ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Desde hace algún tiempo me ocurre algo que es más común de lo que pudiera pensarse: a la vista de una vieja construcción hecha con materiales naturales se dispara en mí un instantáneo interés. La piedra en sus distintas formas, el barro como adobe, tapia, o humilde bahareque, la madera curada por el uso y el tiempo, los pisos de lajas, de adoquines o panelas de arcilla, todos ellos elementos propios de una forma de construir de tiempos anteriores que coinciden en llamarme la atención, a observarlos con cuidado, a que me detenga a considerarlos. Me invitan a reconstruir espacios, lugares y rincones, imágenes escondidas en la memoria –la mía y la de muchos de aquí– que nos son propias y en cierta manera están platónicamente en nuestra alma como una de las diversas caras de lo que llamamos identidad. Estas imágenes persisten, pueden aparecer en un sueño formando parte de la historia personal que será olvidada al despertar, y siempre permanecen al acecho, entre tantos recintos, aposentos, naves, cubiertas, texturas, colores, perspectivas, que revolotean en la imaginación de cualquier arquitecto para colmar la obsesión de lograr reconstruir como nueva síntesis esas atmósferas, a veces inasibles, que van más allá de lo inmediato y son privilegio de la buena arquitectura. Atmósferas que fueron parte de nuestra experiencia humana y nos dejaron huella permanente sin que podamos hablar de un cuándo y un cómo, quedándose en el pensamiento para impulsarnos a aprender de ellas.

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Esa fue la razón por la cual subiendo desde la encrucijada de la vía que viene de El Vigía y se divide en dos para llevar a la derecha a Apartaderos, a la izquierda  hacia Mérida, un celaje[1] marrón entrevisto un instante entre ramas de árboles despertó en mí la ansiedad de ir a lo que anunciaba: unos altos muros de tapia que rodeaban un recinto allá abajo en el angosto valle que precede a la subida de la carretera que lleva a Mérida. A su encuentro decidí encaminarme.

Era el fin del mes de Agosto de 1993 y andábamos mi mujer Nubia y nuestros tres hijos Victoria, Lorenzo y Juan, recorriendo los Andes venezolanos en la vieja camioneta que fue vehículo de excursión por años, exploración familiar que nos dejó los más gratos recuerdos. Así que tratando de explicarle al pasaje la razón de tan intempestivo regreso, di la vuelta y conduje hasta la entrada de la vieja casa de la Hacienda La Victoria, hacienda de café cuya casa principal era en el primer cuarto del siglo veinte –desde 1922– el lugar de habitación de Calógero Paparoni, esposa e hijos, italiano y merideño quien sería el patriarca de una familia profundamente arraigada en Venezuela[2]. Y se alojaban en ella también los trabajadores que procesaban el café, además de todas las dependencias necesarias para el secamiento de los granos, depósito y procesamiento, múltiples actividades que explican las considerables dimensiones de la casa, la cual estaba en ese momento en la fase final de un proceso de restauración promovido por la Gobernación del Estado Mérida para destinarla a los Museos del Café y de la Inmigración, funciones que supongo continuarán hoy pese a la inmensa crisis que nuestro país vive.

Y movidos por la curiosidad, yo husmeando aquí y allá, entramos por la puerta principal encontrándonos en el corredor que desde el ala principal de la casa mira hacia los patios de secado del café, con uno de los responsables de la restauración: Gerardo Angulo, quien junto a sus hermanos, Jorge, Alí y Aníbal recibió de Fidel su padre [3]el dominio constructivo que les dio la experticia para encargarse de la restauración y reconstrucción parcial de la hermosa casona. Experticia en la cual es asunto de importancia la técnica de la tapia, del barro apisonado en gruesos muros con capacidad de carga, que desde lejanísimos tiempos se utilizó en las culturas del medio oriente y llegó hasta nosotros con la colonización española. Gerardo nos llevó por todo el edificio explicándonos aspectos de las técnicas que utilizaban, la selección de las maderas para la reconstrucción de los techos –de lo cual se encargaba Jorge– y respondiendo las preguntas que mi deseo de entender mejor planteaba.

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Nos informó así Gerardo de distintas cosas que incluí en el comentario principal de la página sobre Arquitectura y Ciudad que tenía a mi cargo en el Diario de Caracas, el 7 de Noviembre de 1993, y de la cual extraigo esta líneas: …proyecto inicial de rescate hecho en la ULA [4]como tesis de Grado, con la coordinación del Arq. Gustavo Díaz Spinetti y asesoría en restauración del Arq. Enrique Cerón. Se trata de una construcción de barro, en tapia, …con características fundaciones de piedra, que se desarrolla en torno a un hermosísimo patio de secado del grano, que corre siguiendo la suave pendiente del terreno en dirección hacia el río, flanqueado de corredores con estructura y techumbre de madera… En uno de los cuerpos posteriores de la casa… se encontraba en ese momento una cuadrilla en proceso de elaboración de una sección de tapial. Mientras observábamos el trabajo del grupo nos llamó poderosamente la atención el acabado de los frisos de los grandes muros ya terminados, con texturas y colores derivados del material arcilloso…de vuelta en el patio me causó especial admiración el cuidado del constructor por todos los detalles propios de la artesanía del barro y la madera: los anclajes de las columnas hechas en ladrillos especiales cilíndricos moldeados expresamente, los brocales que dividen las distintas zonas del patio, también hechos con ladrillos especiales, el respeto cuidadoso por la forma tradicional (de difícil ejecución pero esencial para la configuración original) de construir los pórticos de los corredores siguiendo la pendiente del patio, la ejecución de las esquinas de los tapiales con inserciones de ladrillo, la reconstrucción de las tejas y muchos otros detalles

Hacienda La Victoria en 1993

Patio de secado del café

El patio desde el lado contrario. Obsérvese el detalle de ladrillo que recibe la columna de madera.

Nubia en el corredor.

El corredor.

Uno de los patios internos.

El friso –revoque–a base de barro que protege la tapia. Su ejecución es delicada.

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Al final de aquella visita quedó en mí no sólo la admiración por el trabajo de los Angulo, cuya casa familiar visitamos en Ejido, cerca ya de Mérida, para conocer a Fidel y al resto de la familia, sino la tentación, que se fue guardando poco a poco en mi intimidad como un designio, de construir algo utilizando la tapia y a ellos como constructores. Y pasaron unos años hasta que, impulsado por los criterios de diseño que establecí para el proyecto del Centro de Asistencia al Atleta en San Carlos, Edo. Cojedes, que con motivo de los Juegos Deportivos Nacionales se me encargó en el año 2002, se presentó una oportunidad: el muro ciego de huella circular, una especie de muralla que crea el recinto en el cual se inscriben las distintas dependencias del edificio. Ese muro podía, o más bien debía, ser de tapia para que la presencia del edificio en el contexto –amplio, con visuales desde todas las direcciones– se materializase en la textura y el color del barro apisonado, convirtiéndose además –esto tal vez lo más importante– en símbolo de la tierra nuestra en ese punto de la geografía, la puerta de los míticos Llanos de Venezuela. Lo diseñé con un coronamiento de concreto que protegía de la lluvia y con fundaciones de piedra además de un remate final de cada una de las secciones, también en piedra. Y tomada la decisión arquitectónica, quedaba hacer contacto con los Angulo y ponerlos como equipo de trabajo en contacto con la empresa constructora.

Planta general. Al muro lo divide en dos secciones el edificio principal, en el eje central del círculo.

Jorge Angulo, el segundo de los hermanos, se convirtió en mi interlocutor principal y asumió personalmente la responsabilidad de la construcción del muro, para lo cual se asoció al ingeniero merideño Luigi Falletta. Entre ambos, además de la preparación de todo el instrumental y los procedimientos exigidos por la tapia, dispusieron un encofrado para el coronamiento respetando la curvatura de la huella, el cual desmontaban y reutilizaban a medida que se sucedían las distintas secciones, cada una de un desarrollo de alrededor de diez metros. Terminaron dentro de fechas y el acabado fue impecable; su eficiencia los hizo acreedores a otro encargo: el de la colocación de las tejas planas de arcilla de los techos, que también cumplieron sin problemas.

Y quedó el muro allí, para muchos años espero, hecho con sus manos, las manos de Jorge y de otros dirigidos por él, muro que en cierta manera es representación de sus personas, tal como decía mi hermano Jesús a propósito de las arquitecturas que realizamos, representación de él y de otros muchos como él que lo acompañaron esa vez, asociados a la arquitectura que hacen posible: condición de la vida y de sus huellas en el paisaje. Son los obreros cuyo hacer construye lo que nos pertenece a todos.

El muro y el techo de panelas de arcilla son las palabras más fuertes que el edificio dice.

Y digo todo esto con un tono que si bien puede ser visto como sentimental sale de la tristeza –y lo que la acompaña– que me invadió al saber que Jorge murió repentinamente hace un par de semanas sin que tuviéramos oportunidad de hacer otras cosas juntos, como estuvimos deseándolo a lo largo de los últimos años. Me llamó una mañana para decírmelo su viuda, Fabiola Mora [5], madre de Julio José, adolescente temprano. Ella se casó con Jorge en 1999 unos años después de la visita cuyas fotos muestro aquí, las mismas que le mandé a él no hace mucho, a raíz de haberme enviado una felicitación por el día del arquitecto a comienzos de julio, mensaje que me hizo rememorar el origen de nuestra amistad. La llamada de Fabiola –mujer fuerte– me conmovió porque por estos últimos tiempos la muerte y su incomprensible irrupción –por azarosa y muchas veces cruel– me toca lo más profundo. Y al decirme que hizo la llamada porque Jorge había apreciado siempre nuestra amistad, eso fue mucho para un sentimental como soy en estos años que he llamado crepusculares. No pude evitar entonces que se me quebrara la voz y nublara la vista. Me pasa al saber que los amigos se van.

El muro es Jorge Angulo, diría Jesús Tenreiro…

El muro tiene remates de piedra en sus extremos. Obsérvese como se cierra al final el alero de protección de concreto.

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Se había establecido una relación personal entre Jorge y yo. Me llamaba con cierta frecuencia para contarme de sus andanzas, una de ellas la comercialización en pequeña escala de maderas duras que había comprado en Upata. Me escribía por correo electrónico y una vez establecido WhatsApp me enviaba textos, me saludaba en Navidad o en ciertas fechas, y me contaba sobre lo que hacía, como cuando se vino a Caracas hace un tiempo buscando oportunidades de trabajo, escasas en su Mérida natal. Sé que luchó por la supervivencia, como estamos luchando todos, e insistía en ciertos momentos en decir cosas certeras acerca del fraude político que ha destruido a Venezuela, conocedor como era de mi radical actitud de denuncia, la cual no dudé en hacer notar, ante él y ante quien quisiera oírlo, aún en medio de las obras de San Carlos hechas en los primeros tiempos del proceso destructor que confiscó a Venezuela. Como cuando me envió por WhatsApp el 17 de marzo de 2019 –estaba yo en España– un artículo de Antonio Pérez Esclarín escritor e intelectual español-venezolano (1944) referido al libro El hombre en busca de sentido del psiquiatra judío Viktor Frankl, prisionero en un campo de concentración, libro del cual Pérez Esclarín extrae frases que apelan a la conciencia personal frente a una realidad que trata de aplastarnos, perfectamente aplicables a la situación venezolana. Frases como esta: …De nosotros depende: rendirnos, lamentarnos y tratar de acomodarnos e incluso aprovecharnos del desastre que vivimos; o trabajar con decisión y pasión por salir de él, estando incluso dispuestos a pagar las consecuencias de nuestra opción por la libertad y la dignidad para todos. Y un poco después Jorge, el 16 de Julio del mismo año, ya yo de regreso a Venezuela, me mandó la entrevista que se le hizo al psiquiatra Franzel Delgado Senior, hijo de Kotepa Delgado, cofundador de  Partido Comunista de Venezuela y de Ana Senior, pionera en las luchas por los derechos de la mujer, entrevista en la cual Delgado Senior equipara al movimiento político que ejerce el poder en Venezuela con una secta, lo cual coincidía con lo que yo había escrito y publicado en este Blog el 22 y 29 de Junio de 2019, coincidencia que le comenté a Jorge: …efectivamente este gobierno funciona como una secta. Una secta dirigida por criminales. Con estos dos mensajes producto de sus búsquedas por Internet, Jorge revelaba deseos de comunicarse usando palabras de otros, deseos que es ahora con su muerte cuando los comprendo mejor. Lo ayudaban a mostrarme su actitud crítica, porque sabía que en los años iniciales de la aventura política que ahoga nuestro país había sido más bien indiferente. Y hasta la caricatura que me mandó el Día del Arquitecto de este año reflejaba claramente cuales eran sus esperanzas para nuestro país.

Caricatura que me envió Jorge el Día del Arquitecto, este año.

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Un par de años después de terminar mis estudios de arquitectura tuve oportunidad de conocer ese prodigioso monumento gótico de piedra arenisca roja, trabajada hasta casi convertirla en filigrana, que es la Catedral de Estrasburgo [6], construida entre comienzos del siglo once y terminada –no completamente– casi a mediados del siglo quince. Mucho tiempo después, tal vez hace unos 25 años, en uno de los seis volúmenes que pude comprar y aún conservo de los veinte que tenía la Historia del Arte-Summa Artis de José Pijoán (1881-1963), con la cual complementaba sus clases Eduardo Crema nuestro serio y culto profesor de esa materia, encontré la foto de una escultura de tiempos góticos identificada como El arquitecto de la Catedral de Estrasburgo. Supongo que esa escultura está en alguna parte de la catedral y que por supuesto no representa al arquitecto, así en singular, sino a uno de los muchos maestros constructores –deben ser llamados arquitectos– que participaron durante cuatro siglos en la construcción de tan maravilloso edificio. Y como normalmente no se conocen sus nombres y mucho menos sus efigies, me interesé siempre en tener a mano la cara de ese antecesor de mi oficio, y hasta la tengo desde hace tiempo en un rincón de la pantalla de mi computadora.

El arquitecto de la Catedral de Estrasburgo (tomado de Summa Artis de José Pijoán)

Pues bien, ahora al recordarme de Jorge Angulo y su contribución a la imagen de un edificio que pensé y logré realizar sin que lo estropearan demasiado las necedades de los militarzuelos bajo cuya autoridad se construyó, quisiera especular en algo que sé imposible: que en cada edificio terminado haya un espacio consagrado a la gente que con su experticia personal contribuyó a darle forma. Un lugar en el cual, como ocurre con ese arquitecto de tantos siglos atrás, pueda el visitante tener la posibilidad de recordar a esas personas o apreciar sus facciones cuando vivían. Y no es que pretenda que lo que uno construye tenga la significación de un monumento al cual se rinde tributo, sino porque resulta injusto que se olvide tan fácilmente a gente sin la cual esa arquitectura no hubiera sido la misma que logró ser. Hoy quisiera decir que el Centro de Asistencia al Atleta de San Carlos no sería lo que es sin el muro de barro que lo circunda, y que ese muro de barro lo construyó mi amigo Jorge Angulo, quien se ha ausentado en forma repentina dejándome –dejándonos– el recuerdo de su bonhomía, su saber ser y su saber hacer. Y la huella de su amistad.

[1]Uso aquí celaje como presagio o indicio de una cosa esperada o deseada,  presagio derivado de una imagen súbita, semioculta entre otras, tal como se usa en el lenguaje coloquial en Hispanoamérica e incluso en el poético como lo hace por ejemplo César Vallejo en la última estrofa de su soneto Idilio Muerto: Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje…https://www.poesi.as/cv180cc.htm

[2]Un descendiente de Calógero, es el ingeniero Mario Paparoni (1932), Director de la División de Estructuras del Instituto de Modelos y Ensayos de Materiales de la Universidad Central de Venezuela UCV. Fue el ingeniero principal de la interesante estructura de las torres (55 pisos) de oficinas de Parque Central, en Caracas, proyecto de la Oficina de Arquitectura Siso y Shaw, cuyo arquitecto principal fue Daniel Fernández-Shaw (1933-2016).

[3]Fidel Angulo moriría en Abril de 2005.

[4]Universidad de Los Andes, con sede principal en Mérida, donde funciona una Facultad de Arquitectura y Diseño desde fines de los años cincuenta del siglo veinte.

[5]Se casaron en 1999, Jorge tenía ya un hijo: Jorge Luis Angulo Guillén.

[6]Fue a mediados de 1961 https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Cathédrale_Notre-Dame_de_Strasbourg, Fui también a Colmar para ver el Retablo de Isemheim de Mathias Grünewald https://es.wikipedia.org/wiki/Retablo_de_Isenheim – /media/Archivo:Grunewald_Isenheim1.jpg