ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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 Reanudo mi actividad en este Blog mencionando a una venezolana ejemplar que nos acaba de abandonar y presentando a otro importante hombre de aquí, quien vivió en tiempos anteriores.

In Memoriam Edina Barradas

Edina Barradas, jovencísima profesora del liceo Agustín Codazzi de Maracay, le dio clases en Secundaria a Jesús Tenreiro en 1949. La corrección, brillantez y calidez personal de ese estudiante le llegó al corazón a Edina y lo decía cada vez que alguien cercano a Jesús estaba a su alcance. Jesús a su vez hablaba con cariño especial de Edina. La mencioné fugazmente en este Blog el 19 de Septiembre del año pasado. Y la conocí sesenta años después que Jesús porque su hijo y colega mío Oscar Rodríguez Barradas la trajo una vez a conocer mi casa y a charlar un poco. En Agosto de este año empezamos a escribirnos, ella residenciada en Houston, una más de la diáspora. Me prodigó cariño en los meses siguientes y me habló de su interés por leer lo que aquí aparecía. Su último mensaje, el dos de Enero de este año, me deseaba un buen año y me decía una frase que me llegó a lo íntimo impulsándome a seguir.

Hace unos días el tocayo me escribió que Edina se había ido. Me sentí muy triste porque ella era para mí parte de las referencias que  hablan de lo que ha sido mi vida y la de los míos (ella hablaba también de mi madre). Ya no me podrá decir que mis trabajosas líneas también le hablaban. Y lo repito, me pongo triste, nos vamos yendo todos. Edina fue una de esas personas plenas de humanidad de las que ha sido pródiga nuestra Venezuela. Amo su memoria. Y para sus hijos y familia va este cortísimo homenaje. 

 

RAFAEL ARÉVALO GONZALEZ: CONSTANCIA, SACRIFICIO, ESPERANZA (1)

Oscar Tenreiro

La descripción del acontecer público venezolano durante el siglo diecinueve es una constante confusión de nombres y eventos que complican hallar el hilo cronológico y humano. Me ocurre, tal como a muchos, que los continuos saltos en los acontecimientos políticos que influían de modo determinante en la sociedad con la consiguiente mescolanza de nombres, fechas, intrigas, revueltas y asuntos propios del discurrir normal, me hacen difícil seguir los hechos del ámbito político-social nuestro a partir de 1830, carencia que he querido suplir con algunas lecturas. Entre ellas hay un libro que permanecía casi escondido en una estantería de mi biblioteca y me llamó especialmente la atención. Lo heredé de mi hermana Carlota Elizabeth (1938-1979), quién en los meses anteriores a su trágica muerte, debido a su cargo en el Ministerio de la Juventud, recibía obras publicadas fuera de los circuitos comerciales. Se trata de las Memorias de Rafael Arévalo González (1866-1935), tituladas con su nombre y el subtítulo la Venezuela del dolor, publicadas por sus hijas en 1977 con introducción de Luis Villalba Villalba (1906-1999) entonces presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela.

El libro me interesó por varias razones: una, que ya sabía algo de Arévalo Gonzalez a través de su biznieta, colega y antigua estudiante mía, Adina Arévalo Lares, quien me habló de él  y me regaló un librito editado por su familia titulado Carta a mi Nelly donde está el texto de ese sensible documento, una carta que le escribió Arévalo González a su hija que contraía matrimonio, acto al cual no podría él asistir pues se encontraba preso en la siniestra cárcel de La Rotunda [1], sórdido lugar de castigo para quienes se enfrentaban a Gómez. En esa oportunidad estuvo recluido en el edificio-símbolo de la condición represiva de aquella dictadura durante casi nueve años. Sería liberado y unos años después vuelto a encerrar en el infamante edificio hasta obtener su libertad dos años y medio antes de su muerte el 20 de abril de 1935. Había nacido en Río Chico el 13 de septiembre de 1866.

Vista externa de La Rotunda (foto tomada de la biografía de Arévalo González escrita por Mariela Arvelo)

Patio interno de la Cárcel de La Rotunda. La huella circular es el origen de su nombre. Foto de 1936 (Internet). Esta cárcel, construida entre 1844 y 1854 sigue en clave caricaturesca, como era típico en la Venezuela de entonces y aún después, el modelo del Panóptico inventado por el británico Jeremy Bentham (1748-1832) en 1791 (Internet).

Ya no caricaturescos sino construidos con todo cuidado fueron los pabellones panópticos de la Carcel de Isla de Pinos en Cuba (hoy Isla de la Juventud) construidos entre 1926 y 1931 (Internet). Hablé de ellos en una entrada de este Blog, el 30 de Octubre de 2008, con el título «De nuevo las cárceles»

La Rotonda neoclásica central de la Plaza de la Concordia inaugurada en 1940. Fue proyecto de Carlos Raúl Villanueva. Al fondo la iglesia neogótica de Las Siervas del Santísimo, proyectada por Erasmo Calvani. (Internet)

La segunda razón es que, un siglo después, los venezolanos estamos viviendo circunstancias claramente análogas a las de los tiempos de Arévalo González. No sólo somos sojuzgados también por un tirano y su camarilla, sino que el espíritu represivo del déspota lo ha llevado a usar la cárcel y la tortura superando la crueldad y el cinismo de la barbarie dictatorial que suponíamos superada. Y eso ocurre –otra vertiente de la analogía entre el ayer y el hoy– ante la inconciencia o simple complicidad de muchos que se arropan con las redes de la ideología porque sostienen a una revolución y ellos son revolucionarios, o han preferido adaptarse y convivir con la ilegalidad y el abuso para mejor provecho de sus intereses personales. Buscando una comodidad, un tipo de tregua, consistente en archivar el espíritu crítico. Comodidad que Arévalo González nunca quiso para él, convencido como estaba de que los valores democráticos debían ser defendidos a toda costa como único camino para la realización plena de la sociedad venezolana.

La tercera razón es que la firmeza de la conducta de Arévalo González dirigida a respaldar su compromiso desde muy temprano en su vida y con especial empeño con una ética cívica que no se diferencia de la creencia en la solidaridad entre los hombres, podría ser un modelo para los jóvenes venezolanos de hoy, demasiado ocupados con la trivialidad rampante de las redes sociales que los impulsa a un cierto tipo de ceguera –o prejuicio– social y cultural que invita a desdeñar  la responsabilidad social y su correlato político. La lucha por el perfeccionamiento de la democracia –asunto esencial– se ve como problema de otros y en su lugar se hace prioritaria la acumulación de recursos para construir una posición individual. Posicionarse es lo que se valora, y se busca hacerlo en cualquier parte distinta del complicado y ensombrecido país en el cual nacieron, agobiado por una crisis económico-social que no tiene precedentes, por sus características y por su profundidad –insisto en hacerlo notar– en la historia universal más reciente.

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El padre de Arévalo González, de nombre Demetrio, era un hacendado recién instalado en Río Chico, Estado Miranda, quien como estudiante de medicina había sido incorporado en el papel de practicante a un batallón gubernamental enviado a la zona desde Caracas por el gobierno de Julián Castro en los comienzos de la guerra civil[2]venezolana que conocemos como Guerra Federal. Allí Demetrio conoció a quien sería su esposa, Águeda González[3], razón que lo impulsó a asentarse en Río Chico, decisión facilitada por el deseo de Leonardo Hernández con quien había hecho amistad, dueño de importantes haciendas de cacao –producto de gran valor en esos años– de que le administrara sus propiedades. Abandonó pues Demetrio definitivamente sus estudios, se casó y se radicó en Río Chico donde nacería Rafael en 1866 para regresar con su padre a Caracas junto a sus tres hermanas y su hermano, el menor de todos, a raíz de la muerte de su madre cuando él tenía nueve años de edad. En Caracas terminó su enseñanza secundaria y en las vacaciones luego de su año final, Demetrio se lo llevó a Río Chico donde Rafael, repitiendo en cierto modo la historia de su padre, resolvió quedarse porque se enamoró; y si bien no llegó hasta el matrimonio en esa ocasión, vivió unos años en el pueblo ejerciendo actividades agrícolas hasta que atraído por la nueva forma de comunicación que no mucho tiempo antes, en 1856, había llegado a Venezuela, resolvió hacerse telegrafista. Así lo narra en sus Memorias: …me hice amigo de los telegrafistas y me dediqué a aprender aquel arte, primero por curiosidad y luego con el propósito de que me sirviera de medio para viajar por otras regiones de la República que anhelaba conocer. Cuando estaba algo adelantado entre trasmitir y recibir, vine a Caracas para estudiar la parte teórica y graduarme…[4].

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Fue mientras terminaba su preparación como telegrafista y con seguridad gracias a su roce con el ambiente estudiantil de Caracas a mediados de la década del ochenta, que empiezan a despertarse en él inquietudes políticas y ese celo republicano y democrático que habría de ser parte de su personalidad. Da fe de esa inquietud su participación como activista en distintos acontecimientos derivados de la sátira política bautizada como La Delpiniada [5] https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/l/la-delpiniada/, homenaje bufo montado por los estudiantes universitarios de entonces, experiencia que podría decirse lo inició en el periodismo político gracias a que su activismo estaba orientado por la publicación y distribución de hojas sueltas contrarias al gobierno de Guzmán redactadas por los realizadores de la sátira, quienes finalmente fueron reducidos a prisión, incluyendo a Arévalo. La Delpiniada se escenificó en marzo de 1885 durante el primer gobierno de Joaquín Crespo –que duraría hasta Abril de 1886– quien era tutelado por Antonio Guzmán Blanco. Guzmán regresaría al poder brevemente antes de abandonar el país en 1887 y refugiarse en su palacete parisiense.

Esta es la portada del programa de la Delpiniada. Es un retrato de Delpino y Lamas. Un poemita atribuido a Delpino circuló la noche del homenaje en el Teatro Caracas y quedó para la posteridad. Dice así: Pájaro que vas volando / parado en tu rama verde;/ pasó un cazador matóte; / ¡más te valiera estar duerme!

Termina Arévalo su preparación como telegrafista y comienza a conocer Venezuela gracias a su paso por Barcelona –a dónde regresa unos años después– y luego Zaraza, Aragua de Barcelona y Cumaná. Llegó a Caracas a establecerse definitivamente en tiempos de los sucesores de Guzmán, Juan Pablo Rojas Paúl (1888-1890) y Raimundo Andueza Palacio (1890-1892), este último empeñado en continuar en el poder hasta que Joaquín Crespo se impone militarmente, lo derroca y se adueña de la Presidencia durante seis años –hasta 1898– siendo sucedido por Ignacio Andrade. La Presidencia de Andrade, liberal amarillo como todos los presidentes incluido Guzmán Blanco, surge de elecciones hechas siguiendo una nueva Constitución (1893) que pretendía recuperar el hilo constitucional. Elecciones sin embargo claramente amañadas por las huestes del crespismo en contra del candidato más fuerte de la oposición, José Manuel Hernández (1853-1921), conocido como el Mocho Hernández https://es.wikipedia.org/wiki/José_Manuel_Hernández) quien se alza en armas poco después de la toma de posesión de Andrade. Crespo pierde la vida el 16 de abril de 1898 en uno de los enfrentamientos con él, el de La Mata Carmelera en el actual Estado Cojedes.

Es a mediados del gobierno de Crespo cuando Arévalo conoce a Elisa Bernal Ponte con quien se casaría el 10 de agosto de 1896[6]y con quien tuvo diez hijos, el primero de ellos una niña, Olga.[7]

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Con Cipriano Castro, quien derroca a Ignacio Andrade en Octubre de 1899 y se hace del poder hasta Diciembre de 1908 como resultado de la llamada Revolución Restauradora por él comandada, se inicia un período decisivo para Arévalo González. En esos años se consolida y afirma su vocación de periodista vigilante del acontecer político venezolano estimulada por su presencia como articulista polémico en diferentes diarios y revistas, actividad que culminó con su nombramiento como Redactor del importante diario caraqueño El Pregonero[8]. Al mismo tiempo empieza a ser víctima Arévalo del rencor y la arrogancia dictatoriales: sus opiniones críticas sobre los distintos aspectos del ejercicio de un poder no democrático le ganaron represalias que anuncian lo que sería su tragedia personal: bajo Castro, entre 1899 y 1908, fue reducido a prisión cinco veces[9]. Y el siguiente dictador, Juan Vicente Gómez, férreo e imperturbable dueño de Venezuela durante veintisiete años, acentúa los esfuerzos por humillarlo y silenciarlo, haciéndolo preso también cinco veces[10]robándole su libertad durante más de quince años. Un castigo de desproporción insólita si se piensa que nunca Arévalo González participó en conspiraciones armadas, sostuvo más bien con ejemplar persistencia una actitud de no violencia activa, de oposición usando juicios críticos, blandiendo sólo ideas en un contexto como el venezolano de su tiempo, caracterizado por el enfrentamiento cruento, por la constante recurrencia al uso del machete y el fusil. Ese especial mérito, ese ejemplo singular lo definen bien estas sencillas palabras de Guillermo Meneses publicadas en el diario El Nacional el 20 de Septiembre de 1966[11]: Si nos detenemos a examinar las razones políticas por las cuales pasó tantos años preso. nos quedamos admirados de que nunca fue detenido como conspirador…Se le detuvo muchas veces por escribir. Nada más.

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Así fueron sus prisiones en tiempos de Gómez: La primera, de sólo un mes, en la Rotunda, fue producto de un incidente propio de una Venezuela sin ley.[12]La segunda en el Castillo de San Carlos en la barra del Lago de Maracaibo en 1910, sobre la cual no he podido conocer la duración precisa. La sufrió por haber divulgado en su periódico el informe de un magistrado de la Corte Suprema donde hacía constar el terrible estado de la cárcel de La Rotunda. La tercera fue en La Rotunda durante ocho años y cinco meses, desde Julio de 1913 hasta Diciembre de 1921, causada por atreverse a lanzar a Félix Montes (1878-1942) como candidato presidencial que se opondría a Gómez. La cuarta durante dos años también en La Rotunda entre el 12 de Julio de 1923 y el 21 de Julio de 1925, por haber sido absurdamente declarado sospechoso de participación intelectual en el asesinato de Juancho Gómez, hermano del dictador. Y la quinta cuatro años y medio, desde el 25 de Febrero de 1928 hasta el 15 de Octubre de 1932, esta vez por haber enviado un telegrama a Gómez pidiéndole la libertad de los estudiantes universitarios presos a causa de la –muy recordada en Venezuela– sublevación estudiantil de 1928. Esta prisión fue en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, como el de San Carlos vestigio militar colonial de gruesas paredes, húmedos y abrasadores calabozos en los sótanos, más sórdido y tenebroso aún que La Rotunda. En resumen, si a las de Gómez sumamos las prisiones de tiempos de Cipriano Castro[13], Arévalo González estuvo preso más de veinte de los sesenta y ocho años que vivió, acusado de delitos de opinión inexistentes en el sistema jurídico venezolano, víctima del autoritarismo militar que aún hoy nos ahoga.

Menos de tres años después de su última liberación, el 20 de abril de 1935, murió de cáncer Arévalo González. Su esposa había muerto el 25 de agosto de 1921.

(Seguiremos hablando de Arévalo González)

[1]La Rotunda fue demolida a la muerte de Gómez y en su lugar se construyó una plaza con el simbólico nombre de La Concordia (propuesto, según parece por el Presidente interino heredero del Poder gomecista, Eleazar López Contreras). La plaza fue proyecto de Carlos Raúl Villanueva. En los años ochenta fue intervenida y modificada.

[2]Demetrio  debe haber llegado a Río Chico a fines de 1859 o comienzos del sesenta.

[3]Pág. 85 del libro Rafael Arévalo González o la Venezuela del dolor, edición no comercial de 1977. Lo identificaré en lo sucesivo como Memorias.

[4]De sus Memorias, pág 90 de la edición de 1977.

[5]La Delpiniada fue una ocurrencia de los estudiantes universitarios de entonces y consistió en la representación formal en un teatro importante de la ciudad (el Teatro Caracas) del homenaje a un poeta, Francisco Antonio Delpino y Lamas, más bien escribidor de versos de cierto ingenio, hombre de extracción popular –vivía en el humilde barrio El Guarataro de Caracas– homenaje que quería ser una parodia de  la ridícula adulación destemplada y cursi que muchos representantes de la intelligentsia  gobiernera caraqueña  le prodigaban al General Antonio Guzmán Blanco, autoritario Presidente de Venezuela en varias oportunidades entre 1870 y 1887, ejerciendo directamente o mediante personajes títeres como Joaquín Crespo, quien era el presidente en ese momento. Para conocer mejor lo que fue La Delpiniada puede acudirse a este link: https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/l/la-delpiniada/

[6]Fecha tomada de la biografía escrita por Mariela Arvelo (El Caballero Andante y la Pluma de Oro – Vida y Obra de Rafael Arévalo González. Edición Mariela Sigala de Gómez Tamayo. 2016), Pág. 122. La puso en mis manos la colega y ex-discìpula Adina Arévalo Lares.

[7]Sus hijos fueron: Olga (1897), Nelly (1898), Lilia Josefina (1900), Jorge (1901), Graciela (1903), Mery (1905) quien viviría muy poco, Elba (1907), María Gladis de Jesús (1910), Amneris (1912), y Héctor (1913) quien fallecería a los dos años. (Fuente: Geni- Internet, complementada por la Biografía de Mariela Arvelo)

[8]Diario propiedad de Odoardo León Ponte (1866-1905), quien le ofreció el cargo de Redactor a Arévalo. Más tarde Arévalo se convirtió en el Director. Fue el primer diario venezolano impreso con rotativa y vendido al pregón.

[9]Memorias, pág. 163

[10]La primera prisión de 1910 se menciona en la biografía de Mariela Arvelo (Op. Cit. Pág. 256 y 162). No se habla de su duración. En las Memorias se dice que ocurrió, sin ningun dato sobre duración y lugar

[11]Biografía de Mariela Arvelo, Pág.289

[12]Fue atacado con intenciones de asesinarlo y se defendió. Había publicado en su periódico El Pregonero, un Editorial  que cuestionaba la concesión de una pensión vitalicia a los herederos del corrupto gobernador del Territorio Federal Yuruary, hoy Estado Bolívar, Pedro Vicente Mijares. El atacante fue un sobrino de Mijares. (pág. 247 de las Memorias)

[13]No hay datos fidedignos sobre oportunidad y duración de las prisiones en tiempos de Cipriano Castro.