Oscar Tenreiro /1 Noviembre 2007
Un arquitecto ex-estudiante mío que ahora anida en el régimen, escribió hace poco en una página web sobre arquitectura a propósito del Cardiológico Infantil de Montalbán un corto texto enfrentándose a “los que desdicen de las oportunidades que se abren en este proceso revolucionario¨. A ese arquitecto, con quien me unió en un tiempo amistad cercana, procedente de una familia que enorgullecería a cualquiera, hijo de una mujer fuerte de este país, lúcida y activa, le escribí privadamente haciéndole notar la falsedad de su aseveración. Ahora lo hago públicamente.
La semana pasada, en esta página, quise imaginarme al Ministro de la Cultura haciendo honor a una serie de principios que una vez había cultivado. Y concluía diciendo que ahora el alto personaje había dejado atrás todo aquello que había sido importante para él.
Y esa es la primera reflexión que le hago a mi ex-estudiante: el modo como el ejercicio del Poder en el actual régimen, claramente afirmado en el autoritarismo, ha distorsionado la visión de la realidad en quienes se sienten voceros de él. Hasta un punto casi caricaturesco. ¿Desconoce él acaso que el autoritarismo por definición es excluyente? ¿Cree él que se abren realmente oportunidades para todos?
Para comenzar, si prospera como parece estar germinando ya, la visión típica de todo autoritarismo, de que la arquitectura debe ser concebida dentro de ciertos límites (que tienen siempre implicaciones estéticas), ya tendríamos una limitación a las oportunidades. Habría que trabajar dentro del territorio determinado por el funcionario de turno. Sería la particular visión restrictiva del funcionario la que impondría las condiciones, tal como ocurría en muchos casos en la Cuarta, cuando los Ministerios tenían sus arquitectos preferidos porque se adaptaban a los hábitos establecidos. El recibir o no un encargo se vinculaba a las simpatías del funcionario.
¿Cree mi ex-estudiante que eso ha cambiado? ¿No se ha percatado de que por el contrario esa práctica se ha generalizado? PDVSA encarga sus proyectos a través de la red de influencias de funcionarios y allegados políticos. Tal vez alguno de esos arquitectos tenga un nivel adecuado, pero el problema no está allí, sino en la forma en la cual se procede, prolongando una forma de actuar, el tráfico de influencias, que no sólo fue duramente criticada por mi ex-estudiante, sino por muchos de los arquitectos que hoy se benefician silenciosos de esta práctica. Los estadios de la Copa América terminaron siendo un subproducto arquitectónico de contratos llave en mano otorgados a dedo en los altos niveles de poder. Y si hablamos del mismo Cardiológico que motivó su escrito ¿No se da cuenta acaso de que es la única obra de importancia del gobierno central, entregada a arquitectos a quienes se les reconoce un nivel profesional bueno, en nueve años de gobierno? Si no hubiesen sido de la confianza política del régimen ¿habrían sido llamados? Y mejor no mencionar que esos arquitectos han hecho valer una condición “revolucionaria” que nos hace sonreír a quienes los conocimos antes del Caudillo.
La mejor muestra de que desea abrir oportunidades para la arquitectura que el sector público debe mostrar es la institucionalización de los Concursos. El régimen organizó el del Cuartel San Carlos y el del IPAS uno o dos años después. El reciente sobre Sabana Grande fue como una especie de farsa y no merece atención. ¿Y cual más? Dos concursos en nueve años. Pocas oportunidades en verdad.
Porque la idea de restringir las oportunidades forma parte de la ideología del régimen. Lo demuestra la reforma del procedimiento para conceder el Premio Nacional de Arquitectura que fija requisitos diseñados para evitar cualquier incomodidad al Poder constituido. Se convirtió en un proceso de postulaciones que actúan como filtros de control político, quitándole además a los premiados el derecho de participar en la selección de los próximos postulados. Una modificación sectaria que devalúa la categoría de esos premios. Si eso no es un proceder excluyente y restrictivo de las oportunidades ¿es entonces democrático?
De lo que se trata para esta opereta revolucionaria es de negarle oportunidades a los enemigos políticos. Por lo visto, tanto para mi ex-estudiante como para todos los que apoyan al régimen, eso es perfectamente legítimo porque se trata de defender los intereses superiores del pueblo. Intereses cuya definición está en manos de ellos mismos, de su capacidad o incapacidad para juzgar a los demás. ¡Gran avance social y cultural!
La verdadera revolución de opciones en una sociedad como la nuestra sería la de que cada arquitecto cultive su patrimonio personal, expresado en los diversos pasos que haya de dar para acercarse a la arquitectura: trabajos de universidad, propuestas privadas, concursos extranjeros, alguno de los pocos nacionales, trabajo docente, en fin, la suma de una experiencia que debería tener un peso para postularse a encargos.
Y debo aclarar que no pienso que todo arquitecto que trabaje para el régimen es digno de reprobación. Lo que afirmo es que nadie tiene que ocultar sus preferencias políticas por el hecho de recibir un encargo público. Y que si el Estado, como está ocurriendo, abre opciones sólo para los que silencian sus preferencias o para aquellos que considera amigos políticos, está actuando desde la arbitrariedad y cercenando la democracia, además de constituirse en prolongación de los peores vicios que produjeron el desprestigio del viejo régimen de partidos.
Por todo lo expuesto, mi ex-estudiante no tiene razón alguna para mostrarse orgulloso de lo que él llama oportunidades. Más bien debería reflexionar sobre el naufragio de la democracia venezolana a manos de una vieja mitología revolucionaria en la que él nunca creyó.