ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 31 de Agosto 2009

MI hijo Juan me recuerda que hoy, cuando me siento a escribir, hace cuarenta y cuatro años que murió Le Corbusier. Decido cambiar lo que pensaba decir porque me parece importante, una vez más, ir hacia esta figura de la historia.

Si es verdad que su “lenguaje” arquitectónico nos impactó en los tiempos en los que me iniciaba hace cincuenta años, y que adicionalmente estudié con fruición sus Obras Completas, esa enciclopedia del método de la arquitectura moderna como una vez la calificó Kenneth Frampton; lo que permanece en mi espíritu como legados claves, son sobre todo principios, perspectivas, un modo de ver al mundo como totalidad, una ética del ejercicio, un espacio espiritual. Valores que parecen haberse esfumado del marketing de lo más notorio de la arquitectura actual.

Si lo que se ha llamado el “eurocentrismo” era en los tiempos maduros del siglo veinte una mirada que podía pasar por alto a las “culturas” locales, en nombre de una visión universal que podía ser esquemática, en el caso de Le Corbusier fue siempre un punto de mira que lo hizo acercarse a las herencias recibidas por la cultura europea desde el Oriente cercano y lejano, abrirse al Sur americano, indagar en lo local-universal, con enorme respeto, con deseo de entender y con admiración crítica. Una actitud que en los arquitectos del éxito actual ha sido sustituida por una mirada condescendiente lanzada desde ese eje de la opulencia que enlaza Asia, Europa y América del Norte, y se nos presenta a una distancia enorme de nuestras posibilidades. Donde prospera una arquitectura de las apariencias, de vestiduras cada vez más impresionantes y por igual convencionales para las que la realidad es simple escenario de fondo de una manera de ver la arquitectura sobre todo como ejercicio individual

Comprender al distinto

Ese interés por entender, esa mirada acuciosa que dejó dibujos, observaciones, imágenes, combinada con el deseo de establecer puntos de partida abiertos a desarrollos ulteriores (sus “Cinco Puntos» y su “Llamado a los Arquitectos” de los años veinte, el “Modulor”, sus libros, la descripción de su obra en términos generalizables, su actitud de predicador acerca de los nuevos tiempos, las incesantes exploraciones sobre la Forma Urbana) terminaron, unidas al cúmulo de experiencias y debates del momento en que le tocó vivir, creando una plataforma que pudiéramos llamar “doctrinaria” que tiene un rol análogo al que fijaron en otras áreas de la actividad humana pioneros como él, o grandes artistas, que determinaron en su disciplina un antes y un después.

Nos conmueve hoy la obra de Corbu con fuerza similar a la de años juveniles, aunque su resonancia en nuestro modo de proceder provenga de lugares más profundos y se haya alejado de lo más aparente. Y viendo lo que se hace hoy más allá de la novedad uno puede observar que su obra dejó como un sedimento en el cual han germinado nuevas cosas, recursos más personales, se han abierto otros senderos que es lo que importa. Ha corrido además mucha agua bajo los puentes. Sus obsesiones en relación a los tipos arquitectónicos y sus modos de ver la ciudad han sido sometidos a la crítica, a la reconsideración, a la confrontación entre aspiraciones y resultados; y de ello hemos aprendido. También hemos visto como la mezquindad, de la cual fue víctima preferida durante su vida y sobre todo el debate superficial que busca chivos expiatorios para los errores de todo un tiempo histórico, lo siguen persiguiendo.

Un legado vivo y actual.

Quienes hoy piensan que la avalancha de aparentes innovaciones arquitectónicas debe activar una especie de anulación del pensamiento y las referencias de quienes ayudaron a construir lo que se ha llamado “la tradición moderna” repiten el error que la Academia del siglo 19 quería defender a toda costa: el predominio del consumo general sobre lo selectivo, del efectismo sobre la reflexión, de lo que busca atraer y ser celebrado sobre lo que quiere permanecer y fundarse en el prestigio cultural . Porque esa tradición es patrimonio vivo y real

aunque en las Escuelas de Arquitectura tal cosa se considere una inconveniente reverencia hacia el pasado. Pero ya sabemos cuales son las deformaciones de las factorías de profesionales

Si acaso debiese quedarme con sólo un aspecto del pensamiento de Corbu, mencionaría su insistencia, que era también de su tiempo, en que la arquitectura es un instrumento de cambio, uno de los aspectos que, precisamente, ha querido devaluarse. En medios como el nuestro se me reafirma esa fe primera, de que la arquitectura tiene la capacidad de transformar. Una transformación por supuesto pequeña, parcial, un granito de arena, pero transformación al fin. Al decir esto tengo presente a nuestra Ciudad Universitaria que contó con Villanueva como intérprete amplificador y enriquecedor de las enseñanzas de este Maestro, un lugar urbano que ha cumplido labor pedagógica, ejemplarizante. modificadora de actitudes. Y me quedo también con su reciendumbre, con su rechazo a lo refinado, con su distancia respecto «a todo propósito filosófico».

Y como nota final debo decir que recibo por Internet del Royal Institute of British Architects (RIBA), los candidatos de este año al premio Stirling. Entre ellos, dos modestos y hermosos edificios, un museo en Dinamarca de la firma Tony Fretton y un Centro de Salud en Inglaterra de AHNM, ambos afines a la estética de la «arquitectura blanca» del Corbu de los años veinte, sin los amaneramientos del Richard Meier de los setenta. Eso en tiempos de diagonales y torceduras. Buena referencia para la gente que quiere ir hacia los fundamentos, superando los «estilos».

El Pabellón Heidi Weber en Zurich, proyecto de Le Corbusier construido después de su muerte, parece haber sido concebido en nuestro tiempo.