Oscar Tenreiro /12 Septiembre 2007
“Rodilla en tierra con el comandante” proclaman dos diputados que padecen sobrepeso, defendiéndose de otros colegas de la Asamblea Nacional que los han acusado de traidores. Quieren verse al lado del jefe en posición de ataque, o lealtad, frente a nosotros los cachorros del Imperio, antes de que desembarquen los marines.
Recuerdo que en Maracay, en tiempos de mi infancia, los hombres, machotes y resabiados católicos de la clase media dominante, no entraban a la iglesia a sentarse con las mujeres, que mayoritariamente ocupaban los bancos, sino que se mantenían cerca de la puerta, de pie, afirmando su desconfianza frente a los rituales del clero, haciendo saber, desafiantes, que estaban allí pero no estaban con los curas y sus triquiñuelas. Cuando llegaba el momento de la elevación durante la misa y era obligado arrodillarse so pena de parecer un masón embozado, los machotes lo hacían con una sola rodilla puesto que hacerlo con las dos despertaba inmediatas sospechas de afeminamiento. Una sola rodilla era pues señal de una relativa independencia y mucha hombría.
Habría que preguntarle a nuestros diputados hasta donde expresarían su sumisión: si con una o con las dos rodillas. Con las dos no se puede disparar y más bien se revela mansedumbre frente al poderoso. Usaron el singular, así que aluden a su posible muerte frente al ataque, a que derramarán sangre junto a su Jefe.
Asombra ese servilismo, en plena época de afirmación, siglo 21, de los derechos individuales y la dignidad personal. Pero entendemos el porqué: hay que responder a los acusadores con una afirmación radical de su disposición a jugarse la vida por el Führer. Y desde las alturas el Líder los despreciará: tanta adulación asquea.
Los voceros políticos, habituales u ocasionales de este régimen se ven obligados a pantomimas como ésta. Y si no siempre se recurre a las rodillas, siempre puede decirse otra cosa con tal de que sea suficientemente enfática. Los gobernadores, por ejemplo, siempre se hacen retratar con el Jefe o encargan composiciones fotográficas con el Gran Conductor asomado desde arriba como si fuese el Dios Padre. Ellos no son nada sin él. Los textos siempre dicen fulano con El Jefe o fulano y El Jefe. El Jefe no puede faltar porque se pensaría que fulano puede tener vida sin el Jefe. Y nadie, óigase bien nadie puede esperar vivir sin El Jefe. Por eso, entre los “revolucionarios” venezolanos hay una lucha permanente por afirmar la lealtad al Jefe Supremo. No hay mejor escudo frente a cualquier ataque de los camaradas que gritar en todas direcciones que se es fiel, hasta la muerte, a la persona y al ¨pensamiento” del Führer. Me imagino las reuniones de funcionarios cuando alguno dice que tal o cual medida no es revolucionaria. Saldrá a relucir la disposición a arrodillarse.
Si eso hacen los diputados y cualquiera que aspire a una representatividad política, vale la pena preguntarse qué hacen los que están en segunda fila. Hay unos cuantos arquitectos allí. Hay alguno que tiene poder, otros pueden aspirar a abundante trabajo (dependiendo de cuan cerca estén a las altas esferas) gracias a que el apartheid político venezolano quita del medio una buena parte de la competencia (por lo menos la de los que conservan la dignidad). Esos arquitectos estarán siempre bajo presión en cuanto a demostrar su fidelidad al régimen. Ahora, con el ejemplo de los dos diputados, estarán obligados a demostrar su disposición a arrodillarse en posición de lucha o de sumisión. Ya no basta con “estar con el proceso”, como exigía Manuel Quijada de los jueces, aceptando sin chistar el rumbo impuesto por el Jefe y teniendo a la mano una franela roja para asistir a los actos oficiales. Proceso, dicho sea de paso, que sólo es calificado de revolucionario por los que se benefician de él, o por los periodistas o militantes radicales extranjeros y desinformados, hastiados del inconmovible status de sus opulentos países.
Eso de que la confianza se gane gracias a la capacidad de poner rodilla en tierra junto al Führer recuerda episodios del viejo caudillismo venezolano. Pero ahora el asunto es puramente retórico porque, que sepamos, la única oportunidad de hacer realidad la imagen del arrodillado en posición de ataque fue durante el Golpe de Estado en el cual el Führer se refugió en La Planicie. Y todos sabemos, lo saben ellos, que posibilidades de una situación en la que, realmente, haya que poner a prueba su valor de soldados es más bien lejana.
Concluyo estas consideraciones sobre el arrodillarse revolucionario diciendo que nunca pensé que durante mi vida sería testigo de tamaña decadencia en un país, en una sociedad. O, para ser menos lapidario, de tamaña ridiculez.
Porque una de las características de las dictaduras es su propensión a consagrar la ridiculez. En nuestro caso han sido buenas muestras la escenificación del juramento de Bolívar en la Asamblea Nacional y las sonrisas forzadas de los funcionarios (incluyendo a José Antonio Abreu) en Aló Presidente ante las gracejadas del Gran Conductor. Pero la última es esta y veremos muchas más porque es necesario entender que este socialismo del siglo 21 hacia donde nos está llevando es al corazón de nuestro siglo 19 y su historial de adulación.
Los afectos al régimen tendrán que estar pues, todos sin excepción, dispuestos a arrodillarse. En ese gesto se probará la fidelidad al régimen. Quienes han tenido experiencia de monaguillos no tendrán problemas. Pero algunos agnósticos o ateos los tendrán, sobretodo si el Jefe saca un crucifijo, como suele hacer. Tendrán que decir que se arrodillan por el Jefe y no por el crucifijo. O no dirán nada para no incomodar. De todos modos pasarán a la pequeña historia como nulidades que guardaron silencio. Todo sea por el Poder revolucionario.
Que por cierto, si es ésta, la que estamos sufriendo los venezolanos, su versión más actualizada, tiene asegurado el olvido. Tengamos paciencia, se hará insuficiente el petróleo y su capacidad de compra de conciencias.
FRUTO VIVAS COMO POSIBLE MEDIADOR .
Vi al arquitecto Fruto Vivas en TVES entrevistado por Eleazar Diaz Rangel. Asesor de muchos gobiernos, Fruto siempre ejerce su papel de hombre de ideas que aspiran a ser geniales. Me recuerda al brasileño Sergio Bernardes, ya fallecido, con quien departí una vez largamente. Tiene propuestas para todas las situaciones. Decía en ese programa cosas de variada credibilidad, como que la Ave. Bolívar iba a ser peatonal, que en los cerros ocupados por los barrios de Caracas se podrían cultivar hortalizas, que discutió con el Führer sobre el “eje norte llanero” y mostró dibujos rápidos para La Carlota (que calificó de Proyecto), con la pista de aterrizaje para aviones de emergencia “para casos de transplante de hígado”, atravesando arboledas, lagos y cultivos y una enorme zona hacia su extremo Oeste para un helipuerto sirviendo a la Fuerza Aérea. No dijo, por cierto, al menos en el segmento que yo vi, nada sobre la “ciudad socialista”.
Me distancio de sus criterios para el desarrollo de La Carlota, sobre todo de conservar la inútil pista, pero no de una afirmación que hizo tajante: no se deben construir allí las viviendas que se han anunciado.
Y me pregunto si Fruto que según se deduce de la entrevista está dispuesto a poner alguna rodilla en tierra, no sería el mejor embajador de todos los arquitectos de Venezuela para hacer entrar en razón al Führer y decirle que frene la construcción de las anunciadas viviendas. Fruto podría desempeñar el papel que al Jefe se le ha asignado en relación a la guerrilla colombiana, el de mediador. Que lo convenza de que nosotros, los cachorros del imperio, unidos a los que ponen una rodilla en tierra, no quisiéramos ver a La Carlota transformada en una colcha de retazos. La Carlota hay que preservarla para darle a Caracas lo que más necesita: espacios abiertos.