Oscar Tenreiro / 30 de Marzo 2009
Hilo aquí algunas ideas a propósito del ciclo-homenaje a Jorge Rigamonti, Mario Breto, José Miguel Galia, Tomás Sanabria y Jesús Tenreiro organizado por el Colegio de Arquitectos.
Y me interesa destacar la diferencia entre los homenajeados, que hizo notar Manuel López en la sesión sobre Jesús Tenreiro.
Galia y Sanabria, ya se dijo durante las sesiones, son de una generación que actuó intensamente en una Venezuela muy distinta a la actual. Desde un escenario de fondo donde predominaba el optimismo y la fe en las posibilidades futuras, hemos caído en el desencanto, la sospecha, la duda temerosa por lo que pueda ocurrir. Es cierto que a ellos también les tocó vivir estos tiempos devaluados, pero lo hicieron cuando ya habían realizado muchos de los edificios que habrían de trascenderlos. Breto, Rigamonti y Tenreiro también vivieron como arquitectos algo más de una década en la que los espacios para actuar no estaban aún agotados por la confusión que habría de ser común a mediados de los setenta. Cuando la primera oleada de dólares petroleros coyunturales disparó muchas de las desviaciones que alimentaron los absurdos de hoy. Y las contradicciones afloraron, se crearon las condiciones para el progresivo deterioro que ha marcado nuestro modo de vivir.
Pero hay más diferencias. Posiciones ante la vida, concepciones del mundo, reflexiones éticas, predilecciones, ideas, vínculos con la cultura, aspectos todos tan singulares en cada uno de ellos que bien podrían convertir el deseo de verlos “en grupo”, como una empresa imposible y hasta descaminada. Fui testigo cercano de una de esas singularidades.
Además está la posición de la arquitectura y el arquitecto en la marcha general de las cosas venezolanas. Paradójicamente, a pesar de que hemos pasado de dos docenas de arquitectos a bastante más de diez mil, esa posición es tan tenue hoy como lo fue antes. A pesar de tantos “profesionales’ seguimos viviendo en un país pre-arquitectónico, como gustaba de decir Jesús Tenreiro. El número de arquitectos vino a ser inversamente proporcional al valor cultural de la arquitectura.
Y el mérito de este homenaje es que quiere llamar la atención sobre lo que tiene valor. Invitar a recordar pero sobre todo exponer una memoria que debe ser historia. Memoria que nuestra pobreza comunicacional pasa por alto, o deja de lado.
Esa pobreza ha sido muchas veces denunciada. Es el reflejo de la pobreza cultural de una sociedad que no termina de aceptar su identidad. En la que se ha generalizado la idea de que la convivencia debe excluir el debate entre modos distintos de ver la realidad. Parece predominar demasiado en el venezolano la idea de que para “estar bien” se busca la identificación en lo trivial, en lo banal. Se oculta así la diferencia y se niega la importancia del contrario olvidando que puede ser complementario: verdad psíquica, o filosófica, expresada en los conocidos versos de Antonio Machado:
“Busca tu complementario / que marcha siempre contigo / y suele ser tu contrario”.
Esa búsqueda del complementario está en la base de las relaciones humanas más íntimas y duraderas pero no siempre es aceptada conscientemente. En el ámbito de las relaciones sociales y entre ellas de modo señalado las que se vinculan al intercambio de ideas, al debate intelectual, es aún más difícil de aceptar; y sin embargo la herencia cultural que hemos recibido desde los tiempos revela una permanente tensión entre opuestos-complementarios. Por lo cual ese “acuerdo en lo banal” como rasgo distintivo, sería la causa de la ausencia de debate entre contrarios típica del momento actual venezolano y de la proliferación de mundillos, de grupos, de mafias, formados por afinidades superficiales, tal como los definía nuestro José Luis Vethencourt.
Ese deseo de banalización se ha apoderado además de nuestra política. Ese “encuentro en lo banal” es, a ese nivel, convertir el capricho personal en razón de Estado, la arbitrariedad selectiva en doctrina, el lema sin contenido en filosofía. Hemos aprendido de modo amargo que lo banal como valor, la negación de lo complejo, mina en definitiva la convivencia y en último grado destruye lo democrático. Y experimentamos en carne propia lo muchas veces oído: que no puede haber progreso cultural sin la aceptación del contrario. Porque nos complementa. La exclusión en el escenario social de lo complementario conduce al estancamiento. Es sinónimo de dictadura, y los tiempos que corren no aceptan dictaduras.
No hay pues riesgo alguno, sino por el contrario es condición necesaria para nuestra cultura arquitectónica entender que podemos ser contrarios sin que eso signifique la negación del otro. Que los que se fueron pueden sin rubor ser vistos como contrarios, reconociendo a la vez que su legado, sea cual sea el valor que cada uno de nosotros le demos a su aporte individual, o el número de sus edificios, es parte de pleno derecho de un patrimonio que por su misma naturaleza integra la complementariedad de los contrarios: la cultura arquitectónica venezolana y el patrimonio cultural de una sociedad.
Los tiempos que vivimos nos piden reconocernos sin anularnos. Nos piden rechazar las exclusiones a base de calificativos oportunistas o interesados. Todos sabemos en la intimidad que no podemos tirar la primera piedra, pero al ver al país entero sufriendo de un maniqueísmo arbitrario e incivilizado que, como decía Pasternak de la mala literatura, clasifica a los venezolanos en buenos y malos, es necesario, siguiendo a Antonio Machado, buscar a nuestro complementario.