Oscar Tenreiro / 26 Enero 2009
No es porque el Royal Institute of British Architects le haya dedicado este año conferencias y estudios analíticos, la razón por la que nos interesa el refugio de vacaciones de Le Corbusier construido en Roquebrune-Cap Martin a orillas del mediterráneo francés. Siempre ha capturado nuestra atención porque representa lo que parece escasear más en el momento actual en el mundo de la arquitectura: la coherencia entre discurso y vida. Coherencia que además, en el caso de Le Corbusier, atañe a un estilo de vida austero destinado en forma muy importante a comprobar en sí mismo, en sus hábitos, lo que proponía como arquitecto. Cuya idea central era mejorar las condiciones de vida del hombre mediante la edificación de una arquitectura que respondiera a nuevos modos de hacer ciudad, de organizar el espacio cotidiano, nuevos criterios sobre los patrones de la vida en familia y en sociedad.
Esa coherencia es lo que llevó a Le Corbusier a construir este Cabanon de dimensiones mínimas (3.66 x 3.66 m.) pegado a una pared lateral del restorancito (“L’Étoile de Mer”) de su viejo amigo Thomas Rebutato, en la ladera que desciende desde la línea férrea que sirve a Roquebrune-CapMartin, hacia el mediterráneo. Corbu había hecho amistad con él gracias a sus asiduas visitas a la cercana casa de la arquitecta y diseñadora irlandesa Eileen Gray y Jean Badovici, éste último editor de los primeros escritos de Le Corbusier, construida en 1927 según los criterios racionalistas del temprano “Movimiento Moderno”. Corbu solicitó autorización para construir la cabaña a su amigo Rebutato y, según su testimonio, el 30 de Diciembre de i951, sobre una de las mesas del restorán, la diseñó: “…dibujé, para regalárselos a mi mujer con motivo de su cumpleaños, los planos de una cabañita …hechos en ¾ de hora…”
Pero la realización detallada, la “puesta en limpio” habría de tardar mucho más tiempo, tan estudiado fue el equipamiento interno, cuyo diseño seguía las normas del sistema dimensional desarrollado por Corbu, el Modulor, Durante ese período el gran ingeniero francés Jean Prouvé (1901-1984) fue llamado como colaborador con la aparente intención de construirla en acero. Sin embargo, esa colaboración no continuó y tanto el mobiliario interno como el envoltorio exterior se realizó en madera. El techo es de fibrocemento ondulado con aleros y bajo él hay un plafón de aglomerado de madera.
El equipamiento interno consiste en una mesa de trabajo junto a cuyos lados se abren sendas ventanas, una cuadrada y otra rectangular, que permiten ver al exterior y recibir luz natural; del lado contrario una cama con gavetas debajo destinada a su esposa junto a una tercera ventana, mientras él dormía en el suelo en saco de dormir. Un pequeño lavamanos metálico separa la mesa de la cama y junto a la cabecera de esta última está el cubículo del WC, separado del ambiente por una cortina de lona, enfrentado al pasadizo de entrada decorado por un hermoso mural pintado por el arquitecto,. Se trata de un minúsculo container concebido como el interior de un camarote destinado a dormir y asearse justo al lado del lugar donde podría comer como un parroquiano más. Más allá, hacia la izquierda de la vista al mar, a unos pasos de distancia, hay otra cabañita, más provisional, más desprovista y no accesible al visitante turístico, que es el sitio de trabajo donde dibujaba sus planos o pintaba, en esos treinta días al año de verano caliente y descanso, típicamente europeos.
Ya en el año en el que Corbu construye el Cabanon era un hombre de fama universal. Mientras lo hacía estaba terminando la Unidad de Marsella y comenzaba los estudios de la nueva ciudad de Chandigarh en La India. Pero en lugar de ver su residencia veraniega como una “villa” más a la orilla del mar, decide establecer un “punto de mira” un espacio mínimo vital que no desea irrumpir en su entorno, para convivir con el día a día de ese lugar recluido que había aprendido a amar. Toma entonces el arquitecto el deseo de estar allí en sitio privado como una oportunidad de experimentación en sí mismo en términos de contención, de disfrute con la naturaleza, de convivencia quieta con un ambiente humano y natural.
Por eso hablo de coherencia, de testimonio, de modo de vivir que quiere ser frugal. Una actitud radicalmente diferente a la que hoy prevalece.
Al visitar esta especie de celda de monje secular que es un testimonio vivo de una filosofía de vida estamos a mucha distancia de la fiesta de amaneramientos costosos que es la arquitectura de estos días. Ha sido declarada monumento patrimonial, el más pequeño de Francia, un país colmado de castillos fabulosos. Esa decisión nos habla de lo que constituye una cultura. Entre tantas cosas, la huella de los hombres claves en el transcurrir humano. Una huella que nos llama a retornar a lo esencial.