Por Oscar Tenreiro / 24 de mayo de 2007
Hace 18 años Luis García Mora me abría las páginas de El Diario de Caracas para hacer una columna sobre Arquitectura. La columna se convirtió, uno o dos meses después, en una página de Arquitectura y Diseño que habría de cesar a los cuatro años, un 23 de Noviembre de 1993, siendo director del diario Diego Bautista Urbaneja, por razones que prefiero reservarme pero que ya anticipaban el drama actual venezolano. Mi compañero de página (se hacía cargo de una columna corta llamada Poesía y Ciudad) era el actual señor ministro de la cultura bolivariana, arquitecto Farruco Sesto, por ese entonces mi gran amigo y socio profesional. Sesto y yo asumíamos el espacio como un foro para destacar, por una parte la necesidad de promover una visión de la arquitectura como esencial testimonio cultural; y por la otra la indisoluble relación entre la arquitectura y la ciudad. En julio de 1998, Luis Enrique Alcalá, al asumir la dirección del mismo diario, aceptó reabrirla. Salió bajo mi sola responsabilidad hasta el 25 de febrero de 2000, poco antes del cierre del rotativo.
Hoy me recibe TalCual para reiniciar aquel esfuerzo bajo otras circunstancias. Quiero asumirlo sin complejo alguno, es decir, sin suponer que los temas que preocupan a los arquitectos son de élite y deben ser tratados como simples problemas de construcción para hacerlos digeribles. Los temas de la arquitectura, de la índole que sean, son también de todos los ciudadanos independientemente de su nivel cultural. Y no se trata de reducirlos, sino de discutirlos abiertamente; eso sí, con sencillez, para lo cual rescatamos el aforismo de Wittgenstein que recuerdo de memoria: “Todo lo que puede ser dicho puede decirse de modo simple”.
Nuestra página de ahora es parte de un periódico de oposición política. De ello no sólo estamos conscientes sino que nos parece del todo pertinente, convencidos como estamos que aquí vivimos una dictadura del siglo XXI que quiere mantener vigentes los males de nuestro pasado caudillesco y militarista ocultándolos bajo una apariencia democrática. Que ha sido aplaudida por unas izquierdas ciegas a la realidad que en todo el mundo parecen fascinarse con el viejo discurso antiimperialista y todas sus derivaciones, asumiendo la posición (racista o paternalista) de que los derechos humanos y la legitimidad democrática vendrá después o que, simplemente, no son aplicables a estos países mestizos y subdesarrollados.
Queremos contribuir a discutir críticamente el acontecer urbano desde nuestro punto de vista, incluyendo en él los aciertos y los errores, teniendo presente el hecho de que en este momento venezolano, debido a la fuerza económica del Estado y gracias a la unidad política que existe en torno a él, estarían dadas las condiciones para una acción sobre la ciudad que fuese verdaderamente al fondo de los problemas, generando una participación amplia de todos los factores que inciden en la formación de la ciudad. Pero muy poco se ha hecho y, lo que es peor, nada pareciera anunciar que se iniciará una etapa más lúcida.
Esa es la tragedia de los gobiernos autoritarios. Mientras más se quiere complacer al Gran Conductor, más se enredan los líderes de nivel inferior en su propio afán de complacer al Jefe y más se enfrentan unos a otros en su deseo de destacar como fieles cumplidores de su voluntad. Lo leemos en estos días en las Memorias de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, quien relata los enfrentamientos que los servidores del Führer tenían entre ellos y de qué modo tales luchas multiplicaban los errores que luego sufría el pueblo alemán. Habrá muchos (los había en la Alemania de los cuarenta) que, desde adentro, saben que las cosas no se están haciendo bien, es más, que se cometen graves y a veces gravísimos errores, pero se abstienen de pronunciarse o lo hacen a la sordina, en privado, evitando que algún soplón los califique de contrarrevolucionarios o medio escuálidos —con la única ventaja para nosotros de que aquí, por ahora, no hay campos de concentración físicos, aunque sí los haya psicológicos—; o se pronuncian en público adoptando un talante “neutral¨ y amable, como hemos visto hacer a algunos funcionarios del régimen que fueron profesores universitarios, simulación que les permite ocultar su real postura de incondicionales.
Es esa renuncia interesada a la crítica la que hirió de muerte a la amistad que tuve con el actual señor Ministro, así como hizo cesar la relación respetuosa que tuve con gentes como Aristóbulo Istúriz, porque ambos (y muchos otros) han decidido abandonar la soberanía sobre sí mismos para adoptar la del Líder. Sobre esa tentación escribió una frase Ernest Cassirer que coloca Speer como epígrafe de uno de los capítulos de su libro: “Renunciar a la soberanía sobre sí mismo”. De otra manera no se puede entender el absurdo de que personas cercanas, amigas, casi familiares, se refugien detrás del imperio de un cargo público o de la muralla de la intolerancia o de la visión unilateral, para sostener una posición de poder (el de las jerarquías o el de los privilegios) que excluye toda posible sinceridad personal. Y dejen atrás, como algo de lo que no quieren acordarse, los esfuerzos del pasado para abrir espacios, los testimonios públicos o privados, la resistencia frente a lo que consideraban injusto.
Es verdad que todos podemos dejarnos dominar por el lado oscuro de nuestro inconsciente, como lo sabemos desde los más remotos tiempos y como lo descubrió en términos científicos Carl Gustav Jung hace pocos años. Por eso incluimos como imagen inaugural el dibujo que Le Corbusier, el gran maestro suizo-francés de la arquitectura, hizo en 1945 ilustrando la cara luminosa solar y la terrible Medusa, dos caras de nuestra realidad psicológica personal o colectiva.
Durante muchos años luché por trasmitir a mis estudiantes de la UCV —donde di clases por más de treinta años— la idea de que el oficio del arquitecto implicaba un compromiso moral. Esa idea ha sido olvidada en los tiempos que corren, pero estamos convencidos de que el Movimiento Moderno la hizo aflorar a la conciencia colectiva para que ya no desapareciera. Los olvidos posmodernos de las sociedades opulentas no anularon los contenidos éticos del ejercicio de la arquitectura. Ellos siguen siendo el sustento de nuestra disciplina. Creemos que hay, desde que así fue formulado por los pioneros de la nueva arquitectura a comienzos del siglo XX, un fuero de la arquitectura y de los arquitectos que demanda respeto y que puede orientar nuestras conductas. No podemos aceptar hoy que sea necesario medrar bajo el ala del oportunismo político para hacer lo que sabemos hacer, sino de exigir respeto al patrimonio personal, resumido en el esfuerzo, el conocimiento, en los modestos aportes personales. Lo que podamos hacer, en esa sociedad que queremos, no es una dádiva de nadie, es un derecho: no es necesario vender el alma al diablo para hacer arquitectura. Quienes lo hayan hecho podrán hacer un par de edificios bien construidos y hasta admirados, pero no podrán borrar la mala conciencia que habrán de arrastrar en su portafolio personal.
Cuando se cita el ejemplo de Villanueva, construyendo la Ciudad Universitaria en tiempos de dictadura como un argumento a favor de la sumisión, se hace esquivando una reflexión sobre lo que era Venezuela en esos años y sobre lo que era el mundo en general. Los tiempos han cambiado y hoy es universal la idea de que la democracia es la condición necesaria para el florecimiento de manifestaciones culturales con raíces profundas. A eso se debió, por ejemplo, el surgimiento de las arquitecturas españolas y portuguesas post-fascismos.
La democracia es hoy un requisito para toda actividad humana que aspire a un desarrollo auténtico, y por eso sostenemos que en la situación actual, bajo un Estado autoritario, podrán formarse nichos que permiten sobrevivir, pero nunca podrá surgir un verdadero movimiento renovador y esclarecedor, pese a todos los talentos que sabemos que existen. Es verdad que hay que abogar por la creación de esos nichos, pero igualmente se debe denunciar todo lo que conspire contra ellos. Eso trataremos de hacer en esta página que hoy comienza a publicarse.