ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Por Oscar Tenreiro

Hablaba la semana pasada del «excremento del diablo», nombre que le daban al petróleo los aborígenes. Confieso que, en tiempos de la entrevista en la que Juan Pablo Perez Alfonzo mencionó por primera vez el nombre, tuve, llevado por el impulso crítico, la impresión de que echar la culpa de la conducta humana a un mineral, esquivaba la necesidad de hacer una crítica «ad hominem», a la persona o personas responsables: sus compañeros de partido que bien necesitaban entonces ser confrontados con sus graves omisiones.

Pero ha pasado tiempo y aquí se siguen repitiendo los errores petroleros dando espacio para pensar que el oro negro lleva con él una suerte de maldición.

Mi madre solía citar un refrán venezolano: Dios no le da cacho a los burros. No les da cacho, Cecilia, pero les da petróleo que es el cacho de los nuevos tiempos. Hace poderoso al ignorante, al resentido, al incapaz, que como nuevo rico se siente omnipotente. Poderoso caballero es Don Dinero sería el refrán castizo que refuta al criollo.

Pero lo que me motiva a volver al tema no son las cosas de aquí, sino una que acabo de ver, una más se puede decir, de las que ocurren en los países petroleros del Medio Oriente, en esos Emiratos que también nadan en dólares petroleros y en la ignorancia y dispendioso desparpajo económico de los Jeques. Me la envía un arquitecto amigo desde La India por Internet: las imágenes del nuevo Hotel Atlantis (35.000 dólares la noche) inaugurado en Dubai el mes pasado que en mi opinión es, junto a muchas de las cosas que se han hecho en esa nación y en sus vecinas una metáfora de la revolución venezolana.

Porque el mal gusto, la estridencia, el absurdo, la incultura, la ramplonería que agrede a la verdadera y profunda cultura árabe, propia del fulano hotel, se compara muy bien con la pantomima trágica que se vive en Venezuela, ejemplificada ayer nomás por esos personajes que descuellan sólo por su inmensa capacidad de adulación, que en la Asamblea Nacional despotricaban «contra los curas» y horas después  llamaban estúpidos a los senadores democráticos chilenos.

Escenografías.

Esos países del Medio Oriente de inmensa riqueza petrolera, se han empeñado en improvisar una civilización con rostro urbano construyendo cascarones de gran tamaño que funcionan como espejos de lo que está en boga. Se invierte pues el inmenso flujo de dinero en la creación de una escenografía que deleita a los viajeros de Internet, novedosas «mulas» de las drogas del consumo desordenado de imágenes, y busca atraer esos capitales viajeros y especulativos que han sido, irónicamente, uno de los factores de la crisis financiera universal. Falsa, porque al menos lo de Panamá es fruto de una geografía estratégica con vocación de estabilidad;  y lo de Las Vegas un modo de financiar el «entretenimiento». Pero lo de los Emiratos es un asunto de familias propietarias de países enteros y oportunismo de parte de los grandes intereses que andan por el mundo buscando pagar sus cuentas. Tal como las tienen que pagar los arquitectos famosísimos con grandes gastos de personal.

Por todo eso me dio grima oír a Jean Nouvel entrevistado por ese buen periodista que es Charlie Rose hablando del inmenso techo alabeado que cubre su museo (creo que es una sucursal del Louvre y supongo que en Dubai) en el que la luz del desierto es controlada por dispositivos electrónicos. Tan artificial me pareció. Pensaba por ejemplo si los que irían a ese Louvre del desierto serían los mismos personajes usuarios de las horribles arquitecturas y espacios interiores a gusto de los jeques. Habrá un Guggenheim por supuesto, efecto Bilbao a la carga, y qué sé yo cuantas otras «novedades» a setenta dólares el barril a cargo de arquitectos que se trasladan en jet privados como el que transportó hasta Barquisimeto a Gehry y a nuestros genios de la música.

Construir desde la nada.

Y mientras los jeques construyen una civilización desde la nada, del otro lado del mundo se hace una «revolución» también desde la nada. Jeques dueños de países como los hermanos Castro a quienes el petróleo evita la ruina total, se apoyan en el Máximo Jeque fraternal venezolano que no decide sobre los adornos de un Lobby de hotel sino a quien regalarle gasolina a cambio de lealtad política. Las analogías de la Historia en pleno funcionamiento. La extrema derecha adora al boato y el máximo lujo porque acerca a los cuentos de hadas. Y la extrema izquierda adora al boato retórico que fabrica una rebeldía, paga propaganda de trashumantes cineastas, a comentaristas europeos con viáticos VIP. Que construye un ámbito artificial ignorando la realidad de un país abandonado. Tan artificial como el de Dubai pero no de acero y concreto sino de palabras vacías hechas creíbles a base de dinero. Es decir, a base de Poder.

Poder que termina haciendo tragar todo. A esa izquierda boba le basta con los lemas y las simplezas para empezar a digerir. Y a todos los demás, que escapan a los esquemas, les inspira una contención que sería inexplicable si nos olvidáramos de que allí interviene el poderoso caballero, quiérase o no. Lo que se despacharía en privado con dos palabrotas, en público mueve al eufemismo, a la consideraciones «cultas» y a la contención propia de la prensa del corazón. Y hasta críticos que han sido valientes para desvelar el falso brillo del estrellato, se muestran, como Freddy Massad en una entrevista de radio reciente, en exceso recatados frente al vendaval escenográfico de los jeques verdaderos.

Por eso publico aquí el espantoso lobby del Hotel Atlantis. porque semejante locura de mal gusto no podría erigirse sino a base de dinero que no duele. Y lo veo como una alegoría de la «revolución bolivariana» otra locura posible gracias al excremento del diablo.

En Dubai una alegoría de la revolución bolivariana. En el centro, bien arriba, el trono del Jefe.