ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 12 de Enero 2009

Discutir sobre arquitectura, emitir juicios sobre su mayor o menor valor, concederle el lugar que tiene en la formación de una mejor ciudad ha tenido muy poca importancia entre nosotros. Hace más de treinta años me quejaba, entrevistado por Mary Ferrero para la desaparecida revista Imagen con ocasión de una Bienal, de la falta de sensibilidad hacia la arquitectura de nuestro mundo intelectual, pensando que se trataba de una simple cuestión de nivel cultural que iba siendo superada. Pero uno comprueba con desencanto que hoy la situación no es demasiado diferente. El debate sigue estando restringido a mundillos, sin que interese realmente, no digo ya a los intelectuales, sino al público en general.

Alguien dijo a fines de los ochenta que, como se publicaba una página semanal sobre arquitectura en el Diario de Caracas y a la vez otra en el desaparecido Economía Hoy, se podía deducir que en Venezuela la arquitectura importaba mucho. Ese juicio no tomaba en cuenta que más que una convicción editorial de ambos diarios el asunto se debía a la tenacidad de quienes sostenían esos espacios y a la buena voluntad de los editores.

La escasa repercusión en los medios de la reciente muerte del Arq. Tomás José Sanabria es una muestra dramática de ese desinterés. Al leer la corta nota publicada en El Nacional, añoré los tiempos en los que Lorenzo Batallán como director de la sección de cultura de ese diario no dejaba pasar por alto los momentos claves de nuestro quehacer cultural. Porque Tomás Sanabria es una referencia obligada para cualquier arquitecto venezolano y latinoamericano si nos referimos a esa etapa de la arquitectura de nuestra región en la que se recogió el legado de la modernidad de posguerra y se interpretó con disciplina, rigurosidad y conocimiento constructivo en un momento de nuestra historia caracterizado por el optimismo y la noción de que se comenzaba a realizar un esfuerzo civilizatorio que iría siempre en ascenso. Sus mejores obras, las más frescas podría decirse, las que suscitaron en todos los que, más jóvenes, esperábamos acceso a las posibilidades de hacer arquitectura, se ubican precisamente en los años que van desde su llegada al país en 1945 recién egresado de la Escuela para Graduados de Harvard y fines de los años sesenta cuando termina el Banco Central de Venezuela. Y Sanabria podría decirse que fue pionero en el esfuerzo por llevar a la construcción institucional de Venezuela los niveles de excelencia técnica que en todos los aspectos de la construcción tenían las obras en las que participaba. No puedo olvidar a ese respecto la admiración que suscitó entre los que fuimos a examinar junto con él la Primera Etapa del Banco Central de Venezuela, recién terminada, en torno a los años 64 o 65, visita organizada por la Sociedad Venezolana de Arquitectos cuando funcionaba en el Centro Comercial Chacalto. Creo que fue el primer edificio institucional venezolano en el cual se creó la figura del Ingeniero de Mantenimiento, cargo que le fue otorgado al Arq. Leonidas Ramírez, quien fue colaborador estrecho de Sanabria en el proceso de construcción de ese excelente edificio. Si para mi joven desenfado de esos años ese detalle me parecía unas especie de sofisticación más o menos prescindible, para quien soy ahora resulta un esfuerzo pedagógico pionero, esencial, para poder lograr lo que a veces parece inalcanzable en la gestión pública de la arquitectura: el desempeño adecuado de una edificación, el reconocimiento de su valor social, del reto que para una sociedad representa la conservación de su patrimonio construido; en resumen, un aspecto que aún hoy parece ajeno a las instituciones y es el responsable del escandaloso deterioro de nuestras ciudades y la decadencia del espacio público urbano de nuestro país, una preocupación esencial en el discurso y la obra de Tomás Sanabria.

Si aceptamos, hacemos consciente, la noción de que la ciudad es la más alta creación cultural de la sociedad humana, estamos obligados a hacerle justicia a la obra y la memoria de quienes han luchado a favor de esa toma de conciencia.

No dirijo esta reflexión a un oficialismo que al hacer ideología obsesivamente empobrece la noción de cultura y calla selectivamente, sino a la sociedad en general. Porque ese es el drama venezolano. El olvido de lo esencial.

No creo ser la persona más adecuada para hacer exégesis de modo sistemático sobre el importante legado de Tomás Sanabria. Así se lo comuniqué a Guillermo Barrios, nuestro Decano de Arquitectura en la UCV cuando me llamó a conferirme el honor de ser presentador de Tomás en el proyectado acto de concederle el doctorado Honoris Causa. Le sugerí otros nombres pero todo quedó sujeto a los tiempos siempre lentos de nuestra Alma Mater. A los pocos días sobrevendría su muerte. Pero deberán producirse, porque lo demanda nuestra cultura, escritos, semblanzas, ensayos interpretativos sobre lo que representó su figura y su legado, tal como se producirán en el caso de Jesús Tenreiro o Jorge Rigamonti, ausencias también recientes. Y celebramos el estudio “Creando Lugares”, de la Arq. Isabel Lasala, sobre la obra de su padre Pablo Lasala, fallecido en el 2000, figura también importante en ese territorio, la arquitectura venezolana, que insisto, ha sido injustamente desdeñado. Demostrando así que todavía carecemos de una noción clara sobre los que nos concede identidad y espesor cultural.

El equilibrio urbano de Caracas fue preocupación permanente de Tomás Sanabria

El Hotel Humboldt, proyecto del joven Sanabria, durante su construcción.