Oscar Tenreiro / 3 de Agosto 2009
Si hay algo que tendría que hacer reflexionar hasta sentir indignación sería lo que viene ocurriendo en el litoral caraqueño, el Estado Vargas, desde el trágico deslave en 1999.
Para empezar, nunca supimos oficialmente el número de desaparecidos, que osciló entre 50.000 en boca de un alto funcionario hasta menos de 1.000 según el ex gobernador Laya. Pero es imposible pasar por alto el fracaso de la “reconstrucción”. La indiferencia ante lo que se propuso, lo que se imaginó con la esperanza de hacer los cambios que exige ese importantísimo territorio, vital para Caracas, puerta de entrada a un país y a un continente.
Recuerdo las expectativas de urbanistas y arquitectos, expresadas por gentes de los Institutos de Urbanismo de las principales universidades, el ambicioso plan del Arq. José Miguel Menéndez cuyos estrechos vínculos con el gobierno permitían pensar que algo se haría. Y como siempre los pros y los contras, algunos precisos, otros desenfocados. Entre estos últimos la oposición a la propuesta de subir la cota de protección del Parque Nacional del Avila para permitir la construcción de una vía expresa, olvidando que el Parque Nacional de Europa que es Suiza, país por siglos respetuoso de la naturaleza, está cruzado de autopistas y túneles construidos con el más alto nivel técnico. Nivel nacido precisamente de la necesidad de optimización del diseño para lograr el menor impacto en el paisaje, promovido además por algunos de las más grandes ingenieros de la historia moderna como Robert Maillart (1872-1940), que hizo historia con sus hermosísimos puentes.
No somos suizos.
Muchos dirán que bastante lejos estamos de Suiza, pero esa lejanía la afirma o refuta la voluntad de ir hacia lo mejor. Y de eso se trata, o debería tratarse ahora, al dejar atrás la torpeza del país oficial de hoy. Porque nuestra ingeniería de puentes tuvo una época dorada que ahora yace en el olvido y los puentes de aquí los diseñan los brasileños.
Pero regresemos a la esperanza de un futuro mejor para el litoral caraqueño. Luego de los discursos se abrieron paso las conjeturas. Se decía que la tesis oficial era que la capital no necesitaba de una costa acaparada por los ricos. Que el litoral era para el pueblo, que no había que ayudar a una clase media podrida (la de Los Corales en ruinas por ejemplo), que la prioridad era hacer viviendas para los más necesitados. O que la necesidad de protección de las hoyas hidrográficas dejaba lo demás en segundo plano. Cada argumento más excluyente que el otro. Medias verdades (o mentiras) por todas partes.
Diez años después no sabemos si se completaron los proyectos hidrográficos porque nada de eso se ha informado siguiendo la política oficial de silencio selectivo. Se han tapado los huecos y limpiado las calles pero se ha construido muy poca nueva vialidad. Sobre el necesitadísimo transporte expreso de canal exclusivo (o un sistema mecanizado como opción) no hay nada, mucho menos sobre la vía expresa. Tampoco sobre la nueva autopista desde Caracas, No tengo las cifras de viviendas nuevas a la mano pero son bajísimas para diez años. De planes audaces para los barrios nada. Ni de la mejora radical de los muelles de La Guaira ¿De sistemas de tratamiento de aguas negras? Se dice que algo se ha adelantado. Claro, el agua de las playas nuevas, formadas con detritos de la montaña, ya se ve clara. Esas mismas playas son mejores y hay más espacio. Se han hecho los inevitables ranchitos para areperas o pescado frito como aquellos de “la democracia construye” de tiempos de la cuarta. Y se ponen motivos de carnaval en los postes que se dejan por meses. Un litoral tercermundista y revolucionario.
La estupidez en acción.
Nada significativo, muestra de un propósito, de una tesis urbana, de un modo de ver el rescate de un frente de mar vital para el pueblo, para las mayorías, para aquellos a quienes se dice querer beneficiar, se ha hecho real. Ni siquiera en Los Caracas, que no sólo es una zona de importantes posibilidades recreativas sino reserva para complementar un sistema de pequeños asentamientos que arranca desde Naiguatá, se ha hecho algo importante. En resumen el triste saldo de la década: hablar, hablar, hablar, negocios turbios (no olvidar las denuncias contra el otro gobernador), inacción, ineficacia, torpeza…y la gente sigue votando rojo rojito. Buena la táctica de la revolución del siglo 21.
Una situación que tortura cualquier conciencia democrática. Y no encontramos claves para entender a menos que sea la del “hiper liderazgo” que para mí se resume en una figura negra: el caudillismo del atraso y de la dictadura camuflada. Y el silencio de decenas de mujiquitas, ya no escribientes sino expertos urbanos, a los que les basta su propio privilegio.
Pero las tonterías siguen abundantes hasta el punto de recordarnos aquello de que la inteligencia tiene límites pero la estupidez no. Una señora diputada dice que las universidades no deben apoyar a empresarios, como que si la palabra empresario fuese sinónimo de maldad y olvidando que China, la aliada de su Jefe, es hoy un país de empresarios. Pero si ella leyó mal la cartilla, no es la única. ¿Hay algo más estúpido que el anunciado designio de tomar los campos de golf de Caraballeda para construir viviendas baratas? ¿No da la cabeza para pensar que podrían ser reserva verde, parque, espacios abiertos vitales para cualquier plan de transformación? ¿Qué una posible densificación de esa zona exigiría preservar esos espacios abiertos, una joya para todo el sistema urbano del litoral? ¿Únicos a lo largo de cien kilómetros de costa?
Pero esperemos la próxima estupidez: abra el diario del día y busque alguna declaración oficial.