ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 22 Febrero 2010

Un arquitecto europeo me decía que le parecía difícil calificar como subdesarrollado a un país (Venezuela) capaz de producir una institución tan digna de admiración como el Sistema de Orquestas fundado por José Antonio Abreu. Yo le respondí que en un medio como el nuestro se dan muy buenas cosas, como lo prueba nuestra historia, pero a la vez sufrimos las peores. Que ese cruce permanente entre cosas buenas y malas, era lo que caracterizaba al subdesarrollo. Una presencia que no está regulada o atenuada por las instituciones sociales.

En los países del Primer Mundo existe una trabazón institucional con larga historia que regula los distintos mundos y submundos que llevan el signo menos.
Pero ese control puede ser también para ciertas psicologías personales una pesada carga. Un colega de Santander hace algunos años me decía que trataba de ir todos los años a tierras calientes para liberarse de una cotidianidad que a ratos le parecía asfixiante. Una actitud que se repite y genera corrientes turísticas desde el frío que, si en un tiempo pasado llegaban sólo hasta Italia (donde se dice que Goethe perdió la virginidad), ahora cruzan el Atlántico en busca de incivilidad y un cierto desgaste.

Y por asociación recuerdo a Rafael Moneo y su excursión con algunos jóvenes arquitectos que le servían de guías y eventuales guardaespaldas, hacia el centro de Caracas nocturna; o sentado con nosotros recién bajado del avión para comerse una arepa “reina pepeada” como almuerzo. También a César Portela tomándole fotos a los montones de paja colocados en plena carretera como advertencia de un vehículo accidentado, asunto que le divertía por su desparpajo simpático.

Ser progre es ver de lejos

Lógicamente un visitante no ha sabido de graves accidentes nocturnos debidos a los montoncitos de paja y de allí la simpatía. Algo análogo a lo que supongo que César (a quien tuteo desde entonces) siente hacia el Gran Conductor venezolano, porque no ha tenido que sufrir en carne propia su desprecio hacia los derechos democráticos.

Eso le pasa al europeo progre: ve en lo que no está regulado, en los atajos incivilizados, una puerta de escape. Le atrae lo exótico, le fascina la improvisación porque viene de un medio muy regimentado. Y esa atracción le hace perder pie.
En primer lugar se permite llevar esa admiración hacia lo político porque es como una brisa benéfica, olvidando que la improvisación y el desparpajo como práctica y no como ingrediente puede tener las peores consecuencias para una sociedad.

No vale la pena hablar de cuanto de ello hubo en las grandes guerras y tragedias genocidas europeas, pero hay que mencionar lo que todavía se sufre por su causa en nuestros países…subdesarrollados. ¿Cómo, si no, puede explicarse que una persona inteligente y sagaz como el arquitecto y crítico catalán, Pep Quetglas, rompa lanzas a favor del régimen militar venezolano en un foro de hace algunos meses en Barcelona sobre la arquitectura de Carlos Raúl Villanueva? ¿Haciendo gala además de desconocimiento flagrante del origen de la Ciudad Universitaria?

Pero eso no es todo, lo peor es el paternalismo. Le oí decir una vez a Oriol Bohigas, y lo publiqué, que los arquitectos no eran para nada responsables del deterioro de las ciudades, que el arquitecto era responsable de su edificio pero que la ciudad la hacían los inversionistas, los militares o los políticos. Me pareció certero y necesario. ¿Por qué entonces cualquier visitante apresurado a nuestros países, sobre todo si es francés, se pasea juzgándonos a los que hemos tenido acceso a la educación, como responsables o culpables morales de las carencias sociales (y urbanas, claro) de nuestros países? Pues porque somos subdesarrollados y se nos puede juzgar así. Nuestros países son vistos como “casos de estudio” y no como realidades en evolución y transformación.

¿Para qué derechos democráticos?

En esa misma medida se puede aceptar que los derechos democráticos no son para nosotros. Se puede decir, como lo dicen los asesores españoles de nuestro régimen militar (entre ellos un señor de apellido Monedero o el anterior Embajador de España en Venezuela) que ese régimen es una transición necesaria, algo que siempre dicen los que sostienen dictaduras, no importa el signo.

Hasta cuando esa mierda, es lo que apetece decir. En Venezuela estamos luchando por una democracia republicana basada en el derecho y la justicia ya por dos siglos. Y desde hace uno la lucha ha sido contra dictadores muy concretos y uniformados ¿necesitamos todavía una transición?

Lo que necesitamos es democracia. Una democracia perfectible, sometida a crítica y, óigase muy bien, un desarrollo económico ¨sustentable”, palabrita de moda que viene de lo más bien. Y sustentable no es lo petrolero, coyuntural y rentista que financia barbaridades aquí y ahorcamiento de disidentes allá.

Lo democráticamente sustentable, lo repito una y otra vez a mis estudiantes, es lo que permitirá el surgimiento de una arquitectura. En once años en el Poder el régimen militar que ha recibido en divisas la increíble suma de 800.000 millones de dólares sólo puede mostrar dos pares de edificios aceptables para no hablar del melancólico y digno de olvido Pabellón de Venezuela en Shanghai. Los primeros son hijos de un oportunismo que debe tener orgullosos a sus autores. Y el Pabellón es uno de esos absurdos del subdesarrollo: ningún mérito previo de los jovencísimos autores (como lo prueba el resultado). Hecho a la sordina, sin concurso ni nada parecido. Seguramente los arquitectos eran amigos de alguien o se distinguieron como “ordenados cultores del credo revolucionario”.
Así es el subdesarrollo. Y además de tomarle fotos a sus rasgos simpáticos uno pide a los de afuera más seriedad y rigor intelectual para entenderlo.

El Pabellón Venezolano en Shangai no es una muestra de la arquitectura venezolana, es el resultado de una ausencia de democracia y mucha mediocridad.