Oscar Tenreiro / 10 de Abril 2008
La discusión sobre La Carlota entra ahora en una nueva fase gracias al aparente cambio de actitud del sector oficial.
Digo aparente porque se habla de una supuesta “decisión superior” de conservar la pista de aterrizaje. Tal vez eso no sea cierto pero en todo caso es imprescindible saber si existen ya posiciones tomadas que deberá respetar el equipo designado (a dedo y sin consultas) por la Directora de la Escuela de Arquitectura de la UCV para elaborar el Plan Maestro.
Pienso que hacer claro este punto es anterior a todo lo que pueda decirse sobre La Carlota. Lo he dicho una y otra vez con la esperanza de que los argumentos que junto a muchas personas he manejado permitan entender una cuestión muy simple: dejar una pista operativa equivale a dejar el aeropuerto.
Se argumenta que la pista es importante para la operación de aviones de cierto tamaño (o más bien de los que puedan aterrizar en la pista existente) porque son los que tienen la capacidad necesaria para transportar suministros en una escala importante en caso de un cataclismo. Este punto de vista se enfrenta al que sostiene que un helipuerto de gran capacidad, para permitir el aterrizaje y despegue simultáneo, digamos, de cinco o seis helicópteros de gran tamaño ubicado en las inmediaciones de la actual sede de la Fuerza Aérea, podría tener la misma capacidad, sobre todo si tomamos en cuenta que esos aviones tienen mucha menor capacidad de maniobra y requieren tiempos relativamente importantes para la aproximación y el despegue.
Por otra parte, los aviones de cierto tamaño necesitan un sofisticado sistema de apoyo para sus maniobras: luces de aproximación reglamentarias en ambos lados de la pista, sistemas electrónicos para el control de aproximación y aterrizaje, etc,. todo a cargo de un personal entrenado para su manejo, en una Torre de Control y anexos, las 24 horas del día y los 365 días del año. Y como las emergencias son eventuales, tanto el equipo como el costoso personal estarán ociosos la mayor parte del tiempo, pero, eso sí, alertas.
La pista debe estar, lógicamente, despejada de todo tipo de obstáculos y exigirá supervisión y vigilancia. Sus límites no pueden ser sólo los que señalan la trayectoria del sistema de luces de servicio, sino que será necesario establecer una franja de seguridad para protegerse de los usuarios del parque que se ha dicho funcionaría del Lado Norte, o de los que provengan del lado Sur, límite que será una larguísima cerca colocada a ambos lados de la pista y sus cabeceras. Esa cerca tendrá necesariamente que estar vigilada las 24 horas de todos los días del año. La pista será pues un límite duro más ancho que sus bordes construidos, tanto para los que vienen desde el Norte como para los que están en el Sur, con la salvedad de que estos últimos deberán tener fuera de su alcance el espacio entre la pista y los servicios de control. Se configura así otro obstáculo infranqueable: la conexión entre la pista y la Torre de Control con las áreas de estacionamiento y carga, incluyendo las rutas de “taxeo” es decir el espacio que recorren los aviones antes de despegar y luego de aterrizar. Todo ello bloqueando el uso del espacio en el sentido Este-Oeste afectando seriamente el uso de todo el terreno del lado Sur de la pista.
¿Y quienes custodiarán esas zonas del aeropuerto de emergencia? No será una hipotética Asociación de Amigos de La Carlota, tendrán que ser las fuerzas militares, las únicas “confiables”.
Dejar la pista para emergencias no es entonces dejar una cinta de pavimento que puede ser recorrida inocentemente por trotadores, patinadores, gentes en bicicleta o, eventualmente, público entusiasmado por un artista de rock o un invitado importante. No, estamos hablando de un espacio controlado, mantenido y vigilado. Y militarizado, un aspecto que no es en absoluto un detalle, sino la consolidación de una zona militar ajena al uso ciudadano.
¿No es esa un situación más que risible, absurda? ¿No es, en definitiva, hacer problemático e incompleto el uso cívico de La Carlota?
No he hablado por cierto de una emergencia militar. Como la de un levantamiento popular, o simplemente un golpe de Estado. Recuerdo, en relación al primer caso, haber visto los aviones Hércules aterrizando cargados de tropas cuando ocurrió el Caracazo, ese 27 de Febrero reivindicado como fecha gloriosa por el Régimen. En relación al segundo está en mi memoria el ruido de “la vaca sagrada”, el DC6 de Pérez Jiménez, despegando en la madrugada del 23 de Enero.
En días pasados, me decía una colega ante estos razonamientos que de todas maneras “habría que hacer un estudio”. Me parece que más que estudios se requiere de simple sentido común, por lo cual sería más lógico pedirle a los que defienden la conservación de la pista y sus anexos, que sean ellos los que hagan el estudio y con él demuestren que semejante obstáculo es superable. Con todo el respeto que me merecen quienes se han hecho eco de esa opción, creo que con su posición están favoreciendo un aprovechamiento “chucuto” de un espacio que representa, lo digo de nuevo, la reserva más importante de espacio público para nuestra congestionada ciudad. Una condición, por cierto, que por sí sola derrota la tesis de un aeropuerto para emergencias.
Creo por último que también pueden manejarse argumentos de peso en relación al rechazo a la construcción de viviendas. El contenido populista de las políticas oficiales actuales permite suponer que en este aspecto se harán presentes consideraciones sociológicas. Ante las cuales deben oponerse las institucionales, entre ellas, lo repetimos, la idea de que La Carlota sea un corazón cívico activo y pasivo abierto a todos, sin ghettos de ricos o de menos ricos. En cuanto a que predomine como característica esencial el espacio público abierto y verde estoy seguro que habrá consenso. Sigo pensando que el equipo a cargo del Plan Maestro es incompleto pero parece que hay disposición a la discusión. Y tengo la esperanza de que se imponga la lucidez. Ya veremos.