Oscar Tenreiro / 5 de Octubre 2009
Debo una lejana admiración por Finlandia en gran parte a la que me trasmitió desde hace ya muchos años Domingo Alvarez, quien la tiene a raíz de su devoción por Alvar Aalto (1898-1976) arquitecto fundamental.
Por eso he querido siempre visitar ese país. Y ahora, cuando a propósito de ese posible viaje buscaba los datos del Arq. Juhani Pallasmaa (1935), me topé con una frase de Frank Gehry, el arquitecto americano–canadiense (1928), en la que decía que era un admirador de Aalto. Esa confesión sorprende porque no es tan fácil encontrar conexiones entre la arquitectura de Gehry y el legado de Aalto. Pero buscando un poco más descubro que con ocasión del encargo del Walt Disney Hall de Los Ángeles, Gehry, apoyándose en su relación personal con Pallasmaa, investigó específicamente el Finlandia Hall, proyectado por Aalto en 1960-62. Fue el interior de esa sala de conciertos lo que terminó siendo estudiado por Gehry como referencia para su encargo.
Gehry estudió arquitectura a fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta, recién pasada la Segunda Guerra, por lo cual es sorprendente que en ese tiempo cuando Aalto tenía cuarentipocos años, ya éste tuviese el peso de figura esencial en el desarrollo de la herencia moderna. Lo separaban algo más de diez años de Le Corbusier (1887) y once de Mies Van der Rohe (1886), dos de los «héroes» más relevantes del Movimiento Moderno, y casi treinta de Frank Lloyd Wright, nacido en 1869, distante sin embargo en términos que pudiéramos llamar “técnicos” y también ideológicos, del debate que desde Europa se expandió por el mundo.
Cuando entré a la UCV en 1955 Aalto quien tenía apenas 57 años estaba bien establecido como referencia permanente. Ya era parte junto a los otros tres maestros, de algo así como una «cuaternidad», la de los cuatro evangelizadores de la nueva arquitectura.
Nuestro Carlos Raul Villanueva (1900) era apenas dos años menor que Aalto. Y construyó su obra maestra, el conjunto Aula Magna-Plaza Cubierta, cuando tenía más de cincuenta años. Por eso, y por las mismas características de ese conjunto, es que ya en su caso puede hablarse con propiedad de una «segunda generación», en la que estaría incluído Luis Kahn, (quien alguna vez dijo que la arquitectura era un arte de viejos) sólo tres años y medio menor que Aalto que construyó su obra seminal, las Torres Médicas de la Penn University, cuando tenía 55 años.
Esa madurez temprana como artista de Alvar Aalto y el desarrollo precoz de su lenguaje puede ser fuente de muchas interesantes reflexiones para nosotros. Porque ello se debe en gran medida a la aceptación con la que contó en su país, donde se le convirtió en un héroe de la civilidad finlandesa, de un modo análogo a lo que ocurrió con ese otro gran nombre de la cultura musical de ese país, Jan Sibelius, cuyo entierro en 1957 fue una enorme manifestación de duelo nacional. Baste decir que el sanatorio de Paimio, una obra ejemplar de la arquitectura racionalista del Movimiento Moderno, fue construida por un Aalto treintañero entre 1929 y 1933 con unos niveles de excelencia que nunca pudo lograr Le Corbusier en la Francia de esos tiempos.
Nuestro Villanueva por ejemplo, a partir de 1958, sólo cinco años después de haber construido el Aula Magna, pasó por un período de inactividad que duró casi diez años, y sólo fue en 1966 cuando recibió un encargo oficial, gracias a la activa función instrumental del Arq. Eduardo Trujillo, para hacer el extraordinario Proyecto del Pabellón de Venezuela en la Expo 67 de Montreal.
La mezquindad con Villanueva es de la misma familia de las que han poblado nuestra historia y de la cual un ejemplo feroz, como se ha dicho bastante, fue la entrega de Francisco de Miranda como prisionero a la corona española en 1812. Y ha estado directamente relacionada con las tensiones políticas y la polarización que tiende a acompañarla en una sociedad incivilizada. Cuando murió Uslar Pietri por ejemplo, el actual régimen militar lo ignoró cobrándole su posición política y desconociendo su valor en nuestra cultura. Y lo ocurrido con Humberto Fernández Morán (1924-1999) que vivió exiliado sólo por haber tenido la flaqueza de vincularse a un desgraciado episodio político, ha sido objeto de muchas consideraciones.
Cuando llega al poder una facción opuesta se impone la necesidad de marginar a todo aquel que desempeñando una labor intelectual o disciplinar haya tenido alguna figuración en el “antiguo régimen”, aunque no tenga conexiones con la política de partidos. Y a la inversa, quien desempeña esa labor en un contexto político dado, en vez de establecer claramente su libertad de acción frente a la polarización, se ve obligado a guardar una neutralidad ficticia para evitar ser penalizado. Como ocurre con el celebradísimo José Antonio Abreu que calla sobre los graves abusos políticos del régimen militar actual para que no le impidan continuar su obra. Son dos caras de la misma moneda: mezquindad como método por un lado y silencio interesado por el otro para vencerla.
Con la arquitectura el problema se hace mucho más grave porque nuestra disciplina dependiente siempre del Poder, y sobre todo del Poder Político en sociedades como la nuestra, no se perfecciona, no se hace experiencia sin la construcción. Hubo tiempos recientes en los cuales se habló de la arquitectura de papel, pero sólo fue una especulación. Un arquitecto que no construye no puede completar un legado, no puede perfeccionar su experiencia, sus posibilidades se marchitan, se consumen en un discurso que no le es propio.
Por todo eso el binomio Finlandia-Alvar Aalto es una enseñanza permanente para nosotros.