Oscar Tenreiro / 17 de Julio 2008
Jean Nouvel (1945, Premio Pritzker 2008) es una estrella de la arquitectura francesa. Talentoso, hábil, teatral, pretencioso en el sentido criollo y muy al día en el sentido francés: hace y dice lo último. Es un estandarte del orgullo galo en épocas de opulencia y globalización. Desde el 2000 para acá, su oficina ha hecho 77 grandes proyectos y construido 17, una concentración de trabajo imposible de controlar si no se crean rutinas y hábitos reproducibles ajenos a la reflexión cuidadosa y meditada del “firmante”. Una prueba, de que hoy se remunera la notoriedad por encima de la calidad o la pertinencia cultural.
Cuando visité hace unos años su Instituto del Mundo Árabe (1987) pensé que era una celebración de acero inoxidable y gadgets high-tech, análogo a un remolque de los que despliegan techos extensibles, escaleras, artefactos de exposició y al enchufarse en algún lugar cercano se llevan toda la energía. No parece estar enchufado a París, pero sí a cierto ego colectivo francés. Sus otras obras no han logrado borrar en mí esa impresión de arrogancia mezclada con un kitsch “à la mode” que dan sus edificios.
Y si quedaran dudas sobre lo que digo basta entrar a su Museo de las Artes Primeras construido hace poco en el Quai Branly de París a dos cuadras de la Torre Eiffel, último gesto hacia la ciudad de Jacques Chirac e institución heredera de la colección del Museo del Hombre que quedaba no muy lejos y gustaba de recomendar nuestro Picón Salas.
El parquecillo del acceso, detrás de una ante-fachada de cristal que limita con la acera, junto al paramento del bloque de oficinas que llega hasta la acera, quieren ser una alegoría de lo tropical o lo exótico, entendido como profusa vegetación (¿?), idea que refuerzan serigrafías de gran tamaño de árboles y bosques embebidas en el vidrio de seguridad de la fachada principal. La fachada vegetal se logra mediante tejidos de poliester y riego por goteo, creando un huerto hidropónico colgante que no sé si resistirá las heladas de tiempos de invierno pero que el día de mi visita lucía rozagante. Si se trataba de crear un efecto más o menos exótico se podría decir touché, si no fuera porque, más atrás, la fachada vidriada de las serigrafías, cruzada por unos intrusivos soportes diagonales, tiene un aire de pabellón de Disneyworld inesperado para unas “Artes Primeras¨.
De esa fachada surgen unas cajas coloreadas que cuando se está en el interior se descubre que son para determinadas pequeñas colecciones. Con colores que están dentro de lo que los decoradores llaman una “gama”, seguramente muy estudiada y justificada.
Para entrar se pasa por debajo del bloque de exposiciones, suspendido sobre columnas de acero, lográndose lo mejor del edificio que es la permeabilidad con la calle de atrás mediante espacios ajardinados que a lo mejor resisten la sombra arrojada por el edificio. La entrada a las salas es grandilocuente, como podía esperarse, y se sube a las exhibiciones mediante una sinuosa y oscura rampa que es como una “Introducción” y está pespunteada de proyecciones sobre la colección carentes de toda posibilidad de contemplación por lo artificiales y poco legibles, hechas mediante cámaras embutidas en un plafón que tapa las entrañas, recurso muy de Nouvel y muy de moda: vestir los edificios de paneles para unificar superficies. Lo que ahora se llama, con afectación, una “piel”.
Pero la apoteosis de lo artificial está en las salas; al llegar, lo recibe a uno una imitación de muro de barro (plástico) que rodea a todo lo largo unas rampas ascendentes flanqueadas de piezas de colección con piso (plástico) que imita tejidos vegetales. El ambiente es de discoteca o de sala de juegos de Las Vegas si no fuese por el silencio. Resulta antagónico con la aparente celebración de lo natural que hay en el exterior, penetrar esta especie de mundo subterráneo tan radicalmente ajeno a cualquier atmósfera en la que las piezas exhibidas vieron la luz.
No sigo porque me detengo en las razones del silencio de la crítica ante una evidencia de fracaso. ¿Por qué no ha sido dicho que este edificio es un error?
Queda en evidencia una vez más, que los críticos están atados al éxito y son selectivamente indiferentes al prestigio. Son leídos porque siguen a lo exitoso; y si no, deben entonces recluirse en la vida académica rumiando su aislamiento. La enorme cantidad de encargos de Nouvel es una señal para el mundo de la crítica.
Pero está en nuestras manos preguntarnos si todo lo que brilla hoy es oro. Señalar que la arquitectura no es una mercancía sino un bien colectivo que puede pasar por momentos de incomprensión en períodos oscuros, como lo muestra la historia, pero que tiene vocación de patrimonio. Que está planteado resistir al avasallamiento impuesto por el deseo de atraer una atención masiva que es efímera como todas las modas. La moda crea enfermedades psíquicas como la anorexia de las aspirantes a modelo; y ha creado en la arquitectura la enfermedad de la arbitrariedad y el desparpajo justificado por el éxito. Nouvel es un ejemplo entre otros. Y no lo salva la técnica porque la usa sin contención.
Millones de personas en el mundo se distancian de esta inundación de falsos valores que se expanden desde los países opulentos hacia el resto del mundo, Y las respuestas son con frecuencia insensatas y criminales violencias o propuestas políticas que terminan desembocando en el estancamiento y el retroceso. Aquí entre nosotros el Caudillo ha hecho suyos estos alegatos mientras promueve mayor oscuridad y ceguera. En su ignorancia, estimulado por la adulación interesada, se hunde, y nos hunde, en arenas movedizas.
La respuesta está en otra parte. Está en una democracia real que haga del debate su alimento. Que promueva el hacer. Que en cuanto a la ciudad, abra espacios para la arquitectura y los arquitectos más allá de la sujeción política. Que sepa valorar lo ya hecho para sin complejo alguno decir: esto vale la pena. No seguir las olas de la moda.