricos versus los países centrales.

Creo que el relato de esos años de Maracay, Ocumare, los maestros, los amigos, lo que se decía y se oía, las distracciones entre las cuales el cine ocupó un espacio, pero también la música grabada, los medios de comunicación, los distintos eventos, todo ello nos dice que es la experiencia de vida en todos los sentidos que ella se da y particularmente en los años de formación, lo que constituye el fundamento de la cultura. En otras palabras: de allí, de la vida tal como ella es, sin superposiciones voluntaristas que distorsionan, es de donde nace la cultura de una sociedad, concepto kantiano que no debe olvidarse y que nadie repite por innecesario en medios culturales maduros y con larga historia, pero que en un país frágil, olvidadizo y recién abierto al mundo como es el nuestro estamos en la obligación de recordar. Aún siendo pequeños, somos nosotros con nuestra vida de todos los días los hacedores de la cultura nuestra. Sin olvidar algo esencial: la experiencia se da en un contexto. No se crea cultura sin estar profundamente anclado en un lugar del mundo. De esas raíces que están aquí, no mucho más arriba de los diez grados de latitud norte, entre mar y selva, montaña y grandes ríos, es de donde surgirá nuestra universalidad.

[1]Paltó es la pieza de la indumentaria del hombre (se le denomina saco en España y otros países) que acompaña al pantalón de vestir o falda (Wikipedia), es decir, a las demás piezas de vestidura formal. Así se le denomina en Venezuela

[2]Era la forma típica de viajes interurbanos: un automóvil de cinco puestos mas chofer, o una camioneta, en la que se pagaba sólo por un puesto. Y se le aplicó ese nombre: carrito por puestos.

[3]El 3 de Septiembre de 2011, en una entrada con el título No me tapes el sol me refería a una anécdota protagonizada por Jesús y Mory en tiempos de colegio que me parece significativa, invito a leerla. También me referí a ella en la entrada titulada Arquitectura-Arte 2 del 19 de Octubre de 2013.